conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » III.- Edad Moderna: La Iglesia frente a la Cultura Autónoma » §73.- Caracteres Generales de la Edad Moderna

I.- El Escenario

1. Los grandes descubrimientos geográficos de finales del siglo XV (América, circunvalación del mundo) marcan un firme punto de partida para el comienzo de la Edad Moderna. Gracias a ellos se amplió esencialmente el campo de visión y, con ello, la conciencia del hombre occidental. Surgió una nueva imagen de la tierra. En el transcurso de los siglos siguientes, África y Asia se hicieron mucho más accesibles a los europeos; más tarde, también Australia penetró en su perspectiva (1770, James Cook). El cristianismo siguió a estos descubrimientos. Incluso contribuyó en gran medida al establecimiento de relaciones con los distintos pueblos de esos continentes gracias a sus misioneros. Las misiones de ultramar, con la vida eclesial católica organizada en sus respectivos lugares, constituyeron, a partir del segundo siglo de la Edad Moderna, parte esencial de la vida de la Iglesia.

2. A pesar de esto, el escenario propio de la historia de la Iglesia durante la Edad Moderna siguió siendo el mismo que durante la baja Edad Media: el Occidente. En efecto, desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, los territorios recién descubiertos en América del Norte, en Centroamérica y en Sudamérica pertenecieron en un primer momento a Europa. La razón de ello estriba en que, hasta bien entrado el siglo XIX, la vida cristiana en las misiones fue, con escasas excepciones, una mera irradiación de Occidente. Durante la Edad Moderna, los pueblos de las misiones fueron, casi sin excepción, simples destinatarios de una educación impartida por la Iglesia occidental. Hasta la época más reciente, los elementos característicos de la vida católica han tenido en el mundo entero un claro signo occidental. No ha habido una verdadera teología católica india, china, japonesa o africana, ni órdenes religiosas indígenas, ni una jerarquía nativa influyente, como tampoco una religiosidad popular católica propia de esas regiones.

3. Ha sido en nuestros mismos días cuando ha comenzado a registrarse un cambio notable gracias a la creación de un clero nativo, a la consagración de obispos de color y al nombramiento de cardenales indígenas (en China en 1946, en la India en 1952, en África en 1959). En la Antigüedad, las tres grandes culturas (el judaísmo, el helenismo y Roma; § 5) imprimieron su sello al cristianismo y al pensamiento cristiano; es posible que, de manera semejante, el Lejano Oriente o alguna de las restantes culturas de los pueblos no europeos aporten algún día algo nuevo al cristianismo católico, que a pesar de su continuo crecimiento no ha sufrido modificación. Pues la Iglesia, ciertamente, está vinculada al pontificado, pero no a la vida espiritual de Occidente, y mucho menos a ideas específicamente italianas o romanas. La época marcadamente europea de la historia de la Iglesia -vigente como quien dice hasta «ayer»- está llegando a su fin, cosa que sucede también en la historia general de la humanidad. Por el momento, la Iglesia sigue, y con toda razón, el único camino histórico y orgánicamente posible: defender el regazo cultural de su vida regalado por la providencia, el Occidente, pero permitiendo al mismo tiempo que las otras culturas vayan ejerciendo, según su grado de madurez, una influencia en el modo de predicar el mensaje de la fe y en la forma de configurar la vida cristiana. No obstante, hoy parece menos probable que nunca que, en ese ulterior desarrollo, el Lejano Oriente y las primitivas culturas africanas lleguen a ejercer un papel influyente en plazo previsible: el comunismo de China, la conciencia nacional de la India y la fuerte oleada del Islam y, en parte, del comunismo en África han quebrantado gravemente al cristianismo y a la jerarquía eclesiástica o han creado una situación en la que al cristianismo, poniendo en juego todos los recursos - los recursos de una Europa tan vergonzosamente debilitada desde el punto de vista cristiano-, sólo le queda la posibilidad de mantener sus posiciones y consolidarlas (hablando en general) dentro de unos modestos límites.

Por otra parte, tan estrechas posiciones podrán ser reformadas con tanto mayor sentido y seguridad de futuro cuanto más respondan a las ideas heredadas de los propios nativos. La incipiente «federalización» de la Iglesia, en firme comunión con el pontificado, podría brindar aquí posibilidades insospechadas si tanto en la creación como en el desarrollo de esas Iglesias se pusiera valientemente en práctica la idea de que es la totalidad de los creyentes en unión con los obispos y los presbíteros la que forma la Iglesia; no sólo el clero.

4. Dentro de Europa, el escenario de la historia de la Iglesia católica se redujo considerablemente a consecuencia de la Reforma protestante. Con la Contrarreforma, la Iglesia reconquistó una parte del terreno perdido; gracias al progreso de sus misiones internas, también fueron objeto de su actividad los territorios recién convertidos a la fe, a los que ya nunca ha dejado de prestar atención y cuidado. Y, viceversa, también en seguida se manifestó con diversa intensidad el ímpetu misionero de las nuevas Iglesias protestantes, tanto en Europa como en Norteamérica (aquí con notable fuerza) y en los clásicos países de misión.

5. Pero, de otro lado, este escenario tan reducido tuvo en la Edad Moderna mayor significación que en la Edad Media: el número y la intensidad de los acontecimientos fue incomparablemente mayor. Uno de los hechos fundamentales de la Edad Moderna fue la multiplicación -sin parangón hasta entonces- de las personas o elementos influyentes en la vida de la Iglesia, bien como agentes, participantes, receptores o enemigos. Ello no fue más que el resultado: a) de un insólito crecimiento de la población occidental; b) de una difusión sin precedentes de la cultura (por desgracia, sólo intelectual); y c) de la técnica moderna, que multiplicó de tal forma los medios de transmitir todos los resultados, conocimientos o simples comunicaciones, que en los últimos tiempos ha llegado a sobrecargar la capacidad psíquica y espiritual del hombre y, con ello, a poner en peligro su salud mental.

6. Los principales agentes de la evolución fueron los mismos países que en la Edad Media, sólo que, ya desde la baja Edad Media, junto al papel de Italia, Francia, Inglaterra y Alemania, también fue codeterminante el papel de España. El predominio de cada uno de estos países sufrió grandes cambios a lo largo de la Edad Moderna. Durante la baja Edad Media, Alemania perdió su posición predominante dentro de la Iglesia, adelantándose Francia a ocupar el primer plano. Al comienzo de la Edad Moderna pasó a primera línea Italia, en cuanto país de origen del Humanismo y del Renacimiento. Pero, con el humanismo de Erasmo y luego aún más con la Reforma, fue otra vez Alemania la que desempeñó un papel decisivo en la historia de la Iglesia. Y al mismo tiempo España, cuna de la reforma católica interna y de la Contrarreforma, se situó en el punto central del acontecer histórico-eclesiástico. Luego volvió al primer plano Francia, siendo la potencia rectora de la historia de la Iglesia durante el siglo XVII. Con el barroco, las fuerzas cristianas crearon una nueva cultura pan-europea: si exceptuamos el campo de la música (donde destacaron poderosas figuras en los círculos luteranos) y la personalidad sobresaliente de Shakespeare, fueron casi exclusivamente las fuerzas de la Iglesia católica las que dominaron el cuadro. En el siglo XVIII se impuso nuevamente una actitud espiritual que volvió a dar una impronta unitaria a toda Europa, pero en ella la revelación cristiana se vio claramente desplazada de su anterior posición de primacía: se trata de la Ilustración. Partiendo de Inglaterra, la Ilustración tuvo sus repercusiones más radicales en Francia, pero abarcó casi en la misma medida a todos los países. A lo largo del siglo XIX, la evolución fue adquiriendo dimensiones más y más universales; y proporcionalmente, en el acontecer global de la humanidad, la vida de la Iglesia fue perdiendo importancia. En el ámbito de la historia de la Iglesia no hubo ya ningún país destacado sobre los demás, pues se hizo indiscutible la hegemonía absoluta del punto central: Roma.

7. En paralelo con estas oscilaciones que tuvieron lugar en Europa se desarrolló, con gran lentitud durante los dos primeros siglos, la influencia de las respectivas potencias rectoras en los países recién descubiertos y, aún con mayor lentitud, una cierta reacción de las culturas de esos países, así como de las Iglesias establecidas en ellos, contra Occidente. Ambos fenómenos, como en general toda la historia de la Iglesia desde el siglo XVI, no se sustrajeron al influjo de la Reforma y sus consecuencias.

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