conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Apendice » §72.- Iglesia y Sinagoga

V.- Epilogo

1. La Edad Moderna[36] en el asunto que aquí nos ocupa, no hizo sino recibir la herencia de la Edad Media. La misma Reforma no modificó nada, ni en cuanto a la situación jurídica de los judíos ni en cuanto a la praxis, llena de aversión y de odio contra ellos, comenzando por las predicaciones obligatorias (¡hasta el siglo XVIII!), siguiendo con las expulsiones de las ciudades y territorios, hasta las mencionadas imprecaciones globales («¡ahogad a los judíos, colgadlos, quemadlos!»), que siguieron propalándose.

Podría parecer, ciertamente, como si Martín Lutero hubiera visto en la auténtica evangelización de los judíos una tarea cristiana. Desgraciadamente, en este punto no fue fiel a sí mismo. Su posición se puede deducir sustancialmente de sus dos escritos: «Que Jesús fue judío de nacimiento» (1523) y «De los judíos y sus mentiras» (1543)[37].

2. Para Lutero, la Sinagoga se halla en la misma línea de los herejes y cismáticos y de los pecadores en general. Representa directamente la esencia de lo pecaminoso: con su legalismo es el prototipo de la autojustificación carnal del servicio a la letra; no quiere reconocer su pecado, esto es, su culpa en la crucifixión de Cristo. La opresión de los judíos es una señal de la cólera de Dios.

Pero esto no justifica en absoluto, dice él, el trato que hasta ahora se ha dado a los judíos. De su increíble terquedad es culpable el trato que hasta ahora les ha dado la Iglesia papal (como «perros malditos»). «¡Quién querrá hacerse cristiano cuando vea cuán inhumanamente tratan los cristianos a los hombres!». Lutero pasa después a tratar del problema misionero, porque, ciertamente, para el «resto reservado» de los judíos aún es posible la salvación. El reformador confía en poder cambiar la mentalidad de los judíos con sólo explicarles correctamente el Antiguo Testamento (que para él es equivalente al Nuevo Testamento y a Cristo). No ha disminuido la voluntad de salvación de Dios. «Ellos tienen la promesa de Dios para siempre. Entre ellos hay todavía futuros cristianos».

Su meta es, pues, la de llevarlos a Cristo; así, se pregunta: «¿No podría yo, tal vez, llevar algunos judíos a la fe?»

3. Pero Lutero, después, abandonó esta postura de forma alarmante. Por muchos motivos, que hoy no podemos reconstruir exactamente[38] desde 1528 prendió en él el propósito de escribir «para vergüenza de la empedernida incredulidad de los contumaces y ciegos judíos».

Con terrible dureza adopta una postura de segura posesión de la fe, más aún, de peligrosa y temeraria autojusticia: «La Palabra de Dios es un aguacero que pasa y no vuelve. Cayó sobre los judíos, pero ya pasó». De modo «que su conversión ni la anhelamos ni la necesitamos». Dios hablará así en el último día: «Oye, tú eres cristiano y sabías que los judíos ofendieron y maldijeron públicamente a mi Hijo y a mí, pero tú le has dado la ocasión para ello». «¿Qué han de hacer los cristianos para purgar su culpa, de no haber vengado aún la sangre de Cristo?... ¿puesto que los judíos pueden todavía vivir libremente? Los cristianos debieron, con oración y temor de Dios, practicar una intensa misericordia, a ver si aún pueden librar a algunos de las llamas...»

Pero esa «intensa misericordia» se concreta así: se deben quemar sus sinagogas y escuelas hasta dejarlas irreconocibles, lo mismo que sus casas, quitarles los libros sagrados; a los rabinos se les debe prohibir la enseñanza, suprimirles todo salvoconducto, prohibirles la usura, incautárseles el dinero y los objetos de valor y ponerlos a buen recaudo...

Todo esto debe ocurrir así porque «los judíos son condenados hijos del diablo, empedernidos, peores que el mismo demonio en el infierno». Al final Lutero ruega a Dios nuevamente que se digne dar su cólera por satisfecha y que por amor de su Hijo terminen ya los sufrimientos de los judíos. Pero esta conclusión se borra dos meses más tarde con la advertencia: «No sería ninguna maravilla que los cristianos fuesen a parar a los profundos infiernos, como castigo por haber tolerado entre ellos a estos malditos blasfemos, ... porque no solamente han ultrajado a Jesucristo, sino también al mismo Padre».

4. De modo análogo, y con la misma ambigüedad, se comportaron otros reformadores, por ejemplo, Bucero, quien acabó (salvo en algunos puntos) equiparando la fe judía con la papal. Con la misma dureza y sin caridad alguna se manifestó Calvino: la perversa e indomable obstinación de los judíos es merecedora de la extrema miseria, nadie debe compadecerse de ellos.

Mucho más comprensible fue, en cambio, Capitón, y el más razonable de todos Osiandro, quien, en un escrito anónimo rechazó las absurdas calumnias de muerte o asesinato ritual (según el horrible proceso de Posing de 1529), quitó valor a las confesiones obtenidas por el tormento, descubrió las pruebas egoístas de cristianos culpables, todas esas acusaciones que hacen «apestoso el nombre de cristiano».

5. Desgraciadamente, también Juan Eck (1541) se alzó de la manera más grosera y obtusa contra las explicaciones de Osiandro, «el seductor luterano», y contra los «empedernidos, falsos, perjuros, ladrones, vengativos y traidores» judíos.

También en esta cuestión, el infinitamente más objetivo fue el honrado emperador alemán Carlos V, oriundo de España[39]. Sin ceder para nada en sus convicciones religiosas y, a la vez, sin renunciar a las lucrativas regalías de los judíos, no prestó oídos a las calumnias contra ellos ni aun cuando la situación era confusa e inextricable; tampoco gravó a los judíos de Alemania con impuestos especiales, sino, al contrario, en el privilegio que les concedió en el 1544 rechazó soberanamente las acusaciones de delitos de sangre.

6. Desde el punto de vista de la Iglesia, el problema de la evangelización de los judíos consistía tanto en luchar contra el repudio y el endurecimiento de los judíos anunciado por Pablo (en la fe de que Dios - que no retira su promesa- quiere que todos se salven) como en luchar (partiendo de la ley fundamental del amor) por el alma del pueblo judío. El problema, a través de los siglos, no se ha solucionado, ni mucho menos. Por eso debemos contestar negativamente las dos preguntas hechas al principio de este apartado.

Notas

[36] Me salgo de los límites de la Edad Media para poder terminar el tema, ya que al final del tomo II sobre la Edad Moderna no habrá oportunidad para volver sobre este asunto. El sensible empeoramiento de la situación que tuvo lugar en toda Europa por causa del judaísmo en el siglo XVI no trajo nuevos problemas en relación con la Iglesia (en la Europa oriental la situación fue diferente; en Ucrania, Polonia y Rusia hubo persecuciones a partir de 1648). En la medida en que los judíos fueron reconquistando influencia en el campo cultural y económico, también se abrieron en gran medida a la incipiente secularización y al racionalismo. A decir verdad, sólo los bautismos de algunos judíos prominentes, que ya causaron sensación en su tiempo, y algunas obras filosófico-literarias aisladas merecerían entrar en nuestra consideración. En cambio, el moderno antisemitismo ha tenido motivos políticos, nacionalistas y racistas, pero no motivos cristiano-religiosos a pesar de todo, precisamente el más reciente antisemitismo racista, con todos sus horrores en el Tercer Reich nacionalsocialista, ha planteado nuevamente a la conciencia cristiana el problema de su responsabilidad religiosa ante el judaísmo, y de modo más profundo que nunca desde los tiempos apostólicos.

[37] Para delimitar un poco el trasfondo del que surgen las manifestaciones de Lutero, vamos a añadir unas palabras que resuman brevemente la situación de los judíos en Alemania. Desde el siglo XIV los judíos tuvieron una importante posición económica. Hubo gran número de orgullosos comerciantes burgueses de fe judía. A finales del siglo XV comenzó a declinar su estrella. Muchas ciudades del imperio trataron de deshacerse de ellos. Por consiguiente, se vieron obligados a buscarse un nuevo status social en el campo, imitando a las clases rurales. En tiempos de Carlos V vivió en Alemania Josel de Rosheim († 1554), importante procurador estimado por todos, quien, en 1520, consiguió del emperador un privilegio para todos los judíos de Alemania.

[38] A ello ha contribuido el escrito, horriblemente difamatorio, del judío bautizado Antonio Margarita, de 1530, titulado Toda la fe judaica

[39] Quizá también debiéramos mencionar al landgrave Felipe de Hessen, que rechazó enérgicamente el «consejo» antisemita de sus predicadores: «Según el Antiguo y el Nuevo Testamento, los judíos no deben estar tan estrechamente vigilados».

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