conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Cuarta época.- La Baja Edad Media Disolucion de los Factores Especificamente Medievales y Aparicion de Una Nueva Edad

§69.- La Mistica «Alemana»

1. Las postrimerías de la Edad Media experimentaron, en el campo de la piedad, muchos y vigorosos impulsos positivos. Si no se piensa solamente en obras de importancia histórica, se puede decir que la riqueza de la literatura edificante y del arte cristiano fue inagotable. Pero cosas verdaderamente grandes y creativas se consiguieron, sobre todo, en el campo de la mística. Esta floreció en Alemania en el siglo XIV. Mientras el aparato administrativo del papado de Aviñón se perdía más y más en el cuidado de los bienes materiales, la piedad se refugió en las profundidades del alma y ascendió hasta la contemplación en Dios. También esta coexistencia de corrientes tan dispares dentro de la misma Iglesia es nuevamente una evidente demostración, aunque agobiante, de la invencible fuerza de la Iglesia católica.

Las principales figuras del movimiento fueron alemanes y, preferentemente, dominicos que escribieron y predicaron en alemán: Eckhart († hacia 1328), Taulero (1361), Susón († 1366). El movimiento tuvo también manifestaciones en los conventos de religiosas dominicas. De modo un tanto particular y a un nivel menos elevado (aunque a veces con una exuberante riqueza, aún no agotada en nuestros días), siguió teniendo fuerza en el siglo XV entre los hermanos de vida comunitaria. Se puede delimitar casi perfectamente el ámbito geográfico donde floreció el movimiento: Alemania occidental a lo largo del Rin, desde Constanza hasta Colonia y los Países Bajos.

2. Escolástica y mística. Los grandes escolásticos Tomás de Aquino y Buenaventura fueron una expresión viviente de la unión de un claro pensamiento especulativo y una ferviente piedad. Esta unión de «Escolástica» y «mística» fue también típica de la mística «alemana». Desde el punto de vista espiritual e histórico, surgió directamente de la Escolástica (tomista) y utilizó el mismo material intelectual.

No obstante desplazó el centro de gravedad. En primer lugar, los elementos «místicos» de la teología (por ejemplo, el neoplatonismo de Agustín) pasaron a primer plano; y, en segundo lugar, los temas se limitaron a lo edificante, tanto por la inclinación personal como por la misión específica de los predicadores de conventos de monjas. Es preciso decir, sin embargo, que la predicación mística en los conventos de monjas también se interesó grandemente por la especulación, por el saber espiritual de los misterios de Dios. Perduraba todavía el mismo espíritu del que vivieron y escribieron las grandes místicas alemanas del siglo XIII (Matilde de Magdeburgo [† 1283], Matilde de Hackeborn [† 1299], Gertrudis la Grande [† 1302], las tres benedictinas de Helfta).

Por lo demás, en las postrimerías de la Edad Media hubo también místicas importantes en Italia (las tres santas Catalina: la de Siena [† 1380], la de Bolonia [† 1463], la de Génova [† 1510]; la bienaventurada Angela de Foligno [† 1309]), y en Suecia la prodigiosa santa Brígida († 1373, en Roma). Pero en ninguna otra parte fue su influencia tan honda, aun en el mundo seglar, como en Alemania.

3. El místico alemán más eminente fue el genial y piadoso maestro Eckhart (hacia 1260-1328; maestro en Estrasburgo y en Colonia). En sus predicaciones retornaba siempre a determinados conceptos fundamentales: «Cuantas veces predico, acostumbro hablar del recogimiento y de que el hombre debe desligarse de sí mismo y de todas las cosas. En segundo lugar, que hay que aprender a vivir del único bien, que es Dios. En tercer lugar, que hay que recordar la gran nobleza que Dios puso en el alma, para que el hombre pueda así llegar a la maravillosa vida de Dios. En cuarto lugar, hablo de la pureza de la naturaleza divina: qué es la claridad de la naturaleza divina, esto es inexpresable».

a) Eckhart depende grandemente del neoplatonismo. Por eso sus pensamientos sobre Dios presentan a veces rasgos panteístas; por eso fueron condenadas algunas de sus afirmaciones. Resulta difícil tomar una postura al respecto, dado el carácter especial de la teología de Eckhart: como «maestro del sí y no», unas veces acentúa una cosa, otras veces otra, en confrontación dialéctica. Su postura sólo se puede identificar exactamente, en su verdadero sentido, a la luz de la posición contraria. La condena de Eckhart se debió, en parte, a la envidia y también a la insuficiente comprensión de sus contrarios, generalmente escotistas. Pero no disminuyó el valor de su ardiente amor a Dios, de su profunda dedicación a la cura de almas (exhortaba a sus penitentes a la comunión frecuente) y de su adhesión a la Iglesia. En particular, Eckhart no quería saber nada de un entusiasmo puramente interior. Sino que, como todos los verdaderos místicos, exigía que la interioridad fructificara en obras de amor: «Es preciso salir del hermoso ocio del abismamiento en Dios y correr presuroso hacia el pobre que implora la sopa».

Para la historia del espíritu es de importancia especial su concepto de la nobleza del alma humana. También en el humanismo lo encontraremos como motivo central («la dignidad del hombre»), pero desarrollado más bien en el sentido antropológico, no extraído directamente de la revelación.

b) La misma unión de la vida interior y exterior exigieron los dos discípulos de Eckhart: los dominicos Juan Taulero en Estrasburgo († 1361; penetrantes sermones llenos de fe y de moderación, fervoroso pastor de almas) y Enrique Susón († 1366) de Constanza. Susón es un pariente espiritual de san Bernardo y de san Francisco. Está lleno de intimidad y delicadeza, de poesía y amor; es un poeta de desbordantes sentimientos. Y sus sentimientos son auténticos; probados y templados en muchas mortificaciones, en las que él imitó a la letra al Salvador sufriente. Susón fue también un eminente representante de la cura de almas individual.

c) Los místicos alemanes cultivaron un activo intercambio entre sí, como «amigos de Dios». El jefe de un círculo de este tipo en el bajo Rin, desde donde se fomentaron vivas relaciones con los círculos del sur de Alemania, fue Juan Ruysbroquio (Ruysbroeck [† 1381], quien escribió sobre las bodas espirituales), influido por Eckhart, amigo y maestro de Geert Groot (§ 70).

Con rasgos tan característicos, esta mística se diferencia notablemente (pese a ciertas afinidades) de la latino-«francesa» de los siglos XII y XIII (Bernardo y los Victorianos) y de la del siglo XVII.

4. El libro por antonomasia de la mística, el más importante por su influjo, fue escrito en latín, en un convento de los Países Bajos: la Imitación de Cristo[42] de Tomás Hemerken de Kempis (aprox. 1370-1471). Tomás procedía del círculo de Hermanos de la vida común, o sea, de los Canónigos reformados de san Agustín. Algunos atribuyen el libro a Geert Groot. Tal vez corresponda a éste, que había tratado de hacer fecunda para su fundación la experiencia mística de Dios, la paternidad espiritual de gran parte de la Imitación. El libro es una extraordinaria muestra de una integral interiorización bíblico-evangélica y sacramental, aún viva -aquí y allá- en la vida eclesiástica de entonces. Forma parte de un amplio círculo de escritos edificantes de parecido estilo. En él no se encuentra nada de lo que podía llamarse piedad operativa (piedad de las obras). De las obras piadosas, por ejemplo, las peregrinaciones, se hace un aprecio más bien sobrio, con evidente reserva. El principio pelagiano: «si el hombre hace lo que está en sus fuerzas, Dios no le niega la gracia», está copiado a la letra, pero interpretado al revés, completamente en loor de la gracia. El cuarto libro se centra en el Señor Sacramentado. Se ha dicho, y no sin razón, que el libro enseña cómo debe uno sumergirse siempre y totalmente en Cristo. Reviste importancia especial el hecho de que el autor recomiende con tanta insistencia la frecuente y sencilla lectura del evangelio. El supremo estudio debe ser abismarse en la vida de Jesús y conformar la propia vida según la suya.

Sin embargo, este magnífico libro también es una muestra de la mengua de valores objetivos, y ello en un ámbito muy importante: la fidelidad a la Iglesia está evidentemente y por entero intacta. Pero la función de la Iglesia en la piedad pasa peligrosamente a segundo término. Se predica una espiritualidad absolutamente privada, la piedad del pequeño círculo de los «igual-pensantes». Esto se aplica también a la adoración del Santísimo Sacramento. Uno encuentra también muy poco de la celebración comunitaria de la eucaristía como conmemoración de la última Cena y como actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. La vinculación con la teología, presente en los grandes maestros de la mística alemana, se ha perdido; conscientemente, incluso, se hace poco aprecio de ella, lo cual representa un peligro tanto para la mística como para la Escolástica (en trance de petrificación).

5. El florecimiento de la mística y su desaparición es, bajo muchos aspectos, señal de tiempos nuevos. A la vista está ya la orientación (no siempre peligrosa) hacia lo personal e individual de la vida religiosa. Ya hemos hablado de la especialmente intensa participación femenina y de las importantes tendencias nacionales. Los grandes guías del movimiento estaban arraigados en la clara especulación de la Escolástica universal latina. Pero el cuadro del proceso espiritual también estaba en extremo cambiado: como el movimiento se limitó a la propia nación alemana, la cual en particular brindó una gran naturalidad y gran profundidad de sentimientos, y empleó también el idioma alemán (enriquecido por esto con creatividad), tanto los escritos como la predicación adquirieron una intimidad única, plena de sentimiento, que debía influir, muy en especial, en el modo de ser alemán. La forma no escolástica de una obra mística del siglo XV, el Frankforter («Una teología alemana»), fue también lo que sedujo tan poderosamente a Lutero, que creyó hallar en ella una oposición a la Escolástica (él fue también quien la publicó por vez primera en 1516 y 1518). La gran fuerza de atracción que tiene la Imitación de Cristo también demuestra, por otra parte, que la plegaria cristiana orientada a la moral privada, si está enraizada en el evangelio, tiene de suyo valor universal.

Notas

[42] Después de la Biblia, el libro más difundido de la literatura mundial.

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