conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Cuarta época.- La Baja Edad Media Disolucion de los Factores Especificamente Medievales y Aparicion de Una Nueva Edad

§67.- Herejias Nacionales. Wiclef. Huss

1. Si bien el cisma de Occidente conservó sustancialmente la unidad de la Iglesia sacramental, visible y estructurada jerárquicamente bajo la cabeza suprema del papa, no hay que olvidar que la unidad de la Iglesia se vio con el cisma extraordinariamente amenazada y debilitada. Por decenios enteros fue prácticamente imposible aun a los mejor intencionados, incluso a los santos, demostrarse convincentemente a sí mismos y a los demás dónde estaba la verdadera Iglesia, dónde estaba legalmente su cabeza suprema, si en Aviñón o en Roma. En ese sentido el cisma partió amenazadoramente en dos la Iglesia de Occidente.

Mas el problema de la unidad de la Iglesia no era más que una parte de una cuestión más amplia, para solventar la cual se trabajaba ya desde Inocencio III, y que durante el siglo XIV se convirtió en algo urgentísimo: la cuestión de la reforma en general. Como ya hemos dicho, no se solucionó ni en Constanza ni en Basilea debido al egoísmo de los cardenales y de las fuerzas políticas. Quedó absolutamente sin resolver. Sí; es preciso preguntarse otra vez si la cuestión podía siquiera tener solución, mientras no fuesen vencidas (por lo que toca a la Iglesia y a la curia) las tendencias hierocráticas heredadas de la alta Edad Media, tan gravadas por la política. O preguntémoslo así: ¿entraba en el terreno de lo posible tal superación, es decir, una reforma total, que hubiera modificado la estructura histórico-temporal de la Iglesia? En vista de la disgregación de las fuerzas intraeclesiales y en vista del endurecimiento de las relaciones entre la Iglesia y los poderes políticos, la contestación sólo puede ser negativa. Y así es cómo entrará el papado en el Renacimiento, que en principio bien pudiera parecer, por su extraordinario impulso, una salida, pero que en realidad se convirtió en un peligroso desvío.

Fue una desgracia. Pues dado que los hombres de la Iglesia no se dedicaron a arrostrar la verdadera reforma con los sacrificios que exigía, sino que la corrupción acreció aún más en el Renacimiento, vino otra reforma, que constituyó el más fuerte ataque a la Iglesia: la escisión de la fe de Occidente, la Reforma protestante.

2. Nuestras anteriores consideraciones sobre la vida eclesial desde finales del siglo XIII nos llevan a la conclusión de que muchos elementos de la vida de la Iglesia y de la teología que la sustentaba o interpretaba ya no correspondían, o no correspondían por entero, a la idea católica de la armonía, ciertamente llena de tensiones, pero todavía equilibrada. Hubo muchas exageraciones (positivas y negativas) y hubo debilidades religioso-eclesiales peligrosas y falta de fuerza creadora.

En el campo de la teología habíamos encontrado a Ockham y Marsilio de Padua, cuyas opiniones teológicas en no pocos puntos, incluso esenciales, no podían considerarse plenamente católicas. Pero ambos fueron superados por dos eclesiásticos, que anticiparon algunas tesis de la Reforma: Juan Wiclef y Juan Hus, de los que luego hablaremos.

A su lado hubo otros teólogos que no quisieron aceptar la vida relajada de los príncipes de la Iglesia ni su régimen de beneficios; de buena fe persiguieron la interiorización cristiana, pero cayeron en un peligroso espiritualismo, en el cual Lutero creyó reconocer más tarde su propio espíritu. La confusión del gran cisma y de las teorías propuestas para su solución había destruido de tal modo la seguridad del concepto de Iglesia que, por ejemplo Wessel Gansfort († 1489, en Groninga), educado entre los «hermanos de la vida común» en Zwolle, llegó a negar a los concilios la infalibilidad y a la Iglesia el poder legislativo; no obstante, permaneció hasta su muerte sin ser molestado. En Juan Puper von Goch († 1475, en Malinas), el concepto de la libertad cristiana asumió un papel peligrosamente acentuado. El y Juan Rucherat de Wesel (= Oberwesel, cerca de St. Goar [† 1481]) únicamente admitieron la sagrada Escritura como fuente de fe, y el último redujo considerablemente el poder espiritual del papa (también en relación con las indulgencias, que él, empleando una expresión ya conocida desde el siglo XIII, llamó «engaño piadoso»), negó la transustanciación y el pecado original y rechazó el celibato. Este hombre, como maestro, doctor en teología y rector de la Universidad de Erfurt (hasta 1460), influyó en la escuela donde se formó Lutero[29]. Juan de Wesel tuvo conflictos con la Inquisición por causa de su doctrina. Y he aquí un dato significativo de la inseguridad teológica de la época: Juan de Wesel pudo de algún modo superar el primer choque, perdió luego (tras una actividad de catorce años) su cargo de canónigo magistral de Worms (fue depuesto por el obispo), pero fue llamado poco después a Maguncia y ocupó el mismo cargo de magistral. En 1479 compareció por segunda vez ante el tribunal eclesiástico (debido a sus relaciones con los husitas de Bohemia), tuvo que abjurar sus errores públicamente en la catedral y fue sentenciado a cárcel perpetua.

3. Se advierte a la primera cómo aquí se manifiesta un tipo de teología y una atmósfera de crítica que ya saben a «reforma». No obstante, los tres teólogos mencionados sólo pueden llamarse «prerreformadores» con cierta reserva; este nombre es plenamente aplicable a los dos hombres de quienes vamos a tratar. Las doctrinas heréticas de Juan Wiclef en Inglaterra y, aunque menos radicales, las de Juan Hus en Bohemia, son los más importantes y funestos prolegómenos de la Reforma que conocemos. Su nota distintiva, como signo de los nuevos tiempos que se avecinaban, era su colorido nacional; especialmente en Hus este elemento constituyó uno de los factores más esenciales de su trabajo, de su pensamiento y de su lucha. Para sus consecuencias en aquel tiempo como para sus repercusiones históricas hasta hoy esto es esencial. No quiere decir que la doctrina de Hus no tuviera partidarios alemanes y enemigos checos. Pues lo decisivo fue su contenido. Su fuerza residía en su seriedad religiosa, tanto para criticar a los prelados ricos o las peligrosas formas de piedad superficial[30] como para exigir una Iglesia completamente desligada de lo temporal. La tendencia general es espiritualista y bíblica.

4. La oposición, desatada en Inglaterra contra la intervención de Inocencio III en los bienes de la Iglesia inglesa, creció en el siglo XIV con el aumento de la conciencia nacional-inglesa y con los grandes gastos que la Guerra de los Cien Años (desde 1339) hizo necesarios para el propio país[31]. En 1366 el Parlamento retiró al papa el impuesto feudal.

a) A esta oposición anticlerical y antirromana el predicador y profesor Juan Wiclef († 1384) le dio una base científica. Esto le proporcionó el éxito. Su principal obra fue el Trialogus, escrita años más tarde, después de ser condenado por la Iglesia. Wiclef hizo suya la antigua exigencia de interiorización religiosa de la Iglesia y de sus jefes. Enseñó que la Iglesia no tiene ningún derecho al poder y a los bienes terrenos, que el Estado puede juzgar a la Iglesia. Esta crítica, al principio más bien político-eclesial, le condujo paulatinamente (también influido por el escándalo, malestar y posibilidades del gran cisma) a un concepto erróneo de la Iglesia: la Iglesia es invisible; su única cabeza es Jesucristo. El destino eterno de la humanidad está fijado por la predestinación. Los hombres están predestinados al cielo o al infierno. Consiguientemente no hacen falta ni el monacato, ni las indulgencias, ni la confesión. La Biblia es la única fuente de la fe. Con ella basta. Wiclef destruyó el concepto de sacramento (rechazando con ello el sacerdocio especial) y acabó negando la transustanciación: pan y vino se convierten sólo espiritualmente en el Cuerpo y la Sangre del Señor. La Iglesia no puede en absoluto influir (con las misas por los difuntos) en el más allá. El celibato (que no es bíblico), las indulgencias, la confesión, la veneración de los santos, reliquias e imágenes, junto con las peregrinaciones, no son cristianos. Todos los impuestos que percibe la curia son simonía. El papado es innecesario, más aún, es cosa del anticristo. (¡Se palpa el parentesco, incluso la identidad, con las doctrinas reformadoras!).

b) Estos conceptos dogmáticos guardaban íntima relación con las reivindicaciones económicas nacionales. La crítica de Wiclef al régimen de beneficios de la curia pasó de este punto de partida práctico y concreto a la impugnación dogmática. Para comprender cómo la crítica dogmática pudo surgir y, más tarde, surtir efecto, es preciso no olvidar que, en general, la crítica de los abusos siempre se aproximaba a las cuestiones fundamentales. La pérdida del respeto del papa a raíz de las acusaciones de «anticristo» y «hereje» desempeñó aquí un papel muy principal. Es cierto que estas expresiones no siempre fueron sopesadas con precisión. Pero sus efectos se hicieron sentir claramente en el cisma, cuando un papa tachó de «idolátrica» la misa del otro. También en el reproche, tan a menudo repetido en el siglo XV, de que las indulgencias son una señal del anticristo (cf. representaciones escénicas del anticristo), hallamos claros ecos del tono que luego se oirá en Calvino y Lutero.

5. La predicación de Wiclef halló amplio eco en todos los estratos de la población, incluso entre la nobleza y en la corte. Es cierto que (a finales de los años sesenta) hubo una condena romana y en 1381 otra condena inglesa de su doctrina, pero Wiclef no fue molestado personalmente. A todo esto, ya en 1381 se hizo responsable a su doctrina (y a sus partidarios los Lollardos) de la sublevación de los campesinos. A comienzos del siglo siguiente comenzaron las persecuciones con la colaboración de la Inquisición. Entonces se creyó prestar un servicio a la verdad desenterrando los huesos de Wiclef y quemándolos (1427)[32]. Todo esto, sin embargo, debe verse en relación con las consecuencias remotas, históricamente decisivas a la par que sumamente peligrosas, de la doctrina de Wiclef en Bohemia (que acababa de entrar en relación con Inglaterra por medio de un matrimonio real).

a) También en Bohemia, en el siglo XIV (bajo los Luxemburgos), la vida nacional había alcanzado un alto nivel, tanto política como culturalmente. En la cuestión de la reforma de la Iglesia, la conciencia nacional checa, de la mano de la obra de Juan Hus, tuvo unas repercusiones funestas.

La vida entera de Juan Hus (nac. hacia 1370 en Husinec) estuvo estrechamente vinculada a Praga y muy en especial a su universidad. Toda su vida perteneció a ella; en ella realizó sus estudios, en ella fue maestro, profesor, predicador y rector, y en estas funciones siempre fue un representante del pensar y sentir checo.

Su parentesco espiritual con Wiclef[33] fue su destino. En 1403, en la universidad, protestó contra la condena de cuarenta y cinco tesis de Wiclef, promovida por la mayoría alemana en la universidad. En 1408 tuvo que hacer entrega de los escritos de Wiclef.

La lucha de checos contra alemanes en la universidad acabó provocando un cambio estructural de los votos a favor de los bohemios, lo que en 1409 fue causa de la salida de los profesores alemanes (y de la fundación de la Universidad de Leipzig) y de la victoria de las tendencias checas, siendo su principal exponente el maestro y, sobre todo, el predicador Hus.

Ya en la gran capilla de «Belén», fundada para la predicación checa, él, elocuente y enérgico predicador de la reforma, había atacado duramente al clero (la riqueza y la vida poco espiritual de los prelados alemanes), hallando profundo eco entre los oyentes. Esto, junto con sus opiniones docentes, produjo un enfriamiento de las relaciones con su arzobispo, quien presentó su caso ante Alejandro V. Nuevamente asistimos aquí a un suceso muy ilustrativo de la situación teológica de la Iglesia: contra la bula (1410) que le exigía la entrega de los escritos de Wiclef y la retractación de todos los errores y limitaba su actividad predicadora apeló Hus ante el nuevo Juan XXIII, a quien podía informar mejor[34]. A pesar de la excomunión del arzobispo, Hus continuó predicando y no atendió la citación ante el juez de instrucción papal; a la excomunión de Juan XXIII respondió, entre otras cosas, predicando contra la cruzada decretada por éste contra Gregorio XII, contra el mismo papa y contra la simonía.

b) Debemos tener presente cómo nuevamente la actividad política de la curia contribuyó, en parte, a empeorar la situación religiosa de la Iglesia. El papa, en efecto, predicó su «cruzada» para acabar con las controversias sobre el trono de Sicilia según sus deseos. En Bohemia hubo desórdenes, así como ejecuciones de jóvenes, que fueron venerados como santos mártires por Hus y por el pueblo. La gran excomunión posterior, con interdicto anejo, hizo que Hus buscara amparo en el castillo de los Caballeros Kozi-Hvadek en Tabos, donde en el año 1413 escribió su principal obra De la Iglesia.

El rey Segismundo, que quería ser rey de Bohemia, trató de acabar con los desórdenes y la creciente división (que ya había traspasado las fronteras). Por iniciativa suya, Hus fue a Constanza en el año 1414 para «dar testimonio de Cristo y de su ley» ante el concilio. En seguida fue arrestado. En la recopilación del material sobre su caso y en las negociaciones tomaron parte, entre otros, los eminentes cardenales Gerson, D'Ailly y Zabarella (en actitud complaciente). Tras una segunda interrupción del proceso y después de tres días de interrogatorios públicos en presencia del emperador en la catedral fue condenado como hereje e, inmediatamente después, quemado; sus cenizas fueron esparcidas en el Rin (1415).

Que esto sucediera pese al salvoconducto imperial podrá justificarse desde el punto de vista jurídico-formal, pero no deja de ser un acto lamentable, penoso, terrible y funesto. No cabe duda alguna del fervor piadoso ni de la profunda fe personal de este hombre de moral intachable.

6. Hus no sólo estuvo profundamente influido por la doctrina de Wiclef, sino que la siguió literalmente en muchas cosas, también en su obra más influyente De la Iglesia. Al contrario de muchos que posteriormente apelaron a Wiclef (también no creyentes, que aprovecharon su reputación para su lucha contra la fe, la Iglesia y la autoridad), Hus no admitió en absoluto las herejías wiclefianas. Mantuvo, sobre todo, el concepto católico de sacramento, que incluso ganó en su movimiento en importancia esencial.

a) La doctrina de Hus sobre la Iglesia y sobre el papa no era ca- tólica[35] y, sin embargo, tampoco era tan conciliarista como la de los jueces que le condenaron en Constanza (Paul de Vooght).

Junto con algunos residuos valdenses de tiempos anteriores, también la devotio moderna de los checos (§ 70) se integró en el movimiento «husita»; de ahí los notables contrastes en expresiones aisladas de los husitas y la posterior descomposición en grupos contradictorios.

El destino de su jefe exasperó a los bohemios. El movimiento checo, apoyado por gran parte de la nobleza, del pueblo y de la corte, creció extraordinariamente y exigió una organización nacional de las relaciones eclesiásticas. Una de las exigencias principales, la comunión bajo las dos especies, hizo que el cáliz de los laicos se convirtiera en símbolo del movimiento[36].

Aparecieron entonces tendencias muy radicales y extremistas, en las que además de la herejía de Wiclef confluyeron peligrosas ideas de Joaquín de Fiore y elementos socialistas: he ahí el típico cuadro del sectarismo nacional-apocalíptico-socialista anterior a la Reforma.

El husitismo creó una situación nunca vista en el Occidente, tanto que nadie jamás la hubiera podido ni imaginar[37]. Los cátaros y los más importantes movimientos de los valdenses sólo habían estado apoyados por grupos aislados; ahora todo un pueblo se levantó contra el resto compacto de la cristiandad occidental y en parte salió vencedor. Después que Segismundo fue rey, tuvieron lugar las sangrientas luchas de los husitas, en las que el fanático espíritu nacionalista checo, tras una brillante defensa, pasó incluso al ataque de los países vecinos.

b) En el Concilio de Basilea, a los husitas moderados se les concedió la comunión bajo las dos especies, a condición de que también reconocieran la presencia real de Cristo en la sola especie del pan. Ya con anterioridad el movimiento se había separado de dos partidos claramente hostiles, el uno de tendencia moderada, el otro de tendencia radical (excesos tumultuarios contra iglesias, conventos, sacerdotes y monjes). La confusión duró hasta finales del siglo XV. El resto de los partidarios de Juan Hus jugó un papel bastante importante en la historia de la Reforma.

«La apostasía eclesiástico-nacional de todo un pueblo conmovió gravísimamente la conciencia de la unidad del Occidente» (Bihlmeyer). Por otra parte, sin embargo, en la cristiandad occidental se tuvo clara conciencia de que se trataba de una apostasía: la situación fue esencialmente diferente de la que se crearía en el siglo XVI. Tampoco toda Bohemia sin excepción se hizo husita. Abstracción hecha del utraquismo, afín al catolicismo, el sur de Bohemia permaneció católico en su mayoría. Pero Hus también encontró partidarios en Alemania.

7. Toda la lucha anticuria y antipapa formó una unidad espiritual desde 1300; pero es preciso poner la máxima atención sobre las importantes diferencias descubiertas. Esta advertencia vale también para valorar la crítica que se hacía de los abusos. Con muchísima frecuencia y con las más diversas modalidades, la crítica sirvió a intereses egoístas.

Bastante a menudo a los críticos les parecían bien los abusos, con tal de obtener beneficios de ellos.

Por otra parte, en la oposición a la curia alentaba muchas veces el propósito auténtico de restablecer el papado en su antigua pureza. Fue importante y seria esta preocupación por la unidad y la reforma: brotaron elementos de una nueva era, que tal vez, en previsión de las fuerzas católicas del siglo XVI, muy bien podrían ser incluidas en la época de la reforma interior de la Iglesia.

Notas

[29] Lutero se refiere en 1539 a él, «que en Erfurt dirigió la escuela superior con sus libros, con ayuda de los cuales yo mismo me convertí allí en maestro».

[30] Hus, entonces todavía animado por su obispo, atacó abiertamente el culto supersticioso de las falsas reliquias de la sangre y el milagro de la sangre y la pere grinación a Wilsnack (§70).

[31] La desconfianza ante el papa «francés» también desempeñó entonces un papel importante. Con ello Aviñon preparó también en Inglaterra el terreno para la Reforma.

[32] Mas los «lolardos» continuaron hasta el siglo XVI contribuyendo a la rápida victoria de la Reforma.

[33] Sabemos lo muy difundidos que estaban sus escritos en Praga por el hecho de que más tarde el arzobispo, en su lucha contra Hus, mandó quemar nada menos que doscientos manuscritos de sus obras.

[34] Al entonces «papa del Concilio» (1410-1415).

[35] El papado no es necesario; su poder oficial depende de su santidad personal: «Nadie es señor terreno, nadie es prelado, nadie es obispo mientras esté en pecado mortal» (Wiclef).

[36] La comunión bajo las dos especies fue usual hasta el siglo XII, luego desapareció poco a poco.

[37] Los lolardos ingleses son, en cierto modo, los precursores; sin embargo, este movimiento no alcanzó dimensiones capaces de intranquilizar la conciencia occidental.

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