conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Tercera).- Lo que hay detrás (del velo de la diosa)

La falsedad se viste de erudición y de sabiduría

Si los órdagos de El Código habían turbado la conciencia del lector, si habían incluso llegado a convencerle, el rápido examen de los argumentos del libro ha dejado claro que no hay ningún fundamento en ellos. El libro no resiste la más mínima criba. Hay en él demasiadas falsedades como para que la doctrina que Brown quiere defender con ellas no resulte desacreditada. Pero no por eso hay que dejar de examinarla en sí misma.

Así que, una vez tranquilizados los ánimos, conviene conocer algo más respecto de este «culto de la diosa» y del fantasmagórico Priorato de Sión, y también de algunas específicas acusaciones que sus seguidores lanzan contra la Iglesia y que resultan fundamentales para ellos. A saber, que según ellos el verdadero Jesús no era más que un mortal devoto de esa misma diosa; que la Iglesia surge como reacción machista ante las preferencias feministas de Jesús; que hasta el siglo IV y por iniciativa del emperador Constantino no se organiza el catolicismo erradicando a los «otros» cristianos; el papel de Leonardo como cripto-feminista y sus ocultos mensajes.

El lector podría preguntarse, una vez que se ha visto que los razonamientos, las pruebas y los prolegómenos son falsos: ¿vale la pena adentrarse aún en los entresijos de esta doctrina? A la vista de los hechos, parece que sí, que no sólo vale la pena sino que puede resultar muy útil conocer un poco más a qué tipo de espiritualidad nos referimos y qué consecuencias puede tener. Porque está claro que vivimos un tiempo en que hasta las teorías más disparatadas atraen tras de sí a numerosos desprevenidos y adquieren una circulación creciente. En el prefacio del profundo estudio que Philip G. Davis dedica a la espiritualidad de la diosa, confiesa que «una importante lección de este libro es que a las mentiras patentes les resulta muy fácil revestirse con el atuendo de la erudición y disfrazarse de verdad».

Aunque no tengamos planeado asistir a ningún baile de disfraces, es aconsejable conocer los ropajes de la diosa.

La divinidad femenina, el feminismo y la espiritualidad de cafetería

Capítulo 28, página 159:

«El péndulo había oscilado. La Madre Tierra se había convertido en un mundo de hombres, y los dioses de la destrucción y de la guerra estaban cobrando sus servicios. El ego masculino llevaba dos milenios campando a sus anchas sin ningún contrapeso femenino. El Priorato de Sión creía que era esta erradicación de la divinidad femenina en la vida moderna la que había causado lo que los indios hopi americanos llamaban koyinisquatsi -"vida desequilibrada"-, una situación inestable marcada por guerra* alimentadas por la testosterona, por una plétora de sociedades misóginas y por una creciente pérdida de respeto por la Madre Tierra».

La religiosidad que defienden el autor y los personajes de El Código da Vinci es el llamado «culto a la diosa». En realidad no forma una religión organizada, sino que son unos cuantos elementos comunes a muchas nuevas organizaciones religiosas que incluyen esta espiritualidad femenina entre sus creencias. Tal es el caso de Wicca, de los grupos autodenominados como «nuevo paganismo» y en su gran mayoría los movimientos «Nueva Era» (New Age). Pero la espiritualidad de la diosa va mucho más allá de los límites de organizaciones religiosas. Con un poco de audacia se la puede bautizar como la religión del momento actual. Hoy la tendencia dominante rechaza los dogmas religiosos, propugna la tolerancia, defiende la liberación sexual y el feminismo, gusta de adornarse de una exaltación -más o menos real- de la naturaleza con tintes místicos, es pacifista, y necesita desesperadamente vivir la vida como si fuera a durar siempre, sin preguntarse por su causa ni su destino. Además es rabiosamente individualista y no sabe cómo salir de ese confinamiento, ansia la vida comunitaria, sin lograrla. La espiritualidad de la diosa da forma y respuesta religiosa a esa cultura.

Habla de un mito originario, anterior a todas las religiones formales: una época primigenia en la que no existían los cultos a los dioses masculinos, sino una religión pacífica que daba culto a la diosa madre. En aquella edad idílica, las sociedades se organizaban en torno a las mujeres, que copaban los cargos de responsabilidad. No existe ninguna evidencia arqueológica o indicio histórico que haga pensar que tales sociedades existieron alguna vez, pero eso es lo de menos. Esta falta de evidencias ni siquiera la perciben como algo que cuestione su forma de pensar, porque la religiosidad femenina está empeñada en superar la obsesión racionalista del macho, la dependencia de la lógica y del razonamiento. Esa obsesión por la verdad como adecuación de la inteligencia con lo real, por el dato concreto, se debe, según la religiosidad feminista, a la idea de un dios trascendente al mundo con el que las criaturas tienen que ponerse en contacto, realizando sacrificios y obedeciendo doctrinas dogmáticas. Esa idea sería claramente masculina, fálica y represora. La diosa nos libera haciéndonos comprender una verdad creativa, inventiva: «Recuerda, haz un esfuerzo por recordar, pero si no lo consigues, inventa», dice Monique Wirting.

La religiosidad feminista invita a descubrir que la divinidad es inmanente a la naturaleza: está en nosotros. Nosotros somos el universo y el universo es la diosa. Por eso no tenemos que esforzarnos por unirnos a un dios fuera de nosotros, sino que nos basta con «tener la experiencia del yo», estar en armonía con la vida, para dar culto a la diosa. Por el contrario, las religiones fálicas y trascendentes, dogmáticas, generan tensión, violencia, sufrimiento. Tensión para cumplir la voluntad de un dios que es diferente a la nuestra; violencia, porque está basada en la imposición; sufrimiento, porque en lugar de volver a nosotros mismos vivimos alienados por un ser exterior que nos impone un conjunto de dogmas intocables. Además, la forma de pensar analítica, racional y lógica es propia de una concepción dual de la realidad, machista: las cosas no son nosotros, dios no es nosotros. Sin embargo, también esa tensión malsana se ve superada por un planteamiento unitario femenino: la diosa es la naturaleza, las cosas y yo. A la diosa no se la alcanza por reflexión sino por intuición, emoción y experiencia espiritual, y no se la encuentra fuera, sino dentro, y particularmente en la forma acogedora de la mujer.

Otro rasgo fundamental de esta nueva espiritualidad es la exaltación de la sexualidad como vía para unirse intuitivamente consigo mismo, con el mundo y con la diosa. Éste es el punto en que el culto a la diosa encuentra mayor aceptación y punto de contacto con el mundo actual. Recoge la exaltación actual del placer sexual, pero va más allá, puesto que «sacraliza» la práctica del sexo, la convierte en algo religioso. Es lo que llaman el Hieros Gamos, el desposorio sagrado. La sexualidad sagrada es el capítulo más popular del movimiento. En las publicaciones feministas se anuncian instructores de sexo sagrado con toda seriedad, y responden a consultas en las que dejan claro que aunque se puede practicar la sexualidad sagrada con la pareja habitual, lo mejor es la promiscuidad, «como un modo de adquirir indiferencia respecio de la propia pareja y del resto del mundo físico» (extraído de una página web dedicada al sexo sagrado). Según estas doctrinas el sexo femenino es superior al masculino y representa «místicamente» a la divinidad.

Además, los cultos femíneos incluyen una exaltación de la naturaleza (el llamado ecofeminismo), como manifestación de la diosa y como identificación con lo demás y los demás.

Respecto del miedo al futuro, estas «espiritualidades» niegan radicalmente la existencia del pecado original y la necesidad de redención, por lo que inculcan un optimismo absoluto respecto del porvenir. Éste es otro de los elementos más atractivos para sus seguidores. En un mundo marcado cada vez más por la inseguridad y por el desprecio de la autoridad y de la razón, las religiosidades femeninas ofrecen una tranquilidad amniótica.

Ya en los años 70, uno de los «profetas» de la New Age y del nuevo paganismo, Frijtof Capra, explicaba cómo el objetivo era «liberarse completamente de todos los sentimientos individualistas y alcanzar la identificación con la totalidad del cosmos a través de la experiencia mística[1]. Una vez alcanzado este estado, la cuestión del libre albedrío parecerá haber perdido su significado. Si yo soy el universo, no puede haber ninguna influencia "externa" y todas mis acciones serán espontáneas y libres. Desde el punto de vista de los místicos, por consiguiente, la noción del libre albedrío es relativa, limitada y -como ellos dirían- ilusoria, como todos los demás conceptos que utilizamos en nuestras descripciones racionalistas de la realidad».

El fin de la religión de la diosa es que la responsabilidad del sujeto se diluya, lo mismo que el binomio mérito-culpa, y que su lugar lo ocupe una conciencia espontánea de armonía con el todo. A partir de entonces la conciencia queda tranquilizada, porque el bien y el mal adquieren un significado nuevo, sin el dramatismo que tienen para el común de los mortales. El bien es estar en armonía con el universo, ser el universo. El mal es la falta de armonía, el desequilibrio. En la práctica, la norma se vuelve tremendamente sencilla: haz lo que quieras mientras no introduzcas violencia, tensión, desarmonía. Así gozarás y además estarás siendo piadoso. El mal queda reducido a lo que violenta físicamente a alguien. La vida, entonces, se hace fácil, mórbida. Se logra el máximo de la autoindulgencia: lo que apetece es el sexo, y casualmente la forma suprema de «identificarme con la totalidad» es el sexo. El precio inmediato es la mezquindad vital: no vale la pena sacrificarse por nada, excepto por el placer, siempre que eso no signifique un dolor mayor.

Preguntarse por las razones o por el sentido de la propia existencia se ha vuelto ocioso y odioso. La auténtica virtud consiste en seguir la inclinación cuando surja.

La realidad es que este tipo de espiritualidades surge como «complemento de alma» de la vida moderna. Cuando hablo de «vida moderna» me refiero a las tendencias intelectuales mayoritarias que dan el tono de las sociedades actuales: fundamentalmente, individualismo, egoísmo, exaltación de la técnica, negación de verdades absolutas (excepto una: «no hay verdades absolutas»), como consecuencia del escepticismo ante un mundo fragmentado y babélico, preferencia del placer y la comodidad sobre el deber y la ascesis. En mayor o menor medida éstos son factores culturales presentes en nuestras sociedades que contribuyen a formar el retrato robot del homo postmodernus.

Pero si algo resulta obvio de este retrato es que el producto es un ser borracho de condescendencia hacia él mismo, pero tremendamente nostálgico. Echa de menos la verdad, y de forma imprecisa busca un «complemento de alma». Otro gurú de la sensibilidad Nueva Era, el psicólogo humanista Abraham Maslow, explica que la gente de hoy necesita una psicología «más elevada, transpersonal, transhumana, que tiene más su centro en el cosmos que en las necesidades e intereses humanos, y que va más allá de la humanidad, la identidad, la auto-rrealización y otras cosas por el estilo. Estos nuevos desarrollos podrán ofrecer, muy probablemente, una satisfacción palpable, posible y eficaz al "idealismo frustrado" de muchos jóvenes que todavía están desesperados». Maslow tiene claro que esta psicología nueva que conecta al individuo con el universo debe «constituir la filosofía de la vida, el sustituto de la religión, el sistema de valores y el programa de vida que esas personas echan de menos», y concluye que el hombre postmoderno necesita este complemento espiritual: «Sin lo trascendente y lo transpersonal nos ponemos enfermos, nos hacemos violentos y nihilistas. Necesitamos "algo más grande que nosotros mismos" para sentir respeto ante ello y comprometernos de una manera nueva, naturalista, empírica y no confesional». Es decir, ese complemento no se persigue porque el ser humano necesite buscar la verdad y el significado de la vida, sino porque sin él «nos volvemos violentos y nihilistas».

Desde un punto de vista totalmente contrario, James Hitchcock también señala la naturaleza utilitarista de las religiosidades Nueva Era: «Los opulentos habitantes de los avanzados países occidentales no pueden negarse a sí mismos nada, y en cierto momento se les ocurre que los hombres que tienen fe en Dios están "disfrutando" de algo de lo que los agnósticos se han privado a sí mismos. [...] Pero los credos religiosos exigen a sus seguidores que vayan más allá de sí mismos, que se sometan a una verdad mayor que ellos mismos, que se conviertan en auténticos discípulos. Por el contrario, la religión New Age consiste sencillamente en un culto a uno mismo. ¿Cuántos seguidores de la New Age creen realmente en diosas?».

La «nueva espiritualidad» consiste en bendecir la forma de vida estéril y egoísta, sin ofrecer una verdad ni una salvación, puesto que verdad y salvación son «obsesiones racionalistas y propias de una mentalidad masculina que coloca al ser humano "fuera" de sí, necesitado de un dios trascendente que le salve, le devuelva a sí mismo». Verdad y salvación son términos que pertenecen a las religiones, pero los modernos espirituales han descubierto que frente a la religión basta con vivir una vaporosa «espiritualidad» sin dogmas. Dos «sacerdotisas» de la nueva espiritualidad, Myriam Maytorena y Zsuzsana Summer, sintetizan la diferencia entre «espiritualidad» y «religión» tal como se entiende tradicionalmente. La línea divisoria está en: «La libertad de elegir tu propio camino hacia la iluminación y en último término, hacia el reconocimiento de nuestros Divinos yoes. No hay nada malo en absoluto en las religiones, excepto que son excluyentes y limitadoras. Los principales objetivos e ideas de la mayor parte de las religiones son en gran medida los mismos, pero en la mayoría se enseña que como seguidores de un particular sistema de creencias, estamos en la verdad, nos salvaremos y los demás, pobres ignorantes, quedarán a su suerte. Si seguimos el Libro y hacemos lo que nos mandan, un día (por supuesto, después de la muerte) lograremos la unidad espiritual o la comprensión de lo Divino. Hasta entonces, sólo podemos esperar escapar del castigo o, al máximo, ser recompensados con una celestial palmada en nuestras cabezas por nuestro buen comportamiento, de parte de un dios o una deidad juzgadora. [...] La religión es siempre una metáfora, no importa bajo qué máscara se presenta. Es una metáfora para que la mente finita comprenda las infinitas cualidades de la divinidad. Esta divinidad, en su origen, es siempre la misma, detrás de cualquier máscara.[...] Nadie puede decirte cómo encontrar tu verdad personal o tu resplandeciente e innegable conexión verdadera con el Gran Espíritu (Dios/a, Creador, Infinito, el Uno o los Muchos, o lo que sea que represente lo divino en ti). Al elegir los caminos que mejor expresan nuestras verdades personales y creencias más íntimas, nos honramos a nosotros mismos y entre nosotros, y sobre todo, celebramos al Espíritu».

Por la misma estructura informal y seductora de la espiritualidad femenina, su difusión alcanza mucho más allá de los límites de las organizaciones neopaganas o de la Nueva Era.

Muchas personas que pertenecen a grupos protestantes, judíos o incluso a la Iglesia católica se muestran seguidores o simpatizantes de esta religiosidad. Philip G. Davis relata cómo «dentro de grupos religiosos protestantes, recientes reformas de sus liturgias y sus libros de cánticos han hecho cada vez más familiares la imaginería femenina y las metáforas que hablan de "Dios Madre". [...] El nuevo cantoral de la Iglesia unida de Canadá, Voices united, ha generado controversia no sólo por sus versiones neutralizadas de antiguos himnos ("Éste es el mundo de mi Padre" ha pasado a ser "Éste es el maravilloso mundo de Dios"), sino por sus nuevos himnos que contienen explícitamente menciones a la «Madre Divina». Además de emascular a Dios Padre, un himno llega a invocar al "Cristo maternal". Los nuevos cantorales que se están preparando en otras Iglesias anglicanas y presbiterianas parecen seguir el mismo camino». En relación con la Iglesia católica dice: «Wicca[2] está desembarcando en movimientos progresistas y reformistas radicales dentro de la Iglesia católica. [...] Reciben apoyo no sólo de grupos radicales como Mujeres-Iglesia, sino de organizaciones aparentemente oficiales como Leadership Conference of Women Religious. Este último grupo, que dice representar no menos del 75% de las monjas estadounidenses, ha apoyado la difusión de libros de notables devotas de la diosa -no católicas-, como Jean Shi-noda Bolen, Carol Christ, Judith Plaskow, y Starhawk». En 1993, alarmado, el Papa Juan Pablo II dirigió una advertencia a los obispos norteamericanos para que tomaran medidas contra la proliferación de un pensamiento feminista entre los fieles americanos. Pero hasta hoy la simpatía feminista sigue creciendo entre grupos progresistas «católicos».

La religiosidad de la diosa adquirió mayor notoriedad precisamente después de un extraño evento organizado no por grupos de la órbita del nuevo paganismo o de Wicca, sino por asociaciones vinculadas a confesiones protestantes, judías y también a sectores «progresistas» de la Iglesia católica. La reunión se llamó «Conferencia de la nueva imaginación» (Reimagining Conferen-ce») y tuvo lugar en Minneapolis en noviembre de 1993.

Se reunieron más de dos mil personas, la mayoría mujeres. Los participantes recitaron plegarias y tomaron parte en liturgias especialmente preparadas en las que se dirigían a «Sofía» como a una diosa. Sofía [Sophia] significa «sabiduría» en griego, y así hacían un juego con las referencias bíblicas a la «Sabiduría de Dios». Lo más escandaloso resultó la «Bendición de la Leche y de la Miel», que consistió en una ceremonia dominical basada en la estructura de la Misa. Las mujeres presentes recitaban: «Nuestra dulce Sofía, somos mujeres a tu imagen. Invitamos a un amante y parimos a un hijo con el néctar entre nuestros muslos. Con nuestros tibios fluidos corporales recordamos al mundo sus placeres y sensaciones». En otros momentos de las jornadas se rechazaron abiertamente las doctrinas de la Encarnación y de la Redención. En una sesión los asistentes dieron una ovación a las lesbianas cristianas que habían «salido del armario» y se hicieron llamadas a la práctica del sexo entre amigos «como norma».

Entre los participantes había al menos cuatrocientos miembros de la Iglesia metodista unida y otros tantos de la Iglesia presbiteriana, pero no faltaron luteranos, episcopalianos, bap-tistas, unitarios y católicos.

Cuando se difundió la noticia, numerosas voces se alzaron para expresar sus quejas, pero las organizadoras rechazaron tajantemente las críticas tildándolas de «ataques a la mujer» y hasta de «violaciones espirituales». Esta «Conferencia» ha seguido celebrándose casi todos los años hasta la actualidad.

Dan Brown, defiende tanto la parte doctrinal (la «cosmogonía», la existencia de la diosa Madre primigenia que sólo después fue erradicada por los cultos masculinos, sustituyendo una época de paz y gozo, por la historia de violencia y sufrimiento de las religiones dogmáticas y viriles...), como la parte moral de la espiritualidad de la diosa, que se reduce en la práctica a la sexualidad sagrada y a la espontaneidad vital.

La «espiritualidad pagana» o «nuevo paganismo» está en constante crecimiento desde su nacimiento hace unos cincuenta años. En las últimas ediciones del Parlamento de las Religiones, los representantes del paganismo y del ecofeminismo han ido adquiriendo una importancia creciente. Concretamente, la reciente reunión del Parlamento de las Religiones con ocasión del Forum de Barcelona, en julio de 2004, contó con la presencia de más de sesenta representantes que se autodenominaban «paganos, wiccanos, brujos/as, asatru y chamanes», provenientes de los Estados Unidos, Finlandia, Holanda, Alemania, Inglaterra, España y México. Acudían en calidad de miembros de asociaciones reconocidas por el Parlamento tales como el «Círculo Santuario», la «Liga Lady Liberty», la «Red Pagana en el Ejército», el «Vientre de Gaia», la «Alianza de la Diosa», la «Federación Pagana Internacional» o la «Comunidad TierraEspíritu». En mayor o menor grado estas asociaciones fomentan la espiritualidad de la diosa. Los representantes del nuevo paganismo participaron en la reunión en pie de igualdad con los de las demás religiones, expusieron su credo y tuvieron actividades abiertas durante el evento, en las que pudo participar el público.

En España operan varias asociaciones que fomentan la espiritualidad pagana, Wicca o el chamanismo.

Notas

[1] En este contexto mística no tiene nada que ver con el concepto cristiano. Para Capra y los eco-feministas, la mística es un estado de inconsciencia, dominado por la sensibilidad y el placer.

[2] Culto religioso feminista y de brujería, fundado en los años 50 del siglo pasado.

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