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La transmisión de la fe en la familia

El pasado 17 de mayo de 2005, escribía Benedicto XVI: "El venerado Santo Padre Juan Pablo II, convocó, el 22 de febrero de este año, el V Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, España, eligiendo como tema: La transmisión de la fe en la familia y señalando como fecha la primera semana de julio del año 2006". Luego el Papa actual renovó esta convocatoria y más tarde anunció su propia participación en ella. Así, nuestra ciudad queda entrañablemente ligada a estos dos Papas. Juan Pablo II ya nos visitó anteriormente, pero esta convocatoria es mundial y, por tanto, la elección de Valencia por el Papa al que ya se aclama como santo el mismo día de su muerte muestra un cariño enorme y muy especial por esta diócesis. Quizá como premio a la labor desarrollada por el arzobispo, obispos auxiliares, vicarios, etc., en torno a la familia, tanto por el Instituto creado hace años como por otras actividades pastorales.

Pero vayamos al tema del encuentro que da título a estas líneas. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que de un extremo a otro de la Sagrada Escritura se habla del matrimonio y su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y su fin, de sus realizaciones a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación con Cristo. Por tanto, la naturaleza del matrimonio no depende del arbitrio humano, y la vocación matrimonial se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer desde los orígenes de la humanidad. Y en esa comunidad de vida y amor, como la llamó Gaudium et Spes , tiene lugar para el cristiano la primera y fundamental transmisión de la fe.

Decía San Josemaría Escrivá en una entrevista que "los esposos cristianos han de ser conscientes de que están llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana de la sociedad". Y, más adelante, hablaba de enseñar primero con el ejemplo, sin beatería, que es una deformación de la piedad; enseñando a hacer oración, que es hablar con el gran amigo, Jesucristo; mostrando las verdades de fe y su coherencia con la vida, ejercitando las virtudes humanas para que comprendan mejor que la existencia cristiana no se reduce a unas cuantos actos de devoción, sino que atraviesa la vida entera. Así es más fácil mostrar las verdades de nuestra fe. Todo de manera amable y nunca impositiva. Decía el cardenal Ratzinger, en su obra Dios y el Mundo , que hay que ser asombrosamente amables a la hora de transmitir el bien a los demás; lo que no es incompatible con otra afirmación del actual Papa, la de que evitar disputas no es el principal cometido de la pastoral de la Iglesia - Imágenes de la esperanza - o la de que si los cristianos nos dedicamos solamente a tranquilizar a la gente, somos superfluos - Cantate al Signore un Canto Nuovo -.

Hace pocos días, hablaba el Pontífice de la tarea fundamental de educar a los jóvenes en la fe. Entre otras cosas, se refirió a que "tienen que ser liberados del prejuicio difundido de que el cristianismo, con sus mandamientos y prohibiciones, pone demasiados obstáculos a la alegría del amor; en particular, impide gustar plenamente aquella felicidad que la mujer y el hombre hallan en su amor recíproco". A continuación afirmaba que los diez mandamientos no son una serie de no, sino un gran sí al amor y la vida porque cuando el amor humano es purificado, madura y va más allá de sí mismo. En este contexto, trató el tema de la verdad para aseverar que, con la fe, acogemos y aceptamos aquella verdad que nuestra inteligencia no puede comprender hasta el final, pero que nos permite alcanzar el misterio y encontrar en Dios el sentido preciso y definitivo de nuestra existencia. También se refirió a la fe como un fiarse de una Persona: Jesucristo, que es capaz de llenar el corazón, ensancharlo, llenarlo de gozo; es capaz de abrir la inteligencia a nuevos horizontes y ofrecer a la libertad un punto de referencia decisivo, que la libera de la angustia del egoísmo, haciéndola capaz del amor auténtico. Todo eso se inicia en la familia, con enfoque positivo de la vida, con un modo práctico y amable de vivir la fe, con la enseñanza sencilla de la verdad y la conducta del creyente.

El diálogo fe-razón comienza en la familia y a edad temprana, cuando los niños interrogan sobre el porqué de las cosas y sucesos. Empieza el diálogo fe-razón y se acentúa el que tiene lugar con sus padres, que no pueden dejar de escucharles y dar respuesta a sus preguntas. Me atrevo a decir que, en esas respuestas, hay una especie de teología incipiente, puesto que la concepción cristiana de la vida hará jugar la fe y la razón para explicarlas. Esto exige formación y cariño en los padres, pero también coherencia de vida. Tal vez por esta y otras razones, Juan Pablo II decía en 2004 a los párrocos de Roma que acompañasen a las familias, que las sostuviesen en la oración y que les propusieran "con verdad y amor, sin reservas o interpretaciones arbitrarias, el evangelio del matrimonio y la familia".

Para transmitir la fe, que es una auténtica obra educativa, no basta una doctrina justa o unos contenidos que comunicar, lo que ya es mucho y supone un efectivo interés en los padres por formarse; pero, en palabras de Benedicto XVI, "se necesita algo mucho más grande y humano, esa cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio ante todo en la comunidad familiar", proponiendo después a la Familia de Nazaret como modelo de vida y objeto de constante y confiada oración. Esta actitud exige mucho a los padres, pero da muchísimo más: el crecimiento de un hondo amor a Dios vivido en el hogar, que es garantía para la rectitud de una vida orientada y más fácilmente lograda.

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