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De libros y «códigos»

Se va adentrando la primavera en los calores que nos aproximan al verano y avanza este tiempo que, con mayor intensidad cada vez, se dedica a las ferias del libro. Suele abrirse la temporada con el Sant Jordi barcelonés y casi llega a su fin con la larga feria del Retiro madrileño; quedando en medio las diversas capitales de provincia en las que prolifera eso que se ha dado en llamar «ediciones monográficas», dedicadas a un tema en concreto: novela negra en Gijón; poesía en Sevilla, novela histórica en Zaragoza Se trata de vender libros, de difundir la cultura y de animar a la lectura. Colaboran ayuntamientos, consejerías de cultura, instituciones públicas, asociaciones de libreros, editoriales, empresas de distribución, escritores y, quienes deben ser los protagonistas de todo esto, los lectores. Generalmente, se suele coincidir en una apreciación que salta en las conversaciones que surgen en estos eventos: se lee muy poco. Las estadísticas confirman esa triste realidad. Es España el lugar de Europa con menor índice de lectura. Aún así, uno se sorprende ante la voluminosísima masa de publicaciones. Cuando ves esa producción exacerbada, las novedades amontonadas en las mesas, los carteles anunciando los éxitos editoriales, la publicidad, las listas innumerables de títulos en los catálogos y revistas especializadas, a los escritores nos asalta inevitablemente la pregunta: ¿adónde va a parar todo esto?

Con frecuencia les hago la indiscreta pregunta a los editores. Me responden con circunloquios, con veladas explicaciones, con medias palabras En fin, lo que ya venía yo sospechando: no pueden almacenarse los stocks de libros (necesitarían espacios enormes) y terminan destruyéndose si no hay expectativas de venta inmediata. Es lo que se ha llamado fina y «terapéuticamente» la «muerte súbita» de los libros. Es decir, se publica un determinado título, se envía a las librerías para que lo mantengan como novedad mientras puedan y, si no se vende, regresa a la editorial para seguir un futuro «incierto». La muerte súbita de los libros es el corolario inevitable de la concentración editorial en grupos editoriales y mediáticos, de la sobreproducción, de intentar rentabilizar al máximo el espacio de librerías, cadenas y grandes superficies. El resultado de esta huida hacia adelante estaba cantado: se ha derrumbado con estrépito parte del mecanismo. Ya este año, por primera vez, se ha sabido que los grandes grupos han debido reducir novedades, despedir personal y, en general, publicar menos. Cuando se acaba la ingeniería financiera, la contabilidad creativa y otras sofisticaciones, la verdad da la cara: en la caja no hay un duro. Las editoriales se quejan. El negocio no parece ser tan próspero como auguraban algunos iluminados del sector.

Y aquí viene la otra cara del fenómeno editorial de nuestros días; lo verdaderamente extraño. A la vez que se reduce el número de publicaciones, aumentan determinados títulos expuestos en las librerías. ¿Qué digo aumentan?; invaden los expositores de novedades, se hacen con las listas de libros más vendidos y elevan a la máxima popularidad a sus autores. Las imágenes de las portadas son muy expresivas acerca del contenido de tales libros: emblemas de enigmas, espadas perdidas, dragones, rayos saliendo de nubes oscuras, cielos negros, demonios, gárgolas, lagos humeantes, encapuchados, trozos de códices, anillos con inscripciones enigmáticas, sudarios, tumbas Todo ello con una estética a medio camino entre el decorado de cartón piedra del cine fantástico y el videojuego. Es toda una amplia gama de speudo literatura prefabricada a base de misterios, códigos, templarios, cátaros y sectas secretas, que no merecería ningún comentario si no fuera porque ha usurpado el papel de la buena novela histórica y de los clásicos relatos de aventuras. La Historia auténtica es apasionante como fuente de inspiración. Por eso, uno no acaba de comprender la devoción por tantas historias puerilmente mixtificadas, artificiales y empalagosas hasta la nausea, que transmiten una idea equívoca del pasado y que contribuyen a sembrar la incultura y la superstición Me dirán que el mercado manda y que es la pura ley de la demanda. Particularmente, creo que andamos perdidos.

A raíz de mi artículo de la semana pasada, se me ha abierto un interesante foro en el correo electrónico que aporta continuidad a lo que ya me vienen planteando muchos lectores en los coloquios que suelen seguir a la presencia del autor en las ferias del libro. Me preguntan una y otra vez: ¿Es literatura toda esa colección de novelas pseudo históricas sobre códigos, masones, sectas e intrigas? Una lectora inteligente, que firma con el nombre de Soledad, me da la clave: "Han inundado las estanterías de la librerías libros supuestamente históricos, alguno de cuyo nombre no quiero acordarme, destrozando la historia y la literatura; me pregunto: ¿qué opinan de estos libros quienes rechazan la existencia de la novela histórica como género? Es larga la lista de libros supuestamente históricos donde a través del encuentro mágico, imprevisto, fortuito de un códice, un pergamino o lo que sea, el autor se sumerge en toda una trama, trama que se vuelve una tela de araña y de donde, tristemente, no se puede sacar ni paja". Es un subgénero que mi amigo el escritor Alfonso Mateo-Sagasta ha bautizado agudamente como "relato con enigma"; una suerte de moda que amenaza con extenderse robando terreno a tanta buena creación que permanece en el anonimato merced a estos tiempos confusos.

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