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La ley natural no es relativa

Dice Juan Pablo II, (Exhortación Apostólica Christifideles Laici, CL, 37)[1] que redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de la persona humana constituye una tarea esencial. Si la intimidad personal forma parte de ese valor fundamental (se es digno en cuanto se respeta, por parte del resto del grupo, su intimidad y cuando uno mismo se hace respetar) bien podemos pensar que no puede ser imposible reintegrar el sentido del pudor en el comportamiento de la sociedad con el fin de que, ataques como el que tratamos, no se vean como ejemplo de modernidad y puedan ser rechazados por la conformación de una moral limpia y recta.

¿Cómo podemos hacer esto? En primer lugar, como dice Rocco Buttiglione[2] hay que rechazar la idea de que en la modernidad vive un hombre nuevo, que no es el hombre de antes, y para este hombre nuevo sirve una sabiduría que no es la sabiduría que hemos conocido en el pasado. Si esta sabiduría nueva no es la que se asienta sobre la dignidad de la persona, sobre la efectividad del valor que el pudor ha de tener en el desarrollo social… se ha de procurar su revisión desde el lugar donde cada cual se encuentre, en cada obra que se lleve a cabo, en la posibilidad de remiendo de lo que se ha roto. Porque no todo es posible, ni todo relativismo se puede aceptar. Es más, no se puede aceptar ningún tipo de relativismo, sobre todo en lo relativo a la persona y a su dignidad.

Cabe, por lo tanto, fijar una doble dimensión a la hora de encarar el problema del que tratamos:

  1. Dimensión legislativa (de orden normativo).
  2. Dimensión cristiana (de orden espiritual).

Desde un punto de vista estatal, y dentro de éste del poder encargado de proponer normas que aseguren que la convivencia no es una mera entelequia sino que, realmente, se lleva a cabo entre personas, es el legislativo (dependa de quien dependa la iniciativa, pues esto no viene al caso) el que, dentro de la organización que los seres humanos nos damos para evitar el salvajismo de épocas anteriores a la Ley de las XII tablas romana cumple la función dedicada a este fin. Pues bien, estamos de acuerdo cuando Carlos Sánchez Almeida[3] dice que un Estado que permite que se filme a cualquier ser humano en cualquier circunstancia, no está ejerciendo como tal: el derecho a la intimidad no puede ser objeto de comercio. Para apuntalar la idea diciendo que con menos razones, jueces y fiscales han actuado ordenando el precinto de instalaciones como las que impúdicamente se exhiben en televisión -en este caso se refiere al programa Gran Hermano, pero muchos otros han venido desde que este fatal ejemplo se puso en funcionamiento-.

Es de esperar, por lo tanto, que quien debe limitar la voluntad nihilista y vejadora de sus propios derechos y quien debe fomentar que el respeto a éstos se lleve a cabo de forma adecuada, sea quien se decante a favor de los segundos ya que, de otra forma, la protección, tan necesaria en estos tiempos que corren, no dejaría de ser una mera ilusión alejada de la concepción que, por ejemplo, se tiene del derecho a la intimidad. Si este se entiende como una posible fuente de magros ingresos y pingues beneficios a obtener por parte de su titular, el legislativo (delante o detrás del resto de poderes que ya Montesquieu distinguiera como tres separados pero no antagónicos) ha de hacer ver que, al contrario, la esencia misma de la sociedad en la que se inscribe la persona, sólo es posible entenderla si esa clase de derechos se protege, incluso, de la misma persona que los ostenta. Lo que es esencial no puede dejar de serlo si no se quiere quebrar aquello que lo sustenta por más que sea políticamente correcta la concepción y la comprensión de aquello que lo ataca.

Hágase, pues, lo que esté en la mano de quien puede llevarlo a cabo con el fin supradicho: proteger el derecho a la intimidad como eje que vehicule el devenir de todos los miembros de la sociedad. Sólo así será entendible y entendida ésta como lo que es: el espacio donde se difunde el ideal de un ser humano más cercano al plano espiritual y más alejado de vanos intereses mundanos que tanto daño hacen a la relación vertical que lo une con Dios.

Desde una dimensión puramente cristiana el enfoque de la cuestión tiene una claridad meridiana y descansa en la doctrina que desde dos mil años difunde el mensaje de Cristo y que la boca y escritos de millones de personas han ido transmitiendo de generación en generación a quien haya querido oír y, sobre todo, escuchar lo que en este aspecto corresponde.

El respeto a la dignidad de la persona está sobradamente contenido en multitud de textos cristianos, y dentro de estos, católicos. Con anterioridad hemos hecho referencia a los fijados por el Papa Juan Pablo II en textos como la Exhortación Apostólica Christifideles laici (1979), antes mencionada, o en el mismísimo Catecismo de la Iglesia Católica, donde la intimidad de la persona se ve reflejada en su justa medida o, también, en la celebración de las Jornadas Mundiales de la Paz en las que Juan Pablo II hizo defensa práctica de los derechos fundamentales.

Huyendo de todo lo que, actualmente, difunde ideas gnósticas y cercanas, aunque sólo sea de oídas, al cristianismo (para difuminarlo y obviarlo en aras a una comodidad religiosa que facilite el trato con un "Dios" adaptable y sin sentido verdadero, muy lejos del Dios personal que es), el cristianismo trata de ofrecer, a quien quiera oírlo, unos preceptos y una doctrina con la cual la dignidad de la persona y, como contenido de ella, la intimidad de aquella (tanto en el plano individual como familiar) se ha de sentir debidamente protegida de intentos de violentarla y de sometimientos a lo políticamente correcto que, en demasiadas ocasiones, nada tiene que ver con el verdadero sentido de los derechos sino con una concepción utilitaria de los mismos en la que, siempre y por desgracia, el fin (equivocado y deformador de la realidad misma de las cosas) justifica los medios. Sean estos los que sean.

Ejemplo de esto que decimos lo encontramos en la llamada Nueva Era. Sobresale de esta trama pretendidamente religiosa la idea de que todo es Dios. Si Dios no es un ser con personalidad, estima la Nueva Era, no es un Dios Persona. Por lo tanto, si todo es dios, yo soy dios y, por lo tanto, creemos nosotros, es fácil y resulta factible el uso de los derechos fundamentales que, por naturales, emanan de la voluntad divina, a nuestro gusto. Su violación no es tal sino manifestación del poder que tenemos como Dios. Manifestaciones de esta concepción del hecho religioso son, por ejemplo, la Sociedad Teosófica, la Nueva Acrópolis, el Control Mental Silva, la Meditación Trascendental, la Gran Fraternidad Universal, la Iglesia de la Cienciología/Dianética, etc.[4]. De la negatividad de esta concepción para el cristiano no cabe dejar por escrito nada, pues habla por sí misma[5]

Y, por finalizar ya, nos gustaría hacerlo con una frase que el mismo autor nombrado con anterioridad, Rocco Buttiglione, ofrece en el mismo artículo. Dice que la esperanza es que la ayuda de Dios salga al encuentro del esfuerzo del hombre. Y también, añadimos nosotros, que el hombre acepte, comprenda y siga esa ayuda prestada desinteresadamente o, mejor dicho, con el mayor interés del mundo: el de formar hijos de Dios dignos de llamarse de tal forma.

Notas

[1] Digo dice porque, a pesar de haber dejado el mundo de los vivos y haber subido al Padre, siempre está y estará con nosotros. Por eso lo de "dice".

[2] En el artículo titulado Retos de la sociedad de la información, publicado en la red, concretamente en la página www.almudi.org a la que remitimos para la total lectura de este interesante planteamiento sobre la sociedad en la que desarrollamos nuestra actualidad y en la que nos vemos, por eso mismo, trágicamente influenciados, en muchas ocasiones, por algunos medios de comunicación.

[3] En el trabajo titulado "Todo está en venta", publicado en www.kriptopolis.com (página que se encuentra, ahora, en construcción) se encuentra, entre otras cosas, el análisis de una serie de derechos (como la dignidad y la intimidad personal). Se recomienda vivamente al lector de este artículo que se dirija a esa página de la red para completar esa lectura de la que sacará no pocas buenas conclusiones.

[4] Para mejor comprender esta serie de asociaciones rogamos al lector que acuda a www.conoze.com/doc.php?doc=816 donde se podrá tener un conocimiento más cercano a esa simple referencia que hacemos en esta exposición del tema de la intimidad personal y su violación. Asimismo podrán consultar una serie de artículos, en esta misma página www.conoze.com relacionados con el tema de la Nueva Era.

[5] Para una mejor comprensión sobre este tema de la "Nueva Era" resulta de consulta, lectura y entendimiento necesario y, para el cristiano, obligatorio, la reflexión cristiana sobre la misma elaborada por el Consejo Pontificio de la Cultura-Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso publicado con el título Jesucristo portador del agua de la vida y publicada en este año 2003. A ella nos remitimos ya que, por su extensión, no podemos hacer aquí más que mención de ella. Se ruega encarecidamente acudir a www.vatican.va donde, en la página en español (y en otras lenguas, claro) se podrá obtener el citado documento.

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