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El inquietante silencio de los líderes musulmanes

Los atentados de las últimas semanas en Inglaterra y en Egipto han vuelto a poner en primera plana la importancia de adoptar una estrategia adecuada y eficaz contra el terrorismo islamista. La dimensión religiosa del problema es innegable. Afirmar que el terrorismo vinculado a Al Qaida nada tiene que ver con el Islam -como a veces se hace desde fuentes musulmanas- es a todas luces irreal. Se podrá decir, con razón, que el concepto de religión que se encuentra en la base de este tipo de terrorismo es deforme; tan inhumano que resulta aberrante. Pero, como afirmaba hace poco un prestigioso editorialista del New York Times, Thomas L. Friedman, se trata de un problema islámico que reclama una solución islámica.

En ese mismo artículo, cuyas tesis me parecen bastante acertadas, Friedman afirmaba que no ha habido hasta el momento ninguna fatwa de líderes musulmanes contra Al Qaida. Esto no es exacto. Hay una excepción, que hemos conocido precisamente en España. Con ocasión del primer aniversario de los atentados del 11-M, uno de los secretarios generales de la Comisión Islámica de España, Mansur Escudero, pronunciaba una fatwa declarando fuera del Islam a Bin Laden, a Al-Qaida, y a todo aquel que pretenda justificar actividades terroristas en la ley o la doctrina del Islam.

Una fatwa es, por explicarlo en breve, un dictamen u opinión jurídica en materia religiosa, emitida por una autoridad islámica. Su función es la de clarificación de asuntos controvertidos, aunque, como en el Islam no existe una autoridad religiosa central unificada, puede haber -y de hecho hay- fatwas contradictorias. Algunas se han hecho tristemente célebres; de ahí su mala reputación entre amplios sectores de la población occidental. Una de las más conocidas es la del imán Jomeini, en 1989, declarando que Salman Rushdie, autor de «Versos satánicos», había sido condenado a muerte, e invitando a todos los «musulmanes devotos» a ejecutarlo rápidamente, para ejemplo de quienes se atrevan a insultar al Islam. No menos famosa es en la que Bin Laden declaraba, en 1996, la guerra a los EE.UU. O la pronunciada por fundamentalistas islámicos en Bangla Desh, en 1993, contra la escritora Taslima Nasreen, por sus escritos criticando la posición de la mujer en el Islam. Rushdie y Nasreen tuvieron que exiliarse para salvar sus vidas. Las consecuencias de la fatwa de Bin Laden son también bien conocidas.

La fatwa de Escudero es muy diferente de éstas, pues pretende hacer frente a los excesos del radicalismo islámico. Su fundamento consiste en que los musulmanes no pueden cometer crímenes contra personas inocentes. Es más, son «responsables ante Dios» de detener a quienes tengan intención de hacerlo. Existe una prohibición clara del Profeta de matar a mujeres y niños, y en general a civiles, en caso de conflicto bélico. El Islam «es una religión de paz, que repudia todo acto de terrorismo y muerte indiscriminada». Además, se afirma que el propio Islam es víctima de los atentados terroristas: no sólo porque a veces -como sucedió el 11-M- se cobran la vida de musulmanes, sino también porque propician la expansión de sentimientos de islamofobia.

La consecuencia de lo anterior es clara: «la comisión de actos terroristas supone una ruptura de tal magnitud con las enseñanzas islámicas que permite afirmar que las personas o grupos que los han realizado han dejado de ser musulmanes y se han situado fuera de la esfera del Islam». Pero lo importante es que a esta afirmación general se añade una precisión específica: se declara, con mención expresa de sus nombres, que Bin Laden y Al Qaida están fuera del Islam.

Por lo que me consta, una fatwa de estas características no tiene precedente, ni tampoco ha tenido secuelas, en el mundo islámico. Hay, sí, condenas de actos terroristas, pero no expresiones solemnes mediante las que, nominalmente, se consideren a sus responsables como «apóstatas que han abandonado el Islam». Es significativo también que, de las dos federaciones musulmanas que componen la Comisión Islámica de España, la fatwa fuera apoyada sólo por la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI). La otra federación, UCIDE, declinó adherirse.

La fatwa de Escudero envía un mensaje positivo al mundo occidental, no sólo al español. Un mensaje según el cual una parte del Islam afirma que su identidad religiosa es compatible con un rechazo radical de la violencia terrorista, aunque ésta sea ejercida por musulmanes y en nombre del Islam. Un mensaje radicalmente opuesto a la idea que Al Qaida trata de difundir entre las comunidades musulmanas y entre los países occidentales: que entre Islam y Occidente no cabe conciliación posible.

Típicamente, la mayoría de los líderes musulmanes adopta una actitud de fácil condena general al terrorismo, pero de resistencia a materializarla en nombres y grupos concretos. Respecto a esto último, casi siempre se guarda silencio. Como si el terrorismo no tuviera brazos, o nombres y apellidos. Muchos hemos echado de menos en estos últimos años, en especial desde el 11-S, una colaboración decidida en materia antiterrorista por parte de los líderes islámicos. Incluida una condena clara y nominal de los grupos terroristas, que contrarreste la sorprendente simpatía que esos grupos continúan despertando en un amplio porcentaje de las comunidades musulmanas asentadas en suelo europeo.

La mentalidad occidental tiene en los derechos humanos un punto de referencia fundamental, y se resiste a comprender y a aceptar una religión que pone la afinidad religiosa por delante de lo más esencial en el hombre: el respeto del derecho a la vida. La actitud de un sector del Islam español muestra que nuestra civilización no es necesariamente incompatible con la religión islámica, sino sólo con aquellas de sus interpretaciones que intentan edificar su pretendida espiritualidad sobre la negación de los valores más netamente humanos. Si a los países occidentales se les exige que no rechacen en bloque una cultura diferente por culpa de algunas interpretaciones extremistas, parece razonable que a los líderes islámicos se les exija una actitud decidida de extirpación de esos elementos radicales, como requisito para que los musulmanes puedan, sin pérdida de su identidad religiosa y cultural, integrarse en el mundo occidental.

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