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Puerta de Europa

En 1453 los turcos tomaron Constantinopla (¡qué ocasión para contraconmemoraciones airadas de quienes lamentan la Toma de Granada!) con las secuelas inmediatas previsibles: Santa Sofía fue convertida en mezquita (recuérdenlo quienes lloran por la catedral-mezquita de Córdoba), el saqueo y profanación de iglesias fue general y en un proceso más raudo que lento casi todos los templos cristianos se dedicaron al culto islámico. A fines del XVIII sólo quedaban tres santuarios bizantinos en manos cristianas (Santa María de los Mongoles, San Demetrio Kanavou y San Jorge de los Cipreses). En la actualidad, sólo un 1 por ciento de la población de Turquía se mantiene en el cristianismo y, hace muy pocos días, europeos bien alimentados y no más un tanto inquietos por el terrorismo islámico, condenaban enrabietados a los grecochipriotas que rechazaban la unión con los turcos del norte de su isla. Quienes viven el problema en directo sobre sus carnes desde hace más de cinco siglos se negaban a participar en el juego de intereses y trueques de Francia y Alemania o de sus repetitivos ecos hispanos. Como se negaron los serbios y por eso se les aplastó.

Ahora, el asesinato de una niña por su propio padre por el delito de haber sido violada, nos advierte por enésima vez de que la modernización -ya vieja, en teoría- que emprendió Kemal Atatürk no ha calado en la masa de la población y que sólo como ficción garantizada por el Ejército se mantiene, a las puertas de Europa, pidiendo entrar para comer de la misma mesa y más nada; y exhibiendo unos supuestos sentimientos democráticos, europeístas y abiertos, pura cháchara. No bastó la negativa a colaborar en el derrocamiento del tirano iraquí, es preciso que mueran muchas niñas -¿cuántas?- para cobrar conciencia de que éste no es un conflicto religioso de Europa cristiana o no. Es la antiquísima confrontación entre civilización y barbarie. ¿Dónde están las feministas?