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De mahdis y estereros

EN el año 873 Hasan al-´Askari, undécimo imán de los xi´íes, falleció en Samarra (Iraq) sin descendencia, no obstante la leyenda le adjudicó un supuesto hijo, oculto, Muhammad al-Muntazar (el Esperado), o el Mahdi, que sería el duodécimo imán que algún día se mostrará para conducir a los fieles a cualquier paraíso más o menos verídico. En el islam las historias del guía espiritual desaparecido siempre han tenido mucho éxito: el califa de Córdoba Hixam II también se evaporó en las revueltas provocadas por los beréberes y durante las cuales arrasaron Medina Azahara; pasados unos años, el Esterero de Calatrava surgió de la nada asegurando ser el auténtico califa. Otros casos similares -y no de musulmanes precisamente- son los del rey don Sebastián de Portugal o el del muy mediocre Martin Bormann.

El juego de Ibn Láden o Saddam Husein (o más bien de sus epígonos) llueve sobre mojado tratando de suscitar y mantener la tensión e interés por ellos, su arrastre de las masas después de muertos o, en todo caso, sin capacidad operativa. La ignorancia es madre de credulidad y fanatismo y todos tres hallan un terreno bien abonado para convertir en mitos a simples delincuentes, sobre todo si de la otra parte (la occidental) tampoco está muy claro el interés por que aparezcan, al poder convertirse la ejemplaridad de su juicio y condena en motivo para elevarlos a los altares del martirio. Un arma de doble filo, en suma.

Pero, de hecho, es irrelevante que Saddam Husein o Ibn Láden estén vivos o muertos. Por muchas lascas periodísticas que se quieran extraer a tales fabulaciones, la marcha de los acontecimientos nunca detuvo su camino inexorable: la Alemania nazi sucumbió sin remisión en 1945, Portugal fue anexionado por Felipe II dos años más tarde de la desaparición de don Sebastián y el califato de Córdoba subsistió sólo dos décadas a la muerte o lo que fuera de Hixam II. En cuanto al terrorista saudí o el tirano de Takrit, en la práctica pueden influir tan sólo en la medida en que cedamos y nos rindamos a sus pretensiones de fondo. De nosotros depende.