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La política del anti-racismo

Allons, enfants de la patrie. Los vencedores son dos septuagenarios. Uno bien entrado en los setenta y el otro ya en su umbral. Los electores también han sido carrozones puesto que la mitad supera la cincuentena. Es el síntoma de la Europa que se nos avecina: un país de países viejos que no está sabiendo remozar su energía política asociándose con la fuerza joven que le ha llegado de fronteras afuera. Una gerontocracia que, aferrándose al cetro, es elegida por viejas personas que votan al dictamen de aviejados fantasmas de miedo. Personas que buscan sólo seguridad, en las pensiones y en calle, sin importarles demasiado ni la corrupción de la clase dirigente ni tampoco la no participación política, incluso la más liviana y urgente que consiste en votar (casi el 30 por ciento de electores prefirió irse a pescar). A aquella graciosa Marianne, ahora en rulos, zapatillas y salto de cama, parecen colgarle ya los pechos al sostener a duras penas con su parkinson manual el mástil del drapeau tricolor. Bandera bastante ajada, ciertamente.

«No, a Le Pen» titulaba ayer a toda portada el periódico de izquierdas Libération. Una página entera para decir solamente «NO». Es decir, un periódico haciendo lo mismo que miles de personas jóvenes echadas a la calle la noche misma de los comicios para gritar por las calles de París «No pasarán». ¿Por qué una consigna, por qué un santo y seña como descriptor de un diario? ¿Por qué manifestaciones callejeras a la contra ante las primeras noticias de los resultados electorales? ¿Está acaso Francia en tiempos de Frente Popular? Lo está de alguna manera, pues se formará sin duda un frente anti-lepenista que, desde los socialistas hasta los ecologistas, pasando por comunistas, antiglobalizadores, diversas ramas trotskistas y moderados centristas, vote a la contra, es decir vote a favor de una persona septuagenaria acusada de corrupción y representante de la derecha que más han detestado durante toda una legislatura. Los que votaron contra el sistema, fragmentando inútilmente el voto según disquisiciones de capilla ideológica, habrán de votar de nuevo conjuntamente para salvar el sistema republicano. Y la arrogancia socialista, que no lo cuidó convenientemente durante toda una legislatura de cinco años, deberá también ahora renunciar a sus señas de identidad para apuntalar antes que nada el sistema. Todos habrán de unirse para demostrar que no más de uno de cada cinco ciudadanos está contra el sistema. Porque Le Pen y Megret lo están decididamente.

Pero hagamos la pregunta políticamente incorrecta de si están realmente los écolo, los antiglobalizadores, los comunistas y trotskistas por el sistema democrático liberal. ¿Está ese 20 por ciento de votantes rojiverdes por la construcción de la única Europa unida que ahora es posible, es decir, por la de la sociedad abierta, liberal y post-nacional, de mercado global pero con restricciones para la movilidad de los trabajadores inmigrantes, pero también tras la búsqueda permanente de asociarles más a esos inmigrantes en el pluralismo, la tolerancia y el reparto equitativo de los bienes sociales y derechos? Lo dudo mucho, porque si así fuese, hubiesen planteado la cuestión de la inmigración de otra forma. Lo dudo, porque lo que únicamente les mueve también ahora será un ciego combate ideológico contra el racismo lepenista. Y el racismo y la xenofobia no son de lo que se combate con ideología y monsergas sino sobre todo con medidas sociales de inserción profesional e inclusión social. Y estimulando de manera práctica a la ciudadanía, sobre todo a la de barrios obreros, de escuelas de clase media para abajo y de supermercados de menor calidad y precio, a convivir con los inmigrantes cada día mejor, en lugar de tronar contra el nuevo racismo y la xenofobia de esa gente desde el púlpito teórico de viejos textos y más que envejecidas ideas encarnadas. Por cierto que casi completamente descarnadas. Porque los rojiverdes están fuera de la gente que más necesita, están en Porto Alegre y Barcelona, pero sobre todo están muy al exterior de las ideas que más conviene a la gente a quien toca apechugar con la convivencia de los inmigrantes.

Francia ha sido el gran país europeo de acogida de inmigrantes. Y eso desde mediados del siglo XIX hasta casi nuestros días. El brazo derecho de Chirac se llama Sarkozy y los Poniatowsky, Krivine, Todorov, Lévy, Wieviorka, Kahn, Naïr, Azoulé, Gluckstein, Hernandorena, García o Sala-Molins son apellidos comunes franceses como lo son miles de otros apellidos italianos, armenios, chinos, vietnamitas, portugueses, magrebíes, rusos o búlgaros. Yo mismo, con trabajo en su universidad tras haber estudiado en ella, pude haber optado a la nacionalidad francesa, también mucho más tarde mi hijo. Porque Francia había asumido que todos los inmigrantes eran como hijos suyos y los asimiló al sistema republicano donde el ámbito público es absolutamente laico y la identidad se deja al ámbito de las opciones personales. Y Francia descolló en creatividad científica, imaginación social y progreso tanto ético como estético. Y los Hernandorena siguen hablando eusquera mientras quieran; los Kahn, alemán mientras gusten; los Sala-Molins no han dejado el catalán; y se habla y enseña chino, ruso y todos los idiomas del mundo en domicilios pero también en reuniones, asociaciones y en la universidad. Y hay iglesias, sinagogas y también mezquitas para que los ciudadanos se asocien en torno a las prácticas de su credo. Cuando en los momentos álgidos de crisis político-ideológica (como en el asunto Dreyfus) o de escasez económica (cuando desde el seno mismo de la clase obrera emergía el racismo excluyente de los Doriot) se fue espesando el horizonte hacia la limpieza étnica, Francia supo combatir el racismo incluyendo política y socialmente al excluido. Hubo Vichy, pero también resistencia; existió la incomprensión ante la descolonización de Argelia pero no faltaron textos de resistencia moral como los de Camus o Péguy. Ni el comunismo y la socialdemocracia alemanas lograron lo mismo en Alemania; precisamente porque allí se carecía de una perspectiva democrática liberal capaz de algo más que de sermonear contra el racismo nazi.

Pero socialistas y rojiverdes se han cansado ya de impulsar con genio su modelo republicano. Han desertado las banlieues más pobres y en lugar de establecer una rigurosa política de pleno empleo con reparto equitativo de la oportunidad de trabajo, conocimiento y ocio, y de remodelar la vía republicana de la integración social de los inmigrantes, se empeñan en favorecer más a los trabajadores autóctonos con una política de subvenciones, demagogia laboral y desprotección de la seguridad en los barrios menos favorecidos socialmente. Y lo que es peor, han teorizado ese abandono con el multiculturalismo que ya deserta de tratar al inmigrante como cualquier ciudadano más. Universitarios socialistas tan conspicuos como Touraine o Wieviorka estimulan de hecho ese abandono: el primero, animando a desechar lo que ridiculiza como «la Francia jacobina y deslegitimadora de las diferencias culturales» y, el segundo, llamando «nuevo racismo» y «jacobinismo a la vez político, cultural y, en definitiva, racista» a la asimilación republicana y el mestizaje que hizo posible que gentes extranjeras, precisamente como él, llegasen sin dificultad al mayor rango universitario o, simplemente, al rango de ciudadano normal francés. En lugar de articular un plan de choque social en los barrios periféricos y una inversión extra en recursos humanos en las escuelas con más deserción y fracaso educativo, tratan a esos inmigrantes abandonados como «minorías» que no se deben disolver ni desaparecer porque «pedir a los miembros de un grupo cultural que abandonen su identidad no equivale a destruirlos, pero sí a desvalorizar sus orígenes».

¿Desde cuándo son los orígenes de la persona la fuente de su dignidad política? ¿Qué identidad dignifica más al ser humano sino la de compartir una comunidad política que, al abrirle la posibilidad igualitaria de participación y deliberación, le deja a su libre albedrío imaginar cuanto quiera de sí mismo o acomodarse -si no inventarse- las diferencias culturales (religiosas, estéticas, éticas, gastronómicas, etc.) en las que él mismo más guste vivir con quienes más guste? Por eso la política de frente antilepenista es absolutamente insuficiente para oponerse al racismo y la xenofobia de los ciudadanos que más sufren el abandono de una política de desintegración social entre franceses e inmigrantes. Y, por supuesto, es absolutamente insuficiente para poner dique a los actos antisemitas de quema de sinagogas o atentados contra escuelas judías que han solido practicar jóvenes inmigrantes magrebíes sin ningún horizonte de espera digna. Es decir, republicana. No, no es verdad que el próximo cinco de mayo le jour de gloire est arrivé.

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