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Reciprocidad y razón

«En casa del moro no hables algarabía», figura entre los refranes de Hernán Núñez, es decir, no te metas en pago ajeno para argumentar con las razones propias del lugar, porque llevarás todas las de perder. Ante casos como el de la morita de El Escorial, si caemos en la trampa en que suelen enredarse los rarísimos intelectuales árabes que osan contradecir las opiniones absolutas -a base de Corán y hadiz- corrientes en sus países sobre asuntos de moral, vamos condenados al fracaso. El «hiyab» -que no chador- aparece mencionado en el Corán y eso para un muslim sincero es intocable. De ahí que, pese a su subjetividad, no admitan muchos la mínima discusión.

Pero nosotros disponemos de argumentos superiores y válidos para la Humanidad entera, no meramente para quienes, de grado o por fuerza, proclamen su adhesión a un texto determinado. Los derechos humanos en general y los civiles de los países occidentales -a los cuales se acogen los musulmanes siempre que les conviene- establecen con claridad la preeminencia del derecho a la integridad física, al respeto y dignidad como individuo, por encima de las imposiciones de la colectividad o de la familia a imponer normativas con frecuencia alienadoras y hasta nada respetuosas con las personas concretas. A este respecto el panorama legal, social y de opinión pública es suficientemente nítido: bienvenidos cuantos quieran integrarse en España trabajando y respetando las normas vigentes, de manera análoga a como imponen los musulmanes, en sus países, sus propias normas a los extranjeros. Y de qué forma.

Lo que parece inadmisible es una eterna relación de desigualdad con el grupo humano denominado «musulmán»: allá debemos adaptarnos y acá, también. De lo contrario, corremos el riesgo de que, utilizando nuestra propia libertad de expresión (inexistente en ningún país árabe o musulmán) nos tilden de intolerantes y hasta de racistas quienes hacen de su vida cotidiana una manisfestación continua de intransigencia.

¿Hasta dónde debe alcanzar la permisividad con las peculiaridades y pintoresquismos de los recién venidos? ¿Por qué limitar la manga ancha al velo? ¿Es que la poligamia no es también una especificidad cultural? Y la ablación y el infanticidio y la magia negra y el asesinato de la novia que perdió la doncellez antes de tiempo. Y etcétera.

Un sentimiento de culpa por el pasado -infundado si todas las sociedades no lo asumen- junto a un sentido de apertura a la «ciudadanía del mundo» pésimamente entendido, nos han conducido a una situación absurda: algunos de los venidos se valen de nuestros medios legales para socavar la misma libertad que utilizan. Bien es cierto que desde dentro reciben la valiosa ayuda de personas peor que mejor informadas y hasta hemos oído comparar la escuela laica francesa y su tenaz defensa de la libertad y los derechos de las niñas con los horrores que acaecen en Arabia Saudí, incluido el inextricable sintagma «talibanismo francés robespierriano». Toma nísperos, que diría J. Campmany.

Nunca olvidaré las convencidas palabras de una antropóloga yanqui -en la TV mexicana- evocando con arrobo las conmovedoras motivaciones místicas de los sacrificios humanos practicados por aztecas y mayas. Hasta ahí se ha llegado, hasta ahí podemos llegar. A ese autolavado de cerebro.

Por la desgracia permanente que padecemos en el País Vasco los españoles conocemos demasiado bien cuál es el resultado de ceder ante las presiones de la irracionalidad. Y quienes pretendan de tal guisa concitar la simpatía de árabes y musulmanes haciendo concesiones al victimismo o a la intransigencia sólo conseguirán su desprecio, por la debilidad e inconsistencia moral que delatan, aprovechamientos materiales aparte.

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