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Las ocho dimensiones de la cristofobia

Antes de abordar ese problema, detengámonos un momento en el empleo provocativo que hace Weiler del término «cristofobia». Cuando afirma que la resistencia a reconocer las raíces cristianas del presente democrático de Europa es la expresión de una cristofobia, ¿qué quiere decir, exactamente? En realidad, hace referencia a ocho aspectos que, tomados en conjunto, constituyen una red ideológica que, en opinión de Weiler, hace virtualmente imposible percibir --y mucho menos, reconocer-- la posibilidad de que las ideas, la ética y la historia cristianas tengan alguna relación con una Europa comprometida con los derechos humanos, con la democracia y con el imperio de la ley.

  1. El primer componente de esa cristofobia es la experiencia del Holocausto en el siglo XX, y la convicción que se tiene en círculos intelectuales y políticos europeos de que las atrocidades genocidas de la shoá fueron consecuencia lógica del antijudaísmo cristiano que atraviesa la historia europea. Por consiguiente, una Europa que grita. «¡Nunca más!» ante la tragedia de Auschwitz y todas las otras, tiene que decir «¡No!» a la posibilidad de que el Cristianismo tenga algo que ver con una Europa tolerante.
  2. El segundo elemento --la enumeración de Weiler no sigue un orden específico de gravedad-- es lo que él llama «mentalidad de 1968». La rebelión de los jóvenes contra la autoridad tradicional, que convirtió el año 1968 en un fenómeno de mayor calado en Europa que en Estados Unidos (donde, en ese mismo año, se vivieron los asesinatos de Martin Luther King Jr. y Robert F. Kennedy, vastas movilizaciones urbanas, el colapso de la presidencia de Johnson, y el caso Woodstock) continúa hoy, de una u otra manera, en los encanecidos veteranos de 1968 que ahora disfrutan de una buena posición en los parlamentos europeos, en los gobiernos, en las universidades, en los círculos literarios y en los medios de comunicación. Parte de esa revuelta de 1968 fue su rebelión contra la tradicional identidad y conciencia cristiana de Europa. Completar el 1968 a través del proceso de integración y constitución europea significa hoy llevar a término la supresión del Cristianismo, privándolo de su posición relevante en la vida pública europea.
  3. El tercer componente de la cristofobia, según Weiler, está formado por un regreso ideológico y psicológico a la revolución de 1989 en Europa Central y Oriental. Fue ésta una revolución no violenta que contribuyó a extender la democracia en Europa más que ningún otro fenómeno desde la derrota de Hitler, y fruto de una profunda y decisiva inspiración cristiana. Sus principales promotores, el papa Juan Pablo II, luteranos de la antigua Alemania Oriental, cristianos checos de varias denominaciones, y católicos de Polonia y Checoslovaquia, trabajaron codo con codo con antiguos disidentes políticos para derrocar el antiguo régimen y reinstaurar la democracia en el imperio territorial de Stalin. En opinión de Weiler, se trató de una experiencia desquiciante, de una revolución por la democracia, en gran parte inspirada por cristianos y dirigida contra un hiper-secularismo instalado en la política del momento, concretamente en el comunismo. El choque con la sensibilidad de los promotores de la revuelta de 1968, muchos de los cuales no eran exactamente adictos a la causa anticomunista, fue bastante violento. La consecuencia fue una negativa a sumarse a la causa. Y así continúa ese aspecto de la cristofobia.
  4. El cuarto elemento de la cristofobia europea contemporánea es más abiertamente político. Se manifestó en la continua quiebra del papel dominante que antaño habían desempeñado los partidos políticos cristianodemócratas en la Europa de la posguerra, y no solo en países corno Alemania e Italia, donde los cristianodemócratas acaparaban la mayor parte de los votos, sino también en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, luego en el Mercado Común, y finalmente en la formación de la Comunidad Europea. Años de sequía política, con los cristianodemócratas en imparable ascenso, y en combinación con un olvido deliberado de la inspiración cristiana del proyecto europeo, dejaron profundas cicatrices en la izquierda europea y entre los fautores del secularismo. Todo eso forma parte de la cristofobia de hoy.
  5. El quinto elemento es la tendencia de Europa a encuadrar todas las realidades en categorías de «derecha e izquierda», para luego identificar el Cristianismo con la derecha, es decir, con un partido que la izquierda define como xenófobo, racista, intolerante, fanático, estrecho de miras, de corte nacionalista, y todo lo que Europa no debería ser.
  6. La sexta fuente de la cristofobia europea contemporánea es, en opinión de Josef Weiler, el rechazo de la figura del papa Juan Pablo II por parte de los secularistas y los católicos disidentes. El innegable papel del Papa en avivar la revolución de la conciencia, que hizo posible la revolución política de 1989 en la Europa Central, su apoyo a la democracia en Latinoamérica y en Asia Oriental, su cerrada defensa de la libertad religiosa para todos, su considerable impulso para reconstruir las relaciones entre católicos y judíos, su oposición a la guerra y al aborto (por no mencionar su enorme autoridad personal y su gran popularidad entre los jóvenes), todo eso encaja difícilmente en la línea de posmodernidad que cobra cada día mas fuerza entre los partidarios del secularismo y entre los católicos disidentes. Éstos insisten en que el Papa es, necesariamente, un personaje premoderno, del que no se puede esperar nada serio que contribuya al futuro democrático de Europa. La alternativa, es decir, el hecho de que Juan Pablo II sea un hombre completamente moderno que ofrece otra lectura, quizá más penetrante, de la modernidad, no se puede sostener en absoluto.
  7. En séptimo lugar, la cristofobia en la Europa de hoy se alimenta de una visión distorsionada de la historia europea que (corno sucede frecuentemente en Estados Unidos) carga el acento en las raíces de la Ilustración, que son las que alimentan el proyecto democrático y al mismo tiempo excluyen virtualmente las raíces históricas y culturales de la democracia en la Europa cristiana anterior a la Ilustración. Tanto creentes corno no creyentes han interiorizado esa meta-narración. De modo que, quizá, nadie podrá admirarse de que el borrador del preámbulo a la Constitución Europea abriera una gigantesca brecha desde los griegos y romanos hasta Descartes y Kant, al presentar las fuentes históricas de la democracia europea contemporánea.
  8. Finalmente, Weiler sugiere que los hijos de 1968, ahora en plena madurez y ya próximos a la jubilación, se sienten contrariados y confusos por el hecho de que, en muchos casos, sus hijos se han hecho cristianos. Los que crecieron como cristianos, pero al final de su adolescencia o en su primera juventud rechazaron la fe y la practica religiosa, están perplejos e incluso indignados por el hecho de que sus hijos hayan vuelto a Jesucristo y al Cristianismo para llenar el vado de sus vidas. Por mi parte, después de haber contemplado personalmente esa nueva floración durante el viaje de Juan Pablo II a París en 1987 para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, cuando prácticamente toda la Francia bien pensante se maravillaba de la masiva presencia de jóvenes católicos llegados de todas partes para celebrar en compañía de su héroe religioso su fe recién recuperada, me inclino a pensar que en este punto, igual que en los precedentes, Josef Weiler está en lo cierto. Pero sobre esta experiencia volveré mas adelante.

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