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Así desafió Wojtyla al Mal

«Las raíces de la historia patria, con los sufrimientos de nuestros antepasados, crean un sentido comunitario e indican el camino de la vida»: esta frase, significativa siempre, pero especialmente para España en los actuales momentos, pertenece al texto de la Introducción que Benedicto XVI ha escrito para la reedición, en italiano, del último libro de Juan Pablo II, Memoria e identidad. El texto de esta introducción proviene del discurso que el entonces cardenal Joseph Ratzinger pronunció en Roma, el 22 de febrero de 2005, en la presentación de la primera edición del libro. Con ocasión del primer aniversario de la muerte de Juan Pablo II, el diario italiano Corriere della Sera acaba de publicar una página con un amplio extracto de este interesante texto, bajo el título Ratzinger: así desafió Wojtyla al mal. Por su excepcional interés ofrecemos a nuestros lectores alguno de los párrafos principales de este texto, publicado en el Corriere della Sera.

Este libro ofrece las reflexiones de Juan Pablo II sobre algunas experiencias fundamentales de su vida, y nos permite una mirada a su biografía interior. El primer problema afrontado es la gran cuestión del mal. Polonia experimentó el mal intensamente durante los años de la ocupación nazi. La opresión de la patria esclavizada y pisoteada fue una experiencia personalísima del Santo Padre. Luego vino la liberación, pero bien pronto se transformó en una nueva opresión de la dictadura comunista, que trató de uniformar el pensamiento y de dificultar la vida de la Iglesia. Surge necesariamente la pregunta: ¿por qué este poder del mal? ¿De dónde viene el mal y qué debemos hacer para vencerlo? Las primeras respuestas vienen, para Juan Pablo II, de la fe y de la tradición filosófica cristiana.

¿De dónde viene el mal? La fe dice: del pecado original. Es una respuesta enigmática, misteriosa, pero reforzada también por una evidencia empírica: un factor negativo amenaza la construcción de nuestra existencia, más aún, del universo... El mal no es connatural al hombre, no forma parte de su naturaleza, sino que proviene de una libre opción suya; de una voluntad inicial que ha manchado toda la Historia, todas las voluntades. Es, pues, necesario, fortalecer la voluntad para que elija el bien y se resista al mal... La fe en Dios Creador supone que el ser, en cuanto tal, es bueno, porque proviene del Creador bueno. Para la tradición cristiana, el mal es sólo negación, es como un parásito que se nutre del ser y lo consume, pero no puede existir ni actuar sin el bien; existe y actúa como fuerza de la negación. Una fuerza grande, pero tiene un límite, temporal y ontológico; no es infinito.

No se puede tener miedo

Juan Pablo II subraya decididamente esta verdad. El límite temporal de las dos dictaduras del siglo pasado pertenece a nuestra historia, pero es solamente la consecuencia de un límite mas profundo del poder del mal. La frontera del mal está, en última instancia, en el poder mismo de Dios. Quien cree en el Creador, no puede temer al miedo definitivo. La fe es confianza e infunde coraje al hombre: el mal puede transformarse también en un instrumento del bien. Las fuerzas del bien pueden crecer precisamente en la lucha con el mal. En el epílogo del libro, donde el Papa habla del atentado que sufrió, encontramos quizá la más fuerte expresión de esta posibilidad, de esta transformación del mal en bien. Escribe el Santo Padre: «La Redención continúa. Donde crece el mal, allí crece también la esperanza del bien. En nuestro tiempo, el mal se ha desarrollado desmesuradamente, sirviéndose de sistemas perversos que han practicado a gran escala la violencia y la humillación. Ha sido un mal de proporciones gigantescas. Pero, al mismo tiempo, la gracia divina se ha manifestado con sobreabundante riqueza. No hay mal del que Dios no pueda sacar un bien mayor. No hay sufrimiento que Él no sepa transformar en camino hacia Él».

La cuestión está en entender cómo la fuerza del bien de Dios entra en la Historia, se hace parte de la Historia y se convierte en levadura invisible que, luego, penetra en el interior del mal y lo transforma. El bien entra de modo definitivo en la Historia en el momento de la encarnación del Hijo de Dios. La esencia misma de Dios, el Bien Absoluto, entra en el tejido de la Historia, el Creador se hace criatura. La humildad de la Encarnación es el verdadero contraste radical al orgullo, convertido para el hombre en una segunda naturaleza. Esta levadura de una voluntad radicalmente conforme con la voluntad de Dios, es decir, conforme a la verdad y al amor, llega a su culminación en el Misterio Pascual: en la cruz y en la resurrección de Jesús.

Me parece que, de acuerdo con esto, se puede entender por qué y en qué sentido la palabra Redención es la palabra clave de todo el pensamiento de Juan Pablo II. Su primera encíclica programática comienza significativamente con las palabras Redentor del hombre. De ésta su primera encíclica, el Papa dice en el libro: «Todo lo que hay en ella me lo había traído conmigo de Polonia». Se puede decir que es la Suma de su visión teológica y antropológica. Misericordia divina es, para el Papa, la traducción completa de la palabra Redención. Por eso hay que leer a la vez juntas sus encíclicas Redemptor hominis y Dives in misericordia. El odio es vencido por el amor, y crea una nueva dimensión del amor.

En este libro no podía faltar una palabra sobre la Virgen, tan central en la vida espiritual de Juan Pablo II. María aparece en una perspectiva inesperada, como portadora de la memoria; por consiguiente, la madre del Señor es interpretada como garante de la identidad de la Iglesia, porque toda identidad comunitaria supone una memoria común. Esta memoria cultural, ético-religiosa e histórica garantiza y conserva los valores que definen y constituyen la comunidad. La memoria de María aparece en el Evangelio como fuente de la memoria de la Iglesia sobre los comienzos de nuestra salvación. La memoria de la Iglesia es el punto en el que la conciencia de la Humanidad se ensancha y toca nuestros orígenes, los fundamentos de nuestro ser.

El valor de la patria

Creo que en este capítulo sobre la memoria podemos encontrar la clave para la justa interpretación de los capítulos sobre la nación y sobre el patriotismo. El valor fundamental de la patria y de la nación consiste, según el Papa, justamente, en el hecho de que patria y nación son un espacio de la memoria. Sin memoria, sin raíces, no puede vivir, ni la comunidad, ni cada persona. La memoria nos da las raíces en las que aprendemos el sentido de la vida. Cuando no se conoce el pasado, se pierde también el futuro, en favor de un presente vacío. En relación con la Virgen, Juan Pablo II subraya la misión de las madres de conservar la memoria de una comunidad: «La memoria pertenece al misterio de la mujer más que al del hombre. Así es en la historia de las familias, en la historia de las estirpes y de las naciones, y así es también en la historia de la Iglesia». Es igualmente evidente que las memorias de cada nación deben abrirse a las memorias de las otras naciones. La recíproca purificación y comunión de las memorias se convertirá en fuerza de paz y de reconciliación de la humanidad. La presencia de Dios en el tejido de la Historia debe penetrar y unir todas las memorias humanas, individuales y comunitarias; así encontramos la paz. Así llega la verdadera Redención.

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