conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

X.- Apertura de mente y casamientos obligatorios

Langdon y Teabing quieren que nos liberemos de prejuicios para que veamos lo que ellos ven. Luego, nos explican qué es un escotoma

Capítulo 58, páginas 302-303:

Leigh Teabing ha hecho pasar a Langdon y a Sophie a su «estudio», allí le ha explicado a la chica la «verdad» de La última cena de Leonardo. Según él, en lugar de San Juan, Leonardo pintó a María Magdalena. «Sophie se fijó en aquella figura, observándola con detenimiento. Al estudiar el rostro y el cuerpo, le recorrió una oleada de desconcierto. Aquella persona tenía una larga cabellera pelirroja, unas delicadas manos entrelazadas, y la curva de unos senos. Era, sin duda... una mujer. [...]

»Sophie no podía apartar la vista de aquella mujer sentada junto a Cristo. [...] Aunque había visto muchas veces aquella pintura, nunca le había llamado la atención aquella evidente disonancia.

»-Nadie se fija -dijo Teabing-. Nuestras ideas preconcebidas de esta escena son tan fuertes que nos vendan los ojos y nuestra mente suprime la incongruencia.

»-Es un fenómeno conocido como escotoma -añadió Langdon-. El cerebro lo hace a veces con símbolos poderosos».

Más adelante entraremos en el tema de la supuesta presencia de una mujer en el lugar de San Juan en la composición de La última cena de Leonardo. Por ahora, baste decir que, de acuerdo con los cánones estéticos del renacimiento italiano, Leonardo retrata a la derecha de Jesucristo a un joven, poco más que un adolescente, que representa al discípulo amado. Si nos fijamos en los motivos que hacen concluir a Sophie que el apóstol «era sin duda una mujer», ninguno es consistente: la larga cabellera, como queda claro en las obras de Leonardo, era habitual en los varones, principalmente en los jóvenes. De hecho, el cabello largo y suelto es propio de los varones de su tiempo y no de las mujeres, a las cuales (como a la Gioconda, o a la Virgen María) Leonardo las pinta siempre con velo o con un manto que cubra la cabeza. Según Brown, la figura tiene «unas delicadas manos entrelazadas»: efectivamente, las manos están entrelazadas, lo cual no indica más que pasividad o contemplación. En cambio no se percibe que las manos sean especialmente femeninas sino, más bien, las manos de un joven. Lógicamente, son manos menos curtidas que las de los otros apóstoles. Lo más increíble es que Sophie ve claramente «la curva de unos senos». La vestimenta del apóstol, como la de Jesús, es amplia y forma numerosos pliegues. Aparte de eso, intentar adivinar la existencia de atributos femeninos en la figura de San Juan es practicar el mismo juego al que muchos hemos jugado de niños: buscar «caras» en la luna o descubrir formas sorprendentes en las nubes. La prueba está en que el lector puede buscar pliegues semejantes en las vestiduras de Jesús, ¿qué deberíamos concluir de eso, según Brown?

Es paradójico que Teabing y Langdon nos quieran prevenir de ideas preconcebidas y sean ellos mismos quienes abiertamente nos dicen lo que tenemos que ver en el cuadro. Son ellos quienes quieren vendarnos los ojos para que veamos lo que sólo está en su imaginación.

Langdon llama escotoma a ese fenómeno de engaño inducido por el cual vemos lo que queremos ver o lo que pensamos que debemos ver; técnica, por cierto, que ambos personajes dominan a la perfección. Aquí descubrimos una nueva falacia. El escotoma no tiene nada que ver con ese fenómeno del que habla Teabing y que es en realidad una forma de sugestión.

El escotoma es un auténtico defecto visual. No es un fenómeno psicológico, sino una enfermedad muy molesta que afecta a la visión. Son manchas oscuras en el globo ocular o bien alteraciones cerebrales que provocan que el paciente vea constantemente una o varias manchas o motilas, mire lo que mire.

Es muy listo el profesor Langdon, pero miente más que Pinocho.

Otro detalle curioso relativo a la detallada documentación del libro: escotoma en inglés se escribe scotoma, pero en la primera edición del libro de Brown, aparecía escrito como skitoma (sin significado alguno). En ediciones posteriores se corrigió la grafía, pero no se cambió la frase de Langdon.

La mayoría de los judíos en tiempos de Jesús se casaba, luego todos se casaban

Capítulo 58, páginas 262-263:

Dice Teabing: «Que Jesús fuera un hombre casado es mucho más lógico. Lo que es raro es la visión bíblica que tenemos de él como soltero.

»-¿Por qué? -preguntó Sophie.

»-Porque Jesús era judío -dijo Langdon, adelantándose a Teabing, que seguía sin encontrar el libro que buscaba-, y las pautas sociales durante aquella época prácticamente prohibían que un hombre judío fuera soltero. Según la tradición hebrea, el celibato era censurable y era responsabilidad del padre buscarle una esposa adecuada a sus hijos. Si Jesús no hubiera estado casado, al menos alguno de los evangelios lo habría mencionado o habría ofrecido alguna explicación a aquella soltería excepcional».

[Un poco más adelante, Sophie lee un fragmento del evangelio de Felipe, un texto gnóstico, que para Teabing y Langdon prueba la relación carnal de Jesús con la Magdalena, pues la llama «la compañera del Salvador»]:

«-Aquí no dice nada de que estuvieran casados.

»-Au contraire -discrepó Teabing, sonriendo y señalándole la primera línea-. Como le diría cualquier estudioso del arameo, la palabra compañera en esa época significaba literalmente esposa».

«Las pautas sociales durante aquella época prácticamente prohibían que un hombre judío fuera soltero», profesa Langdon. El pueblo judío estuvo siempre muy apegado a la Ley. Para que la afirmación de Langdon fuera cierta habría que encontrar una ley, una norma que prohibiera o como dice él en su estilo aproximativo, «prácticamente» prohibiera la soltería. No existe tal ley. Luego lo único que existía, entre los israelitas como en cualquier sitio, era la práctica general en todo el mundo de que lo habitual para todo varón es que se una establemente con una mujer, y viceversa, para procrear. Es la inclinación de la naturaleza.

Pero mientras que en muchas culturas antiguas (y no tanto) el matrimonio era un paso obligado, un rito necesario al comenzar la vida adulta y ni por asomo se concebía que alguien se sustrajese a la costumbre, entre los judíos no era exactamente así. En Israel, aun siendo la excepción, no era extraño, y mucho menos estaba prohibido, que un hombre o una mujer permanecieran solteros por amor de Dios. El profeta Jeremías guardó celibato por orden expresa de Dios[9] y otros santos hombres tampoco tomaron mujer o se apartaron de ella al cumplir su misión particular.

Brown, a través de sus personajes, manifiesta desconocer la mentalidad judía. Lo principal para entender la situación de los judíos en tiempo de Jesús era la «expectación mesiánica», la espera del Mesías, de ese hombre prometido que restauraría el pueblo de Israel. Para cuando nace Jesucristo, esa expectativa está muy relacionada con una esperanza sobrenatural dentro de la religión judía. Si quitamos a los saduceos, todos los israelitas contemporáneos de Jesús creen en la resurrección de los cuerpos después de la muerte. Creen en el cielo, en el que Dios retribuirá a los buenos y a los malos. El cumplimiento de las promesas de Yahveh comienza en esta tierra, pero culminará en la otra vida. Esta creencia -compartida por los cristianos- hace que los judíos comprendan mucho más profundamente las antiguas promesas. Para muchos israelitas de épocas anteriores, las bendiciones de Dios pasaban por una abundante descendencia que diera posteridad al nombre de la casa. En aquel contexto, sin matrimonio no se comprendía que se pudiera participar de las bendiciones de Dios. Pero en tiempos de Jesucristo el pueblo de Yahveh está preparándose para comprender que la bendición de una gran progenie es sólo figura y anuncio de la auténtica bendición: la vida eterna en amistad con Dios. Por esa razón, el celibato -nunca prohibido en Israel- adquiere una mayor relevancia en los tiempos mesiánicos. Tan «prohibido» estaba en tiempos de Jesús que un grupo de judíos, respetados aunque con matices heterodoxos, los esenios, observaban una vida comunitaria y ascética en riguroso celibato, esperando la llegada del Mesías. No eran los únicos. En las comunidades de Qumrán, posiblemente emparentadas con los esenios, también se llevaba una vida semejante.

De modo que los judíos no prohibían el celibato, ni era censurable, y además los argumentos de Brown son contradictorios. Porque, o bien el celibato está prohibido o no lo está. ¿Qué quiere decir que estaba prácticamente prohibido? Decir que es «más lógico» pensar que estaba casado porque la mayoría de los judíos lo estaba es lo mismo que decir que es «más lógico» pensar que Silas no fue albino, porque el porcentaje de la población que es albina es ínfimo. Si la mayoría de la población tiene la pigmentación correcta es porque no toda la población la tiene. Hay unos pocos que son albinos. También en tiempos de Jesús unos pocos eran célibes y eso no los hacía ni más ni menos «lógicos».

Por cierto que las Sagradas Escrituras sí hablan del matrimonio de Jesucristo. Es un matrimonio con su Iglesia y es eterno: «¡Alegrémonos y gocémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura [el lino son las buenas obras de los santos]»[10]. Pero claro, según Brown, hay que tener en cuenta todos los documentos, menos los que hablan de la divinidad de Cristo y que la Iglesia ha aceptado.

Otro dato curioso es que Brown se empeña en que, «como le diría cualquier estudioso del arameo, la palabra compañera en esa época significaba literalmente esposa». Sería de agradecer que en vez de remitirnos a «cualquier estudioso de arameo» nos hubiera ilustrado diciéndonos cuál era esa palabrita. Porque en arameo compañera se puede decir de varios modos y con diferentes matices, pero eso es lo de menos, porque la cita que trae a colación Teabing es del evangelio de Felipe. Ese texto gnóstico tal como se conserva fue redactado en copto, no en arameo. En todo caso es probable que fuera una traducción de un original en griego, pero ni eso es seguro. Lo que sí está claro es que no hay ni rastro de arameo y que fue escrito a mediados del siglo IV, y no en tiempos de Jesús. Así que Teabing podía haberse ahorrado el toque de falsa erudición.

Otro desliz más: Brown vuelve a contradecirse cuando enfatiza la costumbre de casar a los varones entre los judíos. Costumbre, como se ha visto, universal y comprensible, y que si en algún lugar se vio matizada fue en Israel, por su especial relación religiosa y personal con Yahveh. Pero demos por cierta la pretensión del autor y caigamos en la cuenta de que los evangelios gnósticos también hablan de que María Magdalena fue una discípula del rabbí, es decir, que conoció a Jesús siendo ambos adultos. ¿Qué lógica tendría que Jesús hubiera llegado célibe hasta los treinta años y sólo entonces se casara? Si de verdad el celibato hubiera sido un escándalo insoportable para los judíos, tal como pretenden los sesudos personajes del libro, San José y Santa María, al llegar Jesús a la edad núbil, le hubieran buscado diligentemente una chica del pueblo, de Nazaret, y se hubiera casado con ella antes de los dieciocho años, por ejemplo. Lo que resulta absurdo es que queramos ver «lógico» el matrimonio con María Magdalena, cuando precisamente eso es lo que resulta más inverosímil. A no ser que tengamos como criterio «cualquier cosa antes que la verdad». Entonces, está claro.

Pero Langdon está convencido de que tiene un buen argumento: «Si Jesús no hubiera estado casado, al menos alguno de los evangelios lo habría mencionado o habría ofrecido alguna explicación a aquella soltería excepcional». A lo que parece, Langdon hace tiempo que no ha leído los evangelios a los que se refiere. Recordemos que los cuatro evangelios canónicos fueron redactados pocos decenios después de la muerte de Jesús, y estaban destinados a los cristianos que ya habían recibido la Buena Noticia[11], para confirmarles en la fe en Cristo, no para persuadirles de ella. Es decir: los destinatarios de los evangelios ya creen que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Ése es el contexto en que se redactan estos textos sagrados. Los evangelistas no son unos «periodistas independientes», enviados especiales a cubrir una noticia en la que no tienen parte ninguna. Creen en Jesucristo y cuentan los hechos que sucedieron, sabiendo de quién hablan: «Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido, Teófilo»[12]. Así que, por supuesto que los evangelios dan una explicación de aquella soltería «excepcional», como del resto de la excepcional vida de Jesús. Al comienzo del Evangelio de Mateo leemos que María, antes de empezar a vivir con José, «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo»[13]. Eso suena a bastante excepcional. ¿Qué decir del comienzo del Evangelio de San Juan? «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios; y la Palabra era Dios [...] Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 1-18). ¿Qué esperaba Langdon? ¿Que San Lucas dijera «bueno, aunque os suene un poco raro, Jesús no se casó»?

Notas

[9] Jer 16, 1-2.

[10] Ap 19, 6-8

[11] Ver prólogo del Evangelio de San Lucas

[12] Le 1,4.

[13] Mt, 18.

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