conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

IX.- Brown el experto en Historia del Arte

Una interpretación bajo el delirium tremens

Capítulo 32, página 174:

«El lienzo mostraba a una Virgen María con túnica azul, sentada con un niño en brazos, supuestamente el Niño Jesús. Frente a María, también sentado, aparecía Uriel, también con un niño, supuestamente San Juan Bautista. Pero lo raro era que, en contra de la escena habitual en la que Jesús bendecía a Juan, en este caso era al revés: Juan bendecía a Jesús... ¡y éste se sometía a su autoridad! Por si eso fuera poco, la Virgen tenía una mano levantada sobre la cabeza de Juan en un gesto inequívocamente amenazador -con los dedos como garras de águila que sujetaran una cabeza invisible-. Y, por último, la imagen más clara y aterradora: justo por debajo de aquellos dedos curvados de María, Uriel estaba detenido en un gesto que daba a entender que estaba cortando algo, como si estuviera rebanando el cuello de la cabeza invisible que la Virgen parecía sujetar con sus garras. »[...] Leonardo había intentado apaciguar a la hermandad pintando una versión más "descafeinada" de La Virgen de las rocas, en la que los personajes aparecen en actitudes más ortodoxas».

Poco después de leer este párrafo, y antes de consultar las interpretaciones habituales que los expertos hacen de este cuadro, observé una reproducción de la obra. Quedé confundido. Luego me tranquilicé, porque lo que a mí me parecía que estaba en el cuadro no tenía nada que ver con lo que decía Brown, pero era básicamente similar a cualquiera de las interpretaciones que he consultado después.

La Virgen en el cuadro de Leonardo no tiene ningún niño en brazos, sino que pasa la mano por el hombro de un niño que está arrodillado en el suelo. Pero ese niño ¡no es Jesús!, como dice Brown, sino que es San Juan Bautista. El niño Juan va vestido con unas pieles que simbolizan su futura vida de eremita, y en la segunda versión que hay en la National Gallery de Londres, Leonardo le pone en las manos un bordón en forma de cruz, que en la iconografía tradicional acompaña frecuentemente a las representaciones de San Juan Bautista. San Juanito está arrodillado en señal de adoración ante el Niño Jesús, que lo bendice. Lo mejor es que cualquier lector observe una reproducción del cuadro y lo valore por sí mismo. Por lo tanto, no hay nada de extraño en que Jesús bendiga a su joven primo, ni Jesús se somete a la autoridad de Juan.

La Virgen tiene la mano izquierda extendida a una cierta distancia sobre la cabeza del Niño Jesús. El gesto no sólo no es «inequívocamente amenazador», sino que es de protección y de autoridad. También este gesto entronca con la iconografía tradicional y debe interpretarse según la tradición, pero es tan obvio visualmente que no hace falta ninguna formación especial para percibirlo. Dejemos aparte el mal gusto de llamar garras a los dedos de Santa María.

El ángel Uriel aparece al lado de Jesús como señal de su gloria divina y la mano del ángel no hace ningún gesto de cortar nada, sino que señala en dirección a San Juanito.

Si se observa la versión según Brown «más descafeinada» de la obra, se ve que el tema es sustancialmente el mismo. Si -como el autor pretende- los cofrades, o las monjas, como prefiere Brown, se hubieran soliviantado por la composición blasfema que el autor dice que se esconde en el cuadro, lo lógico es que Leonardo, al «repintar» el tema, hubiera intercambiado a San Juan por Jesús, para calmar los ánimos. Nada de eso. La composición es la misma y los personajes ocupan los mismos lugares y en las mismas posiciones (excepto la mano de Uriel, que la tiene recogida, pero eso no influye en nada). De haber sido como relata Brown, los cofrades hubieran tenido las mismas razones para rechazar la segunda obra.

La historia violenta de la cruz latina y la pacífica de la cruz griega

Capítulo 33, página 183:

Sophie y Robert Langdon tienen en su poder la extraña llave que les dejo Jacques Sauniére. En la llave está inscrita una cruz. Sophie sugiere: «Parece de inspiración cristiana». Pero Langdon «no estaba tan seguro. La empuñadura no formaba la cruz latina característica del cristianismo, más larga que ancha, sino la llamada cruz griega, en la que los cuatro brazos tenían la misma longitud, y que precedía a la cristiana en nada menos que mil quinientos años. Ese tipo de cruz carecía de todas las connotaciones de crucifixión asociadas a la latina, ideada por los romanos como instrumento de tortura. A Langdon nunca dejaba de sorprenderle el escaso número de cristianos que, al contemplar "el crucifijo", eran conscientes de la historia violenta de aquel símbolo, que se manifestaba hasta en su propio nombre: cruz y crucifijo eran derivaciones del verbo latino cruciare, torturar.

»-Sophie -dijo-, lo único que puedo decirte es que las cruces griegas como ésta se consideran símbolos de paz. La idéntica longitud de sus cuatro brazos las hace poco prácticas para las crucifixiones, y el equilibrio de sus travesaños horizontal y vertical representa la unión natural entre lo masculino y lo femenino, por lo que encaja bien con la filosofía del priorato». [Más adelante, en el capítulo 40] «La cruz griega simbolizaba el equilibrio y la armonía, pero también era el símbolo de la Orden del Temple. Todo el mundo había visto imágenes de templarios ataviados con túnicas blancas en las que había bordadas unas cruces griegas de color rojo. Sí, era cierto, esas cruces templarías se ensanchaban un poco en los cuatro extremos, pero seguían siendo cruces griegas».

Es bueno traer a colación estos párrafos de la novela para dar nuevos ejemplos de la «táctica» de Dan Brown. Los pensamientos de Langdon en torno a las cruces no aportan ningún dato real, pero los deja caer como si estuviera afirmando algo importantísimo. Si lo dice el profesor de Harvard... Estas insinuaciones contribuyen a crear una vez más la sensación deembrollo y de misterio allí donde no existe.

El signo de la cruz es uno de los más simples que existen y pertenece al acervo de muchas culturas precristianas. Los cristianos lo adoptaron por el solo motivo de representar el patíbulo sobre el que murió Cristo. Ave Crux, spes unica!: «Salve Cruz, ¡única esperanza!». Por alguna misteriosa razón Langdon afirma que la cruz latina es la característica del cristianismo y no así la griega. Tan equivocado está que el mismo adjetivo de griega que sobrelleva la cruz no le viene de los antiguos helenos, paganos (como él piensa), sino de los griegos bizantinos, que son cristianos. Tanto los cristianos latinos como los griegos han usado y usan de ambas representaciones.

En la cultura actual la cruz se ha banalizado tanto que para muchos no pasa de ser un elemento decorativo sin significado. En el texto, Langdon parece no distinguir bien entre cruz y crucifijo. Eso explicaría que «nunca dejaba de sorprenderle el escaso número de cristianos que, al contemplar "el crucifijo", eran conscientes de la historia violenta de aquel símbolo». Lo cierto es que es difícil contemplar la imagen de Jesucristo clavado en la cruz sin rememorar de algún modo «la historia violenta» que lo ha motivado.

Al experto profesor de Harvard le fallan continuamente los datos. Según él, los romanos idearon la cruz como instrumento de tortura, pero lo cierto es que lo que hicieron fue adoptar una técnica que encontraron en las sociedades de Oriente próximo y medio. Las ejecuciones en la cruz eran corrientes entre los griegos, los egipcios y los persas, mucho antes de que los romanos les imitaran.

El latín no es el fuerte del profesor Langdon. Afirma con aplomo propio de su profesión que cruz y crucifijo son derivaciones del verbo latino cruciare, «torturar». En latín, el verbo crucificar y por extensión torturar, física o moralmente, se enuncia crudo, crudas, cruciare, con esas tres formas verbales, o en todo caso, abreviadamente, con la primera persona del presente de indicativo crudo, mejor que con el infinitivo cruciare.

Es el verbo crudo el que procede del sustantivo crux, como es lógico, y no como se empeña Langdon, que hace derivar los sustantivos cruz y crucifijo del verbo. Probablemente estos gazapos se deban a un flojo bachillerato. Parece que los profesores de Harvard ya no son lo que eran.

Aún sorprende más que Langdon flojee en su terreno más propio: los símbolos. Según él las cruces griegas «se consideran símbolos de paz. La idéntica longitud de sus cuatro brazos las hace poco prácticas para las crucifixiones». Efectivamente, las cruces griegas son poco prácticas para crucificar a nadie, como por lo demás tampoco es fácil crucificar en una cruz latina. Lo suyo, lo fetén, es crucificar en una cruz de madera real, a ser posible de tamaño natural. Parece que al «simbologista» Langdon se le ha olvidado la primera lección relativa a los símbolos, o sea, que todo símbolo (sea natural o convencional) supone una abstracción de la cosa que simboliza[8]. Los cristianos adoptaron el signo de la cruz para evocar con la intersección de las líneas la cruz real, el suplicio en el que padeció Cristo. Lo mismo la cruz de travesanos iguales que la cruz «latina». Decir que la cruz griega es un símbolo de paz y apostillar razón tan peregrina es grotesco. Pero su confusión simbólica no acaba ahí: el profesor sostiene que «el equilibrio de sus travesanos horizontal y vertical representa la unión natural entre lo masculino y lo femenino». Éste es un ejemplo acabado de la manipulación típica de este libro. Lo cierto es que cuando se habla del significado precristiano del signo de la cruz no se puede más que especular sin demasiada precisión. El signo de la cruz es universal y ha sido adoptado por las culturas más dispares, así que lo más que se puede decir es que es un signo que representa la complementariedad de los elementos opuestos: el cielo y la tierra, lo positivo y lo negativo, la vida y la muerte. Hasta ahí todos están de acuerdo. A partir de ahí comienza el terreno de los charlatanes.

La conexión entre la Orden del Temple y la trama fabulosa de Brown es inexistente en la realidad. De modo que el autor no puede dejar pasar ninguna oportunidad para establecer fantásticos vínculos entre Priorato de Sión / templarios / culto ancestral a la divinidad femenina.

La cruz de los templarios es, para Langdon, una cruz griega, por lo que se inserta en la misma tradición de culto a la diosa, al equilibrio sexual. Pero si se observa, la cruz templaría -que es ante todo una cruz cristiana- se diferencia tanto de la latina como de la griega, puesto que los extremos de sus travesanos se desdoblan en dos puntas afiladas. Muchas otras órdenes militares poseían diseños particulares de la única cruz cristiana, que lucían igual que los templarios, y en muchos casos, también los travesanos eran de igual longitud. Son afirmaciones falsas, sí, pero, aunque fueran ciertas, ¿qué probarían? Nada.

El razonamiento de Brown es abracadabrante. Consiste en hacer sospechar al lector que detrás de todo acontecimiento cuyo sentido parezca evidente hay en realidad una explicación oculta y relacionada con una trama secreta que, como es secreta, no se puede más que atisbar por «sorprendentes» indicios.

Si el lector no se defiende de esas suposiciones sin ninguna apoyatura racional, poco a poco se va adentrando en el universo particular del autor y se prepara para aceptar conclusiones más inverosímiles y sin fundamento.

La perspicacia del capitán Fache

Capítulo 36, página 196:

Han llegado a la estación de tren de Saint-Lazare. Instigado por Sophie, Langdon ha comprado dos billetes de tren con su tarjeta de crédito, con destino a Lille. Saben que pronto la Policía tendrá esos datos y pretenden ganar tiempo despistándolos. En lugar de tomar el tren, cogen un taxi.

«-¿Capitán? -El teniente Collet venía hacia ellos desde el puesto de mando-. Capitán, acaban de informarme de que han localizado el coche de la agente Neveu.

»-¿Han conseguido llegar a la embajada?

»-No. A la estación de tren. Han comprado dos billetes. El tren ha salido hace muy poco.

»Fache hizo un gesto a Grouard para que se retirara y condujo a Collet a una sala contigua.

»-¿Cuál es el destino de ese tren? -le preguntó en voz baja.

»-Lille.

»-Seguramente es una pista falsa».

El capitán Fache es un tipo sagaz. Se lleva al teniente a una habitación y le hace una sola pregunta: «¿Cuál es el destino de ese tren?». En cuanto oye la respuesta, contesta: «Es una pista falsa». ¿Tiene poderes paranormales? No, sencillamente es un ciudadano de París y sabe que de la Gare Saint-Lazare no salen trenes hacia Lille, que parten de la Gare du Nord. No sabemos si Visa devolverá el dinero al profesor Langdon ya que les han vendido unos billetes para un trayecto inexistente.

Notas

[8] En cualquier caso, la disciplina que Brown llama Simbología es desconocida en el mundo académico.

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