conoZe.com » Leyendas Negras » Pío XII y el Nazismo » Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra: Historia de los Hebreos salvados del Holocausto » Capítulo segundo.- Escondidos en las catacumbas como los primeros cristianos

Sor Margherita Marchione y las Pías Maestras Filipinas

Sor Margherita Marchione, religiosa norteamericana de origen italiano, que lleva a cabo desde hace años un apasionante estudio histórico sobre la figura y la obra del papa Pacelli en el periodo de la segunda guerra mundial, ha documentado los sucesos de las Pías Maestras Filipinas, que durante dicha guerra hospedaron en la Via delle Botteghe Oscure a muchísimos refugiados.[17]

«La Congregación de las Pías Maestras Filipinas, a la cual pertenezco -ha dicho sor Margherita-, ha permanecido desde hace trescientos años como "hija de la Santa Sede". En 1707 Clemente XI nos llamó de Montefiascone a Roma para abrir escuelas para la juventud y, desde entonces, nos sentimos especialmente unidas al papa.» Haciendo algunas investigaciones sobre la historia de la congregación, sor Margherita llegó a conocer los sucesos del convento en la Via delle Botteghe Oscure en Roma, durante la segunda guerra mundial. «Quedé sorprendida, impactada», confía. Tuvo la oportunidad de recoger los testimonios directos de sus hermanas más ancianas que habían vivido los dramáticos días de la ocupación de Roma. Algunas de estas hermanas viven todavía. Surge así la heroica solicitud cristiana, que desprecia todo peligro, con la que las «hermanitas» tuvieron escondidas a muchísimas personas perseguidas, no sólo a los judíos del gueto vecino. «Testigos directos - cuenta sor Margherita- me han confirmado cómo, siguiendo la voluntad del papa, los conventos romanos abrieron sus puertas a quien tuviera necesidad, sin distinción de religión o de ideas políticas. Así lo hicieron mis hermanas de la Via delle Botteghe Oscure. Fue un riesgo enorme esconder durante más de un año a 114 personas, hombres y mujeres, adultos y niños. Pero las hermanas no abrigaron nunca ninguna duda.» Las hermanas acogieron a los romanos perseguidos en tres conventos: en la Via delle Botteghe Oscure, en la Via Caboto y en la Via delle Fornaci. En el primero, sesenta personas fueron alojadas cómodamente en apartamentos con dormitorio, lavandería y servicios. Durante los bombardeos, todos, hermanas y huéspedes, se refugiaban en el sótano que, como refiere sor Margherita, «todavía hoy parece una catacumba». Narra sor Maria Pucci, una de las protagonistas: «En nuestra casa de la Via Caboto se acogió a veinticinco personas: algún anciano, jóvenes esposos y también niños. Unos quince estaban en el hueco de la escalera con todo lo que se había podido salvar, incluso el género de sus negocios. Los demás estaban en los locales del asilo, donde se habían acondicionado dos habitaciones...» Sor Domenica Mitaritonna añade que: «Las Pías Maestras Filipinas enseñaban durante el día mientras por la tarde, en turnos, hacían guardia para proteger a sus huéspedes. Una noche un camión paró delante del convento. Mientras los soldados alemanes se preparaban para entrar, pensando que había un refugio o un escondite de armas, un señor les advirtió desde la ventana que sólo se trataba de una escuela primaria. Los alemanes se fueron...» Sor Lucia Mangone iba todos los días al mercado para poder alimentar a las personas refugiadas, pero no era fácil encontrar siempre el alimento necesario para quitar el hambre a todos. A las monjas no les faltaba valor. Sor Lucia se presentó ante un general alemán y consiguió el permiso de comprar un camión de arroz. Naturalmente no dijo quiénes se lo iban a comer... Sor Asunta Crocenzi hablaba alemán y podía dirigirse a los soldados con facilidad. Para evitar la sospecha de que en el convento se habían refugiado judíos, decidió invitar a algunos alemanes a comer. En vez de llamar al número 20 de la Via delle Botteghe Oscure, los soldados llamaron al número 19 donde, precisamente, estaban hospedados los judíos. La hermana que hacía guardia no hablaba alemán y, con gestos, les hizo entender que no podía abrir la puerta porque aquel lugar era de clausura. Gracias al cielo, los soldados lo entendieron y llamaron a la siguiente puerta.

Al final de la guerra, un grupo de mujeres judías, hospedadas por las monjas en la Via delle Botteghe Oscure, quiso dejar una señal de su gratitud. Revela sor Margherita que «su regalo fue una estatua de la Virgen que todavía hoy se puede admirar en los locales del convento, donde los judíos fueron acogidos».

Notas

[17] Margherita Marchione, Yours is a precious Witness - memoirs of Jews and Catholics in wartime Italy, Paulist Press, Nueva York, 1997.

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