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Pintando la imagen de Dios en el rostro humano

Los retratos constituyen la más humana y fascinante de las artes. Si tuviera otra oportunidad, yo me haría retratista profesional. Me encanta mirar el rostro de la gente en televisión para ver si puedo penetrar su misterio. La Biblia dice que Dios nos hizo a su imagen, de modo que pintar retratos de la gente es, en un sentido metafísico, pintar a Dios mismo. Pero la mayoría de los pintores desprecian los retratos y siempre lo han hecho. Los pintan por necesidad, para ganarse la vida. En los tiempos Túdor y Estuardo, los pintores no tenían alternativa. La realeza, la nobleza y las clases mercantiles inglesas no encargaban nada más. Eran gentes filisteas que no estaban dispuestas a pagar buen dinero salvo por fotografías de ellos mismos y los suyos. Si pensamos en lo que sucedía en Italia y Francia en el siglo dieciséis, y lo comparamos con lo nuestro, tal como se exhibe en la muestra Dinastías de la Tate, Inglaterra era un lugar artísticamente retrasado. Si quitamos los Holbein, queda poco de valor. Como burlonamente observó Francisco II acerca de la corte de Enrique VIII: "Su idea de la belleza es cubrir todo con espesas capas de pintura dorada".

Una razón por la cual los pintores no deseaban hacer retratos es que la convención exigía que los que posaban para un retrato tenían que vestir su mejor ropa y poner expresiones serias. Los Tudor aparecen bastante huraños, aunque sabemos con certeza que reían con frecuencia, a veces hasta perder literalmente la cabeza, por hacer bromas a costa de la apariencia de Enrique VIII. Hasta los seis deliciosos hijos de lord Cobham tienen un aspecto taciturno, aunque tocan un exquisito cuenco de fruta y tienen su loro y su tití en la mesa. Uno de los retratos más tristes es de Tom Durie, el bufón de la reina Ana de Dinamarca; parece que carga con las penas del mundo entero sobre sus hombros y está a punto de ahogarlas en la enorme copa de vino que sostiene. Isaac Oliver hizo una exquisita miniatura de su esposa Isabel sonriendo suavemente, pero este trabajo es una semblanza íntima y familiar, probablemente muy cara al pintor. Para el consumo público, la ligereza era mal mirada. A fin de cuentas, cuando se la mira de cerca, la Mona Lisa no sonríe de veras, y el Caballero de Hals desde luego no se ríe. El boceto de Hogarth de la muchacha de los camarones es un hito precisamente, porque ella no es sólo grotesca y cómica, sino que combina la belleza y la gracia con la risa.

La regla de la seriedad en los retratos desapareció gradualmente en el siglo diecisiete, pero muchas otras convenciones se conservaron, y por eso los pintores encuentran el género tan exasperante, especialmente porque las normas no son impuestas por sus pares sino por modelos con frecuencia ignorantes. Los que pagaban no reclamaban sólo adulación sino correción en la indumentaria. Aun el paciente sir Thomas Lawrence, uno de los pocos maestros del retrato que parecían felices con su tarea, se irritó cuando el duque de Wellington le dijo que era incapaz de pintar una espada e insistió en que la corrigiera. «Sí, vuestra gracia. Pronto me encargaré de ello.» «No, encargúese ya.»

Pero aunque a los pintores no les guste los retratos, a menudo están hechos para eso. Es un hecho y el siglo veinte lo ha demostrado más allá de toda duda que la mayoría de los pintores no sabe qué hacer con su talento y necesita mecenas que les impongan temas. Cuanto más detalladas las órdenes que reciben, mejor pintan. Cuesta pensar en cualquier gran artista del siglo veinte, excepto los paisajistas, a quien no hubiera beneficiado una anticuada y estricta vigilancia de mecenas exigentes. Henry Lamb, cuyos retratos dibujados estaban casi a la altura de Ingres, probó suerte con toda clase de temas reales y no dominó ninguno de ellos. Lo mismo sucedió con el dotado Glyn Philpot, que se desorientaba cuando no le encargaban un retrato. Ni siquiera sir William Orpen, el mejor de todos, supo concebir temas dignos de su genio. Y cuando los artistas no saben qué pintar, es posible que se dediquen a beber, como es el caso de Augustus John y el propio Orpen.

Estas reflexiones nacen de otra nueva muestra londinense, la gran retrospectiva de los dibujos de David Hockney en Burlington House. Hockney es un sujeto espléndido, sumamente gracioso y esclarecedor en cuestiones artísticas -el mejor acompañante en una galería- y su destreza técnica como dibujante y colorista son fenomenales. Pero nació para ser retratista y tengo la impresión de que está perdido fuera del retrato. No siempre le salen bien. Miré el de Stephen Spender, con su viuda Natasha, y ambos convinimos en que la nariz era demasiado grande y tosca, aunque ella observó que, curiosamente, tenía una maravillosa semejanza con un tío de Spender. Al lado, sin embargo, hay un dibujo de superlativa brillantez del viejo Auden, totalmente preciso y devastador.

Los dibujos donde Hockney retrata a su madre son conmovedores, y hay dos dibujos de "Celia" que daría cualquier cosa por poseer; se rumorea que Hockney trató tenazmente de enamorarse de esta suculenta criatura antes de sucumbir desesperado a los horrores de la homosexualidad. Sea como fuere, estos dibujos son grandes y penetrantes obras de arte. Ojalá Hockney, tan maravillosamente dotado por su creador -pues dudo que haya aprendido mucho en la escuela de arte-, consagrara unos años al servicio de Dios, el arte y la posteridad, realizando una prosopografía de Inglaterra en los últimos años del milenio: dirigentes, beldades, genios, lo elegante y lo fatuo, los notables y la gente común.

Podría hacer por nuestros tiempos lo que Van Dyke hizo por la Inglaterra de los caballeros, Lawrence por la Regencia, Sargent y Orpen por las épocas eduardiana y jorgiana. Sabe muy bien, pues ha estudiado profundamente, que él puede registrar estas imágenes humanas infinitamente mejor que cualquier fotógrafo, por habilidoso que sea. Y tiene la velocidad deslumbrante requerida para este gran trabajo (en comparación, me contaba el barón von Thyssen, Lucien Freud necesitó más de cien sesiones para su retrato). ¿Pero lo hará Hockney? Claro que no, pues los artistas no están en oferta en esta época. Es una pena.

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