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El historiador fraudulento de Australia

Si la reina quiere incomodar a Paul Keating, el arrogante primer ministro australiano que será su indeseado huésped este fin de semana, no haría mal en preguntarle: "Señor Keating, ¿qué opina ahora de Manning Clark?". Me explico. Keating es un matón callejero de ascendencia irlandesa que abandonó la escuela a los catorce años y se ha educado a sí mismo mientras se abría paso a puñetazos hasta la cima de la política de Canberra. Una cosa que ha aprendido es que, al menos en círculos laboristas, difamar a los ingleses da resultado. Se puede hacer de muchas formas, y esas cosas aburridas como los datos históricos rara vez se interponen en el camino de la retórica. Por ejemplo, Bill Hayden, el gobernador general, la clase de politicastro sórdido que sería presidente de la república propuesta por Keating, acaba de lanzar un furioso ataque contra el mariscal de campo Haig, comandante en jefe inglés durante la Gran Guerra. Este monstruo, declaró Hayden, mandó a pobres muchachos australianos a la muerte porque no se había molestado en aprender las lecciones de la guerra de trincheras, inventada en la "Guerra de la Revolución Americana". Se refería, desde luego, a la Guerra de Secesión, ¿pero qué son ochenta años más o menos entre difamadores? Recientemente, un académico izquierdista de Sydney tuvo un enfrentamiento con otro inglés, el pobre Neville Cardus, gran especialista del Guardian en criquet y música, a quien acusó sin la menor justificación de ser un "admirador del fascismo".

El fundador de la industria australiana de la difamación de los ingleses, al menos en su forma moderna y seudoacadémica, fue el profesor Manning Clark, autor de A History of Australia, seis volúmenes de forraje estándar en muchas escuelas estatales. El odio de Clark por los ingleses databa de su época en Balliol en la década del 30 donde, según un contemporáneo, recibió una tunda que "afectó gravemente a su orgullo". En 1946 Clark comenzó a enseñar la nueva materia de historia australiana, y sus voluminosos tomos fueron un subproducto de este curso. Su tema era la noble lucha de un "pueblo" revolucionario que pugnaba por liberarse de la opresión británica, amenazando reiteradamente con rebelarse contra sus malévolos amos y sus obsecuentes colaboradores australianos, tales como sir Robert Menzies.

A decir verdad, la historia de Australia ha sido bastante apacible, y lo más parecido a una revuelta fue el episodio de Eureka Stockade en 1854, durante la fiebre del oro victoriana. El mes pasado visité el sitio en cuestión, que está reconstruido. Es un reflejo de la feliz y apacible historia de Australia que este episodio pintoresco pero trivial, que habría pasado al olvido en la historia de tierras menos afortunadas, se deba elevar a la categoría de gran acontecimiento. Lo cierto es que las colonias australianas, fueran de convictos o gente libre, prosperaron mucho desde el comienzo y se hicieron cada vez más ricas hasta que, a comienzos del último cuarto del siglo diecinueve, Australia alcanzó el estándar de vida más alto del mundo. Melbourne era entonces la ciudad más rica de la Tierra, per cápita, y aún hoy es un monumento a la prosperidad victoriana y el buen gobierno. Todo esto está fielmente consignado por el mayor historiador viviente de Australia, el profesor Geoffrey Blainey. La relativa decadencia del país comenzó a fines del siglo diecinueve, con el ascenso al poder del Partido Laborista australiano y el aún más desastroso movimiento sindical.

Sin embargo, Manning Clark contaba otra historia, una historia más al gusto del oído de la izquierda australiana, con sus recuerdos populares irlandeses y su deprimente perspectiva de la vida. Al publicarse cada volumen de la historia de Clark, su posición entre los dirigentes laboristas mejoraba, su fama se difundía y la editorial de la universidad de Melbourne promovía celosamente sus libros. Clark, a su vez, cultivaba una apariencia de celebridad izquierdista, dejándose barba de sabio, usando un enorme sombrero negro, capa y ancho cinturón de cuero, pronunciándose sobre acontecimientos públicos, haciendo apología de la Unión Soviética y rodeándose de adoradores. Su trabajo se volvió más atrevido y bullanguero, cada vez menos anclado en datos históricos. El mismo tenía la tendencia, durante sus borracheras, de merodear por el campas universitario gritando "malditos ingleses". Pero nada de esto lo perjudicó frente al Partido Laborista o la izquierda académica. Al contrario. La gente como Hayden y Keating se nutrió de su mensaje y lo saludó públicamente cuando, cubierto de honores, falleció hace dos años. Sus alumnos encontraron puestos encumbrados en los departamentos de Historia de la universidad, donde libraron una guerra feroz contra los estudiosos que se oponían a la línea de Clark. Otra víctima fue el mismo Geoffrey Blainey, obligado a jubilarse por una insidiosa campaña de difamación.

La exagerada reputación de Clark no dejó de despertar objeciones cuando él vivía. En 1982 Claudio Veliz de la universidad La Trobe publicó una reseña del quinto volumen de Clark, con el sencillo encabezamiento Mala historia, una obra maestra de demolición que debería incluirse en las antologías, pero la mayoría de los historiadores académicos australianos eran demasiado cobardes para exponerse a la furia de la izquierda señalando los innumerables errores fácticos de Clark, su espantosa prosa y sus meros inventos. Sus simpatizantes estaban al mando y hoy forman la punta de lanza del movimiento republicano.

Sin embargo, el trabajo de Clark ha recibido un dardo mortífero desde un lugar insospechado: el hombre que lo publicaba. En el número de septiembre de Quadrant, la principal revista intelectual australiana, Peter Ryan, que dirigió la Melbourne University Press cuando Clark escribía su historia, admite que supo desde siempre que Clark era un fraude y que sus libros eran ante todo obras de ficción. En su vejez, Ryan parece reacio a irse a la tumba sin admitir su participación en una impostura a gran escala, tal vez el más logrado -y trágico- de los fraudes australianos. Escribe: "De las muchas cosas de mi vida que debo recordar con vergüenza, la principal será haber publicado A History of Australia de Manning Clark". Su confesión es un documento extraordinario, singular en la historia editorial. La gran pregunta es cómo queda parado el movimiento republicano australiano, pues muestra que la corriente histórica en que se basa es una estafa. En reacción ante la apología de Ryan, hubo algunas protestas airadas de la señora Keating, Hayden y compañía, seguidos por un tímido silencio. Por eso sería interesante que la reina hiciera esa pregunta en Balmoral.

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