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Progresistas, mojigatos e inquisidores

Hay una profunda e inveterada necesidad humana de escandalizarse ante las palabras o las imágenes, y por tanto una correspondiente necesidad de censurar. No les creo a quienes afirman ser partidarios de una libertad de expresión total. Todos tienen reservas en ciertas zonas, que por supuesto varían según su postura cultural. Un novelista o dramaturgo que llena sus obras de insultos o escenas sexuales explícitas se ofendería si oyera decir nigger para referirse a un negro. A la inversa, muchas personas que quisieran abolir la ley de relaciones raciales promoverían leyes más estrictas para la obscenidad y una resurrección de los poderes del lord chambelán. El deseo de reprimir es permanente en nuestro corazón, y lo único que cambia es su objeto. Me atrevo a predecir que con el tiempo black se volverá censurable para los políticamente correctos, y negro ganará su aprobación. El concepto de "políticamente correcto" (a political correctness) es una variante moderna de la vieja tradición puritana de Estados Unidos, antaño dirigida contra las brujas, las mujeres caídas, los poemas de Walt Whitman y los espectáculos de burlesque. La académica de la universidad de Pensilvania que recientemente objetó una reproducción de la Maja desnuda de Goya y obligó a la universidad a descolgarla habla en nombre de esta tradición. Cien años atrás también habría objetado, pero con argumentos religiosos: entonces la desnudez de la Maja habría sido un agravio a la "decencia", un insulto a la "pureza de las mujeres". Ahora usa el término de moda en los 90: es un caso de "acoso sexual".

Hace cien años, desde luego, la reproducción ni siquiera se habría exhibido. Sería instructivo saber cuándo la adquirieron las autoridades de la universidad. Sospecho que a fines de los 60, reflejando una capa arqueológica anterior de corrección progresista, cuando primaba la necesidad de "abolir tabúes". Pues la pintura es, y se propone ser, una afrenta para los mojigatos. En verdad, es perturbadora en todo sentido. Como casi todos los grandes desnudos yacentes, entre ellos los del Tiziano, Velázquez y Manet, refleja las dificultades casi insolubles que encuentran los pintores cuando exhiben toda la desnudez de una mujer y al mismo tiempo sugieren reposo. El cuerpo de la mujer no está hundido en los cojines, como debería; es como si se hubiera puesto tiesa para exhibir todo lo posible. Sus piernas están en una posición fatigosa y sus pies en una postura antinatural. Los rígidos brazos no sostienen la cabeza, que parece pertenecer a otro cuerpo, como si la hubieran pegado omitiendo el cuello. Me incomoda mirar este cuadro, por motivos que no tienen nada que ver con la sexualidad.

No obstante, también es vigorosa sexualmente, como sugiere su historia. Cuando llegó a Londres en mayo de 1990, junto con su complemento, \aMaja vestida, la National Gallery publicó un folleto de Enriqueta Harris y Duncan Bull, Goya's Majas, que explica lo que se sabe -lo cual, ay, no es mucho- sobre el par, y lo recomiendo a cualquiera que esté interesado en la controversia. Hasta hace poco, España era un país mojigato donde era raro exhibir la pintura de una rnujer desnuda, aun en privado. La Venus del espejo de Velázquez era una excepción. Las Majas de Goya son particularmente provocadoras, y la desnuda incluso revela vello púbico, quizá por primera vez en el arte europeo. Goya parece haberlas pintado, o haberlas entregado, al todopoderoso y lascivo ministro Manuel Godoy, quien reunió una enorme colección de arte a fines del siglo dieciocho. La mayor parte estaba destinada a la exhibición pública, pero él también tenía un apartamento secreto o "sala íntima" que un visitante de 1800 describió como llena de "pinturas de varias Venus". Un inventario de 1808 dice que contenía no sólo la gitana desnuda y la gitana vestida de Goya sino también la famosa Venus de Velázquez, entregada a Godoy por la rica y emancipada duquesa de Alba, sin duda como retribución por un favor político.

Se dice que la duquesa -que era amiga, mecenas y quizás amante de Goya- pudo haber aportado el cuerpo, aunque no la cabeza, de ambas Majas. En 1945 el actual duque de Alba hizo exhumar a su antepasada con la esperanza de tomar sus medidas y refutar ese rumor, que no obstante ha persistido. En 1797, a los cincuenta años, Goya pasó varios meses en la villa andaluza de la duquesa, entonces una viuda de treinta y cuatro. No sólo la pintó de pie, señalando dos palabras en el piso, "Solo Goya", sino que llenó un boceto con sugerentes dibujos de damas. Una de ellas es ciertamente la duquesa, mostrando las piernas y la espalda desnuda, el resto vestida, y quizá sea una alusión jocosa a las dos Majas. Aun en la turbulenta Europa de la Revolución Francesa había algo escandaloso en las relaciones artísticas de Goya con la dama.

Goya no sólo era osado, incluso temerario, sino un gran superviviente. Se mantuvo a flote durante las tempestades que asolaron España a principios del siglo diecinueve. La restauración borbónica, sin embargo, trajo el retorno de la Inquisición, y el 16 de marzo de 1815, a los sesenta y ocho años, tuvo que comparecer ante el tribunal, bajo la segunda sección de las reglas de expurgación, para inspeccionar las dos Majas, que al parecer estaban en manos del tribunal, y declarar si eran sus obras y por qué las había creado, por orden de quién y con qué propósito. Pero no ha sobrevivido ninguna respuesta de Goya y no hay constancia de este procedimiento, si lo hubo. En marzo de 1815 Europa se hundió en un remolino cuando Bonaparte escapó de Elba, y en medio de la incertidumbre es probable que dejaran tranquilo a Goya. O quizá logró que interveniera uno de sus muchos amigos poderosos. En todo caso, Goya no sufrió ningún castigo y las dos pinturas sobrevivieron para escándalo y curiosidad de las generaciones futuras.

La reproducción cuestionada por esta académica, en cambio, fue retirada de inmediato. Parece que todas las universidades de Estados Unidos tienen un organismo especial que escucha las quejas de quienes se sienten "oprimidos" o "acosados", y existe un organismo interestatal que los mantiene actualizados. Ambos actuaron expeditivamente en este caso, y la Maja desnuda quedó relegada a la oscuridad. La comparación entre los dos intentos de censurar a esta casquivana nos ofrece un significativo comentario sobre nuestros tiempos. En el año de Waterloo, la Inquisición, símbolo de la reacción, actuando en nombre de la moralidad tradicional, no logró salirse con la suya. En 1991, las fuerzas progresistas, en nombre de la "corrección política", triunfaron sin dificultad. Tengo la impresión de que en nuestra época supuestamente esclarecida, hay mucha mojigatería, ignorancia y censura, amén de mucha cobardía.

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