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Pásame la crema hidratante, mujer

"Ha llegado el perfume para hombres", declara un anuncio en el número actual de Tatler. Una encuesta realizada por Fabergé sugiere que los hombres pasan más tiempo en el cuarto de baño por la mañana y usan cada vez más cosméticos para mejorar su apariencia. Furtiva pero diariamente los hombres se aplican gel para el cabello, espuma de afeitar, crema para el cuerpo y crema hidratante, y perfumes, todo ello de sus esposas.

Sin duda la encuesta responde a un interés, pero confirma el testimonio de mi olfato y mis ojos. Hace poco, en un almuerzo, noté que por lo menos dos hombres usaban maquillaje. Como la mayoría de las tendencias, comenzó en Estados Unidos. En una ciudad grande como Chicago o San Francisco, si uno viaja en un ascensor de hotel a las siete y media de la mañana, con una falange de ejecutivos que se dirigen a sus desayunos de trabajo, el tufo de los cosméticos es apabullante.

¿Estamos presenciando uno de esos grandes giros históricos en las relaciones entre los sexos? Hasta la década de 1820, en la mayoría de las sociedades occidentales, los hombres y las mujeres competían sin empacho en dedicar tiempo, dinero y preocupación a su apariencia personal. Hacían igual uso de telas relucientes, colores fuertes o delicados, joyas y fruslerías, pelucas, cremas y polvos, corsés y rellenos. Si miramos las pinturas de Nicholas Hilliard o Van Dyck, los hombres son en general los más deslumbrantes. Los interludios puritanos, como el de la Commonwealth de 1650, afectaban tanto a los hombres como a las mujeres, manteniendo la igualdad en la batalla de los sexos, y no duraban demasiado. En 1663 el rústico Anthony Wood se quejaba de que los hombres gastaran más que las mujeres en su apariencia, y de que usaran perfumes, afeites y lunares. Destacaba que los oficiales de la guardia de Carlos II se contaban entre los principales culpables. La competencia de los sexos para superarse en brillo continuó durante el siglo dieciocho.

Jane Austen, como siempre, fue rápida para percibir el viento del cambio. En Persuasión (escrita en 1815-1816), comparó a los sencillos y viriles oficiales navales que admiraba (dos hermanos suyos llegaron a ser almirantes) con el necio y perfumado galán de la Regencia, sir Walter Elliot. Sir Walter se consideraba una autoridad en belleza masculina y femenina, y en los medios para realzarla. Era devoto de las cremas faciales de la esposa de Vincent Gowland. Cuando su hija Anne llega a Bath, la felicita por haber mejorado su aspecto y le pregunta si usa algo en particular. «No, nada», responde ella. «Gowland», sugiere él. «No, nada en absoluto», responde ella. A él le llama la atención, y añade que recomienda el "uso constante de Gowland en los meses de primavera". Sir Walter, a quien le gustaba remolonear por Bath, en busca de hombres apuestos además de mujeres, del brazo de su amigo el coronel Wallis ("buena figura militar, aunque de cabello claro") era particularmente duro con la apariencia de los oficiales navales. Estaba ese pobre almirante Baldwin, de sólo cuarenta años, pero "con rostro color caoba, tosco y acartonado en extremo, lleno de arrugas, con nueve cabellos canos en los costados y apenas un toque de talco en la coronilla". En cambio, el almirante Croft, que alquila la casa de sir Walter, le comenta a Anne que su padre parece "un sujeto demasiado puntilloso para su edad".

Croft debió pedir a su esposa Sophy que lo ayudara a mover "los enormes espejos" de su tocador.

Pero, pace sir Walter, aun los almirantes se preocupaban mucho por su apariencia. La hija de sir Edward Codrinton, vencedor de Navarino, cuenta cómo su padre se empolva mientras ella le lee "una de los encantadores cuentos de la señorita Edgeworth" y su padre le corrige la puntuación: "Estaba ese paño blanco, extendido sobre la moqueta, ese cisne que me parecía obra de un hada, la sencilla espátula que retocaba el trabajo del hada en la frente y las sienes". Esta fue la última época en que los hombres pudieron contemplar la belleza física de su propio sexo sin ser acusados de homosexualidad. El artista y cronista Farrington registra un gran desayuno de varones donde "Gregson el pugilista" fue expuesto en el vestíbulo, desnudo, para ser admirado "por la belleza de sus formas". Farrington también fue con sir Thomas Lawrence, el retratista, a inspeccionar a un "apuesto negro" que resultó tener "la figura más hermosa que habían visto". Las damas podían hacer comentarios sobre los hombros, la cintura y las piernas de un hombre sin parecer atrevidas. Las piernas, sobre todo las pantorrillas, eran muy estudiadas en los bailes. Los Wordsworth se sintieron muy agraviados cuando Thomas de Quincey, con quien habían trabado amistad, publicó un artículo en una revista, criticando las piernas del poeta y diciendo que necesitaba tener dos pares, uno para caminar y "otro para las fiestas, cuando ninguna bota presta su amistosa ayuda para enmascarar nuestras imperfecciones ante las exigentes mujeres".

Todo esto comenzó a desaparecer con la revolución que produjo Brummel en la indumentaria masculina. Es verdad que él introdujo la correa sobre el empeine, que estiraba los pantalones (e hizo que el papa Pío VII los prohibiera por obscenos), pero en general odiaba los colores, prefería el negro, el blanco y el gris para los hombres, y enfatizaba la importancia de la higiene, los baños diarios, los cambios frecuentes de ropa interior y la dieta. Prohibió los perfumes, los ungüentos, la grasa y el aceite para el cabello, y así allanó el camino para el varón ultramasculino que predominó en tiempos Victorianos. Cuando yo era joven, sólo los homosexuales usaban cosméticos. Una vez, habiendo ido de Oxford a Londres para un baile, tuve que compartir una habitación con un homosexual de unos veinticinco años. Su conducta fue intachable, pero me fascinó observar cómo se maquillaba por la mañana: tardaba media hora, lo mismo que una modelo de hoy.

Nuestra fase de la historia humana, en que los varones suelen presentar su belleza sin artificios, ha durado un siglo y medio y tenía que terminar. La televisión ha desempeñado un papel protagónico en el cambio. Desde que los políticos y otras celebridades descubrieron las mejoras que el maquillaje podía brindar a su apariencia, han sentido la tentación de utilizarlo aun fuera de cámara. Se está difundiendo rápidamente, por lo que he observado, junto con el uso de colores brillantes, lentejuelas y joyas entre los jóvenes. En poco tiempo el atuendo tradicional del varón desaparecerá para siempre y estaremos de vuelta entre sedas y satenes. Y, cuando hay espuma de afeitar y crema hidratantes para hombres, ¿puede faltar mucho para las pelucas?

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