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Conservadores

Una especie de oligopolio de desinformación lo ha sentenciado: ¡a Roma!, ¡que le den en Roma un «dicasterio» o algo parecido a ese «ultraconservador» de Cañizares que, ya ha tocado techo en la Conferencia Episcopal! Me estoy refiriendo, para que el lector me entienda, al Primado de España, el Arzobispo de Toledo don Antonio Cañizares, una de las cabezas más brillantes de la Iglesia católica, muy similar en su estructura teológica a la del Papa Benedicto XVI, con quien ha trabajado durante muchos años. Nada nuevo. La estrategia ya la conocemos: calificar de irreductible, carca, inquisidor o ultraconservador a quien se quiere desacreditar. Ya lo hicieron con el cardenal Ratzinger durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque luego se tuvieran que tragar toda la bilis que sobre él habían vomitado. Un día, a pesar de los desinformadores, nos dimos cuenta de que la altura intelectual y filosófica del cardenal podía medirse con uno de los ídolos del pensamiento laico, Habermas, dejando a propios -es increíble lo permeables y estúpidos que somos- y a extraños con cara de asombro. Y ahora, como Benedicto XVI goza ya de reconocimiento universal, hay que apuntar contra otros objetivos con menor protección y más a la intemperie. Pero somos muchos a los que nos gusta el aire libre. O sea que ¡cuidadito, «vaticanistas»!

¿Por qué se odia desde el rancio-progresismo a la Iglesia Católica, especialmente cuando defiende la vida, la familia, la dignidad de la persona o la igualdad entre los seres humanos? Hay una respuesta sencilla: la defensa de esos principios supone un compromiso difícil; y el modelo social del «progresismo», hijo del marxismo-leninismo, supone relativizar la vida, banalizar la familia, «orwellizar» la persona y reducir al absurdo, como ya denunció hace doscientos años Tocqueville, el principio de igualdad. En una magistral conferencia pronunciada en el VII Congreso Católicos y Vida Pública, el profesor Neuhaus, editor de la revista First Things, afirmaba que la reconstrucción del orden secular sólo puede fundamentarse en preceptos procedentes de la tradición liberal. «Existe un gran abismo -dijo- entre la tradición liberal y lo que hoy en día en Estados Unidos (como en Europa) llamamos liberalismo. Por ese motivo, a algunos de nosotros nos llaman conservadores». Es decir, hoy, cuando alguien, desde la mala fe, califica a otro de ultraconservador, en realidad se refiere a aquellos que de forma constructiva intentan recuperar y revitalizar la tradición liberal.

Caso práctico: «Oponerse a la eutanasia es de ultraconservadores». Matar a alguien porque otro considera que su enfermedad es irreversible es un crimen, sea legal o no, pues supone la liquidación de un inocente. Hace unos días The Wall Street Journal publicaba la información sobre un médico a quien no se «desconectó» del coma profundo en el que quedó, gracias al empeño de sus familiares, y hoy está plenamente repuesto. «No conocemos casi nada acerca del poder de recuperación del cerebro», afirma el doctor Stephan A. Mayer. A mí me parece terrible que haya ancianos que huyan de Holanda, no vaya a ser que al menor descuido de sus gastados cerebros se les aplique un «golpe» de eutanasia. Sinceramente, si un día me encontrase en esa situación irreversible, me gustaría ser atendido por monjitas ultraconservadoras.

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