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En la verdad, la paz

Este es el título del primer Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz que, como es habitual, se celebra el primer día del año. Tiene interés el enfoque enmarcado en el título, aunque no es completamente nuevo. En 1980, con ocasión de esa misma Jornada, escribía Juan Pablo II: «La paz debe realizarse en la verdad; debe construirse sobre la justicia, debe estar animada por el amor; debe hacerse en la libertad. Sin un respeto profundo y generalizado de la libertad, la paz escapa al hombre». Son aspectos necesariamente complementarios para la búsqueda de la paz. Y todos ellos, aunque la verdad se cite expresamente, tienen que ver con ésta. Decía San Josemaría: «No comprendo la violencia: no me parece apta ni para convencer ni para vencer» (Conversaciones). La violencia, de un modo u otro, actúa contra la verdad, también cuando trata de imponerla, porque atenta contra la realidad más íntima del hombre: su ser inteligente y libre. Por eso todo fundamentalismo es violento y no ama la verdad y la libertad -como las amó el autor de Camino-, porque las corrompe.

Quizá esa falta de amor a la verdad es la causa más profunda de la abundancia de violencias en nuestra sociedad: guerras, terrorismo, inseguridad ciudadana, desprotección de los débiles -también el no nacido y los ancianos y enfermos-, de los niños y de los pobres; violencia ejercida por los narcotraficantes o por los que mantienen en la ignorancia a quienes la padecen; predominio de intereses económicos, uso despótico de la autoridad, manipulaciones de la opinión pública, agresiones verbales, permisión de situaciones de injusticia, etc. Pero también hay una violencia, que podríamos llamar de guante blanco, como el estatalismo excesivo que priva de su cometido a personas y sociedades menores, la corrupción política consentida o la manipulación genética; las leyes que atentan contra la verdad de instituciones y personas, con la discriminación social solapada, con la falta de libertad religiosa ahogada, quizás legalmente, por el fundamentalismo laico y un relativismo que guía hacia el nihilismo; con leyes educativas asfixiantes de la iniciativa social...

«La violencia -escribió Yepes- atemoriza al hombre porque encarna la fuerza del mal, que es destructora y quebranta la ley de los seres naturales. Este quebranto destruye el orden, es decir, el equilibrio y armonía del conjunto de ellos. La violencia es por tanto ruptura del orden, entendido, no como sometimiento a una regla y autoridad extrínsecas que constriñen, sino como la relación que guardan las partes respecto a la unidad del todo, formando así una unidad de belleza y perfección». Por eso la paz no se arregla sólo, ni siquiera primordialmente, con leyes y tratados, sino buscando ese orden íntimo que está en la misma realidad de las cosas, en su naturaleza, en su verdad. «Las cosas -dijo Millán Puelles- son de una determinada manera: conocer la verdad es conocer la forma de las cosas, saber cómo son».

La actitud más firme para estar contra cualquier forma de violencia es la señalada por Benedicto XVI al afirmar que «el tema de reflexión de este año -En la verdad, la paz-- expresa la convicción de que, donde y cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo natural el camino de la paz». «Quien no ama la verdad, todavía no conoce», dijo San Gregorio Magno. Y San Josemaría escribió: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte».

Recuerda también el Papa que el Génesis resalta la mentira pronunciada por el demonio en el inicio de la historia. «La mentira -continúa- está relacionada con el drama del pecado y sus consecuencias perversas, que han causado y siguen causando efectos devastadores en la vida de los individuos y de las naciones». Se miente para ir a la guerra, se tergiversa la historia para el acto terrorista, se niega la verdad para llegar a sistemas ideológicos y políticos aberrantes, se manipula la información para obtener o mantener el poder, se confunde para legislar contra la familia o la vida, se encallece la conciencia, que ya no ve la luz de lo verdadero, para corromper y corromperse en los negocios o en el comercio del sexo, etc., etc.

Es tan real todo esto que Tomás de Aquino llegó a escribir que la mentira hace imposible la vida social. Y esa falta de veracidad es muy fácil instalarla cuando, faltando toda referencia a un orden objetivo inmutable, «a aquella gramática del diálogo que es la ley moral universal inscrita en el corazón del hombre» -dice el Papa-, se obstaculiza y se impide el desarrollo integral de la persona, la tutela de sus derechos fundamentales y que muchos pueblos se vean obligados a sufrir injusticias y desigualdades intolerables.

Queda mucho en el tintero, pero falta considerar, como ápice de toda subversión, la violencia contra Dios, tan propia de las sociedades secularizadas, que se vuelve inmediatamente contra el hombre. A este respecto dice el Mensaje para la Jornada de la Paz de 2006: «La historia ha demostrado con creces que luchar contra Dios, para extirparlo del corazón de los hombres, lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro». Algunas de esas luchas las plantea el fundamentalismo laicista o religioso, el relativismo, el hedonismo, el nacionalismo extremo e insolidario, etc. Si se quieren remediar con leyes y policía, no se llegará lejos. El corazón inquieto del hombre tiene otras demandas que, al menos, se demuestran en insatisfacción con lo que sucede. Por eso, «es necesario que cada comunidad -concluye el Mensaje de la Jornada- se entregue a una labor intensa y capilar de educación y de testimonio, que ayude a cada uno a tomar conciencia de que urge descubrir cada vez más a fondo la verdad de la paz», empezando por uno mismo.

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