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La teoría de la reencarnación

La doctrina de la «transmigración de las almas» tiene un gran papel en el budismo y en el hinduismo, y ha sido acogida con celo y entusiasmo por numerosas escuelas y sectas ocultas occidentales, sobre todo por la teosofía y sus ramificaciones.

No sólo la creencia que es compartida por varios cientos de millones de hombres, sino cualquier creencia sincera, debe ser tratada con respeto. Por eso no nos preocupamos de sus deformaciones, de los «flecos que bordean la alfombra», como por ejemplo los vejetes de uno y otro sexo que nos susurran al oído, con aire misterioso, que en su encarnación anterior o en la tercera fueron mandarines chinos, caciques indios, sacerdotes egipcios o bailarines del templo babilónico, y otras estupideces parecidas.

Prescindamos también del hecho bastante asombroso de que hasta ahora, por lo que yo sé, nadie ha pretendido jamás haber sido en su vida anterior suizo, escandinavo, holandés o alemán. Dejemos también a un lado a los estafadores y olvidemos al lama tibetano auténtico que fue desenmascarado como auténtico fontanero inglés. La teoría en sí es interesante y, por lo menos a primera vista, bastante plausible. El hombre aspira a la perfección. No puede alcanzarla en una sola vida breve. Por eso debe nacer constantemente, hasta que después de una larga serie de vidas haya aprendido todo lo que hay que aprender, haya superado todos sus defectos y haya expiado todos sus pecados y crímenes. Sólo entonces podrá alcanzar «Samadhi» y entrar en lo divino. Lo plausible de ello es sobre todo el factor de justicia: no existe ninguna mala acción por la que no haya que pagar, ninguna buena obra que no nos acerque más a la meta final". Pero ciertamente el factor de justicia encuentra también plena satisfacción en el cristianismo. El propio Cristo nos prometió justicia en el sermón de la montaña.

Es grave que, a pesar de todas las afirmaciones, falte todo material de prueba para la teoría de la transmigración. Las afirmaciones no son pruebas, y lo que nos presentan como supuesta prueba son experiencias, que muy bien pueden explicarse también de otra forma (sin que por ello tengan que ser necesariamente embustería o fraude). Por añadidura, esta teoría adolece de un concepto del universo estrictamente egocéntrico: todas las reencarnaciones suceden en el mismo planeta. El intento de incorporar esta doctrina al cristianismo está abocado al fracaso. La contradicción insuperable se halla en el hecho de que, de acuerdo con esta doctrina, el hombre se puede redimir a sí mismo (aunque tarde varios millones de años o más), o sea, que la obra redentora de Cristo sería innecesaria. Sin embargo, quien cree en Cristo sabe que sin Él nada puede hacerse, y encuentra además en el Nuevo Testamento la indicación más clara de que por Él se hace posible la Redención en una sola vida humana. Él ladrón en la cruz seguramente no se hallaba en estado de perfección humana, y sin embargo Dios le habló desde la cruz: «... hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso».

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