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Los noventa y nueve justos

Cuando yo era joven, recuerdo haberme indignado por la historia. ¿Cuál?: Que en el cielo habrá mayor alegría por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos. ¡Qué injusticia! Los noventa y nueve han sido toda una vida personas buenas y honradas, se han portado decentemente, han cumplido con sus obligaciones, han pagado sus impuestos, han cumplido los mandamientos, lo que no siempre resulta fácil. Se han apartado de las tentaciones, no han sido culpables de nada o apenas de nada. Y cuando después de todo esto llegan «allá», entonces resulta que esto está muy bien, pero no es nada extraordinario. El pecador en cambio, sólo porque está arrepentido, recibe trato de favor. Probablemente se habrá divertido mucho, habrá participado en todo y tomado posesión de todo, tanto lo permitido como lo prohibido. Poco antes de la hora del cierre se ha arrepentido rápidamente de lo prohibido y «allá» van y extienden para él la alfombra roja.

¿Será posible que el cielo le prefiera a él, el hijo desnaturalizado, más que al hijo ejemplar, como una madre que no escarmienta? Tardé mucho tiempo en darme cuenta del asunto. Los noventa y nueve justos habían recibido un buen carácter del que no son responsables. No les resultó pues demasiado difícil comportarse bien. Vivieron ordenada y cabalmente sin grandes complicaciones y alcanzaron por fin su meta. Era como si caminasen a través de un puente muy largo -toda una vida-, pero seguro.

Cuando un hombre camina por un puente seguro y llega al otro lado en buenas condiciones no creo que pueda esperar encontrarse allí con un comité de recepción para felicitarle por su hazaña. En cambio, el pecador tiene mal carácter, del que tampoco es responsable. Tiene que luchar, y no siempre sale adelante sin derrotas. Ha sido como un hombre que tenía que cruzar un río muy ancho -la anchura de toda una vida-, sin puente y, además, con rápidos y quizá incluso lleno de peces voraces. Desde la otra orilla observan su lucha. Se reúne una gran muchedumbre, que le contempla expectante, sin aliento. ¿Lo conseguirá o no? Ahora parece que se hunde; no, allí aparece de nuevo, ahora el rápido lo arrebata con violencia espantosa; pero no se da por vencido, continúa nadando... ¡lo consigue! Y la multitud le rodea, estrechan su mano, le dan palmadas en la espalda. Gracias a Dios, ha ganado, ha llegado con vida.

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