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Comunidad de vida y amor

Te ríes porque te digo que tienes vocación matrimonial ? Pues la tienes: así, vocación."

Estas palabras de Camino quieren introducir algunas consideraciones sobre el matrimonio con ocasión de la boda del Príncipe de Asturias. En mis años de estudiante de Magisterio, y luego de Ciencias de la Educación, se aconsejaba en los libros de pedagogía hacer clases ocasionales, es decir, aprovechar determinadas coyunturas para hablar del tema que esa ocasión proporciona.

El título de este artículo está tomado del Concilio Vaticano II y ha sido reiterado multitud de veces por el magisterio de la Iglesia. Este es el contexto en que se cita la frase: "Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable".

La libertad personal de los contrayentes da lugar a un vínculo, que Dios bendice, y del que nace una institución muy precisa que, al decir del mismo Concilio, "no depende de la decisión humana". El hombre y la mujer son libres para crear o no esa comunidad de vida y amor pero, siendo Dios mismo el autor del matrimonio, no es patrimonio de nadie decir cómo es esa sociedad: nacida para el amor conyugal, ordenada por sí misma a la procreación y educación de los hijos.

El conocimiento y aceptación de esta comunidad de vida y amor -ha dicho Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae - tiene mucho que ver con nuestro sentido de Dios, y cuando se pierde ese sentido "también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado". Se apoya en la frase lapidaria del Vaticano II: "La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida". Y así, podemos concluir, se desdibuja esa vida y ese amor que dan contenido al matrimonio.

Hablando de vida, se puede recordar que el mundo de hoy es particularmente sensible a la guerra. Lo estamos viendo, una vez más, estos días. Se da una aversión cada vez mayor a la pena de muerte, se presta atención a la calidad de vida y a la ecología. Sin embargo, cuando Dios se oscurece, no todo empeño contra la vida es igualmente rechazado; o por decirlo positivamente: no toda vida es igualmente apreciada. Pues bien, como dirá también el Papa actual, la familia está llamada a ser santuario de la vida, precisamente porque en esa peculiar comunidad de vida y amor, que requiere una particularísima comunión entre sus componentes, ambos elementos -el amor y la vida- son inseparables. Para eso "el hombre y la mujer -volvemos al Vaticano II- se entregan y aceptan mutuamente". Unión íntima y posibilidad de una nueva vida es consubstancial al matrimonio.

Ya en el libro del Génesis se presenta esta verdad cuando se afirma que "dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne". El mismo Cristo, polemizando con los fariseos, citará esas mismas palabras, añadiendo: "De manera que ya no son dos sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre". Esas palabras fuertes -"una sola carne"- indican hasta qué punto es peculiar y única la unión matrimonial, hasta qué punto el amor que manifiesta responde efectivamente a una vocación, a una elección divina, que lleva a los contrayentes a ser los propios ministros del sacramento que los une. Ese amor conyugal expresa -según san Pablo- un gran misterio, puesto que en él se manifiesta el amor esponsal de Cristo por su Iglesia.

Dios es Amor; Cristo -el Verbo encarnado- dijo de sí mismo que es el Camino, la Verdad y la Vida. Una escuela para aprender a querer, a comprender, a escuchar, a perdonar, a disculpar; una escuela de irrepetible amor a cada vida que llega; un continuo aprendizaje que muestra y acrecienta el amor primero, de tal manera que lo constituye en el único santuario de la vida, hasta tal punto que -como dice el Papa en su Carta a las familias - "en la paternidad y en la maternidad humanas Dios mismo está presente de un modo diverso a como lo está en cualquier otra generación sobre la tierra". La razón es evidente: ahí no hay sólo biología, sino una excepcional colaboración con Dios Creador, de la que surge un ser que es imagen y semejanza suya.

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