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Cómo se manipula IV. Los planteamientos tendenciosos

El que plantea una cuestión con una táctica no dirigida a descubrir la verdad sino a dominar a quien piense de forma distinta juega con ventaja porque escoge el terreno de la lucha y dispone sus efectivos del modo más conveniente para sorprender y cercar al adversario ideológico.

Si aceptamos un planteamiento demagógico, nos enredamos desde el principio en la maraña de confusiones que teje el manipulador para confundirnos. Aunque superemos a éste en preparación intelectual, seremos dominados ampliamente por él. De ahí la necesidad de poner en forma nuestra capacidad de captar al vuelo desde el primer momento los signos que delatan el carácter manipulador de un planteamiento.

Condiciones de la estrategia manipuladora

El manipulador suele plantear los temas de forma parcial, unilateral, y precipitada.

  1. El que quiere dominar a cualquier precio, sin dar razones que convenzan por su coherencia y luminosidad, reduce la cuestiones planteadas a los elementos que favorecen la solución que él defiende. Al plantear, por ejemplo, la cuestión del divorcio, presenta con tintes dramáticos un aspecto de la misma: el hecho de que existen "matrimonios rotos" y es necesario que la sociedad les ayude. Deja de lado, sin embargo, los daños que el divorcio pueda causar a los hijos y el grave deterioro que, debido a las leyes divorcistas, sufra la idea del matrimonio como una forma de vida estable y fecunda en orden a promover la unidad de los esposos y dar vida y educar a nuevos seres. El que piensa con rigor no admite un planteamiento que deje de lado algún dato esencial de cada problema. Si tolera esa amputación inicial, será llevado fácilmente a donde tal vez no quiera llegar.
  2. Actuar con rapidez aparece hoy a una mirada desprevenida como una actitud positiva porque la imagen del campeón deportista que rompe marcas gravita sobre la imaginación del hombre actual, sobre todo de los jóvenes, y constituye una especie de telón de fondo sobre el cual son proyectadas y valoradas las acciones de la vida cotidiana. Muchos jóvenes conducen por las calles la motocicleta o el coche con aire deportivo, emulando a sus héroes de los circuitos profesionales. Esta superposición de imágenes -la de una acción realizada con rapidez y la del velocista que sube al podio de campeón-orla de prestigio no sólo a los tipos de actividad que se realizan rápidamente porque lo requiere su naturaleza sino también a aquellos cuyo modo de ser exige un tempo reposado. De esta forma se glorifica la precipitación -que es un modo de celeridad inadecuada-, el ilusionismo -que utiliza la rapidez para deslumbrar y hacer posibles los juegos de manos-, las explosiones revolucionarias -que actúan de modo súbito y avasallador, con el fin de arrollar el pasado histórico y edificar el futuro sobre el terreno calcinado-.

Esta triple glorificación de la prisa se basa en la confusión de dos modos diversos de temporalidad: la del reloj y la de la mente.

El tiempo que el deportista intenta recortar al máximo es el tiempo objetivo del reloj, el que mide el movimiento de los astros y sirve de algún modo para cronometrar los cambios realizados por el hombre.

El tiempo propio de las actividades mentales -sobre las que quiere actuar el manipulador- es un ritmo determinado por el hombre en el proceso mismo del pensar, que no es un mero decurso temporal sino una actividad creadora regida por una lógica interna. Imprimir un ritmo desorbitado a este proceso equivale a someter a la persona pensante a la arbitrariedad de quien impone esa celeridad desde fuera, sin tener en cuenta las exigencias internas del pensamiento. Marcar un ritmo es decisivo en la táctica deportiva porque significa llevar la iniciativa en la elaboración de las jugadas. Fijar al pensamiento un ritmo tal que haga imposible pensar y razonar debidamente implica dejar al hombre fuera del juego intelectual y someterlo a una dirección exterior.

Es decisivo en estrategia no someterse al ritmo del adversario. De ahí el riesgo que entraña la actitud pasiva de quienes se inhiben ante los problemas y se mantienen a la expectativa, limitándose a "verlas venir". Esta cómoda posición es presentada a veces por los responsables como una actitud prudente, pero, vista con la debida perspectiva, constituye la peor forma de temeridad, pues equivale a plantear la batalla en el terreno del enemigo, que quiere batirse en clima de precipitación. Al precipitar el modo de pensar, se puede desplazar al adversario con la energía tosca del empellón. En cambio, si se adopta el tempo adecuado al recto pensar, suele vencer solamente el que aduce razones más sólidas.

Conviene insistir en la idea de que el pensamiento es una actividad propia de un ser vivo, es una manifestación vital y, en consecuencia, plantea las exigencias propias de su tipo peculiar de vida. Entre ellas figura el ajuste al ritmo adecuado. Un árbol no crece a borbotones; un animal no se reproduce con ritmo de fábrica; un hombre no piensa con velocidad de computadora. El pensar tiene su ritmo, y éste presenta diversos matices según la rapidez mental de cada uno y su grado de formación.

Montaje táctico de un proceso manipulador

Para mostrar de modo concreto las distintas fases del planteamiento demagógico de un tema, aludiré a un caso bien conocido del lector actual: la defensa de la ley despenalizadora del aborto. No es mi intención aquí abordar el estudio de este delicado tema, sino indicar algunos defectos de forma en el planteamiento que a veces se hizo del mismo. Es un análisis metodológico más que doctrinal. Por supuesto, cualquier persona o grupo puede sostener la idea de que es lícita la práctica -restringida o general- del aborto si es capaz de presentar razones que avalen su opinión. No es aceptable, en cambio, sostener tal posición sobre la mera base de argumentos falaces y recursos estratégicos que no resisten una mínima revisión crítica. Sólo si adoptamos todos una actitud de absoluta honradez en los planteamientos, podemos caminar hacia una meta convergente: el hallazgo de una verdad común.

Primera fase: Se presenta el asunto de forma unilateral y precipitada

Se propone una cuestión compleja de modo unilateral, destacando sólo los aspectos que favorecen la opinión que uno desea imponer, y se procede con suficiente rapidez para que las gentes no adviertan la mutilación que se ha operado. En el caso de la campaña a favor de la ley despenalizadora del aborto suele destacarse en principio la vertiente sentimental: unas jóvenes se encuentran con un embarazo no deseado y necesitan ayuda y comprensión. Se carga el acento sobre el aspecto humano y lastimero del problema, exagerando si es posible las cifras de personas afectadas y la magnitud de su desgracia [61]. Se recurre, en casos, a anécdotas más o menos trucadas para revestir todo el asunto de una capa de dramatismo. Este descenso a la arena de lo concreto anecdótico es un recurso estratégico muy eficaz en países más proclives al contacto humano que a la soledad de la reflexión. Los pueblos poco cultivados en el análisis racional de los problemas tienden a convertir las anécdotas en elementos de juicio.

En su libro De la rumeur à l'histoire (Dunod, Paris 1985), A. Sauvy explica la magia de las cifras y comenta la astucia manipuladora con que se propagó en Francia el rumor de que se estaban realizando en el país 300.000 abortos clandestinos al año; la misma cifra, por cierto, que se manejó en España algún tiempo después con el mismo propósito e idéntica táctica. Como ya indicamos, la arbitrariedad de buen número de las cifras aducidas fue delatada con energía por el Dr. B. Nathanson, un día director de la clínica abortista más activa de los Estados Unidos.

Una vez conmovido el ánimo de las gentes por la presentación efectista del problema humano, se pasa súbitamente, con celeridad estudiada, a la presentación de las soluciones que se quiere proponer e imponer. Se soslayan otros aspectos no menos importantes de la cuestión debatida, por ejemplo el hecho de que, según la ciencia actual, la fecundación de un óvulo constituye el primer momento del proceso de gestación de un ser humano -o de varios-, de suerte que no sólo estamos ante el problema planteado a la madre por un embarazo indeseado sino también ante la necesidad de no exponernos a cometer una acción gravemente injusta.

Los pro abortistas subrayan, de ordinario, el hecho de que todavía la ciencia y la antropología filosófica no han sabido determinar el momento en que puede afirmarse con toda propiedad que existe vida humana individual. Es cierto, pero de ello no se deriva concesión alguna a favor del aborto. Desde antiguo se sostiene que en caso de duda ha de favorecerse a la parte más débil. "In dubio pro reo", se decía. Nuestra ignorancia acerca de los procesos genéticos debe traducirse en prudencia, a fin de no cometer errores que puedan ser calificados de atentados contra la vida humana. El que haya dificultades para determinar el comienzo de la vida personal individualizada no indica que se dude de la condición humana del proceso de gestación desde el instante en que se unen las células masculina y femenina. El proceso de configuración de nueva vida que se inicia con un ritmo sorprendente en tal momento da lugar a seres humanos si no es interrumpido por causas naturales o artificiosas.

De aquí se deduce que, si se quiere proceder con un mínimo de rigor, deben ser los pro abortistas quienes han de sentirse obligados a probar que no existe vida humana en el embrión o en el feto que desean someter a manipulaciones abortivas. El que no es partidario de tal ingerencia está, obviamente, eximido de tal deber pues su actitud es, por principio, de respeto absoluto al proceso de gestación en todas y cada una de sus fases.

Como sucede siempre que se manipula, se tiende también en la cuestión del aborto a simplificar el asunto, reduciéndolo al aspecto que favorece la propia posición y las conclusiones que se desea sacar y sancionar. Al hijo se lo deja relegado a un olvido estratégico. Sólo interesa resaltar el grave problema de la madre, y a quienes cuestionan la ley abortista se les atribuye expeditivamente una falta total de humanidad, sin atender a las razones que puedan aportar. El temor a semejante acusación, tan gratuita como severa, explica la existencia de muchas conductas medrosas en el tratamiento de tan delicado asunto.

Segunda fase: Se intenta justificar la orientación seguida

Una vez propuesto el problema de forma unilateral y precipitada, es fácil fundamentar en bases falsas la solución que se intenta darle sin despertar demasiadas sospechas. En el caso de la ley despenalizadora del aborto, las bases -en esquema- se redujeron a la frase siguiente: "La mujer tiene un cuerpo y debe poseer libertad para disponer de él y de cuanto en él acontezca". Hoy día, estas proposiciones no son susceptibles de la menor justificación. Quienes las proponen se ven incapaces de proceder en plan serio y ofrecer razones sólidas que avalen su punto de partida. La filosofía más penetrante de los últimos setenta años ha pulverizado todo empeño de considerar el cuerpo humano como un objeto posible. Ningún antropólogo bien formado filosóficamente se arriesga a escindir el cuerpo y el espíritu y aplicar el verbo tener a la peculiar relación que guarda el ser humano con su cuerpo. El verbo tener es utilizado aquí de forma extrapolada; se lo aplica a un tipo de realidad que se halla en un plano superior a las realidades poseíbles, únicas a las que está ajustado. Sólo se tiene aquello que se puede poseer. Afirmar que la mujer tiene un cuerpo delata una tosquedad intelectual penosa. Supone un modo de pensar desajustado, tosco, basto, primitivo, elemental, falto de toda finura metodológica. Si los mejores pensadores dialógicos, personalistas, fenomenológicos y existenciales tuvieran hoy noticia de que sobre tal frase se intenta montar una ley que tiene una incidencia grave en la vida de los seres humanos, se sentirían mortalmente decepcionados porque les llevaría a temer que elaboraron en vano su ingente obra intelectual.

Uso táctico del verbo "tener" aplicado al cuerpo humano

Ante la imposibilidad de ofrecer una fundamentación auténtica, los promotores de la ley proabortista recurrieron a una fundamentación trucada mediante los recursos de la estrategia del lenguaje, a fin de presentar sus tesis como plausibles. En primer lugar, introdujeron el término talismán "libertad" para crear un clima atractivo, luminoso, abierto a una tarea tan positiva como es facilitar posibilidades a un ser humano cercado por dificultades angustiosas. En este clima de expectación, nadie espera encontrarse con algo reprobable, adustamente negativo, y no se pone alerta. Sin embargo, el rasgo negativo se produce: el demagogo no duda en rebajar la condición del cuerpo humano interpretándolo como algo poseible. Para ello practica una vez más el ilusionismo mental, la prestidigitación. Con toda rapidez pone ante los ojos de la gente el aspecto objetivista que presenta el cuerpo humano, que es mensurable, asible, delimitable, ponderable, situable en el tiempo y en el espacio, y a la vez sugiere la idea de que este cuerpo, dotado de tales condiciones, es un mero objeto.

He aquí la manipulación, porque un objeto propiamente dicho, un objeto poseible, como es un bolígrafo, un trozo de roca, una silla, un leño -es decir: una parte de un árbol desgajada del mismo y desvitalizada- ostenta las propiedades antedichas, pero de ahí no se puede inferir que toda realidad que esté dotada de ellas se reduzca a mero objeto. El cuerpo humano es una vertiente del ser personal, como lo es el espíritu -si se me permite hablar en estos términos gruesos, para entendernos rápidamente-. Tan personal es mi cuerpo como mi espíritu. Y lo personal no es objeto de posesión y dominio. Por fortuna, ni la mujer ni el varón tienen cuerpo. Son corpóreos. De modo semejante, es impropio afirmar que se tiene esposa; se es marido de una mujer. No se tiene un hijo; se es padre o madre de una criatura.

Que no se trata de una cuestión baladí -mero juego "bizantino" con palabras- se advierte al considerar que la fundamentación de una ley tan comprometida como ésta se apoya en la tergiversación de los verbos ser y tener. Si destaco el aspecto objetivista del ser humano -lo que en lenguaje vulgar se denomina su parte corpórea- y dejo de lado el hecho de que este aspecto no es sino una vertiente del conjunto personal humano, puedo afirmar con aparente lógica que el cuerpo es un objeto y el hombre tiene un cuerpo. Pero, a poco riguroso que sea, debo reconocer que he cometido el atropello de tomar la parte por el todo, lo que significa un envilecimiento del ser humano, una reducción ilegítima de un conjunto a una de sus vertientes.

Este acto de violencia pasa inadvertido a buen número de personas a las que impresiona el hecho de que el demagogo introduzca un elemento que parece elevar a la mujer a una alta cota de dignidad. Al considerar el cuerpo como un objeto, la mujer puede disponer a su arbitrio de él y de cuanto en él suceda. Disponer implica libertad, libertad de maniobra.

De aquí se desprende el cuidado que debemos poner en no dejarnos fascinar por lo que resulta atractivo y plausible a una mirada desprevenida e ingenua. Estos elementos deslumbrantes tienen por función encandilar al oyente a fin de que no repare en los escamoteos realizados. Si nos resistimos a tal encandilamiento y reflexionamos, descubriremos que no es legítimo afirmar que "la mujer tiene un cuerpo", y lo mismo el varón. Cabe decir que el ser humano tiene un cuerpo en el sentido de que puede realizar con él algunas de las acciones que lleva a cabo respecto a los meros objetos: verlo, tocarlo, golpearlo, acariciarlo, limpiarlo, pesarlo... No puede, en cambio, ser objeto de posesión el cuerpo humano en cuanto forma parte integral de un ser personal que abarca mucho campo de forma difusa, posee libertad, poder de iniciativa, intimidad, capacidad de abrigar convicciones de diverso orden y atender a ideales. Ensamblado en este conjunto inaprehensible que es la persona, el cuerpo humano desborda los límites de la figura que presenta a los sentidos y se manifiesta como imagen de una realidad que es inagotable porque está llamada a superar en todo momento los logros ya obtenidos.

Esta necesidad de ir ampliando el horizonte de la visión resalta cuando realizamos un gesto en el que interviene el cuerpo como medio expresivo. Si te doy la mano y aprieto la tuya para indicar aprecio, puedes retener la atención en los datos puramente objetivos y fijarte en el grado de presión a que someto tu mano, o en las condiciones de calor, humedad y firmeza que presenta la mía. Pero, al hacerlo, no dejarás de reconocer que estás reduciendo a uno solo de sus planos un acto humano tan complejo como es el saludo. Mi mano -o mejor: todo mi cuerpo, como elemento que sirve a mi persona de medio en el cual te encuentro y saludo- no se reduce a temperatura, humedad, presión: es mi persona entera manifestándose a través de algunas de sus vertientes. Precisamente por ello, todo gesto realizado con el cuerpo y dirigido a un cuerpo reviste un valor personal. Considerar el cuerpo humano como mero objeto susceptible de posesión constituye un empobrecimiento injustificable del hombre como persona.

Resulta, en consecuencia, del todo injustificable filosóficamente que los movimientos feministas, llamados por vocación a defender los derechos de la mujer, insistan en el derecho de ésta a disponer de su cuerpo. Lo hacen, obviamente, con el fin de lograr una ganancia inmediata: la de presentarse como adalides de la "liberación" de la mujer. La fragilidad de su posición es delatada rápidamente por ellas mismas al rechazar la reducción de las jóvenes bellas a meras figuras atractivas y su utilización como medios para operaciones de propaganda comercial. Si una persona acepta que tiene cuerpo y puede disponer de él, queda expuesta a toda clase de manipulaciones interesadas por parte de otros. El interés es el vínculo que une los actos de arbitrariedad de la mujer y los actos de los demás.

Una medida coherente, bien fundada, hubiera sido aplicar la segur a la raíz de los atropellos que se desea delatar y combatir: la reducción de la mujer a cuerpo, y la del cuerpo a objeto poseible y disponible. Pero este planteamiento radical les parece a los espíritus avanzados excesivamente "conservador". Es poco apto para realizar los malabarismos mentales y morales al uso. Sin embargo, es la única vía adecuada para penetrar en el secreto del hombre, ese ser complejo, el más portentoso del universo según el coro de la Antígona de Sófocles.

Cuando uno se esfuerza en analizar las cuestiones con un mínimo de justeza, se pregunta cómo es posible que en nuestros días se tomen decisiones cruciales para la vida de la sociedad sobre bases ridículamente endebles e incluso falsas, dejando de lado cuanto la investigación filosófica ha descubierto y destacado durante el último siglo. La respuesta, lamentablemente, es desconsoladora. La eficacia de la actividad demagógica arranca de la frivolidad, de la superficialidad en el uso de los términos y esquemas, de la inconsistencia de los planteamientos, de la táctica de cerrar los ojos a lo real y a toda la labor llevada a cabo por los buscadores de la verdad. Para el que se ha propuesto introducir a ultranza una ley no justificable por razones bien fundadas es más rentable limitarse a movilizar la táctica de aplicar a la vida personal términos sólo adecuados a las realidades infrahumanas.

Planteamiento manipulador de la eutanasia y el suicidio

Un tipo de manipulación semejante se está dando respecto a dos cuestiones en las que se halla también en juego la vida humana: el suicidio y la eutanasia. En una emisión radiofónica se planteó recientemente este último tema con la siguiente pregunta: "¿Tenemos derecho a morir libremente?" Poca preparación se requiere para advertir que en esa breve frase se hallan hábilmente conjugados dos términos o locuciones talismán: "libremente" y "tener derecho". Tener derecho a algo significa disponer de libertad para realizarlo. Ya estamos inmersos en el radio de acción del vocablo talismán por excelencia: "libertad". A lo largo de la emisión, con sus diversas preguntas y respuestas, se puso de relieve que se pretendía fundamentar la supuesta libertad para disponer de la vida -la propia y la ajena- en el hecho de que el hombre tiene vida y debe poder disponer de ella a su arbitrio. Ni una vez se aludió siquiera a la necesidad de distinguir entre poseer algo como objeto y haberlo asumido como un don. El hombre recibe la vida, la asume, se siente centro de iniciativas, responsable de lo que hace porque puede responder a las apelaciones del entorno. Pero sentirse como un ser responsable, activo, capaz de tomar opciones no equivale a considerarse dueño de la propia vida, como se es señor de un objeto.

Nos acecha aquí una forma de reduccionismo que envilece el concepto mismo de vida humana. No todo lo que el hombre hace es un mero producto que pasa a engrosar el acervo de sus posesiones. Un hijo no es producto de una acción; es fruto de un encuentro personal. Por eso desborda a los mismos que se han encontrado y reciben el nombre de progenitores, no de productores. De forma semejante, no todo lo que uno es puede ser considerado como objeto de posesión. Yo soy un ser viviente, personal, pero no cabe decir que tengo vida, si tomo el vocablo tener en sentido riguroso, como debe hacerse al tratar un tema en el que juegan ciertos vocablos un papel decisivo.

Lamentablemente, estas reflexiones que acabamos de hacer cuentan poco para quienes se dejan seducir por la fuerza emotiva que albergan los términos talismán, sobre todo cuando son manejados con habilidad estratégica.

Tercera fase: Se propone el tema con términos equívocos, reduccionistas

Una vez propuesta y fundamentada una cuestión de modo estratégicamente unilateral, el demagogo se cuida de exponer su pensamiento de tal forma que no queden al descubierto sus trucos. Moviliza para ello los recursos estratégicos del lenguaje. Entre ellos resalta el de tergiversar el sentido de ciertos vocablos y locuciones.

En principio, se evita hablar de "aborto", ya que este vocablo presenta un sentido peyorativo, entre otras razones porque muchos abortos involuntarios son causa de preocupaciones, peligros y penas. Esta circunstancia dota a este vocablo, al hilo del tiempo, de un matiz negativo. Al decir "interrupción voluntaria del embarazo" -o bien, de modo todavía más impersonal, frío y críptico: I.V.E.-, se hace aparecer el acontecimiento del aborto desde una perspectiva totalmente distinta. No se alude a ser personal alguno cuya vida esté en juego. Se trata solamente de interrumpir un proceso. El término interrumpir parece en principio inofensivo, y resulta adecuado para ejercer una función amortiguadora del efecto repulsivo que produce la agresividad expresada por el término "asesinato". El mero interrumpir algo no da lugar de ordinario a un suceso irreparable. El vocablo "interrumpir" alude más bien a un acontecimiento pasajero, que no afecta al núcleo esencial de un proceso humano. Se ha comenzado algo y se detiene la marcha. Si ambas acciones se realizan voluntariamente, queda a salvo la libertad de la persona responsable, que es el bien supremo en una sociedad que concede honores de talismán al vocablo "libertad".

He aquí, cómo, sin entrar en discusión, sin aportar razones, sin esforzarse en plantear el tema con rigor, mediante un simple cambio de palabras se ha conseguido situar un tema tan complejo y grave como el del aborto en un plano de aparente neutralidad ética. Una persona poco advertida creerá hallarse ante una cuestión vulgar de la vida cotidiana, ante la cual se puede optar de forma libre y despreocupada: "¿Qué cadena de la TV elijo?" Da igual, ya que puedo cambiar sobre la marcha. No me planteo mayor problema, ya que se trata de una elección sin importancia, éticamente neutra en principio, nada comprometedora para nadie.

Se ha operado aquí, obviamente, una reducción ilegítima de la significación de un acontecimiento humano, pues no estamos ante una mera interrupción de un proceso de gestación, sino ante una intervención violenta que anula la vida de un ser nuevo, distinto de quienes lo engendraron. El hecho de que tal acción sea realizada de forma voluntaria no indica que la misma sea libre, si entendemos la libertad en sentido riguroso. Precisamente porque no se siente libre interiormente para emprender tal acción, el hombre moviliza la táctica del reduccionismo con el fin de paliar la violencia que late en el fondo de su conducta. Al reducir algo de valor, se prepara el terreno para llevar a cabo una agresión sin causar mayores sobresaltos.

Uno se pregunta a veces cómo es posible que en naciones extremadamente sensibles a todo cuanto signifique cuidado de la naturaleza, mimo a los animales, exquisitez en el trato social, se lleven a cabo múltiples agresiones violentas a la vida humana naciente sin que ello provoque una conmoción popular. El que arroja un papel al suelo, tira una piedra a una ardilla que trepa por un árbol, pisa por descuido a un perro en el autobús es considerado como un ser incivil y mirado con desprecio. Al mismo tiempo, en hospitales espléndidamente dotados por el erario público se para en seco cruelmente una vida que bulle de virtualidades y avanza con rapidez y energía sobrecogedoras hacia la configuración plena de una persona humana -o más de una- y el pueblo no se considera rebajado en su alta cota de civismo. Esta paradoja hiriente se explica -aunque no se justifique- por el poder que tiene el lenguaje de trasmutar el sentido profundo de los acontecimientos.

El escamoteo que acabo de señalar se realiza dentro del radio de acción de otro truco ilusionista de mayor alcance: el denominar, de modo pulcramente académico, "planificación familiar" a lo que en muchos casos no pasa de ser una actitud de egoísmo individual compartido. Ya sabemos -y, en este punto, toda comprensión y ayuda será siempre escasa- que a veces existen dificultades insalvables que hacen recomendable espaciar los nacimientos o incluso evitarlos. Pero no es menos sabido que el clima actual de hedonismo y ambición convierte a veces en dificultad insoluble lo que en otros tiempos se consideraba simplemente como una invitación al sacrificio, la entrega y la dedicación. Cuidar un niño quita a los padres libertad de maniobra para realizar una serie de pequeños proyectos diarios sumamente atractivos. Una persona rectamente formada se cuida muy bien de no confundir una renuncia con una represión, un sacrificio con una anulación de la personalidad. Renunciar a una parte de nuestra libertad de maniobra para realizar en la vida algo tan elevado como es dar vida y educación a un nuevo ser personal, con todo lo que éste implica, no equivale a cercenar nuestra auténtica libertad y nuestra posibilidad de realización como personas.

El afán de dominio y el ansia de disponer de todo que caracterizan al hombre actual inspiran una actitud de aversión inconfesada al niño y de afición al animal. Un animal, por despierto que sea, no evoluciona, no llega a mayoría de edad, no tiene capacidad de exigir un día ciertos derechos, no tiene pretensiones de independencia. En buena medida, es una realidad manejable, poseible, canjeable. Con él no hace falta dialogar, intercambiar opiniones, guardar los debidos respetos. Los diálogos con los animales son, más bien, monólogos. En cambio, el ser humano reclama desde el primer momento una actitud de respeto, colaboración, atención a su desarrollo futuro. (Recuérdese que los mejores biólogos -pensemos, por ejemplo, en A. Portmann- subrayan en la actualidad que el embrión y el feto no pueden entenderse debidamente si no se tiene en cuenta su condición humana). Este trato deferente, auténticamente dialógico, exige al adulto la renuncia a la voluntad de dominar, de disponer de las realidades del entorno con el tipo de libertad con que se manejan los objetos. Tal existencia implica toda una conversión espiritual, un cambio de mentalidad y de actitudes, pues en la actualidad existe la tendencia a confundir los intereses individuales con la quintaesencia de la vida personal.

Cuarta fase: Conclusiones y solución al tema propuesto

A la hora decisiva de proponer soluciones, los demagogos se amparan en la tendencia de la mayoría de los seres humanos a buscar remedios tajantes, rápidos y concretos, palpables y controlables, como es controlable y manejable un proceso mecánico. Estas condiciones se dan en las técnicas del aborto.

Las personas afectadas por la presentación sentimental -incluso a veces melodramática ­del problema (fase 1ª), serenadas al advertir que el cuerpo humano es un objeto susceptible de dominio, posesión y disposición (fase 2ª), están dispuestas a retirar sus escrúpulos, demoler sus barreras intelectuales y morales, y aceptar como un mal menor la solución drástica del aborto, visto edulcoradamente como una mera forma de interrupción de un proceso que debe ser regido por las leyes de la "planificación familiar" (fase 3ª). Con esta serie de medidas tácticas, el demagogo consigue a) "desdramatizar"[62] la cuestión del aborto planteándola en un nivel en el que son perfectamente posibles diversas opciones; b) evitar el envilecimiento que supone participar en un acto de violencia; c) dar una justificación racional a dicha participación.

Conviene subrayar aquí un dato decisivo para comprender la estrategia de la manipulación del hombre. El ser humano normal rehuye verse envilecido a sus propios ojos. Tolera las agresiones externas con mayor serenidad que el acoso interior de la propia conciencia. De ahí su interés por buscar algún tipo de razones que justifiquen racionalmente sus modos de conducta. La forma de justificarse ser totalmente falsa, pero el manipulador -como buen ilusionista- se cuida de ocultar esa falsedad con alguno de sus múltiples recursos tácticos.

Olvido manipulador de otras vías de solución

Esta eficaz operación de cosmética espiritual la realiza el demagogo sin haberse detenido a mostrar, y menos a demostrar, en forma fehaciente que la solución propugnada por él es la mejor y la única posible. Lo da sencillamente por supuesto, y lo hace de modo contundente y autosuficiente para dar impresión de seguridad. Expresarse sin la menor vacilación y apoyar el discurso en incisivos ataques a los adversarios -reales o fingidos, en todo caso debidamente

caricaturizados- es un arma estratégica de primer orden porque incrementa al máximo la fuerza de convicción ante públicos poco o nada cualificados. De ahí el nulo interés de los demagogos por elevar el nivel cultural del pueblo y la calidad de sus experiencias espirituales. Puede parecer, en casos, que el tirano fomenta la cultura popular. Analicemos con rigor el tipo de cultura que promueve, y advertiremos que se trata de experiencias de vértigo que amenguan e incluso anulan el poder creador de las gentes.

No es ilógico sino perfectamente acorde a las técnicas de la manipulación que en la campaña a favor de la ley proabortista se eludiera el análisis de algunas vías de solución que resuelven el problema de la madre satisfactoriamente, no provocan un enfrentamiento moral con el derecho del niño a nacer, y abren horizontes de felicidad a matrimonios carentes de hijos. Me refiero a la vía de la adopción. A un pensamiento riguroso le resulta difícilmente explicable que en países donde existen largas listas de espera para adoptar niños se insista únicamente en la práctica del aborto como solución viable, se ponga en movimiento todo un mecanismo oneroso de asistencia médica a las madres deseosas de abortar, se promulgue una ley que vulnera las convicciones morales y religiosas de buena parte de los ciudadanos y se rehuya elaborar una ley de adopción ajustada a las circunstancias. Sólo se atiende a las razones -con frecuencia, especiosas-aducidas para justificar la decisión de algunas mujeres a favor del aborto. Se promueve con ello una libertad de maniobra que no conduce a la felicidad de nadie. Al mismo tiempo se desoyen las voces de quienes cifran su felicidad personal en la entrega de por vida a un niño adoptado como hijo.

Tal incongruencia viene inspirada por el olvido total del principal protagonista de este drama: el niño. No resulta fácil entender que personas tan sensibles -según propio testimonio- a los derechos humanos dejen fuera de juego a aquél cuya vida se halla en peligro debido precisamente a la orientación que ellos mismos han dado al problema. Esta actitud no se explica sino por la necesidad estratégica de plantear de forma unilateral las cuestiones a fin de polarizar la atención de las gentes en un solo punto y hacer posible una solución parcial: en este caso, la concesión a la madre de una absoluta y drástica libertad de maniobra.

Al sobrevolar el procedimiento seguido por los proabortistas, uno entra necesariamente en sospecha de que el planteamiento sentimental-melodramático es puramente táctico y el verdadero propósito de la ley no consiste tanto en resolver problemas humanos perentorios cuanto en operar, a la larga, una transformación radical de la actitud ética de las gentes.

Otras formas de planteamiento manipulador

Los recursos básicos para plantear una cuestión de forma manipuladora -la "unilateralidad" y la "precipitación"- son movilizados, asimismo, en otros intentos de dominar al pueblo demagógicamente. Reseñemos dos, por vía de ejemplo, para ayudar al lector a poner alerta su sensibilidad frente a este tipo de atropellos solapados y arteros.

1. El fraude de las encuestas

Las encuestas se realizan, en casos, de tal manera que en la pregunta va prefijada la respuesta sin que los afectados lo adviertan. Este ocultamiento resulta factible debido al desequilibrio que existe entre la posición del encuestador y la del encuestado. A éste le conmina aquél a responder inmediatamente, sin tomarse tiempo para reflexionar. El encuestador, en cambio, tiene holgura para planear su estrategia y disponer sus medios tácticos.

Un encuestador que pregunta a los transeúntes a bocajarro si son partidarios de la censura tiene todo hecho actualmente para recibir una respuesta negativa. Más de uno se sentirá incluso ofendido por la pregunta. Hoy día se da por supuesto comúnmente que la censura es un procedimiento aversivo y despreciable, porque los manipuladores se han cuidado durante años de inculcar a las gentes la idea de que la censura se opone frontalmente a la libertad. Evitaron, por razones tácticas, distinguir formas diversas de censura y de libertad, e investigar si es posible que alguna forma de censura no sólo no se oponga a la libertad creativa del hombre sino que la haga posible. Nada extraño que la sociedad actual haya dejado el término censura fuera de juego, por considerarlo como opuesto al término libertad y a los vocablos que, por afinidad con él, adquirieron el carácter de "talismán".

Esto nos permite advertir que, con frecuencia, los grupos poderosos recogen en las encuestas la forma de pensar que ellos mismos han inoculado en el pueblo a través de los medios de modelación de las mentes que les facilita el arte de manipular.

2. Las preguntas mal planteadas distorsionan las respuestas

Una pregunta propuesta en un plano inadecuado lleva a contestar de forma desajustada. Si una persona bien preparada se niega a responder -para no caer en la trampa- e intenta reformular la pregunta, suele irritar a quien se la ha planteado. "Aquí quien pregunta soy yo", exclaman indignados algunos entrevistadores, sin caer en la cuenta de que tienen derecho a guiar la conversación pero no a despeñar al entrevistado por un barranco de incongruencias.

En una conversación radiofónica, alguien preguntó a un renombrado cantante si le había sido rentable haber dedicado la vida a la ópera. "Por supuesto -contestó el artista-. En mi carrera he tenido más satisfacciones que decepciones. Me gano la vida haciendo lo que me gusta, ¿qué más puedo pedir?" A ojos vistas, esta respuesta insuficiente es acorde a la precariedad de la pregunta. Se habla en la entrevista del sentido que tiene para cada persona la profesión elegida. En tal contexto, el término "rentable" resulta equívoco, debido a su connotación económica y a su matiz interesado. Entendido en sentido lato, este vocablo puede emplearse como sinónimo de gratificante, capaz de llenar una existencia y compensar los esfuerzos y sacrificios realizados. El cantante pudo muy bien interpretar que se le preguntaba si la vida consagrada al arte musical operístico había respondido a sus expectativas y le había ofrecido posibilidades para desarrollar su existencia del modo que él había previsto y anhelado. La respuesta, sin embargo, se movió en el plano del puro interés individualista.

Se hubiera podido esperar de una persona tan cualificada que aludiera al carácter creativo del arte musical, a las oportunidades que ofrece de contribuir a elevar el nivel cultural de los pueblos, enseñándoles a no quedar presos de las sensaciones auditivas, superar el plano de lo meramente agradable y ascender al reino donde surgen los modos más logrados de belleza. No se adentró en este campo extraordinariamente sugestivo sin duda porque tomó el término "rentable" en su acepción más restringida y mostrenca, la que prevalece en la mente de quien considera la profesión como un medio al servicio de los propios intereses, no como una forma de diálogo fecundo y enriquecedor con toda la realidad en torno. No dudo que esta concepción del arte es compartida por el artista en cuestión. Si no la dejó patente en su respuesta, fue debido, con toda probabilidad, al efecto succionante que producen los planteamientos inadecuados.

Atendamos a esta clave: Uno de los secretos del éxito en la vida de relación con los demás es estar alerta respecto al modo como plantean las cuestiones, bien sea en un libro, bien en una conversación, conferencia o discurso. Si aceptamos la perspectiva escogida por ellos sin revisar -siquiera someramente-su adecuación al tema propuesto, seremos presa fácil de los manipuladores, aunque les superemos en formación de corte académico. El planteamiento desajustado nos arrolla con la fuerza de la lógica y nos envuelve en un cúmulo de errores en cadena.

En una especie de encuesta radiofónica de gran audiencia, se intentó clarificar hacia qué estado, soltero o casado, se inclinaban los oyentes. La pregunta fue planteada de modo escueto y drástico: "¿Es rentable casarse?" De nuevo volvió el término "rentable" a orientar las contestaciones por la vía del sentimiento y el interés. Resultó en extremo penoso oír algunas respuestas, totalmente inadecuadas a la categoría personal de quienes las daban. Una conocida periodista y escritora manifestó con tono exultante que ella había optado por la vida de soltera porque siempre había sido partidaria de una libertad total, y se sentía contenta de no haber tenido que soportar a nadie a su lado. En el plano del puro interés individualista, el concepto de libertad se depaupera hasta límites de miseria espiritual. Ser libre se reduce -en esta perspectiva- a no tener que ajustar nuestro ritmo vital al de un ser complementario llamado a enriquecernos. En dicha emisión quedó patente que, si se responde a una pregunta mal formulada, se equivoca uno siempre, independientemente de lo que diga. Poco importaba, en el caso concreto de esta emisión, que orientemos nuestras preferencias hacia un estado u otro. Si lo hacemos sólo en atención a los intereses de nuestro yo encapsulado en una actitud centrípeta, nos equivocamos de forma ineludible.

Los planteamientos desafortunados dañan a la opinión pública, aunque de por sí no comprometan ninguna opción u opinión. Provocan el descenso de las gentes a un plano de superficialidad, de poca exigencia en el tratamiento de las cuestiones, y cierran la vía al esclarecimiento verdadero de las mismas. Por otra parte, dado que sólo la verdad nos hace libres, esta forma imprecisa de formular los temas nos aleja del ámbito en que florece la auténtica libertad personal. Si ante una opción tan rica de posibilidades de diverso orden como es contraer matrimonio, me limito a investigar qué provecho sacaré de ello y qué relación habrá entre las ventajas y los perjuicios que me acarreará, puedo estar seguro de que mi libertad de elección está lejos de haber alcanzado la madurez correspondiente a un ser personal.

Ejercicios

Invito al lector a leer atentamente el testimonio dado públicamente por el Dr. Berhard Nathanson, director durante un tiempo de la clínica abortista más activa de Estados Unidos y convertido a la defensa ardiente de la vida en el instante en que contempló, asombrado, la película de una intervención abortista. Queda patente en estas manifestaciones que su planteamiento inicial del problema que suponen los embarazos indeseados no se basó en el análisis fiel de la realidad sino en una serie de recursos efectistas destinados a persuadir a las gentes de que la práctica del aborto era la única solución posible y debía, por tanto, ser socialmente aceptada.

"Yo fui uno de los fundadores de la organización más importante que ´vendía´ el aborto al pueblo norteamericano. (...) Nos sirvieron de base dos randes mentiras, la falsificación de estadísticas y encuestas que decíamos haber hecho, y la elección de una víctima para achacarle el mal de que en orteamérica no se aprobara el aborto. Esa víctima fue la Iglesia Católica (...). Cuando más tarde los pro­abortistas usaban los mismos eslóganes y rgumentos que yo había preparado en 1968, me daba muchísima risa, porque yo había sido uno de sus inventores y sabía muy bien que era mentira".

"Falsear las estadísticas. Es una táctica importante. Nosotros decíamos, en 1968, que en América se practicaban un millón de abortos clandestinos, uando sabíamos que éstos no sobrepasaban los 100.000, pero esta cifra no nos servía y la multiplicamos por diez para llamar la atención. También epetíamos constantemente que las muertes por aborto clandestino se aproximaban a las diez mil cuando sabíamos que eran doscientas nada más, pero sta cifra resultaba demasiado pequeña para la propaganda. Esta táctica del engaño y de la gran mentira, si se repite mucho, acaba por ser aceptada omo verdad"[63]

El autor deja al descubierto algunos de los procedimientos manipuladores seguidos en la campaña proabortista. En la lección siguiente analizaremos algunos de ellos. Adviértase desde ahora la eficacia siniestra que encierra la táctica de dar con todo descaro la cifra exacta de los abortos que se realizan de modo clandestino. Esta incoherencia era demasiado palmaria para que el gran público no se percatara de que se trataba de un montaje interesado. Sin embargo, aunque nos resistamos a creerlo, el hecho es que tal falsedad fue aceptada y difundida con una espontaneidad proporcional a la contundencia con que era propalada por sus inventores.

Es sorprendente el poder que tienen para imponerse a la opinión pública las cifras elevadas cuando son redondas e impresionantes y encuentran una persona de prestigio que las ofrece con arrojo. En España, el conocido novelista José María Gironella acuñó sin vacilación la cifra de un millón de muertos al hablar de las víctimas de la guerra civil de 1936. A su parecer, en dicha contienda perecieron unas 500.000 personas a manos de quienes carecían de auténtica vida humana. Si sumamos los muertos físicos y los espirituales, ascienden a un millón. Los historiadores más solventes han demostrado, sin embargo, que la cifra total de muertos fue inferior a 400.000. Pese a ello, multitud de personas siguen dando por hecho que dicha contienda se cobró un millón de vidas... Resulta humillante para la razón humana constatar una y otra vez que los razonamientos y demostraciones de los entendidos tienen mucho menor peso ante la opinión pública que las astucias de los manipuladores. Con frecuencia, las gentes bien formadas desprecian tales ardides por su baja calidad en todos los órdenes, y estiman que no vale la pena concederles la menor atención. Se equivocan, porque la capacidad de arrastre -no de persuasión intelectual- que muestran es proporcional a su carácter burdo, simple, incluso a veces zafio. ¿Podría Vd. señalar algunas actividades actuales -programas televisivos, artículos periodísticos, anuncios publicitarios...-que causan sonrojo a cualquier persona medianamente culta pero seducen a las multitudes?

Analice la forma en que suelen plantearse temas tan complejos como el divorcio, el aborto, la eutanasia..., y vea si se tienen en cuenta los diversos aspectos que cada uno presenta.

Con frecuencia, al defender la necesidad de una ley divorcista, se deja de lado la posible repercusión negativa del divorcio sobre los hijos.

Cuando se propugna una ley abortista, suele destacarse el derecho de las madres a disponer de su cuerpo, pero no el derecho del no nacido a vivir.

Los que desean que se legalice la eutanasia subrayan la necesidad de reconocer la libertad del hombre para regular su vida y su muerte; pero no aclaran a qué tipo de libertad se refieren. Hablan confusamente de libertad, y, como este vocablo goza hoy de un prestigio indiscutible -por su condición de "talismán"-, dan a entender a las gentes que los legisladores deben permitir a los ciudadanos determinar libremente los límites de la vida. Esta manera de proceder ¿busca la verdad y, por tanto, el bien auténtico de todos, o implica una forma injustificada de manipulación?

Notas

[62] Este término es usado con frecuencia de modo estratégico con el fin de evitar la comprometida expresión "reducir de valor". El lenguaje, trasmutado por razones tácticas, modifica ante la vista de las gentes el sentido de los fenómenos, unas veces magnificándolos y otras empobreciéndolos, según los intereses del demagogo en cada contexto.

[63] Estos textos están tomados de la conferencia pronunciada por el Dr. Nathanson en el Colegio de Médicos de Madrid el 15 de noviembre de 1982.

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