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Cómo se manipula III. La tergiversación de los esquemas mentales

Entiendo por "esquemas" los pares de conceptos que suelen ir unidos en nuestra vida y juegan un papel decisivo en la misma. Por experiencia sabemos que sin cesar movilizamos palabras para expresar realidades y acontecimientos, y las unimos de dos en dos para poner en relación dichos acontecimientos y realidades. Pensamos, por ejemplo, que hay un yo y un tú, un sujeto y un objeto, un dentro y un fuera, un arriba y un abajo. Les damos estos nombres, y luego los relacionamos entre sí. Esta relación queda plasmada en los esquemas: yo-tú, sujeto-objeto, dentro-fuera, arriba-abajo. Estos y otros muchos esquemas estructuran el pensamiento y la expresión, los articulan, encauzan y orientan.

Debemos conocer lo mejor posible el uso y el abuso que se puede hacer de tales esquemas pues aquí se juega nuestro destino como personas. Nuestro esfuerzo por aprender a pensar de forma rigurosa y adquirir una formación humana sólida alcanza en esta lección un momento decisivo.

1. La vida creativa del hombre pende del recto uso de los esquemas

Si cuando te estoy tratando a ti, que eres una persona, entiendo este trato como una especie de relación entre un sujeto y un objeto, corro grave riesgo de acabar tratándote como un mero objeto, no como una persona. Por eso el Movimiento Dialógico o Personalismo subrayó la necesidad de pensar la vida humana sobre el modelo del esquema yo-tú. Por el mero hecho de tomar este esquema como vehículo vertebrador de nuestra relación, tendemos a no perder de vista que el compañero de juego es una realidad personal, que tiene unas exigencias muy distintas a las de los meros objetos.

Pero en la vida humana entran en juego multitud de realidades que no son objetos pero tampoco personas. Un piano, una escuela, un club, un barco, una obra literaria o artística, un estilo... no son personas, pero están lejos de reducirse a objetos. El piano, como mueble, es un mero objeto. Como instrumento, es un tipo de realidad distinto, que suelo denominar, como queda dicho, "ámbito".

Era decisivo recordar esto, porque nos permite descubrir algo del mayor interés.

Cuando se actúa creadoramente, los esquemas ganan una especial flexibilidad

Los meros objetos están hechos de una vez por todas. No tienen vida, no pueden desarrollarse, relacionarse, ganar madurez. Yo estoy aquí y el piano como mueble se halla ahí, enfrente de mí. Esta idea está vertebrada por el esquema "aquí-ahí". Yo tengo una intimidad, y fuera de este recinto íntimo mío se halla ese objeto que es el piano como mueble. Esta consideración está vertebrada por los esquemas "dentro-fuera", "interior-exterior". Por tratarse de un objeto, el mueble del piano no podrá nunca dejar de serme exterior, de estar fuera de mí. No podremos él y yo encontrarnos y crear intimidad, pues la intimidad sólo surge cuando se instaura un campo de juego común. Esta imposibilidad otorga a los esquemas utilizados -"aquí­-ahí", "dentro-fuera"-una insalvable rigidez. El guión que separa los términos de ambos esquemas significa escisión, separación ineludible.

Pero supongamos que sé tocar el piano, y tomo ese objeto concreto que está ahí frente a mí como un instrumento . Abro su consola y me pongo a tocar una pieza. Tocar es un acto creador, y la creatividad implica asumir activamente posibilidades de acción llena de sentido. El piano me ofrece posibilidades para dar vida a las formas musicales que me sugiere una partitura. Yo ofrezco a ésta y al piano la capacidad y la posibilidad que tengo de crear formas. Al entreverar de ese modo mis posibilidades con las del piano y la partitura, surge el encuentro, cuyo fruto es la obra musical. El encuentro significa la fundación de un campo de juego. En éste hay múltiples relaciones, pero éstas ya no están reguladas por los esquemas dentro-fuera, aquí-ahí, arriba-abajo..., sino por otros más flexibles, como apelación-respuesta. Yo dejo de estar aquí, y el piano deja de estar ahí, fuera de mí. En el aspecto físico seguimos estándolo; en el aspecto lúdico, no. Los dos colaboramos en una misma actividad, durante la cual hay distinción entre el piano y yo, pero no escisión, ni separación, sino fecunda colaboración. Entonces, el fuera y el dentro se entreveran de un modo que no podía imaginar antes de entrar en relación de creatividad con el piano y la partitura. Al entreverarse, estas tres realidades -partitura, piano y pianista- alteran su sentido, lo potencian y lo enriquecen. He aquí cómo los vocablos cobran vida, entran en relación, enriquecen su sentido y ganan madurez cuando son movilizados dentro de un proceso creador.

Pero ¿cuándo comienza este proceso? Cuando no se toman las realidades como objetos solamente, sino como ámbitos que pueden entrar en juego y dar lugar a nuevos ámbitos. Romano Guardini solía decirnos a los discípulos que no nos aferráramos a los conceptos, antes les dejáramos libertad para vivir, para relacionarse e influirse mutuamente. El consejo es sabio, pero lo decisivo es descubrir cómo podemos conceder esa libertad a los conceptos. La teoría de los ámbitos nos da la solución.

Al tomar las realidades como ámbitos, se confiere libertad a los conceptos

Si veo el piano como objeto , y digo que está fuera de mí, este vocablo "fuera" aplicado al mismo es incapaz de tener libertad para vincularse con el término "dentro", referido a mi intimidad personal, pues los seres opacos no pueden ocupar el mismo lugar. Pero, si tomo el piano como instrumento y me pongo a tocar en él, el término "fuera" se carga de vida, pues esa realidad que está ahí, frente a mí, me está ofreciendo posibilidades para desarrollar mi capacidad creadora de formas musicales. Al asumirlas activamente -es decir, de modo creativo-, se establece entre el piano y yo una relación funcional de colaboración.

Justamente porque somos distintos el piano y yo y ocupamos lugares diferentes en el espacio, podemos situarnos a tal distancia que sea posible entreverar nuestros ámbitos de vida y encontrarnos fecundamente. El aquí y el allí, el dentro y el fuera no desaparecen; cambian de valor, adquieren una virtualidad nueva. Al convertirse en polos de una relación funcional, de un acto de participación en una tarea común, dejan de oponerse para complementarse. Ya no hay que escoger entre el dentro y el fuera. Es posible entregarse al quehacer gozoso de la integración de ambos aspectos. Si el dentro y el fuera se interconectan de esa forma, no necesito salir de mí para entrar en las realidades de mi entorno. No me alieno, por tanto, al salir de mí si esta salida tiene carácter creador.

Es muy importante descubrir que los ámbitos no están cerrados en sí; son realidades abiertas. Esa apertura se irradia a los conceptos que entran en juego para expresar las relaciones entre ámbitos. Por eso estimo que el esquema básico que debe vertebrar y orientar la vida humana no es el esquema "yo-tú", sino "yo-ámbito". Este esquema responde a una mentalidad relacional, a la actitud del hombre que tiende a ver las realidades del entorno no como meros objetos sino como ámbitos. Lo expliqué ampliamente en la obra Inteligencia creativa. Ahora tiene aquí una espléndida aplicación. Cuando se piensa de forma ambital y relacional, muchos esquemas mentales dejan de verse como dilemas para ser tomados como "contrastes", y algunos que son interpretados como meros contrastes revelan su verdadera condición de dilemas. Entre éstos se cuenta el esquema "vértigo-éxtasis". Entre aquéllos figuran los esquemas "libertad­norma", "autonomía -heteronomía", "independencia -solidaridad".

Si acostumbramos la mente a la teoría de los ámbitos, superamos el riesgo mayor de la manipulación: malinterpretar los esquemas mentales y hacer imposible fundar auténticas relaciones de unidad con las realidades del entorno. Esa imposibilidad surge si se toman los contrastes como dilemas, y viceversa. La unión del hombre con las realidades circundantes sólo es posible si se ajusta el modo de pensar y expresarse a las condiciones de cada realidad.

Cuando no hay tal ajuste, la vida intelectual carece de agilidad, queda bloqueada. Nuestra vida se desarrolla mediante actos de creatividad, que son actos de encuentro. El encuentro sólo es posible entre realidades que se hacen presentes. La presencia no se da sino cuando se entreveran dos o más ámbitos. Esta forma intensa y fecunda de unidad no puede darse entre seres que son distintos, distantes, externos, extraños y ajenos. Si lo distinto lo malentendemos como ineludiblemente distante y externo, porque -en su vertiente material- se halla "fuera" de nosotros, minamos de raíz toda posibilidad de vida ética, estética y religiosa. Con sólo interpretar el esquema "dentro-fuera" (o el afín "inmanencia -trascendencia") de modo dilemático, podemos quedar fuera de juego en la vida.

El manejo trucado de los esquemas destruye la vida creativa

Si el uso de los esquemas mentales encierra tal importancia, resulta urgente delatar la táctica solapada que siguen los manipuladores para trastrocar el sentido de los mismos y frenar el dinamismo creador del hombre. Veámoslo en esquema, para sobrevolar el proceso en su conjunto.

La vida humana es encauzada por una serie de esquemas interconexos entre los cuales destacan los siguientes, ya analizados desde una perspectiva en Inteligencia creativa y en La revolución oculta.

libertad - cauce
libertad - obediencia
libertad - normas
libertad - formas
apertura - cerrazón, oclusión
espontaneidad - coacción
autonomía - heteronomía
lo autoimpuesto - lo impuesto por otra realidad
lo proyectado por el sujeto - lo dado al sujeto
autenticidad - inautenticidad
mismidad - alienación
lo propio - lo distinto
lo cercano - lo distante
lo confiado - lo extraño
lo interno - lo externo
dentro - fuera

El manipulador da por supuesto que los guiones que separan los dos términos de cada esquema indican oposición frontal. Deja de lado la posibilidad de que tales signos expresen una relación de contraste y complementariedad. Una vez escindidas las dos columnas de términos, acentúa la tendencia común a vincular entre sí los términos de cada columna. A estos términos les da un sentido muy pobre, justo el sentido que presentan cuando se los vive en plano infracreador. ¿Qué sentido tienen, por ejemplo, las normas para una persona poco o nada creativa? No son valores que ofrecen posibilidades de actuar de modo creativo; se reducen a meros cauces que coaccionan la libertad de maniobra. ¿Qué significa la espontaneidad para quien no actúa creativamente? Pura actividad irreflexiva, libre de toda traba externa.

Estos términos depauperados quedan en una relación de inferioridad absoluta respecto a los términos talismán. Si en alguna columna figura un término talismán, los demás términos de dicha columna se precipitan hacia él en busca de prestigio. Los términos de la columna considerada de antemano como opuesta a ésa son relegados a una posición de total desprestigio. Esta doble valoración, tan injusta la una como la otra, ejerce una función disolvente: lleva a considerar ambas columnas como opuestas, incapaces de cualquier forma de conciliación y colaboración.

Toda colaboración posible entre el hombre y la realidad en torno está esbozada en estos esquemas: "libertad-cauce", "libertad-norma", "lo proyectado por el sujeto-lo dado al sujeto", "lo propio-lo distinto", "autonomía-heteronomía". La vida creativa del hombre se da sobre la base de que sea posible poner en relación activa de colaboración la libertad y el cauce, lo interno y lo externo, lo que está dentro y lo que se halla fuera. Si estos esquemas tienen una condición dilemática, esa relación colaboradora es imposible. Pues bien, por desgracia para todos, hoy suele darse por supuesto que tales esquemas son dilemas. Se considera incontrovertible que lo auténtico, lo que confiere al hombre identidad personal, mismidad e interioridad y lo redime de la alienación es obrar con apertura, de modo espontáneo y autónomo, ateniéndose a criterios propios, elaborados en la propia intimidad frente a toda proposición o imposición que venga de fuera por vía de encauzamiento normativo, o de vinculación a formas heredadas de la tradición, vista como algo distante, externo y extraño al hombre actual.

Obsérvese cómo la simpatía de las gentes se inclina hacia los términos de la columna de la izquierda -respecto al lector-, y su antipatía se dirige hacia los términos de la columna de la derecha. Pero lo grave es que éstos aluden al entorno humano, lo que está fuera del hombre, lo distinto de él, lo que le viene dado o presupuesto, las normas y los cauces... Los términos de la columna de la izquierda expresan el área de la vida del hombre que se halla contrapuesta a cuanto le rodea. Lamentablemente, al oponer estas dos columnas se escinde al hombre de su entorno, del área de realidad que le suministra las posibilidades de acción que harán posible su actividad creadora. Esa escisión destruye de raíz su capacidad creativa y hace imposible su desarrollo como persona.

Cuando las personas pierden el poder creador, se incapacitan para asumir valores, fundar campos de juego comunes e instaurar, así, modos relevantes de unidad y cohesión. Pueden vivir juntos, pero no participan en grandes tareas ni comparten criterios éticos firmes e ideales elevados. Debido a ello, su vida comunitaria se deshilacha y se convierte en una mera yuxtaposición de individuos, una masa. Y la masa está a merced de quien desee modelarla a su arbitrio.

Obsérvese que el manipulador no dirigió sus ataques contra los grupos sociales y las comunidades. Ello hubiera puesto alerta a sus integrantes y despertado sus defensas interiores. Se limitó a una labor menos arriesgada y más disolvente: interpretar los esquemas mentales de modo empobrecedor, reduccionista . El que empobrece la vida humana deja al hombre inerme. Llevamos dos siglos de frenesí reduccionista, que, so pretexto de derribar ídolos falsos, deprecia al máximo las vertientes más nobles del hombre. Esa labor envilecedora ha tenido y sigue teniendo muy buena prensa. Casi diríamos que está de moda. Milagro sería que una sociedad que glorifica a quien corta las raíces de su creatividad no se hallara sumida en una profunda crisis.

2. Necesidad de reaccionar positivamente ante la manipulación

¿Cómo debemos reaccionar ante el empobrecimiento de la vida intelectual -y, consiguientemente, de la vida humana- causado por la manipulación? Hemos de estar alerta frente a toda interpretación de los esquemas que depaupere nuestra existencia. Los esquemas expresan la relación del hombre con lo real, relación de la que procede su energía, su dinamismo creador. Una interpretación falsa de los esquemas lo desorienta y empobrece. Este grave daño es injustificable. Una persona puede tener una orientación u otra, ser creyente o agnóstica, pero en ningún caso está autorizada a restar valor a la vida humana. Tal empobrecimiento daña en su raíz nuestra vida y la sume en la asfixia espiritual y la desesperación.

Necesitamos por ello todos, sean cuales fueren nuestras ideas y creencias, ganar lucidez para descubrir súbitamente qué formas de pensar empobrecen y cuáles enriquecen nuestra vida como personas. Hagamos algunos ejercicios, por vía de ejemplo y gimnasia mental.

En la serie de esquemas analizados últimamente aparecen estos dos:

apertura cerrazón, oclusión
espontaneidad coacción

¿Qué valor tiene el guión que separa los términos de estos esquemas? Indudablemente, significa oposición. Se trata de términos opuestos. O estoy abierto o estoy cerrado. O actúo con espontaneidad o me muevo bajo coacción. Debo escoger entre lo uno y lo otro. Se trata, pues, de dos dilemas.

Pero anteriormente figuran cuatro esquemas en los cuales libertad se contrapone a cauce, obediencia, normas y formas. Esa contraposición no entraña oposición. Sus términos se contraponen, pues son aspectos distintos de la actividad humana. Un aspecto es la libertad, otro el cauce. Uno, la libertad para componer música; otro, las formas musicales que se ofrecen al artista como posibilidades para encauzar su inspiración y su labor creativa. Son términos contrapuestos, pero ¿se oponen entre sí? Oposición significa que ambos términos no son conciliables, no pueden entrar en juego conjuntamente para dar lugar a una realización fecunda.

Según el gran compositor impresionista francés Claude Debussy, las formas musicales son camisas de fuerza que envaran la libre creación artística. ¿Es esto verdad? Oigan una obra musical estructurada en forma de "sonata" (por ejemplo, el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Schubert) y díganme si ven al autor envarado, o si lo consideran más bien como una fuente de libertad y gracia expresiva, de espontaneidad chispeante y sorprendente originalidad.

Es sensato hacer estas reflexiones. Pero debemos saber que el manipulador se ahorra tal esfuerzo. Sencillamente, realiza un escamoteo, y con un golpe de mano hábil desliza la interpretación dilemática que hemos dado de los esquemas "apertura-cerrazón", "espontaneidad­coacción" a los esquemas siguientes:

libertad-cauce
libertad-obediencia
libertad-normas
libertad-formas

Esa frívola generalización empobrece radicalmente estos cuatro esquemas porque los desgarra. Si entendemos el guión como signo de oposición, ¿qué valor presenta el cauce, la norma, la forma? Un valor negativo. Aparecen como puro encorsetamiento de una energía desbordante. Ya sabemos que el vocablo "libertad" suele ser entendido por los manipuladores como pura libertad de maniobra, libertad para actuar de modo arbitrario. Libertad se presenta como franquía para emprender cualquier acción, en todo momento y circunstancia. El cauce, las normas, las formas son interpretadas como obediencia servil a coacciones externas que cierran la salida a las fuerzas creativas de la libertad humana.

En qué medida esta interpretación banal empobrece la vida humana suele tardarse cierto tiempo en descubrirlo. Cuando lo conseguimos, nos percatamos de que ese manejo frívolo de los conceptos y esquemas decide la suerte de nuestra vida. Para que cada uno lo vea por propia cuenta, prosigamos el análisis y veamos qué acontece cuando el manipulador aplica la misma valoración de los guiones a los esquemas siguientes. Si lo proyectado por el sujeto y lo dado al sujeto se oponen, toda norma que me venga propuesta desde el exterior, desde fuera de mí, habré de tomarla como una coacción. Si la acepto como criterio de mi conducta, me guío por criterios ajenos y extraños, y me hago inauténtico; me entrego a algo distante y me enajeno o alieno. Esta convicción me aleja de las posibilidades que me vienen ofrecidas por la tradición, es decir, por las generaciones anteriores, y quiebro la posibilidad de crear en el presente un proyecto de futuro viable y fecundo.

Es impresionante advertir que una precipitación en el pensar y un fallo metodológico dejan al hombre solo y perdido en un presente sin posibilidad creativa, entre un pasado que ya no tiene y un futuro que no puede configurar. ¿Cabe una situación de pobreza mayor? Nada hay más temible, más desolador, oprimente y angustioso en la vida humana que verse forzado a optar entre realidades que son complementarias pero aparecen como opuestas debido a una visión deformada de las cosas.

La gran tarea de los formadores consiste en mostrar a los jóvenes la serie inmensa de posibilidades que se abren ante ellos si aprenden el arte de convertir lo distinto-distante en distinto-íntimo, de forma que puedan acceder al mundo exterior sin alienarse, asumir las posibilidades que les vienen propuestas de fuera sin perder su propia identidad personal.

Eminentes pensadores actuales se esfuerzan en destacar que el hombre está desde siempre instalado en la realidad llamada exterior[52]. Nada más cierto. Pero esta realidad es distinta de nosotros y en principio externa y extraña. Nuestro futuro de seres que deben desarrollarse mediante el ejercicio de la capacidad creadora depende de que sepamos asumir como propia una realidad que presenta tales condiciones.

Al malentender ciertos esquemas, se pierde de vista la fecundidad de los límites

Cuando uno dedica atención al tema que estamos analizando, descubre asombrado mil casos de empobrecimiento injusto de la vida mental. Pensemos en el término apertura. Suele ser usado en oposición a cierre. Decimos, por ejemplo: Se abren las fronteras; se cierran las fronteras. Por otra parte, el término libertad se moviliza a menudo en oposición a encierro y a sujeción a límites. Pensemos en lo que significa "liberar" a un prisionero. Este uso del lenguaje da lugar a estos esquemas:

apertura-cierre
libertad-Encierro
libertad-limitación, sujeción a límites

Los límites pueden ser de diversos tipos. El muro de una cárcel marca un límite a la posibilidad de expansión de los internos. Una forma musical -una sinfonía, por ejemplo-pone límites a la libertad expresiva y compositora del músico. El primer tipo de límite actúa de manera negativa. El segundo opera de forma eminentemente positiva, porque encauza, da sentido, confiere dinamismo a la acción creadora del compositor. La Metafísica actual nos advierte que la estructura es fuente de dinamismo en los seres naturales, y la Estética nos enseña que lo mismo sucede en los seres artificiales.

De estas reflexiones y mil otras afines prescinde el manipulador. Mira conjuntamente los términos límite, limitación, cierre, encierro, los empasta en un mismo bloque y los opone drásticamente a libertad. Esta oposición los cubre de oprobio en el momento actual, en el que libertad constituye un término talismán. Con ello se empobrece gravemente la vida humana, porque se oculta el altísimo valor que en muchos casos encierran los límites y el saberse "limitar". Pensemos en lo que significa esta pérdida para una recta fundamentación de la vida ética, que es vida creadora de relaciones de encuentro.

El ejercicio de la creatividad plantea al hombre unas exigencias determinadas. El que las cumple tiene una fuerza especial para desarrollar creadoramente su vida. Fuerza se dice en latín virtus. En castellano se tradujo por virtud. Las virtudes implican la aceptación de ciertos límites. La virtud de la paciencia acepta el límite que supone el haber de ajustarse al ritmo propio de cada acontecimiento. Tener intimidad personal con una persona requiere tiempo, pues los procesos de maduración siguen un ritmo lento. No se puede precipitar ese ritmo. La paciencia pone límite a mi impaciencia por quemar etapas. De modo semejante, la veracidad marca un límite a mi interés por adornar la realidad y mejorar mi imagen. Y así sucesivamente. Ignorar el valor positivo de los límites y el sentido del límite significa desconocer las bases de toda actividad creativa en las distintas vertientes de nuestra vida: la ética, la estética, la política ...

La falta de límite suponía para los griegos una desmesura. El desmesurado era el bárbaro, el que no tenía sentido del límite. Siglos enteros de búsquedas que cuajaron en logros espléndidos quedan barridos de nuestra existencia con el mero recurso de oponer limitación a libertad y apertura, y emparejarlo con sujeción, cierre y encierro.

El poder de los esquemas mentales

Realmente, los esquemas mentales son una palanca. Moviéndola con cierta astucia, se descoyunta la vida mental del hombre y, con ello, su existencia entera. Si el concepto de limitación no vibra con el de libertad y el de apertura y no colabora con ellos y no participa en un mismo campo de juego, se angosta y esclerosa. Una vez esclerosado, puede ser fácilmente opuesto a los vocablos que signifiquen liberación de toda traba. Pero esta oposición no supone un enriquecimiento de la vida mental sino su empobrecimiento.

La salud mental del hombre se quiebra cuando, por una u otra razón, languidece la vida de los conceptos, y la diversidad de sentidos que éstos pueden presentar se reduce a un significado rígido y unilateral. El manejo de tales conceptos esclerosados puede ser útil en las batallas ideológicas, pero supone una renuncia a la búsqueda de la realidad plena, ya que la libertad y vivacidad de los conceptos es el reflejo de la flexibilidad de espíritu con que accedemos paulatinamente, por aproximaciones sucesivas y respetuosas, al conocimiento de todo cuanto implica la realidad, la realidad que somos y la realidad en que estamos. No olvidemos nunca esto: A medida que penetramos en las realidades más valiosas, las relaciones entre ellas y nosotros se tornan más complejas y sutiles. Si queremos darles alcance en alguna medida, nuestros conceptos deben flexibilizarse y ampliar su poder expresivo.

Uno de los medios más eficaces para ello es vincularlos activamente con otros conceptos distintos, a veces en apariencia opuestos. Esta vinculación se da en las paradojas.

La lógica perfecta de lo paradójico

En muchos casos, las paradojas aparecen como algo perfectamente lógico cuando son vistas en el plano de realidad en el que están pensadas. Al analizar la experiencia de interpretación musical, suele decirse que "el intérprete domina la obra al dejarse dominar por ella". En rigor, habría que decir que "la configura al dejarse configurar por ella ", pues en el plano de la actividad creativa nadie domina a nadie. El dominio es propio del plano en que se da el manejo de objetos. La frase entrecomillada constituye una paradoja si se la analiza desde el plano artesanal, en el cual un agente realiza una acción y una realidad la padece. El esquema acción-pasión no es reversible. Uno actúa y otro padece. No tendría sentido afirmar que un carpintero que es solo artesano configura una mesa en cuanto es configurado por ella. Pero en el plano creativo tal aseveración no hace sino expresar la condición reversible de la experiencia artística. El intérprete configura la obra en cuanto se deja configurar por ella. Cuando la obra se convierte en voz interior del artista, en impulso, cauce y meta de su obrar, entonces el intérprete ha llegado a la meta en su tarea de re-crear la obra. Resulta, por tanto, del todo lógico vincular el aspecto activo y el receptivo de la actividad del intérprete[53].

Reflexionen ahora conmigo acerca de un esquema que encierra una importancia decisiva en la vida humana: "naturaleza-historia". En su obra Historia como sistema, Ortega y Gasset afirma que "el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene... historia". "O, lo que es igual: lo que la naturaleza es a las cosas, es la historia -como res gestae-al hombre"[54]. Parece entender Ortega el esquema "naturaleza-historia" como un dilema, que obliga a optar por uno de los términos. X. Zubiri, en un trabajo sobre "La dimensión histórica del ser humano", explica que el hombre es histórico precisamente porque tiene una naturaleza de alto rango. Naturaleza e historia no forman para él un dilema, sino un contraste[55].

Si se piensa que el concepto de naturaleza alude a un modo de ser estable en sentido de inmutable, al modo de una roca, resulta difícil coordinarlo con el concepto de historicidad, que implica mutación, decurso temporal, creatividad. Al no poder coordinar ambos conceptos, un hombre de hoy tiende a conceder primacía a la vertiente histórica del hombre, porque en ella se encuentra lo multicolor y vario, lo sorpresivo y progrediente de la vida humana. Pero esta opción implica un empobrecimiento tal de nuestra existencia que resulta suicida. No se concibe una vida que sea puro decurso temporal y cambio, y carezca de un núcleo inmutable que vertebre la pluralidad de fases de ese proceso vital. ¿Cómo hablar en serio de una vida ética si no hay valores supratemporales, valores que piden ser realizados en cada momento del tiempo que marca el reloj pero no dependen de las distintas situaciones y los vaivenes del sentimiento humano?

La interpretación de este esquema "naturaleza-historia" como un dilema procede de una visión depauperada de ambos términos -historia, naturaleza-, la visión que se tiene de los mismos desde una perspectiva infracreadora. A su vez, de esa interpretación se sigue un empobrecimiento todavía mayor de la vida humana entera.

El arma principal del manipulador es empobrecer la vida intelectual

La manipulación es una táctica dirigida a empobrecer la vida intelectual. Los conceptos, una vez banalizados, empobrecidos en cuanto a su sentido, se enfrentan entre sí y forman dilemas. Cuando la vida intelectual se puebla de falsos dilemas, la vida del hombre se desgarra interiormente y se debilita. Esta vida debilitada está expuesta a toda clase de errores y desorientaciones.

El empobrecimiento se traduce en falta de rigor. Por el contrario, el pensamiento riguroso va aliado con una vida plena y creativa. He aquí la profunda razón por la cual, si queremos pensar con rigor, debemos inmunizarnos contra las tácticas manipuladoras. De no hacerlo, cualquier manipulador puede anular nuestra vida creativa con un recurso tan fácil como es empobrecer los términos que usamos y los conceptos que forman la base de nuestro pensar.

Análisis de una clase demagógica de ética

Supongamos que comienzo una clase de ética con estas palabras: "Vds. convendrán conmigo en que, por ser personas, debemos actuar en virtud de criterios propios, internos, y no dejarnos conducir desde fuera, a modo de marionetas. Para realizarnos como seres libres e inteligentes, hemos de actuar con autonomía, de acuerdo a las exigencias, necesidades e impulsos que sintamos interiormente ".

Este punto de partida suele ser aceptado sin discusión por los alumnos, pues, al hablar de criterios propios, autonomía, sentimientos interiores..., nos estamos moviendo en el espacio abierto por el término talismán por excelencia que es libertad. Notemos que estos vocablos se hallan en la columna de la izquierda de la serie de esquemas analizados anteriormente.

Prosigo mi explicación. "Lo que nos viene dado de fuera y propuesto como norma de acción, impulso y meta de nuestra vida, es algo distinto de nosotros y en principio externo, distante, extraño y ajeno. No lo hemos elaborado nosotros. Si lo tomamos pasivamente como cauce y norma de acción, nos entregamos a algo extraño y ajeno; por tanto, nos alienamos y convertimos en seres inauténticos. ¿Admiten Vds. todo esto?"

De ordinario, algún que otro alumno sugiere tímidamente que lo externo, extraño y ajeno podemos interiorizarlo. Yo les indico que tienen razón, pero deben aclararme qué entienden por interiorizar. Si quieren decir que tomamos como propio lo ajeno, actuamos al dictado de alguien distinto de nosotros, no tomamos las riendas de nuestra conducta, no somos autónomos ni, por tanto, auténticos. ¿Bajo qué condiciones podemos asumir como propio lo que nos viene dado de fuera sin actuar de forma inauténtica? Este es el punto decisivo que los alumnos deben comprender a fondo y por dentro.

Tengamos muy en cuenta que el hombre es un "ser de encuentro", como nos enseña hoy la Biología más cualificada; vive como persona, se desarrolla y perfecciona creando encuentros de diverso orden con las realidades que le rodean. Esto indica que, para vivir como persona, necesita abrirse a otras realidades y crear con ellas formas de unidad muy estrechas y fecundas. Entre tales realidades se hallan las normas. Pero éstas, en principio, provienen de fuera de nosotros, y, en el plano físico, "fuera" se opone a "dentro", y "exterior" se opone a "interior". ¿Es posible asumir "dentro" lo que nos es "ajeno" porque viene de "fuera", del "exterior", sin "enajenarnos" y perder nuestra identidad personal o modo propio de ser?

Esta pregunta suele dejar perplejos a los alumnos. Esta perplejidad es sumamente peligrosa porque indica que no saben resolver uno de los problemas básicos de la existencia humana. Todo joven tiene, por ley de vida, afán de independencia. Si no sabe cómo convertir lo externo en íntimo manteniendo e incluso acrecentando su autonomía personal, se ve tentado a dejar de lado cuando ha recibido de sus mayores -es decir, de fuera-en cuestión de usos y costumbres, criterios y normas morales, dogmas religiosos y prácticas piadosas, para ver de configurar su vida en el futuro conforme a criterios propios, elaborados en su interioridad. Esta ruptura con la "tradición" no supone sólo un alejamiento de sus padres, sino, más radicalmente, de la realidad que le rodea y con la que tiene que configurar su vida. Este alejamiento anula de raíz en buena medida su capacidad de crear encuentros, y, por tanto, su poder creativo.

Por eso me apresuro a sacar a mis alumnos de la perplejidad ayudándoles a contestar de modo convincente a la pregunta formulada: "La norma de acción que se nos propone desde fuera hemos de verla -les digo- no como algo que se impone a nuestra voluntad coactivamente, sino como una fuente de posibilidades de encauzar fecundamente nuestra acción. Mi maestro de piano me sugiere que para tocar una nota lejana desplace el brazo de forma semicircular. Yo puedo hacerlo porque el maestro me lo ordena -con lo cual esa norma me sigue siendo externa y extraña-, o bien porque intuyo que tal medida técnica me hace posible lograr una interpretación certera y segura. En este caso, hago mía dicha norma en el sentido de que la incorporo a la trama de mis recursos técnicos y me olvido del hecho de que me vino sugerida de fuera. No importa el origen de los distintos gestos que realizo al interpretar una obra sino su eficacia. Al comprobar por mí mismo que tal forma de actuar me permite conseguir interpretaciones válidas, la convierto en algo espontáneo, como si yo mismo la hubiera descubierto. Esa técnica sigue siendo distinta de mí, en cuanto la aprendí de alguien que no soy yo. Pero es de notar que este maestro, por ser tal, no me era ajeno, pues quería transmitirme el arte de tocar; intentaba que yo asumiera por dentro los recursos técnicos necesarios para dar vida a las obras, como si fuera su autor. Al hacerlo, convierto en íntima esa técnica, que pueden compartir otros muchos intérpretes.

He aquí cómo, en virtud de mi actitud creativa, una norma en principio distinta, externa, distante, extraña y ajena a mí se ha convertido en íntima sin dejar de ser distinta. Ser creativo significa aquí que asumo una técnica de interpretación como fuente de posibilidades para crear una obra musical de nuevo, como si fuera por primera vez. Esa norma provino de fuera, pero ahora ya no está fuera de mí; constituye mi voz interior; soy yo mismo el que actúo de esa manera porque veo por dentro su fecundidad. Y, con ello, enriquezco mi personalidad y la afirmo.

Comprender a fondo esta conversión de lo ajeno en íntimo sin dejar de ser distinto es un paso decisivo hacia la madurez personal, porque implica descubrir una de las leyes que rigen la relación del hombre con su entorno y deciden el proceso de su desarrollo personal. Esa ley implica tres puntos:

  1. Ciertas realidades externas al hombre pueden llegar a formar parte de su intimidad e incrementar su capacidad de actuar autónomamente.
  2. Ser autónomo -en el sentido de darse a sí mismo las normas de actuación-y ser heterónomo -aceptar normas propuestas por seres distintos de uno-no se oponen; se complementan cuando actuamos de modo creador, no meramente pasivo.
  3. Lo que se nos propone desde fuera no se opone a lo que proyectamos desde dentro cuando lo propuesto nos ofrece posibilidades para realizar la actividad proyectada; se crea, entonces, entre el dentro y el fuera una especie de campo de juego común, en el que se supera la escisión entre el aquí y el ahí, lo interior y lo exterior. En el aspecto físico, la partitura y el piano están fuera del pianista que interpreta una obra. En el nivel de la interpretación -nivel lúdico, creativo-, las tres realidades entreveran sus posibilidades de juego para dar lugar a una misma realidad: el acto de interpretación en el que se crea de nuevo la obra.

Complementariedad de libertad y normas, independencia y solidaridad

Las consideraciones anteriores son decisivas para nuestra formación. Millones de jóvenes actuales piensan que la libertad y las normas se oponen y debemos escoger entre lo uno o lo otro. Esto es cierto en el caso de que las normas no sean juiciosas, fecundas, ajustadas a la actividad que deseamos realizar. En cambio, lejos de oponerse, se complementan y enriquecen mutuamente cuando las normas encauzan nuestra acción y le permiten llegar a buen término de forma contundente. Un intérprete se siente plenamente libre cuando es fiel a la partitura y vuelve a crear las formas musicales con soltura, coherencia y gracia. La atenencia estricta a la partitura no se opone a la libertad interior con que interpreta la obra, porque la partitura no coarta su poder creador, le da vías de realización para que se deslice por ellas de forma grácil, espontánea y aparentemente fácil. Esta forma suelta y segura de crear formas musicales es vivida por el intérprete como una manifestación de libertad interior o libertad creativa. En los niveles elementales de la vida, ser libre es carecer de trabas. A medida que uno gana madurez, descubre que ser plenamente libre es tener seguridad, aplomo, eficacia... en la realización de sí mismo en todos los órdenes de la vida.

Para aclarar del todo estas ideas, indico a los alumnos que también los conceptos de independencia y solidaridad son complementarios, no opuestos. Vean a un buen conjunto musical interpretando una obra de calidad, por ejemplo el primer coro del Oratorio de Navidad de Juan Sebastián Bach. Ninguno de los intérpretes parece preocuparse de los otros; todos miran fijamente al director, que encarna una cierta interpretación de la obra; actúan con total independencia, pero atemperan solidariamente su voz a la de los demás, acompasan el ritmo, se ensamblan en una misma tarea común: dar vida a la obra. La vinculación de esta total independencia y esta incondicional solidaridad da lugar a una eclosión espléndida de armonía y de belleza.

Si se interpreta la independencia como la capacidad de actuar arbitrariamente, conforme a los propios impulsos, no es coordinable con la solidaridad. Basta ahondar un tanto y descubrir que ser independiente una persona no significa sólo que puede prescindir de otras; implica sobre todo que posee poder de iniciativa suficiente para colaborar con ellas esforzadamente a fin de lograr una meta común. Esta meta se consigue cuando personas libres aúnan sus esfuerzos desde perspectivas diferentes. Tal coordinación de elementos distintos que dejan de ser distantes y extraños por la consagración a un mismo fin elevado se ensambla de modo natural con una profunda solidaridad.

Grabemos en la memoria esta decisiva clave de interpretación de la vida: El sentido de los términos sufre una espléndida transformación cuando las personas que los movilizan se elevan a un nivel creador. Su apariencia es idéntica, pero su sentido es muy diverso.

La posibilidad del amor personal

Si cada persona puede superar la distancia que hay entre ella y las que se hallan fuera de su interioridad, es posible que se una a ellas con un vínculo de amor. De lo contrario, no harán todas ellas sino compartir sus soledades respectivas, unirse tangencialmente y vivir una ilusión de unidad, para volver pronto a la incomunicación de la que han partido y a la que ineludiblemente ha de volver.

Acabo de conocer a una persona. En este momento, es para mí una realidad distinta, externa, extraña y ajena. Pero ¿lo será siempre? En caso positivo, quedo aislado en mi ser, y la otra persona sigue recluida en el suyo. El amor que pueda surgir, al parecer, entre nosotros no será una forma de unión valiosa y estable; se reducirá al "canje de dos soledades". Esta es la opinión desazonante de Ortega y Gasset, según el cual los otros son siempre para mí seres extraños, "foráneos", habitantes perpetuos de la región que está más allá de mi interioridad[56].

Preguntémonos por qué llega Ortega a esta conclusión, tan poco coherente con los jugosos análisis sobre la comunicación humana que realizó en otros contextos. A mi entender, la razón estriba en que aplica al análisis de un fenómeno creativo, como es el amor personal, el esquema "dentro-fuera", sólo adecuado a la relación mutua de realidades infracreadoras.

"Por ventura o por desgracia -escribe-, no me puede doler la muela del prójimo ni cabe injertar en mí la delicia que acaso está gozando. Cada cual es el peludo Robinson de su vida desierta. De ahí que, instalado el individuo en su solipsismo vital, tienda a cegarse para las existencias ajenas"[57]. "Sólo en nuestra soledad somos nuestra verdad"[58].

Los dos ejemplos aducidos proceden del plano biológico, en el cual las sensaciones no son comunicables y compartibles directamente, de forma que el hombre se encuentra solo, atenido a sus experiencias privadas. De igual modo, un objeto puede yuxtaponerse a otro o chocar con él, pero es incapaz de entreverar su ámbito de vida con el suyo, entrar en su interioridad, en el sentido de intercambiar posibilidades y encontrarse. En cambio, el hombre, por ser corpóreo y espiritual -y, por tanto, creativo-, puede compartir gustos e ideales con otros, colaborar en tareas comunes, vibrar al unísono ante una realidad bella o ante un problema que resolver. Cada persona puede entrelazar su ámbito personal con el de otras personas -seres distintos y, en principio, externos y extraños- y crear, así, un campo de juego común. Dentro del dinamismo de este campo operativo, los términos fuera y dentro, interior y exterior adquieren un valor nuevo; no expresan sólo dos situaciones espaciales distintas; indican dos polos de una misma actividad creadora. Si tú y yo hemos creado un campo de juego común, una relación de encuentro, tú estás fuera de mí en el sentido espacial, pero me eres íntimo en el sentido creador. Eres distinto de mí porque posees tu propia personalidad, pero has dejado de serme distante, externo y extraño para tornarte íntimo. La distancia de alejamiento es vencida por la energía creadora. De modo semejante, cuando recitas un poema o cantas una canción de modo creativo, no meramente repetitivo, ¿consideras la canción o el poema como algo externo, que está fuera de ti? Todo lo contrario. Los sientes como lo más íntimo a tu espíritu en ese momento, pues no hay nada más estrechamente unido a uno que lo que es el principio y la meta de nuestro obrar.

Importa mucho advertir que, si nos mantenemos inactivos ante una realidad externa a nosotros, no podemos convertirla en íntima y conseguir que deje de estar fuera de nosotros. Consiguientemente, el que adopte una actitud pasiva ante la vida verá inevitablemente como impuesto cuanto le venga propuesto de fuera. Y, si alguien se le acerca, lo tomará como un forastero que viene a robarle el espacio que él habita. Si tú y yo nos movemos en el nivel 1 -el del manejo posesivo de objetos, con una actitud no creativa sino dominadora-, tú puedes desplazarme a mí y ocupar mi puesto; o viceversa. Pero no podemos unir nuestros ámbitos de vida de modo que formemos un campo de juego en el que nos desarrollemos como personas comunitariamente -nivel 2-.

Ahora empezamos a experimentar de cerca, en nuestra propia vida, la importancia de orientar rectamente nuestro dinamismo espiritual mediante el uso ajustado de los esquemas mentales. Todo error cometido en esta cuestión básica compromete nuestro futuro como personas porque nos impide crear con las realidades del entorno las relaciones íntimas que constituyen la trama de nuestra vida personal. Para evitar tales errores, no hay otra vía que ahondar en el sentido de los conceptos que movilizamos al pensar y valorar las realidades y acontecimientos que constituyen el tejido vivo de nuestra existencia.

De ahí que la primera medida para conseguir una renovación ética de personas y sociedades es evitar la superficialidad y la banalidad en el tratamiento de las cuestiones básicas de la vida, pues los conceptos, si son vistos superficialmente, parecen oponerse a menudo entre sí, con lo cual se pierde la riqueza que generan cuando se vinculan y complementan.

Ejercicios

  1. En ciertos aspectos de la vida, aceptar y acatar una realidad que se nos impone significa una pérdida de libertad. En otros, implica un acrecentamiento de la misma.
  2. a) Voy a tirarme al agua para nadar. De repente, alguien me pone un peso al cuello. Esa carga, a la que me veo sometido, me quita libertad de maniobra, en este caso la libertad de moverme con soltura. La imposición que se me hace viene de fuera y sigue siéndome externa en todo momento; no puedo asumirla como un principio de acción y hacerla íntima. Se me impone coactivamente, y en ese sentido es superior a mí. Este tipo de superioridad impuesta disminuye mi libertad y me rebaja de condición. b) Si quiero encontrarme con una persona, debo cumplir las exigencias que impone el encuentro, visto como un "entreveramiento de ámbitos". Cumplir tales condiciones significa restringir mi libertad de maniobra. No puedo tratar a dicha persona de forma desconsiderada, sino con generosidad y respeto. En los ejemplos aducidos estoy sometido a dos formas distintas de imposición. Las dos proceden de fuera de mí, en el sentido de que no responden a una iniciativa mía. Pero la primera -el haber de soportar un peso- no puedo asumirla como propia; mientras que la segunda -las exigencias del encuentro- puedo considerarla como una condición que me pone mi propia realidad personal para desarrollarse plenamente. Es una diferencia abismal, pues, al asumir un deber como principio de mi obrar, no coarto mi libertad de acción; la promociono, pues la oriento hacia mi plenitud como persona. Indiquen algunas formas de aceptación pasiva y otras de aceptación activa de los deberes con que nos encontramos en la vida. Precisen cuándo se trata de una carga impuesta y cuándo estamos ante una obligación propuesta.
  3. En su obra Sincero para con Dios, John A. T. Robinson se esfuerza en superar las formas de expresión que sitúan a Dios "en lo alto", "fuera" del hombre, como un Ser exterior, ajeno y lejano a él. Propone, para ello, ver a Dios como el Amor por excelencia y fuente de todo amor interpersonal humano[59]. ¿Por qué profunda razón puede el amor superar la escisión entre lo "bajo " y lo "alto", lo "interior" y lo "exterior", el "dentro" y el "fuera"?
  4. Lean atentamente, a la luz de lo dicho en esta lección, el siguiente texto de un esteta francés, Denis Huisman:

"Oigo el Sexto Concierto de Brandenburgo: la polifonía de las violas solistas no me impide contemplar las tapicerías rasgadas, estas viejas colgaduras de la sala del conservatorio. pero, de golpe, en un instante, ya nada existe. Ni sala. Ni público. Nada más que la sola presencia del sonido que es la presencia misma de Bach. Yo no estoy solo. Es un diálogo que me ha sustraído a las condiciones exteriores de la existencia. ¿Qué se ha hecho de la sala? Ya no existe para mí porque todo lo material ha huido. Y la percepción visual de los intérpretes, la sensación auditiva de los instrumentos se han trocado, por una transformación radical, en un sentimiento que me transporta más allá de mí mismo: el éxtasis (...)". "... De un lado se siente una alegría extática, que no es sino extremo contentamiento, y, de otro, hay una especie de rapto o desgarramiento respecto a las condiciones temporales de la vida. Pero estos dos sentidos no hacen más que uno". "La alegría es el más puro de los consuelos; porque el arte o es consolador o no es arte"[60].

Vean conmigo cómo se opera la transformación estética a que alude Huisman. Mientras estamos en la sala sin adentrarnos en una obra musical, tenemos con cuanto nos rodea una relación "lineal", no "reversible" o recíproca. Yo estoy aquí, y ahí, frente a mí, fuera de mí, se hallan las cortinas, los instrumentos musicales, las lámparas, las demás personas, a las que no me une en este momento otro vínculo que el puramente circunstancial de hallarnos en un mismo recinto, esperando un mismo acontecimiento. Lo veo todo como desde fuera, desde la lejanía, y cada realidad aparece crudamente tal como es, sin transfiguración alguna. Pero empieza la audición de una obra valiosa, y establezco con ella una relación reversible: la asumo como propia, la vivo, la vuelvo a crear interiormente, me encuentro con ella. Al fundarse el campo de juego que es todo encuentro, la obra deja de estar fuera de mí, frente a mí, pues se halla entreverada conmigo. Este entreveramiento o entrelazamiento creador es un suceso de gran riqueza que pertenece a un nivel de la realidad más valioso que las sillas, las cortinas, los instrumentos e incluso las otras personas, vistas aquí sencillamente como "público", como realidades que forman un conjunto de espectadores de los que me veo físicamente rodeado. De ahí mi impresión de que todo ello desaparece. No es que desaparezca de la vida real; sigue ahí intacto. Lo trasciendo en cuanto me elevo a un nivel superior de experiencia. Es la experiencia de éxtasis o encuentro, que supone un salto de un plano de realidad o de actividad a otro superior. Este salto no implica un rapto en sentido de arrebato. Yo no soy arrebatado a ese nivel de experiencia elevada como la pluma es arrebatada por el viento, la barca por la riada o el hombre hedonista por algún tipo de vértigo. Me alzo a dicho nivel de forma lúcida y libre, gozosa y entusiasta. No sólo la experiencia estética nos permite esta especie de transporte espiritual que describe Huisman. La experiencia ética y la religiosa, vividas con autenticidad, nos permiten a menudo transfigurar la dura realidad cotidiana. En la línea del análisis realizado anteriormente ¿podría indicar algunas experiencias de transfiguración y precisar en qué consiste el cambio operado?

Notas

[52] "... El ser del sujeto -escribe Xavier Zubiri-consiste formalmente, en una de sus dimensiones, en estar ´abierto´ a las cosas. Entonces, no es que el sujeto exista y, ´además´, haya cosas, sino que ser sujeto ´consiste´ en estar abierto a las cosas. La exterioridad del mundo no es un simple factum, sino la estructura ontológica formal del sujeto humano". "La existencia humana, se nos dice hoy, es una realidad que consiste en encontrarse entre las cosas y hacerse a sí misma, cuidándose de ellas y arrastrada por ellas". "...Vivir es vivir con las cosas, con los demás y con nosotros mismos en cuanto vivientes. Este ´con´ no es una simple yuxtaposición de la persona y la vida: el ´con´ es u no de los caracteres ontológicos formales de la persona humana en cuanto tal, y, en su virtud, la vida de todo ser humano es, constitutivamente, ´personal´. Toda vida, por ser vida de una persona, es, constitutivamente, una vida: o bien ´impersonal´, o bie n ´más o menos personal´, o bien ´despersonalizada´; es decir, aquello con que el hombre se realiza como persona puede y, en cierta medida, tiene que ocultar su ser personal" (Naturaleza, Historia, Dios, Editora Nacional, Madrid 5] 1963, págs. 365, 368, 370).

[53] Digo receptivo y no pasivo porque una obra musical -al ser un ámbito, una fuente de posibilidades ­actúa sobre el intérprete por vía de apelación o invitación, no de coacción. La pasividad se opone a la actividad; la receptividad se complementa con ella.

[54] Cf. O. cit., Revista de Occidente, Madrid 2] 1942, p. 63.

[55] "... El hombre, por su propia esencia, está metafísicamente abierto al proceso histórico. (...) La historia es (...) una dimensión de la apertura metafísica de la sustantividad humana a su propia actualidad por capacitación". Cf. "La dimensión histórica del ser humano", en Realitas I, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid 1974, págs. 54-55.

[56] Cf. José Ortega y Gasset: Obras Completas, vol. V, Revista de Occidente, Madrid 1961, p. 591. Recuérdese que el adjetivo "foráneo" procede del adverbio latino "foras", al que corresponde el español "fuera".

[57] Cf. Obras Completas, vol. VI, Revista de Occidente, Madrid 1961, p. 347.

[58] Cf. El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1957, p. 73.

[59] Cf. O.cit., Ariel, Barcelona 1967, págs. 101-185.

[60] Cf. L´esthétique, PUF, París 1971, págs. 76-78.

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