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Cómo se manipula II. El uso táctico de los vocablos

"Todas las palabras se han prestado al engaño"

(E. Mounier: Qué es el personalismo , en Obras Completas, III, Sígueme, Salamanca 1990, p. 231)

La estampa del ilusionista realizando acciones inverosímiles nos ha conquistado la atención desde niños. Hay algo de mágico en esos gestos elegantes que, sin aparente esfuerzo, logran realizar los trueques más sensacionales. Este atractivo se desplaza fácilmente al ilusionista de conceptos e ideas que es el manipulador. También éste opera con las manos limpias, con aparente sinceridad y honradez. "Nada por aquí, nada por allá -parece decirnos-. Todo es transparente en mis mensajes, propuestas y formulaciones". El manipulador finge estar convencido de lo que dice, y para confirmar esta impresión suele expresarse de modo contundente, sin vacilación alguna. Y con objeto de inspirar confianza, se pone de parte de aquellos a los que se dirige.

Esta táctica seductora es empleada por los "mercaderes" para encandilar a los ciudadanos con un producto y convertirlos en clientes. Tal conversión afecta sólo a un momento determinado de la vida de éstos: el momento de decidirse a comprar. Los ideólogos movilizan los recursos manipuladores con un propósito de más largo alcance: cambiar la mentalidad y el modo de vida de los ciudadanos.

Para llevar a cabo este cambio de estilo de pensar, sentir y querer, el ideólogo manipulador procede de forma sistemática y planificada. No se reduce a movilizar algunos ardides con objeto de difundir ciertas ideas, ganar buena imagen ante el público y obtener éxitos electorales. Estos fines quedan englobados en un plan general más ambicioso: el dominio interior de las personas y su conversión en activistas, portavoces de una concepción del mundo y de la vida.

Distintas formas de prestigiar ciertos vocablos

Veamos, en primer lugar, el prestigio que adquieren algunos vocablos y conceptos a lo largo del tiempo. Unos son estimados por el valor simbólico que tienen. Otros adquieren relevancia debido a ciertas circunstancias culturales. Un tercer grupo es exaltado artificiosamente por los manipuladores.

Términos prestigiados de modo natural debido a su valor simbólico

Hay términos que están dotados de una especie de simbolismo natural. "Alto", "elevado", "superior" son vocablos que aluden a una condición valiosa, noble, excelente. "Bajo", "inferior", "rastrero", "pedestre" sugieren, más bien, algo banal, envilecido, ruin. Estar "a la derecha" de un presidente significa un rango mayor que hallarse "a la izquierda". Son localizaciones espaciales que han ido adquiriendo una connotación "axiológica", es decir, relativa al valor de los seres humanos y sus situaciones.

De forma análoga, los términos "luz", "luminoso", "espléndido", "blanco", "nítido", "transparente" y otros semejantes se utilizan a menudo para indicar situaciones venturosas. Por el contrario, "tenebroso", "oscuro", "negro", "confuso" suelen expresar la vertiente desconsoladora de una realidad o acontecimiento. El término "negro" se utiliza en más de veinte contextos para expresar algo negativo. Sería vano que las personas de color intentaran cambiar el uso de estos vocablos y, en vez de hablar de un porvenir "negro" y "sombrío" para indicar que alguien carece de futuro, dijeran con pena que tiene un porvenir "blanco" y "luminoso". Los latinos llamaban "clarissimus vir" (a la letra: "varón clarísimo") al hombre egregio. Ese sentido positivo de la luz se conserva todavía en nuestro término actual "preclaro". Sería muy sugestivo recordar aquí el papel decisivo que jugó la luz en el arte, en la estética, en la filosofía más profunda desde los griegos hasta el último Heidegger, pasando por las catedrales góticas y la Escuela de Chartres. Uno de los representantes de ésta, Hugo de San Víctor, acuñó la famosa frase: "Ipsa lux pulchra est" (la luz misma es bella).

Orlados de prestigio aparecen, asimismo, los términos "apertura" y sus derivados. Se dice de una persona que tiene un carácter abierto, franco, espontáneo, y automáticamente vinculamos estos términos con los relativos a la luz: luminoso, nítido, espléndido, esplendoroso. Por eso los pronunciamos abriendo los ojos, extendiendo los brazos, ensanchando la sonrisa. Estamos convencidos de aludir a una característica valiosa de la persona en cuestión. Si de alguien afirmamos, en cambio, que se muestra reservado, cerrado, ambiguo, enigmático, hamletiano, lo estamos poniendo en relación, interiormente, con un día encapotado, neblinoso, gris, inhóspito, hosco. El gesto adusto con que expresamos estas características indica a las claras que las consideramos un tanto negativas, poco atractivas al menos.

Los vocablos cerrado y abierto son utilizados, a menudo, con fines estratégicos. Hoy se habla, por ejemplo, de "música abierta" para designar una forma de componer no sometida a los cauces de la estética tradicional. Se toma el término "abierto" como opuesto a "cerrado", encerrado en los moldes de la tradición, vista falsamente como algo muerto que pesa sobre nuestra vida presente y la bloquea. Se sugiere, así, que tal género de música está abierta a las mil posibilidades interpretativas a que puede dar lugar su falta de configuración definitiva, y se oculta que tal concepto de apertura significa más bien menesterosidad y desvalimiento que riqueza de posibilidades. Este procedimiento es típico de la manipulación. Se subraya un aspecto de un vocablo y se dejan otros más importantes de lado.

Términos prestigiados culturalmente o términos "talismán"

En cada época existen vocablos que, por diversas razones socioculturales, se cargan de un prestigio tal que se evaden a toda revisión crítica y son tomados como el suelo intelectual sobre el que se mueven confiados los hombres y los grupos sociales. Los denomino términos talismán. Parecen albergar en sí el sentido y el valor de la vida entera.

La palabra "orden" -vinculada de antiguo al número, la armonía, la proporción, la medida o mesura, y, de consiguiente, al origen de la bondad y la belleza- adquirió en los siglos XVI y XVII un rango elevadísimo merced a su vinculación con las estructuras elaboradas por la ciencia moderna, entonces en su albor. Pensar con orden equivalía a pensar rectamente. Proceder con orden significaba actuar de modo ajustado, justo, recto, eficaz. El término orden producía un hondo estremecimiento en los espíritus porque era el gozne enigmático entre las estructuras matemáticas y las físicas, entre el mundo que el hombre puede considerar en buena medida como configurado por su mente y el mundo exterior en el que está instalado y lo supera sin medida. Todavía hoy se habla de una "persona de orden" en sentido muy positivo.

Al cobrar conciencia de lo que implica el orden, el hombre del siglo XVIII concedió rango de talismán a la facultad destinada a hacerse cargo del mismo: la razón, vertiente del ser humano que constituye el orgullo y la fuerza del Siglo de las luces.

El uso libre de la razón preparó la gran lucha por la libertad: la Revolución Francesa. Revolucionario era el hombre de progreso que luchaba por elevar el ser humano a niveles adecuados a su dignidad. El contrarrevolucionario era un ser reaccionario, enemigo de las luces de la razón y del modo genuino de ser hombre. A lo largo del siglo XIX se consagró con rango de talismán el término revolución. Las grandes revoluciones de este siglo se desencadenaron con el fin de ampliar las cotas de libertad. En el siglo XX se impuso como talismán el término libertad.

Las palabras talismán producen un efecto fascinante porque presentan un aspecto sumamente atractivo y ocultan otros menos favorables. Para convertirse en talismán, un término debe ostentar un significado capaz de difractarse en diversos sentidos, de los cuales el manipulador tomará en cada momento el más adecuado a sus fines. Se habla, por ejemplo, de libertad, y ésta remite a independencia, cogestión, igualdad... Y se piensa en la exaltación de los pueblos que adquieren su independencia y en la dignificación que significa para los trabajadores pasar a ser cogestores de su empresa. Pero se deja astutamente de lado el fracaso de tantas emancipaciones prematuras y el desorden y la ineficacia que se provocan a menudo cuando se anula toda jerarquía auténtica en la dirección de un centro de trabajo.

La riqueza y la ambigüedad de los términos talismán permiten realizar todo tipo de deslizamientos de sentido. Si la libertad es el valor supremo, ser libre implica ser todo un hombre. Cuando, en un eslogan publicitario de cierta marca de bebidas, se proclama que "Soberano es cosa de hombres", el término hombre actúa con la fuerza de un vocablo talismán. Presenta al mismo tiempo riqueza y ambigüedad. No se sabe con precisión qué se quiere decir con este vocablo tan general, pero se intuye que sugiere algo valioso, auténtico y fuerte que atrae y halaga. Este halago y atractivo se potencian al entrar la palabra "hombre" en relación estrecha con otro término orlado de prestigio: "soberano". El que ha ideado este hábil lema propagandístico no ignora que en muchos casos la entrega a la bebida, por alta que sea la calidad del líquido ingerido, no conduce a los hombres a la cima de su libertad y dignidad sino a una vinculación esclavizante. Este aspecto sombrío es dejado de lado. Se proyecta simplemente sobre la marca de la bebida el término hombre, entendido ambiguamente como algo prestigioso.

La fascinación de lo ambiguo

Los vocablos talismán triunfan en un clima de ambigüedad, pues su poder sugestivo lo adquieren merced a la fascinación que ejercen las promesas indefinidas. "Beba soberano y será todo un hombre": es la promesa que late bajo el lema antedicho. De ahí la condición escueta, telegramática, enigmática de los lemas y consignas de todo género. Para que un lema sea "interesante" y despierte la atención del público, aún sin ser valioso, debe ser sugerente debido a su peculiar mezcla de claridad y ambigüedad. Un eslogan que se presenta de forma clara y abierta no ofrece pábulo a la imaginación; no tiene el embrujo de lo escondido y misterioso; queda sometido a la luz fría del entendimiento analítico. Por eso basta explicitar debidamente los distintos sentidos de las palabras talismán para restarles poderío y dejarlas -por así decir-"exorcizadas", privadas de su peculiar atractivo.

La primera ley del demagogo manipulador es no matizar los conceptos, a fin de concederles en cada momento el sentido que juzgue más adecuado a sus fines de estratega del pensamiento. En contrapartida, la defensa de nuestra libertad intelectual consiste en exigir al demagogo aclaraciones muy precisas. Se nos dice: "Soberano es cosa de hombres". Y yo pregunto súbitamente: ¿Qué entiende Vd. por hombre? Si se me responde: una "figura cabal de ser humano", eso que se dice "todo un hombre", pregunto de nuevo: ¿En qué circunstancias ayuda una bebida alcohólica al ser humano a conseguir esa cota de desarrollo? Estas preguntas desarman al manipulador. Si permitimos, por el contrario, que el término "hombre" opere sobre nuestra mente con toda la carga emocional que lleva en dicha frase, entramos en el proceso de fascinación que pretende desencadenar el manipulador para vendernos la mercancía a cualquier precio.

La atracción que ejercen los términos talismán está en principio justificada, porque arranca de un valor auténtico que la cultura de una época sabe destacar. Es totalmente injusto, en cambio, el uso estratégico que se hace a menudo de tal poder de imantación. A ese uso se debe la proliferación de términos talismán artificiosos.

Términos prestigiados artificiosamente por los manipuladores

Todo término talismán tiene un poder encandilante que prestigia a los vocablos que se le avecinan y cubre de oprobio a los que se alejan de él o parecen alejarse. Se ha dado por supuesto que toda forma de censura coarta la libertad humana, y el término censura está hoy, consiguientemente, fuera de juego. Nadie que no haya perdido el instinto de conservación osa defender actualmente el tipo más leve de censura en cualquier aspecto de la vida social. Por el contrario, "autonomía", "independencia", "democracia", "autogestión", "cogestión", "progreso", "cambio"... muestran alguna conexión con la libertad y quedan automáticamente prestigiados, convertidos en términos talismán por adherencia. Subrayo el adverbio "automáticamente" porque estos efectos que produce el lenguaje no obedecen a razón alguna sino a una pura contaminación por razones de afinidad.

En contraposición al término censura, el vocablo control es usado hoy día profusamente por estar cargado de prestigio. ¿Cómo adquirió ese halo de simpatía? En la vida diaria se habla con frecuencia de la necesidad de controlar los alimentos, la venta de droga, los movimientos de los sospechosos... En todos estos casos se ejerce control para salvaguardar la libertad humana. El control de alimentos, por ejemplo, se opone al fraude. Todo fraude alimentario se apoya en la libertad de maniobra y coarta la libertad del ciudadano para cuidar su salud y ejercer una actividad normal. Pedir control de alimentos equivale a solicitar que se restrinja la libertad de maniobra con objeto de favorecer la libertad para la creatividad. Ordenemos estas ideas en forma de esquemas:

El control de alimentos impide el fraude, que arranca de la libertad de maniobra, libertad arbitraria.

La libertad de elección se opone al fraude

Por oponerse al fraude, quedan emparejados el control y la libertad de elegir lo que permite vivir de forma normal, que en el hombre implica cierto grado de creatividad. Este emparejamiento cubre de prestigio al término control.

El incremento de la carga emocional de las palabras

Para descubrir las fuerzas soterradas que movilizan los manipuladores, conviene destacar que la carga emocional de las palabras se incrementa con el tiempo de forma a veces inverosímil. La expresión "la izquierda", aplicada a ciertos grupos políticos , significó en principio algo tan neutro como la localización de los mismos en el hemiciclo del Congreso francés. Posteriormente, fue puesta en vinculación con la "lucha revolucionaria por la libertad". Esta acumulación de términos talismán cargó a la expresión "la izquierda" con un potencial emotivo de tal magnitud que comprometió a multitud de hombres en contiendas implacables.

Esas adherencias sentimentales no responden a motivos racionales, y bloquean el uso sereno de la razón. Todavía no hace mucho, un personaje político discutía con un miembro de la oposición en un debate televisivo acerca de las libertades en la democracia. Su adversario lo abrumó con datos reales de los que se desprendía claramente que durante el mandato de "las izquierdas" los ciudadanos habían visto muy recortadas sus libertades reales. En vez de reargüir con argumentos contrarios, el alto dignatario se limitó a proclamar indignado: "¿Cómo se atreve Vd. a hacer esa acusación a la izquierda? ¡La izquierda es libertad!". Este modo de expresarse es netamente manipulador. No da razones; juega con los vocablos.

De modo análogo, si un representante de "las derechas" se limita a afirmar contundentemente que "la derecha es orden, prosperidad y creación de riqueza", se expresa asimismo de forma manipuladora. Ambos se basan en esa aureola de sentido más o menos difuso que van adquiriendo los términos a lo largo del tiempo y se ahorran el esfuerzo de ofrecer razones válidas que avalen sus teorías.

Lo que procede no es apoyar el discurso en el prestigio de ciertas palabras sino ir al fondo de las cuestiones. Si se habla de libertad, debe precisarse qué modos distintos hay de libertad y qué actitudes éticas y políticas fomentan cada uno de ellos. Si se trata de la creación de riqueza, lo adecuado es descubrir en concreto la vía óptima para llevarla a cabo.

El lenguaje manipulador es turbio. El lenguaje veraz es claro, desborda luminosidad cuando es medio en el cual se fundan ámbitos de convivencia. Esa luz del lenguaje -y de cada uno de los vocablos-se apaga cuando se lo convierte en medio para dominar mediante la estrategia de la manipulación. El que domina algo no se encuentra con ello. El lenguaje -al convertirse en medio de dominación-deja de ser lugar viviente del encuentro, y pierde su belleza y su bondad. Va contra su esencia, se convierte en anti-lenguaje.

La fuerza del lenguaje sometido al arte de la manipulación es asombrosa. Cuando un término va cargado de emotividad, deja en la mente una huella tan profunda que todo cuanto oímos, vemos y pensamos posteriormente queda polarizado en su torno e imantado y orientado por él.

Este tipo de lenguaje deformado, destructor de su sentido originario, carece de capacidad creativa, pero muestra un poder de arrastre temible. Por ejemplo, si, a instancia s de un manipulador, no distinguimos formas diversas de libertad y damos por hecho que la libertad ­dicho así, sin matización alguna- se opone frontalmente a todo tipo de cauce o norma, veremos cómo nuestro ánimo tiende a enfrentarse decididamente a toda norma o cauce que nos venga propuesto desde fuera.

Si queremos vivir con cierta autonomía personal, debemos liberarnos del despotismo del lenguaje secuestrado por los manipuladores, que hacen suyo el parecer del astuto Talleyrand, según el cual "el lenguaje le fue dado al hombre para mentir". Lo contrario del lenguaje manipulado es el lenguaje que es veraz y sincero porque se lo pronuncia con amor para fundar los modos más altos de unidad con las realidades del entorno.

El prestigio artificioso del término "cambio"

Una noria que gira incesantemente cambia pero no avanza, se agita pero no progresa hacia ninguna meta. Las personas, al andar, cambian de situación. Pero ¿progresan de verdad todas ellas en su vida al cambiar? Cada una tiene una meta al ir por la calle. Si la logra, ¿qué consecuencias se derivan para su vida, para el sentido de su vida, vista en conjunto? Muchas personas irán, sin duda, a trabajar para ganarse el sustento. Alguna puede ir a cometer un crimen que destruya su vida para siempre.

En un avión que despega viajan cientos de personas. Se mueven a una velocidad muy alta. Cambian constantemente de situación. Pero el hecho de haberse sometido a este proceso de cambio local ¿significa en su existencia un progreso, en el sentido de un avance hacia una cota de realización humana más alta? Habría que verlo en cada caso detenidamente. Dar por hecho que cambio equivale a progreso, en el sentido positivo de este vocablo, es una precipitación frívola. Hemos de adquirir el hábito de utilizar estos términos de forma muy aquilatada.

La proyección de unos esquemas sobre otros cubre de prestigio al término "cambio"

Nos importa sobremanera subrayar la gravedad que encierra trastrocar el sentido de estos dos términos, aparentemente inofensivos: "progreso" y "cambio". Semejante trastrueque da lugar a confusiones sin cuento. Analicemos los siguientes esquemas:

progreso-regreso
progreso-detención
cambio-conservación, persistencia
cambio-retroceso
cambio a mejor-estancamiento
cambio a mejor-retroceso

Al hilo del pensar, estos esquemas se conectan con estos otros:

reforma-inmovilismo

nuevo-viejo

moderno-antiguo

insólito-consabido

actual-pasado (en el doble sentido de "inactual" y de anticuado)

Si utilizamos estos esquemas deprisa y con los ojos entornados, como sugiere el manipulador, solemos vincular progreso, cambio y cambio a mejor -que ya están medio fundidos entre sí por hallarse en la misma columna- con lo reformado, lo nuevo y moderno, lo insólito y lo actual. Tal avecinamiento enaltece estos últimos términos. En cambio, los términos "regreso" y "estancamiento" se unen a los términos "antiguo", "pasado" y "viejo", y "conservación" se alía con "inmovilismo". Veamos conjuntamente los términos de la columna derecha, y nos asombrará la carga emocional negativa que adquiere cada uno de ellos.

Esta consideración nos pone alerta respecto a un hecho muy importante: siempre que se pronuncia un término, se suscitan en la mente por vibración otros términos que pueden reportarle prestigio o descrédito . Estas vibraciones o interconexiones que se producen al relacionar entre sí los términos de las dos columnas formadas por los esquemas mentales ejercen sobre los espíritus un influjo tanto más fascinador y perturbador cuanto más borrosa es la operación mental en que tienen lugar. Así como los ideales utópicos, más entrevistos que críticamente analizados, suscitan a menudo en el interior de las personas una especie de "mística"[48], y ésta se convierte en fuente de energía explosiva a la hora de la acción, las conexiones ambiguas entre conceptos pueden dar impulso a toda una dialéctica mental apasionada, intelectualmente endeble pero seductora para las gentes vertidas a una forma de acción espontánea, más dependiente de las emociones que de las opciones reflexivas.

Interpretación del cambio como una ley natural universal

Acabamos de ver que el término cambio adquirió prestigio por su vinculación a libertad y progreso, y por su oposición a estancamiento y retroceso. Pero hay un hecho que contribuyó todavía más a exaltar el concepto de cambio y acentuar su peligrosidad para la vida creativa. Me refiero a la convicción creciente de que la naturaleza no es estática sino dinámica.

A medida que las ciencias permitieron al hombre ahondar en el estudio de las diferentes realidades -las inmensas y las diminutas-, se descubrió con asombro que ninguna realidad está hecha de una vez por todas y se mantiene rígida en un estado determinado. Al contrario, da de sí, se desarrolla, evoluciona, cambia, se ajusta a las circunstancias. Este cambio incesante se advierte en las rocas y las montañas, en las plantas y los animales, en el hombre y sus creaciones. Las culturas evolucionan como un ser vivo: nacen, maduran, declinan, desaparecen. Los estilos se fraguan, se consolidan, se esclerosan, pierden vigencia. Si se consideran estas realidades cambiantes y se mira el conjunto de la realidad con los ojos entornados, es fácil llegar a pensar que el cambio es una ley natural universal de la que ningún ser queda eximido.

Con esta manera confusa de mirar empieza la labor demagógica. Se apoya uno en la investigación científica, que subraya la condición cambiante de muchas realidades, y se da por supuesto de forma precipitada que toda realidad es fluyente : la verdad, los valores, los conceptos, el lenguaje, las instituciones, los estilos, las normas... (Recordemos que el manipulador nunca demuestra nada; da por supuesto aquello que le interesa). No aceptemos tal suposición y preguntemos con toda energía: Por el hecho de que la realidad inanimada, la vegetal y la animal cambien, ¿puede afirmarse que no hay verdades inmutables ni normas perennes ni conceptos estables...? Supongamos que la evolución de las especies está demostrada científicamente. ¿Cabe deducir de ahí que nada resiste el paso del tiempo y que la única actitud ajustada al modo de ser de la realidad fluyente es adaptar la mente y la conducta a cada una de

las situaciones que se dan a lo largo del decurso temporal? Sería a todas luces una conclusión ilógica. Pongamos bien claras, unas frente a otras, las premisas y las consecuencias, para confrontarlas debidamente:

  • La realidad inanimada, la vegetal y la Los conceptos, las verdades, las animal -roca, árbol, caballo...- cambian. normas, las costumbres, deben cambiar de manera incesante.
  • Las especies vegetales y animales El hombre debe adaptar su mente y su evolucionan. conducta a las diversas situaciones temporales.

¿Existe alguna ilación entre las dos proposiciones de la izquierda y las dos de la derecha? Es patente que no. Por eso, el que quiera negar la existencia de verdades inmutables, normas perennes y conceptos estables debe aportar razones convincentes y no limitarse a realizar malabarismos mentales. Es un atropello a la sana razón afirmar que, si unas vertientes de la realidad sufren cambios, todo tipo de realidad ha de estar sometido a mutación, de forma que nada en la vida humana se libre de la rueda dentada del tiempo.

Sin embargo, tal desafuero resulta seductor en la actualidad por el mero hecho de que el ajuste a la realidad cambiante es interpretado como una liberación, liberación de lo supratemporal, lo permanente, lo eterno. Estamos en el centro medular de la manipulación ideológica. Si la realidad cambia y nuestra conducta sólo es realista cuando se ajusta a esa alteración constante, hemos de liberarnos de cuanto signifique permanencia en el mismo estado, ya que tal permanecer es visto como un bloqueo de nuestro dinamismo natural.

Para hacer más verosímil esta proposición, se aducen casos patentes de cambios que se imponen por su valor. Se nos dice: "Hay que pasar de la dictadura a la democracia, de regímenes oprimentes a regímenes promocionantes, de la ignorancia al conocimiento, de la servidumbre a la libertad". Y todos asentimos. Sobre la base de este acuerdo, se agrega que el hombre debe ser liberado de toda "obsesión religiosa", de la "represión sexual", de los "tabúes morales"... ¿Quién no descubre aquí el tránsito ilegítimo de un modo de liberación justificado a otro que significa segarnos la tierra bajo los pies? Con el señuelo de redimirnos de un estado de esclavitud, se intenta despojarnos de lo que constituye la base de nuestro desarrollo personal. Al utilizar los términos peyorativos "tabú", "represión", "obsesión", se lanza la atención de las gentes hacia formas inauténticas de moralidad, sexualidad y religiosidad, con lo cual resulta fácil persuadirlas de la necesidad de tal liberación. Si entendemos rectamente lo que es la vida moral, la vida amorosa y la vida religiosa, no tiene sentido alguno hablar aquí de liberación. No tenemos que liberarnos de estas formas de vida, sino perfeccionar nuestro modo de entenderlas y realizarlas. Pero el manipulador juega siempre en el río revuelto de conceptos confusos, enturbiados de propósito por él mismo.

Si no advertimos y delatamos ese salto injustificado de un tipo de liberación a otro, quedamos a merced del manipulador, que puede fácilmente desvincularnos de cuanto nos nutre como personas, bajo pretexto de que tal vinculación supone una servidumbre. La unión al hogar, al clima cultural propio, a la tradición -bien entendida-, a la verdad y a los valores más altos teje la trama que forma nuestro entorno verdadero de hombres, nuestro ámbito natural de despliegue. Desconectados de ese entorno, quedamos "desambitalizados", descentrados, privados de todo dinamismo creador. En esta situación de asfixia lúdica, en la que nos encontramos aislados y sin posibilidad de hacer juego creador alguno, toda labor de manipulación y desmantelamiento espiritual no sólo será viable y fácil sino incluso bien acogida.

El lenguaje manipulador hace atractivo lo que destruye

Esta contradicción sarcástica de que el pueblo acoja con agradecimiento y simpatía un procedimiento que lo humilla y envilece resulta posible por la capacidad que tienen ciertas ideas de crear un clima de ambigüedad y difuminación del sentido verdadero de cuanto sucede en la vida humana. Una alteración del lenguaje que parece mínima a una mirada desprevenida puede dejar al hombre totalmente desvalido y sin capacidad de reacción.

Fijémonos bien. El manipulador no ha realizado acciones violentas ni ha difundido doctrina alguna: sencillamente ha conferido a ciertos vocablos el carácter de talismán. La fuerza de estos vocablos dispone el ánimo de las gentes para recibir sin crítica las doctrinas que el manipulador quiera inocular en su espíritu, a fin de alterar su escala de valores. El hombre manipulado acepta ingenuamente cuanto se le dice y sugiere porque el manipulador no habla a su inteligencia ni se dirige a su libertad: deja que el lenguaje actúe de forma solapada sobre sus centros de decisión. Así vemos que cuanto implica algún tipo de cambio suele resultar automáticamente atractivo a las gentes. Lo que significa permanencia les cae mal de ordinario sin que sepan dar razón de tal sentimiento.

Esta manera automática de operar los recursos manipuladores tiene consecuencias temibles para la sociedad porque lleva a los poderosos sin escrúpulos a cultivar los ardides estratégicos y descuidar el estudio fiel de la realidad y los problemas sociales. Si un partido político hace pasar como propios los términos talismán de un momento histórico -tales como cambio, ruptura, revolución, progresismo...-, basta que haga promesas borrosas para fascinar al pueblo. Por el contrario, un partido político que esté calificado actualmente con términos que tienen condición de anti-talismán (pensemos en "conservador", por ejemplo) puede elaborar grandes tratados concienzudos sobre las cuestiones sociales y ofrecer soluciones certeras, mas todo será en vano; no atraerá a los pueblos si éstos actúan como masas, porque la fuerza que mueve a éstas no es la agudeza de la inteligencia, la profundidad del pensamiento, la energía de una voluntad dispuesta a afrontar los grandes problemas sociales; es sencillamente la carga emotiva que tienen los vocablos cuyo sentido fue sometido a una torsión táctica.

La Metodología filosófica subraya la necesidad ineludible de ser fieles a cada modo de realidad y no dar saltos injustificados de un nivel de realidad a otro. Este precepto, por obvio y decisivo que sea, no lo cumplen los manipuladores. Entornan los ojos y aplican a toda la realidad conclusiones de la ciencia sólo válidas para un aspecto de la misma. Prevén, sin duda, que de tal confusión van a sacar un excelente partido para sus fines. En efecto, les permite convertir, por ejemplo, la idea de cambio en idea talismán.

1. La idolatría de lo nuevo y lo joven

Una idea, una actitud, un criterio, una actividad que no estén ajustados al instante actual suelen ser descalificados con el simple recurso de motejarlos de "desfasados", "anticuados", "pasados de moda", como si se tratara de los colores de los vestidos. Como "actual" se considera lo "cambiante", "lo que se lleva en cada momento", "lo que se impone sin más en virtud del cambio". No se repara en que la moda somete los modos de vestir al transcurrir del tiempo, pero esta vertiente del hombre se halla en un plano de realidad evidentemente inferior al de las ideas, actitudes, criterios y acciones que deciden el sentido de la existencia. Someter esta vertiente creativa del hombre al imperio del tiempo del calendario supone una reducción ilegítima de nivel.

La atenencia a lo "actual" y lo "último" lleva a idolatrar lo joven, entendido como "lo nuevo", "lo reciente", "lo originario". Pero en el plano del tiempo decurrente nada perdura, y lo nuevo se desliza inexorablemente hacia el pasado y pierde todo su encanto. Resulta desplazado, a no tardar, por "lo novísimo", denominación que deja muy pronto de tener un sentido y necesita ser remitida otra vez a la actualidad más rabiosa, con lo cual se habla de "los nuevos novísimos", y ya estamos en el campo de lo ridículo. Resulta, en verdad, cómico ver a lo largo de la historia los intentos incesantes de hacerse valer mediante la adscripción a "lo nuevo".

Esta fijación obsesiva en el cambio y en lo nuevo lleva al hombre a no reposar en el presente -que es el tiempo de la creatividad- y vivir preso del futuro. Se habla profusamente del "reto del futuro", la "tensión hacia la utopía", y se afirma que "el tema fundamental de la filosofía no es el estudio del 'ser presente', ni tampoco del 'ser en progreso' sino el del 'no ser aún' ", y se proclama el "éxodo del hombre hacia el reino utópico de lo Nuevo" (E. Bloch) [49]. En una sociedad vertida de este modo al futuro, ser calificado de "avanzado" constituye el supremo elogio; ser tachado de "reaccionario" y "anticuado" significa la mayor descalificación.

Al vivir sólo preocupados por el cambio y no consagrarse a crear en el presente algo perdurable que supere el decurso temporal, los hombres no conciben otro ideal posible en la vida que someterse dócilmente a las situaciones cambiantes y sus exigencias. Como el cambio se da imparablemente, porque la vida humana es temporal, resulta fácil difundir la idea de que la vida es un río impetuoso que sólo puede ser navegado por quien se adapte a su ritmo y sus corrientes. Esta forma de "entreguismo infracreador" es interpretada como sabiduría vital y celebrada como una actitud conciliadora y dialogante.

Tal interpretación festiva responde a un malentendido. La vida es ese tipo de río desmadrado y potente en el plano físico y biológico, pero no en el plano creador, en el cual el decurso temporal no nos arrastra inexorablemente; es el lugar de instauración de realidades y acontecimientos supratemporales. En el tiempo decurrente se escribe un libro, se compone una obra musical, se teje una relación amorosa -que pide eternidad-, se crea una familia... Estas realidades, que son fruto de un encuentro creador, perduran a lo largo del tiempo y se estructuran conforme a un ritmo peculiar que ellas mismas determinan.

La obsesión por el cambio y el futuro lleva a interpretar el pasado como lo ya acontecido, lo carente de actualidad y vigencia , lo opuesto al futuro, que aparece como lo único real. Este vaciamiento del pasado depaupera al máximo el concepto de tradición. Grabemos bien este dato, que nos da una clave para interpretar mil acontecimientos de la vida social: El manipulador convierte el término cambio en talismán, y esta simple operación le permite concebir la tradición como un fardo pesado que no promociona la vida sino que la bloquea. No esperemos que nos dé explicaciones lúcidas. Cuando le interesa desvirtuar una norma o criterio que viene avalado por una tradición de siglos, afirma con decisión estratégica que se trata de tabúes ancestrales, prejuicios heredados, restos de un pasado esclerosado. Al hacerlo, se está poniendo de parte del futuro, del progreso, del cambio, de la libertad de configurar el porvenir desde los cimientos, sin condición alguna.

Esa mera afiliación al cambio hacia un futuro nuevo deja al manipulador en una posición airosa. Poco importa que, al empobrecer de esa forma el concepto de tradición, borre en el pueblo la memoria del pasado y lo condene a la esterilidad, porque el hombre sólo puede ser creativo en el presente con vistas a proyectar su futuro si asume las posibilidades que le transmiten las generaciones pasadas. Esa transmisión se dice en latín traditio, en español tradición[50]. El manipulador revolucionario deja al pueblo sin energía creadora y le hace vivir del impulso ilusorio que procede del mero estar a la espera de que se cumplan las promesas relativas al porvenir.

Esta actitud de mera espera no tiene sino la apariencia de una vida en esperanza. Esperar en alguien significa estar recibiendo de él en cada momento el impulso para vivir y el sentido de la existencia. Mantenerse a la espera significa dejar que el tiempo pase. Se da en un plano inferior. No crea relación alguna con una realidad valiosa: acaba sumiendo en el tedio y la desesperanza, como resalta de forma dramática en Esperando a Godot, de S. Beckett[51].

2. Distintas valoraciones del cambio

No es infrecuente que los jóvenes hablen a sus padres de esta forma: "Tú piensas así porque eres de otra generación. Yo soy de la mía, y pienso de modo distinto". Late aquí una manera relativista de juzgar el valor de las actitudes y acciones. Se piensa que el valor de cuanto se hace o piensa pende de la situación en que uno se halla. De esta suerte, al cambiar de situación, se cambia la forma de valorar.

Al joven que se expresa de esa forma quisiera hacerle esta consideración: "Voy por la calle, veo a un ciego que no se atreve a cruzar, me acerco a él sigilosamente y le doy un empujón. Él se cae al suelo y yo me echo a reír. ¿Qué te parece mi conducta? Sin duda la consideras muy ruin, y tienes razón, mas no olvides que ya lo era hace siglos y lo seguirá siendo en adelante". Sin duda, el joven acepta esta indicación mía. Pero muy posiblemente seguirá pensando que, al cambiar las circunstancias, se altera la perspectiva desde la que juzgamos la vida y cuanto en ella acontece. ¿De dónde le viene ese especial poder al concepto de "cambio"?

Para responder adecuadamente, conviene observar la distinta valoración que se ha hecho de la idea de cambio a lo largo de la historia. El ideal del hombre estoico -un Séneca, un Marco Aurelio...- era mantenerse incólume e inalterable ante el vaivén de los acontecimientos, incluso los más adversos. Mostrar igualdad de ánimo, ser imperturbable en la tribulación constituía la meta del hombre sabio, considerado durante siglos como módulo de conducta recta, reciamente humana. Comportarse de manera voluble era signo de debilidad de ánimo, de inestabilidad espiritual, de pusilanimidad. ¿Cómo se valoran ambas actitudes en nuestros días?

Afirmar actualmente que una persona es voluble "como una veleta" encierra un sentido peyorativo; indica que no es de fiar. Preferimos tratar a "personas de palabra", que prometen y cumplen. En la vida política, sin embargo, un dirigente anuncia cambios, y es oído con agrado por multitud de personas. Por el contrario, pide perseverancia en el camino emprendido, y es considerado como rígido e "inmovilista". En la vida familiar, el divorcio supone siempre un trauma grave. No obstante, actualmente la palabra "divorcio" apenas conserva el carácter peyorativo de otras épocas porque va emparejada con los términos "cambio", "progreso", "libertad", utilizados de forma manipuladora. La manipulación trastrueca el sentido de los vocablos y los ensalza aunque aludan a aspectos de la vida manifiestamente negativos.

Si queremos mantenernos libres internamente frente al uso manipulador de estos vocablos, debemos analizar a fondo las cuestiones siguientes: ¿Qué valoración nos merece el hecho de cambiar? ¿Todo cambio es valioso? ¿Puede un cambio ser negativo en ciertas situaciones y para determinados seres?

El hecho de poder cambiar implica un tipo de libertad, indudablemente. Es la libertad de movimiento , que significa un poder especial, el de maniobrar en la vida conforme a nuestra voluntad. El paralítico que se ve sometido a un punto del espacio como si fuera un árbol se siente muy poco libre. Le falta un tipo de libertad ele mental, necesaria para vivir con un mínimo de iniciativa en cuanto a movimientos. Si estás en un determinado lugar, sin duda deseas de cuando en cuando ir a otro, aunque sea menos agradable y bello y te ofrezca menos posibilidades. Experimentas el cambiar como una necesidad básica de tu ser. No poder hacerlo produce inquietud y desasosiego, algo así como la claustrofobia típica de los isleños. Habitan una isla a veces paradisíaca, tienen suficiente espacio vital, no les falta nada necesario para llevar una vida confortable. Quizá muchos de ellos sean sedentarios, y no amen el viajar. Sin embargo, sienten la comezón de estar rodeados de agua y no poder continuar el viaje en línea recta cuando se desplazan. Están limitados, no pueden cambiar.

Algo semejante ocurre con los alimentos, con las posturas en la cama, con las lecturas... Querer cambiar es ley de vida. Nuestro cuerpo se halla en un cambio continuo. Y el universo no cesa de rodar y alterar sus posiciones.

El arte, fiel imitador de la capacidad creadora de la naturaleza -no de sus meras figuras-, reconoce como una categoría fundamental de la belleza la "unidad en la variedad", es decir, el contraste. La monotonía ciega las fuentes de la belleza artística.

El cambio encierra, sin duda alguna, un inmenso valor. Pero ¿qué tipo de cambio? Hemos visto diversos modos de cambio, y todos juegan un papel positivo en la existencia, lo cual les confiere un valor. Pero, si queremos hablar en general del cambio y erigirlo en el valor supremo de la vida humana y por tanto en ideal, debemos hacer matizaciones muy precisas porque nos va en ello el sentido de cuanto somos y queremos ser.

Para mí, como persona humana, el cambio encierra un valor si no me dejo dominar por él, visto como mera alteración, sino que lo domino en cuanto creo algo valioso apoyándome en su fuerza de transformación. Mi cuerpo cambia todos sus elementos cada cierto tiempo, y mi conciencia personal sobrevuela estas alteraciones y mantiene su identidad. Tengo conciencia de que soy yo el que ha cambiado y mediante este cambio perduro en la existencia con energías renovadas.

El fundamento primario de la música es el ritmo. El ritmo entraña cambio, sucesión de sonidos. El músico necesita este cambio, mas sólo crea obras musicales y las interpreta cuando asume el cambio pero no se somete a él, como a una rueda dentada, antes lo asume activamente y crea merced a él formas que no pasan, que siguen existiendo indefinidamente como matriz de todas las nuevas creaciones que puedan hacerse de ellas. A veces se dice: "Las obras musicales se dan en el tiempo, y, al cesar el último acorde, desaparecen, a diferencia de las artes del espacio que desafían el paso de los años". No es exacto. La música, la danza y el teatro -artes temporales- perduran como las artes del espacio, pero de otro modo, en estado virtual. Virtual significa latente, pero no en el sentido de oculto, sino de promocionante . Virtual viene del latín virtus, que significa fuerza. En este caso se trata del poder de re-crear. Toda interpretación es, en rigor, una nueva creación de la obra, no una repetición.

3. Necesidad de utilizar el término "cambio" con precisión

Resulta banal utilizar el término cambio sin precisar en qué sentido se lo toma. Hoy día se oyen a menudo afirmaciones tan precipitadas como ésta: "La sociedad ha cambiado, los tiempos son muy distintos; la moral no puede ser la misma, tiene que cambiar también. Los años no pasan en balde". Aquí se mezclan indiscriminadamente diversas formas de cambio. Los tiempos cambian. El año pasado tenía una cifra en el calendario, y el año actual presenta otra distinta. Ha habido un cambio. Ciertamente. Pero, si afirmas que la moral debe cambiar, ¿a qué tipo de cambio aludes? ¿No ves que te estás moviendo en un plano de realidad totalmente distinto? La moral se refiere al modo de crear el hombre su vida, que es personal y comunitaria a la vez, algo muy complejo y rico. El discurrir del tiempo implica también diversas formas de cambio: el de la situación de los astros, el de la edad biológica, el del grado de madurez del hombre...

Estos cambios ¿llevan consigo una alteración necesaria de los valores que debe el hombre asumir en su vida para darle pleno sentido? He aquí la cuestión decisiva.

Si pensamos que la Ética consiste en la aceptación de unas normas que encaucen nuestra vida y damos por hecho que tales normas deben responder a nuestro modo particular de ver la existencia en cada momento, tenderemos a concluir que las normas de conducta han de sufrir los mismos cambios que experimenten nuestros modos de ver el universo y la vida humana. Pero la Ética no es, ante todo, cuestión de atenencia a normas y cauces, sino de asunción activa de valores. Y estos valores no dependen de nosotros. Afirmarlo sería una concepción "relativista", inaceptable a todas luces porque empobrece nuestra idea de la realidad. Los valores deben ser descubiertos y realizados por nosotros si queremos que tengan una existencia plena. Esta forma de ver los valores es relacional. Confundir lo relacional con lo relativo empobreció durante siglos la investigación de lo que es la vida humana y cuáles son las leyes que rigen su desarrollo. Los valores se nos revelan de verdad cuando los asumimos como una voz interior. Hasta cierto punto, los valores necesitan de nosotros para manifestarse. Pero nosotros no somos dueños de los valores.

Esta es una forma relacional, no relativista, de entender el valor. De ella depende nuestra vida ética, nuestra capacidad de configurar debidamente nuestra personalidad. Sin mi participación no se me revelan los valores, pero éstos no tienen su origen en mí; yo no causo los valores, no decido el que algo sea o no valioso.

Si queremos lograr el equilibrio espiritual que necesitamos para realizar estas distinciones, debemos ganar libertad interior frente a la astucia con que los manipuladores tergiversan los conceptos, muy singularmente el concepto de cambio. Debemos distinguir con toda precisión los diversos tipos de cambio y de permanencia que tienen lugar en nuestra vida. El término "cambio" goza hoy de un prestigio incuestionado. Pero ¿toda forma de cambio merece ese privilegio? Dejarse sugestionar por la aureola que rodea hoy a este vocablo significa condenarse a desconocer las formas de permanencia y perduración que ostentan las realidades valiosas. Ese desconocimiento depaupera al máximo nuestra vida personal, la convierte en un desierto , es decir, en un montón informe de instantes sin peso específico. La mera atenencia al cambio, visto como término talismán, como la gran panacea que resuelve los problemas del hombre, lanza a éste hacia el futuro y lo priva de la carga de posibilidades creadoras que le ofrece el pasado. Esa ruptura con el pasado lo deja inerme, sin el tesoro de posibilidades creadoras que le facilita la tradición. Ello explica que tantas ideología s basadas en la promesa de un futuro mejor se hayan mostrado inoperantes y vacías.

Para superar la vaciedad del pensamiento y adquirir libertad frente al afán manipulador de tergiversar el lenguaje, debemos conocer de cerca el uso y el abuso que puede hacerse de los esquemas mentales. Será la tarea de la Lección siguiente.

Ejercicios

  1. Intente descubrir en su vida diaria el papel singular que ejercen los términos "talismán". Sirva de orientación este ejemplo. El afán de sentirse "independiente" no es propio sólo de los jóvenes. Se advierte también en los adultos, en las asociaciones, en los pueblos... Muchos pueblos lucharon bravamente por conseguir la independencia y festejaron el día en que izaron su bandera propia, aun previendo que, por carecer de formación, iban a estar desvalidos frente a los poderosos. ¿A qué se debe este conjuro que ejerce el término "independencia?
  2. Una investigadora de la universidad alemana de Colonia afirmó, en una conferencia televisiva, que un largo estudio la llevó a la convicción de que "la sociedad debe exigir una mayor calidad en los alimentos espirituales que se suministran a la juventud". "Pero -agregó-¿quién se atreve a decirlo?" Todo investigador desea concluir las búsquedas que realiza y hacer público el resultado de las mismas. Este compartir sus hallazgos con el público es su mejor recompensa. ¿Cómo se explica que en este caso haya reparos para hacerlo?
  3. Indique algunas palabras -además de "la derecha" y "la izquierda"-que en su entorno social presenten una carga sentimental notable.
  4. Durante un concierto, un pianista sacó del bolsillo unos guantes con un dedal cosido en cada dedo. Al tocar, se producía un extraño sonido ametalado. En una entrevista televisiva afirmó, eufórico, que aquél fue un momento "histórico" pues nunca antes había sucedido algo semejante. Ese hecho fue, sin duda, novedoso, supuso un cambio, pero ¿puede decirse que constituyó un progreso? En la Filosofía de la Historia se enseña que "hecho histórico" es el que a una persona, o a un pueblo, o a la humanidad entera... les abre unas posibilidades y les cierra otras. Obviamente, el hecho de tocar el piano de esa forma no abre posibilidades dignas de mención para la técnica interpretativa. Más bien amengua las que ya existen. El hecho de que en ese día se haya ensayado dicha forma de tocar debe ser calificado como una simple "ocurrencia".
  5. Señale acontecimientos que a la largo de la historia deban ser calificados rigurosamente de históricos porque supongan un cambio en las estructuras -científicas, políticas, religiosas...-, y tal cambio aporte nuevas posibilidades y anule otras existentes.
  6. Indique algunas actividades que supongan un auténtico progreso para las personas y los pueblos en uno u otro sentido. El mero cambiar ¿supone un progreso? ¿Engendra de por sí un valor para alguien, o puede, por el contrario, conducir a serios quebrantos en algún aspecto de la vida?

Notas

[48] El término "místico" indica, en su origen griego, algo recóndito, escondido, enigmático. Se ha utilizado profusamente en el Cristianismo para indicar la vida interior del hombre en relación con Dios, sobre todo cuando alcanza grados muy elevados y va acompañada de fenómenos singulares -éxtasis, raptos, etc-. Por derivación de su significado primero, se usa a veces este vocablo para designar ciertos conjuntos de ideas e ideales poco clarificados y muy cargados de emotividad.

[49] Cf. A. Mary Testemalle: ¿Silencio o ausencia de Dios?, Studium, Madrid 1975, págs.71-72.

[50] Cf. X. Zubiri: "La dimensión histórica del ser humano", en Realitas I, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid 1974, págs. 11-69.

[51] Una amplia exposición de esta obra puede verse en mi libro Cómo formarse en ética a través de la literatura , Rialp, Madrid 2] 1997, págs. 229-263.

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