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La Sábana Santa (3)

Durante dos «entregas» hemos intentado demostrar la seriedad del desafío que planteaba la sospecha de que, partiendo de los análisis «científicos» de datación, el Santo Sudario sea una falsificación medieval. La reacción inmediata de los lectores nos confirma que no somos los únicos en querer reflexionar hasta el final sobre todo lo ocurrido.

Intentemos, entonces, abandonar el punto de vista de un «cientificismo» decimonónico planteándonos interrogantes desde una perspectiva religiosa que, al final, puede revelarse como la más «científica» posible.

En efecto, mientras que el no creyente debe excluir numerosos elementos, el creyente es alguien que a priori no excluye nada. Nada: ni siquiera la hipótesis del engaño diabólico. ¿Acaso existe algún vestigio de que en el origen de esta presunta «falsificación» sindónica no subyace una intención de lucro o de mofa sino una trampa de aquel que es «padre de la mentira» (Jn. 8, 44)? Uno de los que se han hecho esta pregunta es Kenneth

E. Stevenson, ingeniero, que no visionario, portavoz oficial de los cuarenta científicos norteamericanos que en 1978 sometieron el Lienzo a los análisis más sofisticados para acabar rindiéndose frente a este «objeto imposible» y abrirse a su misterio. (Tampoco estaría mal revisar el libro Verdetto sulla Sindone [«Veredicto sobre el Santo Sudario»] del mismo Stevenson, editado por Queriniana y aún a la venta.)

Pero «misterio» puede significar Dios o diablo. El científico americano muestra su experiencia de escéptico que al final se ve obligado a acoger a ese Jesús cuyo amor le parece suficientemente confirmado por sus propios instrumentos tecnológicos: «Mi vida se transformó.» Así les sucedió a muchos otros, como al criminólogo de Zurich, Max Frei, que descubrió polen de Palestina sobre la prenda. Incluso Ballestrero afirma: «El Santo Sudario ha hecho muchos milagros y seguirá haciéndolos.» Unos milagros mucho más difíciles que los denominados «físicos», milagros de curación espiritual, de fe consolidada por la contemplación de aquel Semblante.

«Ahora bien, si Satanás bate a Satanás estará en desacuerdo consigo mismo, y, entonces, ¿cómo podrá sostenerse su reino?» (Mt. 12, 26). Uno de los rasgos de lo demoníaco es la asechanza de la fe, mientras que esta «señal» la ha ayudado, ha alimentado la contemplación de los santos y ha llegado a los corazones de un modo que sólo Dios conoce.

Si, además, diabolos etimológicamente significa «el que divide», numerosos protestantes y ortodoxos se unieron a los católicos para reconocer al único Señor en aquella Huella, haciendo de ello un motivo de encuentro y no de desunión.

Y si la belleza es la huella de lo Divino, como enseña toda la Tradición, ¿puede ser un engaño de las tinieblas la «reliquia» para la que el muy beato padre Guarino Guarini ejecutó, dibujando de rodillas, una de las creaciones más excelsas del Barroco europeo, la maravillosa capilla que desde hace tres siglos domina el cielo de Turín?

Si no es el diablo el que nos ha engañado, ¿nos hemos engañado solos al tomar en serio estos signos tangibles en lugar de convertirnos a una fe «pura y dura», como la de los jansenistas o calvinistas que desdeñan cualquier tipo de ayuda? Entre otros, ha respondido don Giuseppe Ghiberti, uno de los mejores estudiosos italianos de la Biblia, que ha dedicado rigurosos estudios a la relación entre la Sábana Santa y el Nuevo Testamento y que ha confesado que la fecha en que se divulgaron los resultados de los análisis con el radio-carbono fue «un día penoso» para él. Ese riguroso exegeta, apreciado a escala internacional, ha recordado que «la fe no debe desencarnarse hasta el punto de impedir cualquier relación con los sentimientos humanos más profundos». Ghiberti añade que «no era cierto lo que se dijo en la fecha de la emisión de 1978, que un fenómeno como el del Sudario era impensable como puente material con el Cristo-hombre porque en la dimensión de la fe no hay lugar para hechos semejantes. La fe no le dice a Dios de qué instrumentos puede y debe valerse para ayudarnos en el camino que nos conduce hasta Él, sino que queda a disposición de los dones que Él quiera hacernos». No hemos sido los creyentes los que hemos buscado un Sudario, tampoco hemos programado su misteriosa aparición en Lirey en 1356, y mucho menos aún la foto de 1898 que puso en marcha el impresionante aluvión de investigaciones científicas.

Aunque, como ya señalábamos, estamos dispuestos a aceptar cualquier aspecto de la «lección», por duro que sea, no creemos que una de las consecuencias a extraer sea la de rechazar a priori todas las huellas tangibles de divinidad, que deben aceptarse con prudencia y gratitud como una posible contribución frente a la incredulidad que siempre nos acosa. La fe debe purificarse continuamente, es cierto, pero la propia lógica de la Encarnación parece advertirnos que no debemos desmaterializarla hasta llevarla al límite de lo inhumano con la soberbia de quien, «estando de pie», da gracias a Dios «porque no es como los demás» (Lc. 18, 11). El creyente que a priori rechaza escandalizado la posibilidad de un contacto con la materialidad del cristianismo, un mensaje de almas y cuerpos (cuerpos destinados a la vida eterna, en la carne), conocerá la amenaza del espiritualismo gnóstico que separa al credo del hombre.

¿Y entonces? Quizá debamos cuestionar la validez de los análisis, tal vez recordando la posibilidad nada remota de haber datado los hilos de uno de los remiendos medievales, tan perfectos como para que sea imposible distinguirlos entre sí. O recordando cuando fue puesto a hervir en aceite como una especie de «juicio de Dios», los incendios, las demostraciones, el paño que se adhiere por detrás y que sin duda ha dejado sus huellas, tal como reconoció uno de los laboratorios que halló restos en la muestra. O recordando que fue uno y no tres el análisis efectuado, porque todos utilizaron el mismo método y los mismos equipos.

Probablemente, el problema es más complejo. Desde una perspectiva religiosa y también, como advertían algunos expertos, en nombre de una correcta concepción de la ciencia y sus límites, es una obligación resistirse al chantaje: «No aceptáis la prueba del C14 por miedo.» ¿Miedo de qué? Hablemos mejor de distinción de planos y competencias respecto a una Vida que, en el caso de que la Sábana Santa sea auténtica, invistió a aquella tela con su misteriosa fuerza y la hizo también misteriosa. Se trata de un misterio que por su naturaleza se mostrará siempre esquivo o hará perder el control a los instrumentos de factura humana más sofisticados. Lo veremos. Y si parecen excesivas más «entregas», estoy de acuerdo. Pero es culpa mía porque quizá no he conseguido todavía hacerles comprender qué es lo que aquí se está poniendo en juego.

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