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Capítulo 9.- El Grial, el Priorato y los Caballeros Templarios

La historia de la imagen del Santo Grial es ambigua y misteriosa, y conduce fácilmente al mito, la fantasía y lo novelesco. Ha desempeñado un importante papel en las leyendas (Rey Arturo), la poesía (The Idylls of the King, de Alfred Lord Tennyson) y, naturalmente. la ópera (Parsifal y Lohengrin, de Richard Wagner).

Desde esta perspectiva no podemos criticar a Brown por inspirarse en El enigma sagrado y La revelación de los Templarios y aprovecharlos para una novela. Puede resul­tar algo desagradable. pero el hecho de usar la imagen de ese modo es coherente con el empleo que hace de ella du­rante todo su relato.

No obstante, sigue siendo un tema de discusión. pues el propósito de El Código Da Vinci es el de cruzar la línea que divide la mera ficción y la posibilidad. En cada una de sus páginas presenta a sus lectores unas pruebas que pare­cen aceptables y les deja preguntándose si son veraces.

¿Existe alguna tradición fundamentada en el hecho de considerar a María Magdalena y a su vientre como el San­to Grial? ¿Es cierta la implicación de los Caballeros Tem­plarios y del Priorato de Sión en todo ello?

En una palabra: no.

El Santo Grial

La leyenda del Santo Grial es oscura, basada quizá en la bruma de las leyendas célticas sobre los recipientes de sangre que vivifican. El primero y más importante texto sobre el Grial es el poema medieval Perceval, de Christian de Troyes, que vivió en el siglo XII.

La descripción concreta del Grial varía de unas leyen­das a otras: era una vasija maravillosamente cubierta de joyas, capaz de proporcionar unas cantidades ilimitadas de comida y bebida; era el plato en el que Jesús y sus apóstoles comieron el cordero pascual; era la copa que Je­sús usó en la Última Cena, o el frasco en el que José de Arimatea guardó la sangre que manaba del cuerpo cruci­ficado de Cristo.

En la leyenda, una mujer, cuya existencia ha dado pie a numerosas investigaciones, protegía el Grial. Las leyen­das del Grial son una mezcla de folclore, novela y mitos religiosos. Aunque hay varias copas por todo el mundo consideradas como el Santo Grial, la copa de Jesús en la Última Cena, la Iglesia no ha incorporado formalmente el tema del Grial a su tradición.

El papel de la mujer como protectora del Santo Grial, así como los ejemplos en los que aparece grabada la ima­gen de un niño, remiten ciertamente a un simbolismo re­lacionado con la gestación y con el parto. Sin embargo, no existe una tradición que relacione explícitamente el Grial con los símbolos de la «diosa desaparecida», con María Magdalena o con la descendencia de Jesús (como aseguran los autores de El enigma sagrado, y como afirma Brown). Y cuando la mayoría de los expertos conocedores de este simbolismo lo emplean en un contexto cristiano, lo relacionan con la Virgen María, hacia la que se acre­centó la devoción durante la Alta Edad Media.

¿Y qué decir del asombroso y apasionante momento de la novela, cuando Teabing divi­de la palabra francesa sangreal? Asegura que la etimolo­gía tradicional la divide en san Creal, pero ¡ah, no!, vea­mos lo que sucede si la partimos en Sang Real: ¡significa sangre Real! ¡La prueba!

Tengo ante mis ojos un artículo sobre el Santo Grial de la edición de 1914 de la Catholic Encyclopedia. Dice así:

«La versión de «San Greal» como «sangre real» no se difundió hasta el final de la Baja Edad Media».

En el contexto de las historias tradicionales del Grial, «sangre real» es, por supuesto, la sangre de Cristo. Esa peculiar división de la palabra no fue una gran noticia al final de la Edad Media, ni en 1914, ni lo es ahora.

Los Caballeros Templarios y el Priorato de Sión

Las historias que nos cuenta Brown sobre los Caballeros Templarios y el Priorato de Sión se basan en el material -no es necesario repetirlo- de El enigma sagrado y La reve­lación de los Templarios. De hecho, la mayor parte de lo que dice carece de fundamento.

En primer lugar, es preciso saber que, en contra de las afirmaciones de Brown al comienzo de su libro, el Priorato de Sión no era la organización que él describe. Los docu­mentos que cita, junto con la famosa lista de grandes maes­tres, que incluye a Víctor Hugo y, por supuesto, a Leo­nardo, son unas supercherías introducidas en la Biblioteca Nacional Francesa, posiblemente, a finales de 1950.

Esta es la historia en breves trazos:

Existen pruebas evidentes de que el Priorato de Sión surgió en Francia a finales del siglo XIX. Se trataba de una organización derechista dedicada a luchar contra el go­bierno establecido.

Este nombre aparece de nuevo antes de la Segunda Guerra Mundial gracias a los esfuerzos de un hombre lla­mado Pierre Plantard. Plantard era un «antisemita» que luchaba por «purificar y renovar» Francia. A mediados de 1950, Plantard comenzó a proclamar que era el heredero del trono francés por la línea merovingia. Creó una aso­ciación llamada el Priorato de Sión, distribuyó por las bi­bliotecas y por los archivos franceses ciertos documentos falsos que acreditaban su antigüedad y propagó el mito de la «descendencia real de Jesús».

Y como concluye Laura Millar su artículo de The New York TImes, del 22 de febrero del 2004:

«Por último, la veracidad de la historia del Priorato de Sión se reduce a un alijo de recortes y documentos sin fir­ma que, hasta los autores de Holy Blood, Holy Grial (El enigma sagrado) insinúan que fueron introducidos en la Biblioteca Nacional por un hombre llamado Pierre Plan­tard. A comienzos de 1970, uno de los colaboradores de Plantard confesó haberle ayudado a fabricar el material, incluidos los árboles genealógicos que acreditaba a Plan­tard como un descendiente de los merovingios (y, posible­mente, de Jesucristo), además de una larga lista de «gran­des maestres» del anterior Priorato. Este claramente absurdo catálogo de célebres estrellas de la intelectuali­dad como Boticelli, Isaac Newton, Jean Cocteau y, natu­ralmente, Leonardo, es la misma lista que Brown prego­na, junto con el supuesto pedigrí del Patronato, en la presentación de El Código Da Vinci bajo el encabezado de «Los hechos». Por cierto, se demostró que Plantard era un empedernido granuja fichado por fraude y afiliación a grupos de ultra-derecha y de lucha antisemita. El auténti­co Priorato de Sión era un grupo reducido e inofensivo de amigos con idénticas ideas creado en 1956.

«El fraude de Plantard fue desmantelado por una serie de libros franceses (todavía sin traducir) y un documental de la BBC de 1996, pero, curiosamente, esa serie de sor­prendentes revelaciones no han resultado ser tan popula­res corno las fantasías de Holy Blood, Holy Grial (El enig­ma sagrado) y, en este caso, como El Código Da Vinci».

En El Código Da Vinci, la iglesia de Saint-Sulpice (edificada de 1646 a 1789) era el lugar en el que el Priorato de Sión ocultaba un secreto re­lacionado con el Grial. La mítica historia del ine­xistente Priorato saca a la luz esta relación que, en realidad, no existió. La «Línea Rosa» y el obelisco carecen de significado esotérico. La verdad es que un número sorprendente de templos europeos eran también observatorios astronómicos. Había un pe­queño orificio en el techo o en un muro, y el movi­miento del sol trazaba una línea sobre el suelo. Cuando el sol incidía en un punto determinado, el obelisco en este caso, había llegado el solsticio de in­vierno o de primavera.

Hablando claro: nunca ha existido un Priorato de Sión como un grupo dos veces milenario dedicado a proteger el Grial.

Sin embargo. sí existieron los Templarios. fundados en Tierra Santa después de la conquista de Jerusalén en el siglo XI. Los Caballeros, llamados también Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de Salomón, eran una or­den monástica de caballeros. Eran «monjes» en el sen­tido de que hacían votos -especialmente, el de proteger los Santos Lugares y el recorrido de los peregrinos- y vivían la obediencia a una regla que marcaba sus obli­gaciones religiosas (Misa y oración diarias, dirigidas por sacerdotes de la Orden) y las exigencias de su com­portamiento:

«Precisamente, algunas ordenanzas parecían tener el objeto de limitar los excesos del ideal caballeresco. Tenían que ser personas humildes, de recursos limitados... No podían participar en torneos ni en cacerías» (The Waniors of the Lord, de Michael Walsh).

El poder de los Caballeros Templarios se acrecentó a lo largo de los siglos XIII y XIV, así como el de otras Órde­nes militares, incluida su principal rival, los Hospitala­rios. Amasaron grandes riquezas y actuaron como casa de banca en París y en Londres.

¿Tuvieron los Templarios alguna relación con la leyen­da del Grial? No hasta el siglo XIX, según parece, cuando aumentó el interés por las sociedades secretas, especial­mente, por la masonería. En 1818, el alemán Joseph von Hammer-Purgstall publicó un libro, Mystery of Baphomet Revealed, en el que esboza una supuesta historia de Caba­lleros Templarios a los que describe como devotos de Ma­homa y guardianes del Santo Grial. En esta versión no se trata del cáliz de la Última Cena, sino de una especie de conocimiento gnóstico, y en particular, «de una rama es­pecial de gnósticos a los que maldijo Cristo». Es patente que las modernas especulaciones sobre los Templarios hunden sus raíces en este tipo de escritos.

Volvamos a la auténtica historia. Ciertamente, la Or­den fue disuelta, pero Brown no da los detalles exactos.

En primer lugar, centra sus críticas en el Papa Cle­mente V, pero las pruebas demuestran claramente que fue el rey francés Felipe IV quien decidió suprimir a los Tem­plarios a causa de su propia quiebra frente a las grandes riquezas de las que eran dueños. El 13 de octubre de 1307 dio el primer paso mandando arrestar a todos los Templa­rios de Francia, no de Europa como dice Brown, aunque es correcta la subsiguiente asociación de esta fecha, vier­nes 13, con la mala suerte.

La actuación de Felipe indignó al Papa, pues los Caba­lleros Templarios estaban bajo su protección, pero en no­viembre, cediendo a las presiones, accedió a la campaña en todo el continente.

¿Inventaron y propagaron los Caballeros Templarios la arquitectura gótica como un medio de transmitir la importancia de la «divinidad femenina»? No exis­ten datos que impliquen a los Caballeros Templarios en la arquitectura, excepto para la construcción de sus propias iglesias. El estilo gótico se desarrolló y perfeccionó, en primer lugar, en Francia desde el 1100 hasta el 1500, como una investigación del mo­do de construir los muros de las iglesias más altos y más resistentes, además de conseguir dejar pasar la mayor cantidad posible de luz. Las construcciones góticas están cargadas de simbolismo, pero no hay nociones de una imitación explícita y deliberada de la anatomía femenina.

Cuando trata de los Templarios, Brown suele referirse al «Vaticano» como origen de las decisiones papales. Una vez más se equivoca de un modo que trasluce su descono­cimiento fundamental de este período. Durante aquellos años, el Papa Clemente V no vivía en el Vaticano, ni si­quiera en Italia. Vivía en Avignon, Francia, como un vir­tual prisionero del rey Felipe IV, sometido a tremendas presiones por parte del monarca.

Los Templarios fueron definitivamente disueltos en 1312 por el Concilio de Viena que, aunque dudaba en hacerlo, tuvo que entrar en acción tras la aparición de Felipe IV ante las puertas de la ciudad. Según indica el escritor Michael Walsh, «la condena fue solamente pro­visional y no se aceptó la culpabilidad de los Templa­rios».

Irónicamente, las propiedades de los Templarios pasa­ron a manos de la otra importante Orden militar, los Hos­pitalarios. La brutal acción no llegó a favorecer al rey Fe­lipe, que murió, como Clemente V, al año siguiente.

Así, en lo que se refiere a los Templarios, Brown exa­gera la antipatía de Clemente V hacia ese grupo, y se equi­voca al no hacer recaer la vergüenza sobre la persona ade­cuada: el rey Felipe de Francia.

Por último, Brown comete un error aún más impor­tante: afirma que el diseño circular de la iglesia del Tem­ple en Londres es un diseño pagano, pues los Templarios decidieron «ignorar» la construcción tradicional de la Iglesia y, en cambio, honrar al sol.

Eso es absolutamente imposible, teniendo en cuenta que los Caballeros Templarios eran, con la mayor eviden­cia, un grupo católico cuyos miembros hacían voto de de­fender la fe católica. Además, comete otro error, porque la forma circular de las iglesias del Temple imitaba, lógica­mente, la de una iglesia de gran importancia para los Ca­balleros Templarios: la iglesia del Santo Sepulcro, cons­truida en el lugar donde tradicionalmente se sitúa el sepulcro de Jesús, en Jerusalén. Y que, por cierto es redonda.

Conviene añadir que «el Vaticano» no fue la primera residencia papal durante aquella época, aunque Cle­mente V estuvo en ella. Desde el siglo IV hasta el XIV lo fue Letrán, que resultó destruida por el fuego en 1308, justo antes de la cautividad en Aviñón. En 1337, tras su regreso a Roma, el papado fijó su resi­dencia en el Vaticano.

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