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Capítulo 7.- ¿Dioses robados? El cristianismo y las religiones mistéricas

Esto tienes que haberlo oído antes:

Los temas cristianos de un dios muerto y resucitado, de la iniciación por el agua y el alimento sagrado no son exclusivos. Pueden encontrarse mitos similares por todo el Mediterráneo en ese periodo. Por lo tanto, se llega a la conclusión de que los cristianos copiaron de lo que ya ha­bía en el ambiente la Resurrección del Hijo de Dios, su Bautismo y su Eucaristía, transformando lo que no era más que un sistema filosófico en una nueva y atrayente religión.

Esto puede arrojarte a los leones.

En cualquier caso, los autores de esta superchería siempre olvidan la última parte.

Brown nos ofrece una versión de esta teoría en El Có­digo Da Vinci. Es corta, enrevesada y no se remite a las pruebas, pero puede confundirte si la tomas literalmente. Algo que, por cierto, no debes hacer.

La evidencia

En El Código Da Vinci, nuestro personaje erudito particu­lar, Teabing, afirma que la doctrina sacramental, las prác­ticas rituales y el simbolismo cristiano que conocemos son el resultado de la «transformación mágica» o adapta­ción de los símbolos y ritos paganos por parte de los cris­tianos para su propio uso.

El primer problema que surge ante la teoría de Brown se debe a que lo mezcla todo con Constantino (por su­puesto): imágenes de «los discos solares egipcios» que se convierten en las aureolas de los santos católicos, Isis amamantando a Horus, en las imágenes de María amamantando a Jesús, y el Acto de «comer a Dios», en la comunión.

Pues bien: Constan tino no hizo nada de esto. De acuerdo: el trato de Constantino hacia cristianos y paga­nos durante su reinado fue incoherente según unos y fle­xible según otros. Por ejemplo, el Dios Sol ocupaba un lu­gar prominente en la acuñación de moneda incluso cuando Constantino gastaba dinero a raudales en la cons­trucción de templos católicos. Pero lo que definitivamen­te no hizo, aunque lo diga Brown, fue incorporar símbo­los paganos, fechas y ritos, a la creciente tradición cristiana».

Pero la cuestión sigue en pie: aunque Constan tino no lo hizo, muchos sitios de Internet y también algunos li­bros sobre el tema podrían hacerte creer que existe una relación entre las creencias y las prácticas cristianas, y las «religiones mistéricas» que aparecieron en el Oriente Próximo durante los cuatro primeros siglos después de Cristo.

¿Habrá nacido de un plagio el cristianismo?

Misterios sobre misterios

Esas religiones mistéricas -de las que parece ser que se apropiaron los cristianos para sus creencias y sus prácti­cas, y que formaban un grupo que surgió por casi todo el antiguo Oriente Próximo- veneraban a unos dioses distin­tos entre sí, aunque compartían ciertos rasgos.

No eran deidades del culto oficial, que exigía un cum­plimiento público de los deberes religiosos con objeto de obtener el favor divino. De hecho, son numerosos los ex­pertos que mantienen que esos cultos mistéricos surgie­ron porque la religión protegida oficialmente no llegaba a colmar sus auténticas necesidades espirituales.

Las religiones mistéricas hacían hincapié en la salva­ción individual, en la iluminación y en la vida eterna por medio de una unión con la deidad a través de unas prácti­cas secretas de culto. A pesar de ser diferentes, la mayoría de las religiones mistéricas tendían a concentrarse en la unión del aspirante con lo divino a través de una recons­trucción de sucesos místicos que solían implicar a una deidad muerta y resucitada.

Antes de entrar en materia es preciso hacer dos pun­tualizaciones históricas.

El personaje de Teabing dice en la novela que los cristianos adoptaron «directamente» los altares de las religiones mistéricas. Lo cierto es que todas las religiones antiguas usaron para los sacrificios alta­res hechos de rocas apiladas, de madera o de piedra. La fe cristiana explica que uno de los dos aspectos de la Eucaristía es el memorial y actualización del sacrificio de Cristo. En el Nuevo Testamento apare­cen referencias a los altares.

En primer lugar, independientemente de lo que pien­ses sobre las raíces cristianas, en lo primero sobre lo que debes reflexionar no es en las antiguas religiones paga­nas, sino en el judaísmo.

Jesús era judío, y la gran mayoría de sus seguidores después de su muerte y su resurrección fueron judíos. Los fundamentos de la fe cristiana en Jesús e incluso, la pie­dad fueron establecidos en aquellas dos primeras déca­das, como lo confirman las cartas de Pablo escritas entre los años 50-60 d.C..

Entonces, ¿no te sorprende el intento de relacionar el bautismo cristiano con las inmersiones rituales de las re­ligiones mistéricas? Recuerda que el rito de la purifica­ción por agua para judíos y conversos se practicaba en tiempos de Jesús. Recuerda que lo hacía Juan Bautista, que no era un seguidor de Mitra. Y bautizaba.

¿Y lo que se refiere a la Eucaristía? Teabing en la no­vela la llama «comer a Dios» y de nuevo sugiere que es una copia de los ritos mistéricos de antiguas tradiciones paganas. En este caso, ignora completamente el hecho que recordaban los primeros cristianos: que la Última Ce­na fue la cena de la Pascua (según los Sinópticos; Juan la sitúa el día anterior). Sus celebraciones eucarísticas re­presentaban la Última Cena, un acto que fue descrito con términos judíos: nueva alianza, sacrificio, etc.

Segunda puntualización que es preciso recordar: la ma­yoría de las pruebas que tenemos sobre las prácticas de las religiones mistéricas datan del siglo III al V, y lo que es más importante, no se ha encontrado prueba arqueológica algu­na que indique la existencia de cultos mistéricos durante el siglo I en Palestina, lugar de nacimiento del cristianismo.

Así que, si te enfrentas con esas afirmaciones, cambia la dirección. ¿Alguien te dice que el cristianismo adaptó las co­midas paganas comunes a la Eucaristía? ¿De veras? ¿Dónde está la prueba de la causa y el efecto? No aceptes otro mate­rial ni más textos que los que coincidan exactamente y de primera mano con la época y las limitaciones geográficas.

Ya quisieran haber encontrado algunos.

El Dios-Sol

Brown implica al emperador Constantino en ese proceso de «transformación mágica» cuando dice que, al divinizar a Jesús, Constantino se limitó a convertir el culto al Sol en el culto al Hijo, y ahí lo tienes: un Hijo de Dios al que pre­viamente tenías por un simple «maestro mortal».

Como hemos visto, el emperador Constantino no inven­tó la idea de la divinidad de Jesús. Los cristianos le definie­ron y dieron culto como a Dios desde el siglo I .No obstan­te, es cierto que, en distintos momentos del reinado de Constantino, las celebraciones religiosas oficiales honra­ban lo mismo al dios Sol que al Hijo de Dios cristiano.

En el 274 d.C., el emperador Aureliano había elevado a nuevas alturas el culto al dios Sol, aclamando a la deidad como «Señor del Imperio Romano» y construyendo en Ro­ma un enorme templo en su honor (ver W. H. C. Frend, The Rise of Christianity, p. 440). El culto a esta deidad se prolon­gó durante unas pocas décadas, y los cristianos fueron per­seguidos, a veces duramente, hasta que Constantino asentó su poder en la mitad occidental de su Imperio en el año 312.

A su guiso lleno de digresiones mitológicas, Brown aña­de también una deidad pagana mezclándola con el dios Sol. Teabing introduce al dios pagano Mitras como modelo de la fe cristiana en Jesús, afirmando que ostentaba un tí­tulo semejante y que «fue enterrado en una tumba excava­da en la roca y resucitó al tercer día».

Mitras fue un dios de formas muy variadas. Durante si­glos después de Cristo, su culto fue principalmente el de una religión mistérica, muy popular entre los hombres, es­pecialmente los soldados. Al contrario de lo que asegura Brown, en las investigaciones sobre Mitras no aparecen ad­vocaciones atribuidas a él como la de «Hijo de Dios» o «Luz del Mundo». Tampoco se menciona una muerte y una resu­rrección en la mitología mitraica. Parece ser que Brown ha obtenido esta información de un desacreditado historiador del siglo XIX, que no proporciona documentación sobre su aserto. Y el mismo historiador es la fuente, a la que alude Brown, de la conexión con Krishna. En la actual mitología hindú de Krishna no aparecen datos sobre el oro, el incienso o la mirra en el momento de su nacimiento.

Constantino, como todas las personas de su tiempo, atri­buía su éxito a los poderes divinos. Sencillamente, no está claro que, durante la mayor parte de su reinado, distinguiera entre el dios Sol y el Único Dios del cristianismo. Corno apun­ta el historiador W. H. C. Frend, a lo largo del reinado en el que Constantino fue asentando sus normas y estabilizando el Imperio, «... no abandonó su lealtad al dios Sol, aunque se consideraba un servidor del Dios cristiano».

Sin embargo, parece ser que, al acercarse el final de su vida, Constantino hizo su elección y recibió el bautismo (no bajo presión, como afirma Brown) antes de morir en el 337 d.C. Era frecuente que los aspirantes al cristianis­mo esperaran hasta el momento de su muerte para bautizarse, especialmente los que se encontraban en situacio­nes que implicaran la comisión de un pecado, corno el de quitar la vida a otros. Los pecados cometidos después del bautismo se examinaban estrictamente durante aquel tiempo, y la penitencia para los graves significaba la ame­naza de excomunión de la comunidad cristiana.

Brown repite dos afirmaciones concretas relacionadas con el cristianismo y el dios Sol. En primer lugar, asegura que la elección del 25 de diciembre como fecha de la Navi­dad tenía como objeto sustituir la celebración pagana del nacimiento del dios Sol, una fiesta instituida por Aureliano.

La mitra es una pieza con la que se cubren los obis­pos la cabeza en la Iglesia occidental. El personaje de Teabing dice en la novela que es una adaptación de las religiones mistéricas, pero la mitra no se em­pezó a emplear hasta el siglo XI. En Oriente, la zona más cercana a los cultos mistéricos, los obispos usan corona.

No existen pruebas de una relación concreta entre am­bas fechas, especialmente porque no hay documentación que indique que Constantino patrocinara la celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Encontramos la primera mención de esa fiesta en Constantinopla en el 379 o 380 d.C., festividad que se extendió gradualmente por toda la Iglesia oriental. Además, otra prueba sugiere -como lo hace el historiador William Tighe- que la elec­ción del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo dependió realmente de otros factores inherentes al cristianismo:

Aproximadamente en el siglo II, los cristianos occiden­tales habían fijado el 25 de marzo como fecha de la cruci­fixión de Jesús, apoyándose en una antigua tradición ju­día, según la cual, los grandes profetas morían el mismo día en que habían nacido o habían sido concebidos. Y así, el 25 de marzo se fijó en Occidente como el día en que Je­sús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María (hoy se celebra como fiesta de la Anunciación). Y contando nueve meses a partir de esa fecha, llegamos al 25 de diciembre.

No tenemos la seguridad, pero lo cierto es que no hay evidencias que relacionen directamente la fiesta de Aure­liano con la Navidad, que se celebró por primera vez un siglo después, cuando el cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano.

¿Hablamos ahora del domingo?

A través del personaje de Teabing, Brown afirma alegre­mente que Constan tino trasladó simplemente el sábado, día de descanso y de culto, al Día del Sol (el domingo).

Esto es absurdo. Tenemos la completa seguridad de que el domingo fue un día especial para los cristianos des­de el siglo I, aunque, por supuesto, no lo nombraban así. El Apocalipsis, escrito a finales del siglo I, le llama el «Día del Señor» (1, 10). Y por todas partes se le ha llamado el «Día Primero» y también el «Octavo Día», término que se refiere a un octavo día de la acción creadora de Dios.

A mediados del siglo II, la práctica de las reuniones eu­carísticas en el domingo ya estaba firmemente establecida, y ya aparece en los Hechos de los Apóstoles (ver 20, 7). El mártir Justino, que escribe desde Roma en esa época, des­cribe detalladamente las asambleas eucarísticas semanales celebradas en ese día.

Como se ve, Constantino no trasladó el culto cristiano del sábado al domingo. Los cristianos habían estado cele­brando la Eucaristía en domingo durante siglos. Lo que hi­zo fue establecer la semana de siete días, ya conocida y practicada en otros lugares, como base del calendario, y lue­go fijó el domingo como día de descanso para todo el Impe­rio. Previamente, el tiempo se había marcado de manera oficial en el Imperio utilizando tres días importantes al mes como puntos de referencia: las calendas (el primero), las no­nas (el séptimo) y, por supuesto, los idus (el decimoquinto).

Hasta aquel momento, los judíos y algunos paganos que honraban a Saturno habían fijado el sábado como día de descanso, pero Constantino institucionalizó el domin­go con objeto de crear el calendario oficial romano. En cierto sentido, el hecho agradó a los cristianos, pero segu­ramente verían mitigada su alegría ante el nombre que Constantino dio a aquel día: dies Solis.

Las aureolas se emplearon en el arte antiguo para dis­tinguir a los dioses y también a los emperadores. En el arte cristiano aparecen en los siglos III y IV, al principio solamente en tomo a la figura de Cristo, una selección simbólica que indicaba la asociación de Cristo con la luz. Es un símbolo, como la corona, pero no pertenece necesariamente a ninguna creencia en particular.

Ciertamente, vemos que el emperador Constantino, en su afán por unificar el Imperio y asentar su poderío, pare­cía caminar entre dos aguas en el terreno religioso. Em­pleaba los símbolos cuando le eran útiles y convenían a su estrategia, por lo menos durante aproximadamente la pri­mera década de su reinado, después de la cual recorrió un camino algo más directo hacia el cristianismo.

Sin embargo, sí sabemos que lo que dice Brown no es cierto. Constantino no instituyó la Navidad el 25 de di­ciembre, y no trasladó del sábado al domingo el día de culto de los cristianos.

El tema fundamental

Brown pretende hacemos creer que la validez de las doc­trinas religiosas, creencias y símbolos dependen, desde el principio hasta el fin, de la plena independencia de otras doctrinas religiosas, creencias y símbolos. Sencillamente, así no es como funcionan las doctrinas religiosas huma­nas. Existen determinados aspectos de la vida que todos compartimos, y eso parece tener una intrínseca capaci­dad para suscitar lo trascendente.

En el nacimiento y en la muerte nos encontramos con el misterio y el milagro de la existencia y con la esperanza en algo más.

En el agua y el óleo encontramos la limpieza, y ello nos lleva a pensar en nuestra propia necesidad de purifi­cación.

Al compartir la comida, encontramos alimento y co­munidad cristiana.

Hay muchas palabras, muchas «cosas» en la vida hu­mana que nos tienen que ayudar a simbolizar y a hacer presentes las verdades que nos han sido reveladas.

El hecho de que en otras religiones haya ceremonias de purificación por agua y comidas rituales no afecta a la realidad de la validez de la piedad cristiana. No hay prue­bas que indiquen, como dice Brown, una adaptación di­recta de los fundamentos de la fe y la piedad cristiana a partir de las religiones mistéricas. Las raíces del cristia­nismo están en el judaísmo. Los seres humanos abrazan y viven el cristianismo en medio de la cultura y la sociedad humanas, y la manifestación de su fe ha de ser activa, adoptando el simbolismo que hace sus creencias más comprensibles. Este dinamismo realza y profundiza nues­tros conocimientos y experiencia de la fe.

Es exactamente una cuestión de sentido común. Este es el modo en que funciona el mundo y, como creen los cristianos, el modo en que Dios actúa en él.

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