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Capítulo 5.- María, llamada Magdalena

Realmente, El Código Da Vinci no es justo con Jesús, pero lo es mucho menos con su supuesta esposa, María Mag­dalena.

Antes de llegar a lo que sabemos sobre María Magda­lena (que no es mucho), hagamos un rápido repaso a lo que dice Brown de ella.

Según Brown, era una mujer judía de la tribu de Ben­jamín, que se casó con Jesús y dio a luz a su hijo. Jesús trató de dejar a la Iglesia en sus manos; esa Iglesia iba a devolver la «deidad femenina» a la vida humana y al co­nocimiento general. Después de la crucifixión de Jesús, María Magdalena huyó a la comunidad judía de Proven­za, donde ella y su hija Sarah hallaron refugio. Su vientre es el «Santo Grial». Sus huesos descansan bajo la pirámi­de de cristal a la entrada del Louvre. El Priorato de Sión y los Caballeros Templarios se dedicaron a proteger su his­toria y sus reliquias. El Priorato le da culto «como Dio­sa... y como Madre Divina».

Realeza judía... esposa de Jesús... Santo Grial... Diosa. He aquí un completo currículo.

Considerando que los Evangelios mencionan a María de Magdala en escasas ocasiones, ¿de dónde proceden esas ideas?

Bien, la respuesta está exactamente en la novela, cuando Teabing, nuestro notable erudito, muestra su bi­blioteca alardeando: «La descendencia real de Jesucristo la han documentado exhaustivamente muchos historia­dores». (De nuevo nos encontramos con un matiz de eru­dición).

Y cita La Revelación de los Templarios y El enigma sa­grado -dos obras de pedante pseudo-historia y teoría conspiratoria-, The Goddess in the Gospels (Las diosas en los evangelios, en castellano) y The Woman With the Ala­baster Jar (María Magdalena, ¿esposa de Jesús? en castella­no), de Margaret Starbird, quien, entre otros medios, em­plea la numerología -la suma de los números de su nombre- para llegar a la conclusión de que María Magda­lena fue venerada como diosa en la primitiva cristiandad:

«Ellos conocían la «teología de los números» del mun­do helénico, codificados en el Antiguo Testamento y basa­dos en el antiguo canon de la geometría sagrada derivada de los pitagóricos desde años atrás... No era accidental que María Magdalena llevara los números que los cultos de la época identificaron como la 'Diosa de los Evange­lios'» (Mary Magdalme, The Beloved, por Margaret Star­bird: www.magdalene.org/beloved-essai.htm).

Bien; detengámonos unos momentos para reflexionar sobre todo lo que nos han dicho en esta novela: que los Evangelios no deben consultarse o leerse en sentido lite­ral, y que ni por un momento nos podemos creer que transmiten cualquier verdad sobre los sucesos que rela­tan. Pero ¿no nos han dicho también que transmiten en código que los primeros cristianos consideraban una dio­sa a María Magdalena?

Bien; si la consideraban como una diosa, ¿por qué no lo difundieron? ¿Por qué fastidiar con ese buen Jesús cru­cificado-resucitado, cuando podían dar culto a la Magda­lena, si era lo que deseaban hacer? No es como si hubiera alguna censura política, social o cultural hacia los que de­seaban dar culto a una diosa. Seguramente no serían arrestados, encarcelados y ejecutados por profesar una fe centrada en otra persona que permanecerá sin nombre y que, supuestamente no recibirá culto hasta el siglo IV.

Una vez más, antes de alborotarnos ante las afirma­ciones de El Código Da Vinci, recordemos la importancia de comprobar sus fuentes. Estas son las básicas en rela­ción con María Magdalena:

María Magdalena como esposa de Jesús y madre de su hijo y el verdadero «Santo Grial»: El enigma sagrado y La revelación de los Templarios.

María Magdalena como diosa, como origen del «sa­grado femenino»: un trabajo de Margaret Starbird.

María Magdalena como líder designada de la primiti­va cristiandad: una variada serie de eruditos contemporá­neos que trabajan sobre textos gnósticos.

Antes de entrar en detalles sobre esos puntos, convie­ne parar, olvidar las especulaciones, y volver al lugar don­de por primera vez oímos hablar de María Magdalena.

¿Quién fue María Magdalena?

No hay duda de que María es una figura histórica. En los Evangelios aparece con su nombre y. junto a otras muje­res, desempeña un papel muy importante en relación con la Pasión y Resurrección de Jesús.

Solamente un Evangelio la menciona fuera de los últi­mos días de Jesús. Se trata de Lucas, que nos habla de la predicación de Jesús y su proclamación de la Buena Nue­va en compañía de sus Doce Apóstoles:

«... y algunas mujeres que habían sido curadas de es­píritus malignos y de enfermedades: María, llamada Mag­dalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes. Esas mujeres, galileas según parece, deciden com­partir el destino de Jesús, le ayudan de un modo prácti­co, como proporcionándole alimento y, quizá, incluso dinero, y Susana y otras muchas que le servían con sus bienes».

«Magdalena» no es el apodo de María: en aquella época no existían los apodos. Se identificaba a las personas por su relación con el padre o con el lugar de nacimiento. La mayoría de los expertos creen que Magdalena significa «de Magdala», una ciudad en la orilla occidental del Mar de Galilea.

Y para más datos concretos sobre María, veamos el fi­nal de los Evangelios, donde en cada uno de ellos se la describe asistiendo a la crucifixión y a la sepultura de Je­sús, y volviendo a la tumba en la mañana de Pascua para ungirle el cuerpo.

Allí, según los cuatro Evangelios, Maria recibe la Bue­na Noticia, primero de un ángel. Y luego, del mismo Jesús, que no solo se aparece a María y a las otras mujeres, sino que además, les dice que no teman, y las envía a dar a conocer la Buena Noticia a los apóstoles.

Así, María Magdalena fue una de las primeras evange­lizadoras o como el cristianismo oriental la ha llamado durante largo tiempo, la «igual-a-los-apóstoles», por ha­berles anunciado la Buena Noticia de que Jesús había re­sucitado.

Entonces, ¿qué sucedió?

Tenemos que darnos cuenta de algo que podemos estar dejando de lado (además de todo el asunto de la diosa, na­turalmente) en las escasas ocasiones en que se la mencio­na: ¿No fue una prostituta arrepentida?

Esto adquiere gran importancia en El Código Da Vin­ci, que a menudo se refiere a la identificación de María Magdalena con una prostituta como parte de una mali­ciosa conjura tramada por la Iglesia para hacer frente a cualquier sospecha, o incluso (se dice) evidencia históri­ca, del liderazgo de María Magdalena en el cristianismo primitivo.

Veamos dos puntos: en primer lugar que la asociación de María Magdalena con la prostitución se extendió durante siglos en el cristianismo occidental (aunque no en el oriental). Sin embargo, no hay pruebas de que se hiciera como afir­man Brown y sus fuentes por maldad, por misoginia o por temor a la autoridad femenina.

En los Evangelios aparecen varias Marías así como otras mujeres destacadas aunque sin nombre. Los estu­diosos de las Escrituras han confundido a cualquiera de ellas o se han preguntado por los motivos de asociar a la María mencionada en un lugar determinado con la María mencionada en otro.

Por ejemplo, hay dos relatos diferentes sobre las mujeres que secan los pies de Jesús con sus cabellos. En Lucas 7, 36-50, Jesús se encuentra con una «mujer... que era una pecadora». y que llorando de arrepenti­miento, unge y baña sus pies. y luego los seca con sus cabellos. Su unción se debe a la gratitud por el perdón de sus pecados (que podemos añadir no están explíci­tamente concretados). En Juan 12, 1-8 Jesús, de cami­no a Jerusalén, se detiene en casa de Lázaro (resucitado de la muerte, Juan 11) y de sus hermanas Marta y Ma­ría. María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabe­llos en una prefiguración solemne de la unción que unos días después, recibirá en su sepultura.

El relato de la mujer penitente aparece en Lucas, unos versículos antes de la mención a María Magdalena, y hu­bo quienes -entre ellos, el eminente papa Gregorio I, en un sermón del 591 d.C.- asociaron a ambas. El problema que plantea esta teoría es el siguiente: cuando introduce a un personaje cualquiera, Lucas especifica su nombre. Si esta mujer fuera María Magdalena, como creen muchos, la habría identificado inmediatamente como lo hace la se­gunda vez que la menciona.

Por lo tanto, como María de Betania unge a Jesús an­tes de la entrada en Jerusalén, algunas tradiciones la rela­cionan con la mujer que le unge en Lucas 7, y luego con la llamada María Magdalena en Lucas 8, reuniendo a las tres mujeres en una.

Esto es exactamente lo que sucedió en la Iglesia occi­dental que hasta comienzos de la Edad Media y hasta la reforma del calendario litúrgico en 1969, celebraba el día de María Magdalena el 22 de julio en recuerdo de las tres mujeres de cada uno de los relatos del Evangelio.

Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa oriental no reunió a las tres mujeres, pues las consideró siempre tres personas distintas. La Iglesia Ortodoxa honra especialmente a Ma­ría Magdalena, calificándola de «la portadora de mirra» (una de las especias usadas para las unciones) y calificándola de «igual-­a-los-apóstoles».

Llegamos ahora a un punto extraordinariamente im­portante, un punto vital:

Brown insinúa repetidamente que María Magdalena fue marginada y demonizada por el cristianismo tradicional, que la pintó, dice, como una mujer libertina, una prostituta, etc., con el propósito, se supone, de rebajar su importancia.

Como mucho de lo que encontramos en Brown, esto no solo es falso... es sencillamente una insensatez.

El cristianismo, tanto oriental como occidental, ha honrado a María Magdalena como santa.

Una santa. Los cristianos han puesto su nombre a iglesias, han rezado ante la supuesta tumba donde repo­san sus reliquias y le atribuyen milagros.

¿Es posible llamar demonizar a eso?

Respuesta: no.

En cuanto al tema de la prostitución, incluso quienes relacionan a María Magdalena con «la mujer que era una pecadora» de Lucas 7, no ahondan en sus culpas. El cristianismo no hace hincapié en el pecado tras el arre­pentimiento. Ese es el resultado de la fe en Jesús. No; Ma­ría Magdalena, como lo atestigua la leyenda sobre ella, es recordada esencialmente por su papel como testigo de la resurrección de Jesús.

Antes del Renacimiento, las imágenes de María Mag­dalena eran bastante serenas. Solo a partir de entonces nos la encontramos como una arrepentida, desaliñada, medio desnuda y con el cabello suelto. Los artistas del Re­nacimiento mostraban un interés creciente por una pre­sentación más naturalista de la forma humana, y por una integración más explícita de las emociones en las repre­sentaciones artísticas. Esas imágenes de María Magdale­na tienen más que ver con intereses artísticos que con el modo en que la Iglesia cristiana hablaba de ella.

«La Cristiandad Magdalena»

Este es el término que emplea la estudiosa Jane Schaberg para describir su visión, basada en sus hipótesis sobre el pasado, de las futuras posibilidades del cristianismo.

Schaber y otras expertas feministas contemporáneas, como Karen King de la Harvard Divinity School, han aprovechado el papel prominente de María Magdalena en algunos escritos gnósticos del siglo II en adelante para in­sinuar una lucha por el poder entre el partido de Pedro y el de María Magdalena en el interior del cristianismo.

En El Código Da Vinci, el personaje de Teabing declara otro tanto, al afirmar que también Leonardo da Vinci da la clave de esta verdad, una verdad que, asegura, está con­tenida en «esos evangelios inalterados».

María Magdalena en Provenza: Una parte de la his­toria de Brown sobre María Magdalena afirma que terminó su vida en Provenza, al sur de Francia. La tradición católica la sitúa allí, y la acredita como evangelizadora de la gente de esa zona. La tradición oriental afirma que fue a Éfeso y allí evangelizó jun­to a San Juan.

Veamos ahora los problemas lógicos que se derivan sobre ello, tal y como están expresados en la novela:

Si el partido de Pedro -al que podemos suponer ven­cedor, según manifiesta repetidamente Brown en su nove­la- fuera tan poderoso como para depurar a María y reba­jar su importancia, ¿por qué iba a destacar su papel primordial en los relatos de la resurrección, y como el de la primera persona que recibió la Buena Noticia?

Brown nos ha dicho anteriormente que, antes de que Constantino llevara a cabo su perversa hazaña en 325 d.C., los cristianos de cualquier lugar creían que Jesús era un «hombre mortal». En este caso, ¿quiénes formaban exactamente el partido de Pedro? Presumiblemente eran los «vencedores», lo que significa que tenían que haber creído en la divinidad de Jesús, porque esta fue la doctri­na que «venció». Pero, si no se inventó la divinidad de Je­sús hasta el 325 d.C., ¿dónde estuvieron todo ese tiempo?

Por último, dejando a un lado el placer de desvelar esas patentes inconsecuencias, volvamos a las pruebas.

¿Existe la evidencia de que una parte de la ortodoxia cristiana luchara por la supremacía sobre el partido de Magdalena, y degradaran su figura durante el proceso?

No. Se trata de una pura especulación basada en la lectura, ideológicamente motivada, de unos textos fe­chados por lo menos cien años después de la vida de Je­sús. Así lo hicieron algunas sectas gnóstico-cristianas que surgieron a finales del siglo II, y que atribuían a Ma­ría Magdalena un papel preponderante. En los pasajes de los escritos gnósticos del siglo I no hay datos que in­diquen una intimidad entre Jesús y María Magdalena, ni que proporcionen argumentos teológicos que apoyen su versión del cristianismo y rebajen el papel de Pedro y los apóstoles.

Esta es la cuestión: si lo sabían los escritores cristia­nos ortodoxos de ese período, y si les afectaba, probable­mente habrían abordado el tema directamente; y lo hicie­ron por cierto, hablando negativamente de algunas sectas gnósticas en las que las mujeres se comportaban como líderes o profetisas. Sin embargo, los textos que están a nuestro alcance no critican especialmente a algún grupo que considere a María como líder en detrimento de Pedro. Y además, y más extraño todavía, durante este pe­ríodo en el cual se supone que María había sido demoni­zada por los ortodoxos, solamente leemos alabanzas ha­cia ella.

Hipólito, escribiendo en Roma en el siglo II y comien­zos del III, describe a María Magdalena como una Nueva Eva, cuya fidelidad contrasta con el pecado de Eva en el Jardín del Edén (una imagen empleada también general­mente para María, la Madre de Jesús). Igualmente llama a María «apóstol de apóstoles». San Ambrosio y San Agus­tín, que escriben aproximadamente un siglo después, se refieren también a María Magdalena como la Nueva Eva.

Una vez más, todo lo que dice Brown carece de senti­do. Durante el período en que se supone que el partido de María luchaba contra el partido de Pedro por el cuerpo de la Iglesia, los Padres le dedicaban plegarias y citaban los Evangelios que describían su papel en las apariciones posteriores a la Resurrección.

Ni los datos que aparecen en las Escrituras sobre Ma­ría Magdalena ni el modo en que ha sido tratada en la tra­dición cristiana oriental u occidental nos permiten acep­tar las teorías de Brown.

Y como vamos descubriendo, la verdad es mucho más interesante y más apasionante que cualquiera de las fan­tasías de El Código Da Vinci.

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