conoZe.com » Historia de la Iglesia » Padres de la Iglesia » Patrología (I): Hasta el Concilio de Nicea » I: Literatura antenicena anterior a Ireneo » 3. Los Comienzos de la Novela Cristiana, de las Historias Populares y de las Leyendas

La literatura apócrifa del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento ofrece poca información sobre la infancia de Nuestro Señor, sobre la vida y muerte de su Madre y sobre los viajes misioneros de los Apóstoles. No es de extrañar, pues, que hubiera imaginaciones piadosas que trataran de aportar los detalles que faltan. Con la finalidad de edificar, el proceso de creación de leyendas encontró campo libre. Por su parte, los herejes sintieron la necesidad de recurrir a narraciones evangélicas para apoyar sus doctrinas, particularmente los gnósticos. Merced a ello, alrededor de los libros canónicos de las Escrituras surgió una colección de leyendas que forman lo que llamamos Apócrifos del Nuevo Testamento. Evangelios, apocalipsis, cartas y hechos de los Apóstoles, toda una literatura no canónica hace su aparición como contrapartida de los escritos canónicos.

Originalmente, la palabra apócrifo no significaba lo que es espurio o falso, al menos en la mente de los primeros que emplearon esta palabra. Algunas de esas obras pasaban entonces como canónicas, según atestiguan San Jerónimo (Epist. 107, 12, y Prol. gal. in Samuel et Mal) y San Agustín (De civitate Dei 15,23,4).

Al principio, un apócrifo revestía un carácter demasiado sagrado y misterioso para que fuera conocido de todo el mundo. Debía estar escondido (apocryphos) al gran público y permitido solamente a los iniciados de la secta. A fin de ser aceptados, estos libros aparecían ordinariamente bajo el nombre de un apóstol o de un piadoso discípulo de Jesús. Cuando se conoció la falsedad de tales atribuciones, la palabra apócrifo adquirió el significado de espurio, falso, de algo que hay que rechazar.

Aun el más superficial de los lectores de estos escritos se da cuenta de su inferioridad en relación con los libros canónicos. Abundan en ellos los relatos de presuntos milagros que a veces rayan en lo absurdo. Sin embargo, los apócrifos son de suma importancia para el historiador de la Iglesia, ya que aportan valiosa información sobre las tendencias y costumbres propias de la primitiva Iglesia. Representan, además, los primeros ensayos de la leyenda cristiana, de las historias populares y de la literatura novelesca. Son asimismo necesarios para entender el arte cristiano. Los mosaicos de Santa María la Mayor en Roma y los relieves de los sarcófagos cristianos antiguos se inspiran en ellos. Las miniaturas de los libros litúrgicos y las vidrieras de las catedrales medievales serían indescifrables si se hiciera caso omiso de ellos. Su influencia sobre los misterios y milagros posteriores fue también considerable. El mismo Dante los usó para las escenas escatológicas de la Divina comedia. Poseemos, pues, en ellos una fuente pintoresca y de primera mano para la historia del pensamiento cristiano.

M. R. James ha dado un juicio atinado sobre el lugar que ocupan en la historia de la literatura cristiana:

Todavía hay gente que dice: "Al fin y al cabo, estos evangelios y actas apócrifos, como los llamáis, son tan interesantes como los antiguos. Ha sido sólo obra del azar o del capricho el que no se les incluyera en el Nuevo Testamento." La mejor respuesta a estas habladurías ha sido siempre, y sigue siendo, abrir tales libros y dejar que hablen por sí mismos. Pronto se echará de ver que no cabe pensar en que alguien los haya excluido del Nuevo Testamento: ellos se han excluido a sí mismos. "Mas - puede alguien objetar - si estos escritos no valen ni como libros históricos ni como libros de religión y ni siquiera de literatura, ¿por qué perder tiempo y trabajo en darles una importancia que, a su juicio, no merecen?" En parte, para permitir a los demás formarse un juicio sobre ellos, aunque no es ésta la razón principal. La verdad es que no se deben considerar los apócrifos desde el punto de vista que ellos reclaman para sí. Bajo cualquier otro aspecto tienen un interés grande y duradero...

Si no son buenas fuentes históricas en un sentido, lo son en otro. Recogen las ilusiones, las esperanzas y los temores de los hombres que los escribieron; enseñan lo que era aceptado por los cristianos incultos de los primeros siglos, lo que les interesaba, lo que admiraban, los ideales que acariciaban en esta vida, lo que ellos creían poder hallar en esos textos. Además, no tienen, precio como género folklórico y novelesco; a los aficionados y estudiosos de la literatura y arte medievales revelan las fuentes de una parte muy considerable de su materia y la solución de más de un problema. Han ejercido, en verdad, una influencia (totalmente desproporcionada a sus méritos intrínsecos) tan grande y tan dilatada, que no puede ignorarlos ninguno que se preocupe de la historia del pensamiento y del arte cristianos (The Apocryphal New Testament [Oxford 1924] XI, XIII).

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