» Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2009
Empezar por donde se acaba
Dios que es el principio y el fin, el Alfa y el Omega, también es, para los que nos consideramos sus hijos, lo primero que tenemos que tener en cuenta y lo último que debemos olvidar.
Pero, en realidad, siempre deberíamos empezar por donde se acaba o, lo que es lo mismo, Dios, como fin con el que caminar por la vida en el sentido de que, haciéndolo así, no erraremos en el mismo ni, sobre todo, equivocaremos el paso.
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas», dice Juan el Bautista y recoge el evangelista Lucas en su Evangelio (3:4) Tal, digamos enderezamiento de sus sendas es cuenta de cada uno de nosotros que tenemos, como meta, el encuentro con Dios en su definitivo Reino.
Por eso ha de ser, para nosotros, tal encuentro lo que primero tengamos en cuenta. No se trata, aunque así pueda pensarse, de evitar lo primero sino, al contrario, empezar lo primero teniendo en cuenta lo último: el Omega aplicándolo al Alfa.
Alfa y Omega
Dios, como fin de nuestra existencia, nos ofrece la posibilidad de acercarnos a Él. Es más, como fin, el Señor es a Quien ha de tender nuestra vida y así, el fin mismo de la historia del ser humano, semejanza de Aquel que, por su voluntad, lo modeló a su imagen.
Por tanto, Dios es nuestro fin y, por eso mismo, ha de ser nuestro principio. Así hemos de dar cada paso de forma y manera que siempre tengamos, en nuestro corazón, el Suyo.
Pero hay un principio, el Principio.
Dios hecho hombre, Jesucristo, es, por eso mismo la fuente de la vida y, además, Quién da la vida. Como el Agua Viva que la samaritana recibió en el pozo de Siquén es para nosotros y, por eso mismo, espiritualidad que nos salva de las asechanzas el Mal y, además, fuente de vida eterna.
Lo Primero es que Dios creó y, creando, hizo lo propio con el hombre, ser humano de quien pensó que era bueno, muy bueno (dicen las Sagradas Escrituras) haberlo creado así.
Entonces, si es fuente de vida también es quien da la vida. Entonces, es el Alfa, Quién crea, Quien da.
Decimos en el Credo Nicenoconstantinopolitano que el Espíritu Santo es «Señor y dador de vida». Y es que quién en sí mismo es, además de Padre, Hijo, Espíritu, nos da la vida y es, por eso mismo, principio nuestro.
Alfa, lo que da comienzo y lo que es inicio de una existencia...
Omega y Alfa
Sin embargo, y no por hacer de menos a Quien dice que es lo que es (el Principio y el Fin), deberíamos enfocar, de forma diferente, nuestro punto de vista vivencial porque es la mejor manera, a nuestro modesto entender, de llegar a tal Fin.
Hay que empezar, por tanto, por donde se acaba porque es la mejor manera de saber cuál es nuestro destino, hacia dónde nos dirigimos y así, poder conducir nuestra existencia de la mejor manera posible.
Empezar por donde se acaba ha de suponer, por ejemplo:
- Reconocer que Dios nos contempla y, así, actuar en consecuencia.
- Poder vernos en su presencia para, así, saber que nuestra peregrinación por el mundo no es vana.
- Llenar de sentido nuestra vida porque sabemos que tiene un fin divino.
- Permanecer en el camino y, si es posible, evitar salirnos del mismo.
- Vernos en las praderas del definitivo Reino de Dios para, así, no cejar en nuestro espiritual empeño.
Por eso, tenemos que tener como principio nuestro fin como a modo de luz que, iluminando desde Dios nos lleva, como hacia Él.
«Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin».
Y, para nosotros, el omega antes que el alfa... para mejor ser; los últimos para ser los primeros y el fin que es Dios ante nuestra mente y nuestro corazón para mejor dar el primer paso hacia Él.
En realidad, Dios que fue el Principio, el Alfa, es a Quien tendemos, que es el Fin, el Omega. Pero para llegar a Él no podemos olvidar quién es el Padre y quién nos creó. Es decir, el Fin ha de ser nuestro Principio.
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