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El discurso de Ratisbona

El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, el pasado 12 de septiembre, dirigido a representantes alemanes del mundo de la Ciencia, ha exacerbado los ánimos en el mundo musulmán.

En estas líneas pretendo, por una parte, acercar al lector el discurso papal con objeto de contextualizar la referencia a la hipotética relación entre violencia e Islam, y, por otra, realizar alguna observación sobre ciertas reacciones occidentales a propósito de esta polémica. Deseo aclarar que mi exposición es una presentación personal del discurso papal realizada, con todos los riesgos que eso comporta, con ánimo divulgativo.

Como es sabido, el motivo de la ira ha sido la reproducción efectuada por el Papa de un diálogo acerca del cristianismo y el Islam, sostenido a finales del siglo XIV entre el emperador bizantino, Manuel II, el Paleólogo, y un persa culto. En ese diálogo, el emperador cristiano le plantea a su interlocutor musulmán el tema de la guerra santa en el Islam. Lo que ha exacerbado los ánimos en el mundo musulmán ha sido la interpelación de Manuel II a su interlocutor, recogida por Benedicto XVI: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba».

La lectura completa del discurso del Papa no da pie, en absoluto, a pensar que él suscriba el pensamiento del emperador bizantino ni que pretenda promover una interpretación del Islam en ese sentido. Lo que le interesa al Papa es la argumentación del bizantino, por contener una respuesta siempre válida acerca de la relación entre la fe y la razón y sobre el recurso a la violencia para difundir la fe. Manuel II explica: «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte ».

Lo que, sobre todo, le interesa de este texto a Benedicto XVI es la inextricable vinculación que establece entre fe, razón y paz. El discurso de Ratisbona es una intensa reivindicación de la razón (el 'logos' griego) como instrumento de diálogo, y, a su vez, del diálogo como instrumento necesario, tanto para difundir la fe, como para resolver pacíficamente las cuestiones controvertidas. Concretamente, el Papa Ratzinger ataca una postura filosófica sumamente peligrosa: aquella que considera que la razón -el 'logos'- ha de subordinarse bien a la voluntad divina, bien a la voluntad humana. La lectura de la conferencia me lleva a pensar que Benedicto XVI considera que la depreciación de la razón es fuente de violencia.

La depreciación de la razón acontece cuando el concepto de Dios se plantea tan por encima de cualquier capacidad humana, que, en su actuación, ese Dios -lo absolutamente trascendente- no podría estar limitado tan siquiera por las exigencias de la razón. La concepción de Dios criticada por el Papa alemán se encuentra, tanto en algunas interpretaciones islamistas de Dios, cuanto en algunas teologías heréticas cristianas. Mi interpretación es que, en la mente de Benedicto XVI, la negación de la razón, para afirmar a Dios, es considerado fuente de fanatismo, y, por tanto, de violencia.

Pero con lo que de verdad se enfrenta Benedicto XVI en su discurso de Ratisbona es con la depreciación de la razón en Occidente. Concretamente, se enfrenta a la limitación que la razón occidental se habría autoimpuesto a partir de algunos desarrollos gnoseológicos de la modernidad, y al intento, en el ámbito teológico cristiano, de 'deshelenizar' el cristianismo, o sea, de despojarlo -en aras de una fe más pura- de su vinculación con el 'logos' griego.

Benedicto XVI considera que los problemas de la humanidad requieren que la razón humana no se autolimite para quedar reducida a ciencia positiva, sino que asuma otros usos más amplios, para abordar racionalmente todo aquello que no se puede reducir a experimento científico; es decir, las cuestiones estrictamente humanas, aquellas que versan acerca del ser y el sentido del hombre.

En resumen, Benedicto XVI considera que, para el cristianismo, la razón representa una herramienta insustituible, que la razón es -frente a la fuerza- el instrumento del diálogo, y que, por otra parte, no sólo es el fundamentalismo religioso el que renuncia a la riqueza de la razón humana, sino que ciertas derivaciones de la Ilustración también representan una pérdida de racionalidad. A partir de ese análisis, Benedicto XVI apuesta por una razón, sin amputaciones reduccionistas, como base del diálogo entre creyentes y no creyentes, y entre diversas culturas. La frase de Manuel II -'no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios'- es la almendra del discurso.

Termino estas líneas con lo que había anunciado al comienzo: un breve comentario acerca de la reacción occidental ante la ira desatada en el mundo musulmán con motivo del discurso de Ratisbona.

Lo que hace unos meses, en la 'guerra de las viñetas', se planteó en Occidente como defensa a ultranza del indiscutible y inviolable valor de la libertad de expresión, y como un asunto en el que los valores occidentales no podían claudicar, se plantea ahora como un sesudo debate acerca de las condiciones para el diálogo entre culturas. Y no es que tal cuestión carezca de sentido, que la tiene, lo desconcertante es que hayan variado tanto los términos del debate. En el caso de las viñetas, el valor en juego -lo relevante-era la libertad de expresión; con el discurso de Ratisbona, el valor en juego -lo relevante- ha pasado a ser el diálogo entre culturas. También ha variado el peso de la prueba: en la guerra de las viñetas, los que tenían que justificar su enfado eran los airados mahometanos; ahora el peso de la prueba, para muchos, cae sobre los hombros de Benedicto XVI, al que le habría faltado tacto político. La impresión que saco es que la defensa occidental de sus valores a veces es más emocional que racional.

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