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Clonación inhumana

Primero clonaremos mascotas despachurradas por un camión, y luego a otros seres queridos, humanos.

En el fondo, con el tema de la clonación no se habla de nada nuevo. Ese es uno de los engaños de los apóstoles de la técnica, hacer creer que nos hallamos ante una realidad no prevista antes, y que frente a ella no valen nada las antiguas certezas -léase, moral-. La clonación no es más que otro instrumento que se coloca a los pies de los problemas del hombre, que siempre han sido y serán los mismos.

Estos problemas no serían combatidos con medios desproporcionados como el de la clonación si no se hubiera desarmado antes a la sociedad y se la hubiera situado en un paisaje en el que olvida su condición humana y comienza a creerse casi divina. Su negación del sufrimiento o la muerte son delirios de grandeza que se sostienen sobre el aparente triunfo de la medicina y otras artes menos altruistas en el campo de batalla del dolor.

Pero la cuestión es un poco más honda que la de la lucha contra el mal que aflige al hombre desde su primer paso en la tierra. Creo que es una idea propia de la modernidad aburrida -se me puede corregir si existen rastros más antiguos- la que ignora la condición humana y sus límites, y sueña con tener una segunda oportunidad ante la embestida del fracaso o el error en propia carne.

Un personaje de «La insoportable levedad del ser», de Kundera, se lamentaba de que la vida no fuese como una obra de teatro, en donde cupiesen ensayos previos a la representación final que permitieran subsanar errores y garantizar que las frases decisivas, cuando fuesen a pronunciarse, no se saldaran con una metedura de pata.

Obviamente, el propio personaje, que se relamía soñando con dicha posibilidad, tenía que reconocer que tal ocurrencia andaba lejísimos de lo que significa la realidad humana, en la que no cabe ensayo previo si no es viviendo en la impostura, y en donde el error, el tropiezo y el batacazo son condimento habitual de nuestro discurrir cotidiano.

Algo semejante ocurre con el dolor o la muerte no asumidos como realidades inseparables de la naturaleza humana. Se piensa que algo ha fallado, se buscan culpables hasta en el cielo, se cae en la desesperación porque «no es posible que a mí me suceda esto». Aquí reside el auténtico error, ya que no sólo es posible, sino muy probable que nos suceda algo que nos incomode o que nos duela; y si, en un colmo de suerte, uno consigue eludir avatares dolorosos, tarde o temprano recibirá una visita inesquivable que zanjará definitivamente todas sus preocupaciones.

Esto es lo que se quiere negar hoy, la frágil y doliente condición humana. Y al servicio de este babélico propósito se pone la clonación, como penúltimo desafío a Dios. Se empieza por clonar mascotas despachurradas por un camión, y ya hay quienes guardan cola para «rectificar» la muerte de un ser querido.

Todo esto forma parte de un único y envenenado ambiente, ese que nos hace despilfarrar nuestro presupuesto en extirpar el último granito, en fingir una eterna juventud, y que es el mismo que nos pone en bandeja la oportunidad de obviar el sufrimiento o la muerte. O al menos eso nos quieren hacer creer, y hay quien traga el anzuelo.

No pretendo menospreciar el sufrimiento de quienes están postrados por crueles enfermedades y que se agarrarían a un clavo ardiendo con tal de superar el trance. Pero creo necesario gritar con fuerza que somos personas, seres humanos abocados a una vida que, como poco, se terminará algún día bastante ajadita.

Admiro los esfuerzos por sobreponerse a la adversidad, y quiero alentar desde aquí todos los que, a la espera de la obtención de soluciones lícitas, procuran paliativos para quienes realmente sufren, no sólo los farmacéuticos, sino sobre todo los de la mejor medicina, la del amor.

Sin embargo me parece una locura descomunal negar la condición humana, y hacerlo incluso llevándose por delante a quien no puede defenderse, con tal de vivir cuatro días más o mejor. No hay segundas oportunidades, sino las que nacen del uso personal de la libertad sobre la conducta. No es posible hacer tabla rasa de la propia vida, porque el ser humano está hecho para coleccionar golpes y atesorar cicatrices, y, empero, seguir anhelando la vida. Todos aquellos medios que se empleen para ignorar los accidentes que sufre nuestra andadura vital no son más que capas de maquillaje que ocultan el verdadero rostro humano.

Porque, se consiga o no lo que la clonación anuncia, el día en que optemos por ese camino dejaremos de ser personas, y ¿para qué diantres valdrá la pena vivir entonces?

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