» bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » V.- Ilusión y vocación
La jerarquía de las trayectorias vitales
El hombre va iniciando a lo largo de su vida diversas trayectorias, de desigual cumplimiento. Se inician a diversas alturas de la vida, desde las infantiles hasta las que pueden comenzar en la senectud. Es muy frecuente que el hombre -o, en forma distinta, la mujer- dé por conclusa la iniciación de trayectorias biográficas al llegar a cierto momento, y esto es un factor negativo para que puedan tener su arranque posterior, aunque a veces la realidad se revuelve contra esa creencia -o esa decisión- y las invalida. Se interpretan a veces como rebrotes de juventud las nuevas trayectorias que irrumpen cuando se las había descartado, sin advertir que es esencial a las trayectorias biográficas el poder empezar a cualquier altura. Lo que pasa es que el punto de origen las hace cualitativamente diferentes y, por supuesto, condiciona su posible desarrollo.
Esas trayectorias pueden ser largas -en el caso límite, extenderse a la totalidad de la vida- o quedar truncadas por motivos exteriores o internos en cualquier fase. Pueden mantenerse más o menos tiempo, por inercia, pero decaer e irse desligando del núcleo de la persona. Pero igualmente puede ocurrir que experimenten en un momento determinado un incremento, una intensificación, una renovación al aproximarse -si así puede decirse- a su fuente vital. A veces, lo que parece «la misma» trayectoria, porque sus contenidos no varían, en rigor es otra, porque se produce en ella un «injerto» que le hace dar nuevos frutos, porque queda desplazada del centro de la personalidad y seguir en lo que podríamos llamar «vía muerta», o por el contrario experimenta una vitalización, un brote inesperado que arranca de un estrato más profundo.
Esas trayectorias, desde un punto de vista estrictamente personal y biográfico, tienen muy varia jerarquía, que apenas tiene que ver con su importancia exterior o con su duración. Una trayectoria que ocupa largos años y parece casi identificada con su sujeto puede ser inerte y transcurrir casi enteramente al margen de la verdadera personalidad. Tal vez otra, iniciada y frustrada, o marginal, o encubierta, o incluso «negada» por el sujeto, representa la clave de su personalidad, aquel momento en que su vida ha coincidido con su radical proyecto vital. Imagínese la importancia que esto tiene para ese problemático género literario que es la biografía, o para entender a nuestros prójimos, o para convivir con ellos. Y con uno mismo, porque todo ello dista de ser evidente para el que vive.
Pues bien, el criterio más seguro para medir la jerarquía vital, el grado de autenticidad de las diversas trayectorias, es el elemento de ilusión que las acompaña o falta en ellas. Cuando se considera una vida ajena, cuando se la estudia en sus huellas si se trata de una vida pretérita o lejana, o bien cuando se asiste a ella, se advierte la presencia o la ausencia, la vivacidad o apagamiento, de la ilusión en cada una de sus fases. Vemos que una persona entra ilusionadamente en una empresa, una obra, una amistad, un amor; o tal vez lo hace desganadamente, desde fuera, sin expectativa tensa, sin anticipación gozosa de su desarrollo, sin dramatismo. Si perseguimos la figura de esa trayectoria la vemos sostenida por la ilusión, o decaer falta de ella, o truncarse por la desilusión.
Imagínese qué interna animación o vivificación daría esta perspectiva al estudio de la obra de un pensador, pintor, músico, escritor, político. Y, más aún, a la comprensión de una vida como tal. Nada hace entender mejor lo que en cada momento es un hombre o una mujer que el mapa de sus ilusiones, con su verdadero relieve, con su intensidad, su carácter epidérmico o visceral, con la acumulación sobre cada una de ellas de más o menos dimensiones de esa biografía.
Pero no se trata, claro es, de un momento aislado: primero, porque ese «momento» viene de un pasado y va hacia un porvenir; no es un punto inextenso, ni siquiera un breve entorno temporal, sino más bien un nudo de una trayectoria, enlazada dramáticamente con todas las demás; segundo, y sobre todo, porque ese «mapa» está en perpetuo movimiento y cambio. Las ilusiones se desplazan y modifican, se abrillantan o palidecen, nacen o se extinguen, a veces se derrumban súbitamente por la desilusión. Ese «mapa móvil», viviente es lo que más nos acerca a la mismidad de una persona.
Pero no se piense sólo, ni primariamente, en el conocimiento de la vida ajena. ¿Hasta qué punto estamos en claro respecto a nosotros mismos? La consideración de lo que «debe ser», la imagen que los demás tienen de nosotros, la figura que nuestro contorno social nos impone, los cauces por los cuales discurre el «torso» de nuestra vida, lo que hemos sido -aunque acaso no lo seamos ya-, todo esto enturbia la claridad respecto a nosotros mismos, e introduce un elemento mayor o menor, en ocasiones gravísimo, de inautenticidad.
Lo que más puede descubrir a nuestros propios ojos quién somos verdaderamente, es decir, quién pretendemos ser últimamente, es el balance insobornable de nuestra ilusión. ¿En qué tenemos puestas nuestras ilusiones, y con qué fuerza? ¿Qué empresa o quehacer llena nuestra vida y nos hace sentir que por un momento somos nosotros mismos? ¿Qué presencia orienta nuestra expectativa, qué anticipación nos polariza, tensa el arco de nuestra proyección, se convierte en el blanco involuntario e irremediable de ella?
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