conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » VII.- La ilusión en la presencia y en la ausencia

La ilusión y el pasado

La otra gran forma de ausencia, junto al futuro, es el pasado; no lo que será, sino lo que fue y ya no es. Por su carácter de proyección, anticipación, futurición, la ilusión, vuelta hacia el porvenir, resiste bien esa forma de ausencia que es el futuro lejano o inseguro. Pero el pasado ¿no es contrario a su propia consistencia? ¿Puede sobrevivir la ilusión al paso del tiempo, puede existir respecto a lo pretérito? Es esta una delicada cuestión.

Es un tópico del pensamiento medieval que la memoria del bien perdido es lo más triste. Boecio dice: In omni adversitate fortunae infelicissimum est genus infortunii fuisse felicem («En toda adversidad de la fortuna el género más infeliz de infortunio es haber sido feliz»), Y Santo Tomás de Aquino: Memoria praeteritorum bonorum... in quantum sunt amissa, causat tristitiam («La memoria de los bienes pretéritos... en cuanto están perdidos, causa tristeza»). Dante Alighieri fue el que dio forma perdurable y bellísima a esta idea; son las palabras de Francesca, que evoca su amor y su muerte con Paolo:

Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
nella miseria.

Ortega, sin embargo, escribe: «El Nessun maggior dolore, de Dante, me parece una idea falsa y convencional. Cuando el hombre 'venido a menos' nos habla de su esplendor pasado, parecen vagar sobre su quejumbre sonrisas valetudinarias. »

¿Qué pensar ante estas contrapuestas autoridades y -lo que es más- razones? Infortunio, tristeza, dolor: eso se siente indudablemente al recordar el bien perdido, la felicidad pasada. Pero, como Ortega sugiere, ¿es todo dolor? Creo que la clave es precisamente la ilusión. Recordar es revivir; al rememorar el pasado venturoso, se rehace el movimiento temporal hacia el futuro, se renueva la situación originaria. La tristeza y el dolor son inevitables, y pueden ser lacerantes; no es una idea falsa, aunque Ortega lo piense así; esa sonrisa valetudinaria que cree percibir en el que evoca el esplendor pasado corresponde, pienso yo, a la ilusión que no se ha desvanecido, que reverdece en el recuerdo.

Se pueden volver los ojos con ilusión a la felicidad desaparecida, y precisamente por eso es su desaparición más dolorosa. Es la persistencia de la ilusión la que no permite el consuelo, el fácil engaño de que aquel bien perdido no fue tanto, de que la felicidad no fue real o de tantos quilates. Una cosa es la desilusión, la pérdida de la ilusión, otra bien distinta es la pérdida de lo que daba ilusión, de lo que la suscitaba. Por debajo de la pérdida, dando fe de ella, haciéndola dolorosa, la ilusión sobrevive. Hay que volver a los maravillosos versos de La vida es sueño:

Solo a una mujer amaba...
Que fue verdad, veo yo,
en que todo se acabó,
y esto solo no se acaba.

Lo que Calderón dice del amor, puede decirse de la ilusión, tan íntimamente asociada a él como hemos visto, de tal manera que si la ilusión no alcanza la plenitud al expresarse, al nombrarse, al ser vivida con conciencia clara, algo le falta al amor mismo.

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