conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Breve tratado de la ilusión » VII.- La ilusión en la presencia y en la ausencia

El verbo de la ilusión: desvivirse

Ilusión es un nombre; pero a algo tan activo, proyectivo y dramático le pertenece una acción verbal, lingüísticamente un verbo. Hay, ciertamente, el verbo 'ilusionar', en forma pronominal 'ilusionarse'; pero significa la acción o proceso por los que se llega a la ilusión o se provoca en otro, mediante los cuales se está ilusionado. Pero una vez que se está ilusionado, ¿qué se hace? ¿En qué consiste propiamente la vida del que está ilusionado, dominado por la ilusión?

Es maravilloso que ese verbo exista, y que sea precisamente otro de esos prodigiosos hallazgos de la lengua española, otro de los secretos de esa manera de estar instalado y proyectarse que es la nuestra. Ese verbo es el extrañísimo desvivirse.

El Diccionario de Autoridades lo definía ya: «Amar a otro con vehemencia, o apetecer alguna cosa con tanto ahínco, que parece se muere por ello. » La última edición (1970) del Diccionario académico da una definición ligeramente distinta, y acaso no superior: «Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona o cosa. » Las traducciones que dan los diccionarios a otras lenguas son de una pobreza y vaguedad desilusionantes. No saben qué hacer con esta extraña palabra española. ¿Será que sólo los que hablamos español nos desvivimos?

En 1953 publiqué un artículo con ese título, «Desvivirse» (incluido en Ensayos de convivencia). Advertía yo que es palabra probablemente renacentista, que data por lo menos del Viaje de Turquía, atribuido con bastante fundamento al doctor Andrés Laguna; pero lo que ya entonces me interesaba era la significación de esa rara palabra, que ni se imagina en otras lenguas. Permítaseme recordar algunas cosas de las que escribí:

«¿De qué secretos fondos del alma española ha nacido esta extraña palabra, desvivirse? ¿Cómo ha venido nuestra lengua a hacer privativo y reflexivo a un tiempo el verbo vivir? Cuando el español se interesa profunda y apasionadamente por algo, cuando siente amor, afán, solicitud, cuidado, preocupación, inquietud, impaciencia o viva esperanza, decimos que se desvive. La filosofía de estos últimos decenios ha mostrado que la vida consiste en preocupación o cuidado; eso es vivir; pero cuando cae en la cuenta de que lo que le pasa es eso, el español lo llama desvivirse.

»Envuelve, por lo pronto, una fuerte personalización. No olvidemos que, mientras los demás hombres suelen morir, el español prefiere morirse. Los españoles nos comemos un trozo de pan, nos damos un paseo, y al final nos morimos. No nos hemos atrevido a decir 'vivirse' -Unamuno lo usa alguna vez, pero enfáticamente y con un grano de sal-, pero hemos inventado un verbo privativo -si es que es privativo- y gracias a él, ya que no nos vivimos, nos desvivimos.

»Yo no puedo dejar de ver una punta de ironía en este atroz verbo que me ocupa; al decir 'desvivirse', el español se burla un poco de su extremosidad, y esto me parece esencial: la palabra 'desvivirse' no es una palabra 'seria'. Es uno de los pocos resquicios por donde se filtra, como un viento, el escaso y casi impalpable humor de nuestro pueblo.

»Pero el humor y la burla son siempre ambiguos: una de cal y otra de arena. Se afirma y se niega a un tiempo la misma cosa. Desvivirse dice en una sola palabra, y sin retórica, sino poéticamente, lo mismo que el verso 'Vivo sin vivir en mí'. Porque, por lo visto, vivir quiere decir vivir en mí, permanecer, quedar en sí mismo. Cuando estamos muy afanados decimos: 'Esto no es vivir. ' Cuando el hombre está fuera de sí, de su asiento, de sus casillas, es decir, de su morada -sin tomar demasiado en serio la morada, y esto es decisivo: es toda la distancia que va de las 'casillas' a las 'Moradas' con mayúscula-, tiene la impresión de que no vive; pero, como, naturalmente, no hace otra cosa que vivir, invierte los términos y dice que ese vivir no es cosa que lo valga, sino al contrario, que se está desviviendo.

»Pero mientras el verbo vivir es -según dicen- intransitivo y permanece sosegadamente en sí mismo sin pasar a otra cosa, desvivirse es siempre 'desvivirse por algo'. Cuando algo nos llama y tira de nosotros, nos arranca de nuestro sosegado centro y nos arrebata, cuando sentimos afán vivísimo y no nos bastamos a nosotros mismos, nos desvivimos. El desvivirse es la forma suprema del interés. Pero, ¿qué es el interés más que inter esse, estar entre las cosas? Cuando nos interesamos es que estamos ahí, con las cosas, desviviéndonos. Y si vivir es estar entre las cosas que nos rodean y solicitan, en nuestra circunstancia, ¿hay otro modo de vivir que interesarse, quiero decir, desvivirse? ¿No ocurrirá que el que no se desvive no vive tampoco?»

Esto, entre otras cosas, decía yo en remota fecha de ese verbo desvivirse, exclusivo nuestro y que me entusiasma. Pues bien, veo en él el correlato de la ilusión. Con algunas diferencias importantes. Sobre todo, que en la palabra 'ilusión', en el sentido nuevo que le da nuestra lengua, no hay ironía ni humor. Ilusión sí es una palabra seria. Y su temple, el registro lingüístico a que pertenece, es precisamente la ingenuidad, mejor aún la inocencia. Se tiene ilusión, cuando se tiene, de buena fe; el que está ilusionado podrá ser un iluso -es el riesgo que se corre-, pero en cuanto ilusionado está vuelto hacia la realidad que lo ilusiona, proyectado hacia ella, con todas sus potencias, sin reservas. ¿No es asombroso que la palabra illusio, engaño, escarnecimiento, burla o error, palabra resabiada, cautelosa, escéptica, haya venido a significar la versión inocente, activa, confiada, amorosa hacia la realidad, y sobre todo la realidad personal? La forma plena y positiva de desvivirse es tener ilusión: es la condición de que la vida, sin más restricción, valga la pena de ser vivida. Esas dos palabras nuestras españolas nos permiten descubrir, desde nuestra propia instalación, una dimensión esencial de la vida humana, su condición amorosa, su inseguridad, su dramatismo.

Madrid, 1 de mayo de 1984.

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