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La naturalidad

Esta semana la polémica vuelve a salpicar los medios de comunicación. Otra absurda e innecesaria complicación apunta en el horizonte de esta España nuestra que parece caminar hacia la tontería con paso veloz. La radio, los periódicos y la televisión nos dan cuenta de que en algunos colegios e institutos se han suprimido los festivales navideños y los recitales de villancicos. Las direcciones de dichos centros argumentan que son símbolos muy significativos de una religión concreta y que sería un ejercicio de parcialidad mantener tales actos navideños frente a los alumnos de otras creencias o frente a los que son agnósticos o ateos. En el Ayuntamiento de Gijón, arguyendo razones parecidas, se suprime este año el Belén que adorna tradicionalmente la ciudad en tan señaladas fechas. Y algún comentarista sale al paso para pedir que se vayan eliminando las cabalgatas de reyes, pues en una sociedad laica y aconfesional son un derroche público de simbología religiosa nada acorde con los nuevos tiempos y los aires de cambio en nuestra cultura. Unos opinan, otros responden, algunos se indignan... En fin, una vez más el lío en materia religiosa. Y como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores: se aprovechan los radicales y fanáticos de uno y otro lado para dar caña y empecinarse en sus planteamientos.

Frente a todo esto, yo me pregunto: ¿es que somos de verdad tan complicados? ¿Dónde está la naturalidad?

Irremediablemente, tengo que volver a darme cuenta de que la vida no es tan sencilla como algunos creemos. En eso, me confieso algo inocentón. Junto al ser humano apareció la complicación en el mundo. ¿Qué difícil se hace a veces que la vida trascurra por sus cauces! Con el hombre nace la cultura y también el artificio. ¿Dónde empieza en él lo artificial y termina lo natural? No puedo evitar una vez más la sensación de que esta reciente polémica parte de un nuevo y lamentable ejercicio de esa idiotez que se ha dado en llamar "lo políticamente correcto", que constituye, hoy por hoy, el más absurdo empeño en la artificiosidad. Se reinventa el mundo y se crean nuevas creencias, nuevas obligaciones morales y nuevos fundamentalismos, bajo la máscara de conceptos tan manidos, como la tan traída y llevada "tolerancia", que es un cajón de sastre perfecto para obrar de manera bastante ideológicamente interesada. Cabe preguntarse también dónde está esa tolerancia que se nos debe a quienes queremos vivir con sinceridad nuestras tradiciones cristianas; que no son un invento de ayer, sino cultura de siglos.

El escritor Horacio Vázquez Rialp me dijo una vez que lo políticamente correcto es una mordaza que impide a la gente manifestarse como de verdad piensa, además de constituir un cauce perfecto para poner de moda determinadas formas de pensar. Yo opino que es una comedia social, una manera hipócrita de decir: "aunque en el fondo siento esto o aquello, no lo diré; no vayan a pensar de mí que no soy demócrata o que soy un carca".

La Navidad es en sí misma muy bonita y los villancicos ¿a quién no le gustan? No son manifestaciones que hayan surgido de la Iglesia para gobernar las conciencias, ni de una concepción dirigista del mundo. Son la espontánea y natural expresión del pueblo que vive sus esperanzas y sueños, o que al menos desea vivirlos. Los ciudadanos recobran su sinceridad al exhibirse en público como lo que realmente son. ¿Por qué enmascararlos? ¿Ustedes creen que los inmigrantes que pertenecen a otras religiones se sentirán relegados por ver cantar, festejar y alegrarse a la mayor parte de la gente de España estos días? ¿No sucederá, por el contrario, que se unirán a la fiesta? ¿Basta de tonterías, por favor!

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