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El tiempo y la Historia

Culmina un año más y la nochevieja, como otras fechas de este periodo al que llamamos Navidades, siembra en el corazón cierto poso de nostalgias. ¿Quién puede librarse ese día aunque sea de una breve reflexión sobre el tiempo que pasa?

Hay una concepción griega del tiempo, escéptica, desengañada, que considera que todo es reiteración: lo que pasa ya pasó y lo que ha de venir no será demasiado diferente al presente o al pasado. En fin, nada es nuevo y todo es un ciclo. Frutos de semejante criterio son la melancolía y cierta incapacidad para comprender la historia en su evolución. Advierto, con tristeza y algo de perplejidad, que mucha gente hoy se apunta a esta visión desencantada del tiempo.

Hace muchos años ya que venimos escuchando que todo es crisis. Y este año 2004 que dejamos atrás ha sido especial en cuanto a eso; parece que la familia está en crisis por los nuevos modelos de matrimonio, adopción o divorcio; la sociedad a causa de la poca calidad en la enseñanza, la basura prima en la televisión; la droga en los adolescentes; el fatídico atentado del 11 de marzo que nos ha puesto cara a cara con el terrorismo islámico; la idea del estado español defenestrado por el plan Ibarretxe y los nacionalismos que arrecian feroces; la política también en crisis y sobre todo las relaciones exteriores; hasta el cava parecía hace unos días que entraría en crisis irremediable...

De una manera u otra, todas las épocas han creído ser el cenit de la Historia. ¿Cuánto se ha escuchado eso de la crisis en este último siglo! Vamos a la deriva, decían. Todo parece declinar; la democracia misma, la fe, la Iglesia, el concepto de verdad, los valores humanos. Incluso, algunos tienen los pelos de punta porque han oído hablar de la "crisis de Europa". ¿Qué espanto! Precisamente nosotros vamos a ver el ocaso final de esta civilización.

Siempre ha ocurrido igual, en todas las épocas. Cada generación estaba convencida de vivir el final de su ciclo vital. Parece mentira, y ya hace cinco años, un lustro, desde que cruzábamos el inquietante umbral del año 2000. La humanidad tuvo aquel día la sensación de estar atravesando un punto culminante. Una sensación debida tan sólo a la falsa seducción de los números redondos, al convencimiento de que los calendarios marcan el tiempo. Cuando no son sino invenciones de los hombres; convenciones aritméticas para medir los periodos de algo tan misterioso e ingobernable como es el avanzar de la misma vida. Pero la verdadera dinámica celeste escapa a ese cómputo. Y mucho más la realidad humana. Los periodos de la vida de los hombres en este mundo no dependen de las fases del calendario, sino del propio fluir de la realidad. Probablemente el siglo XX terminó unos años antes. Tal vez con la caída del muro de Berlín. O puede ser que aún estemos en él, esperando un cambio definitivo que nos haga vislumbrar otra era. ¿Quién puede saber eso? Sólo el paso de algunas décadas lo dirá.

Mientras tanto, de cara al tiempo que se avecina, siempre surge una serie interminable de preguntas. ¿Realmente está tan desencantada la gente como dicen? ¿Habrá algún proyecto colectivo que pueda devolver el entusiasmo a las generaciones nuevas? ¿Qué ideales, qué utopías, qué fantasmas serán capaces de movilizar a los hombres en el futuro?

Ante tales interrogantes que son inherentes a lo impredecible, puede surgir cierta zozobra, como un veneno hecho de pesimismo. El antídoto es la confianza en el futuro. Y cada uno puede ocupar su lugar en el enorme reloj de la humanidad, como granito de arena. Ningún hombre, ninguna mujer de buena voluntad puede eximirse del esfuerzo en la lucha para vencer al mal con el bien. Feliz 2005.

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