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Libro tercero.- De la consolación interior (III)

35.- Tentaciones

Jesucristo:

1. Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque mientras vivieres, tienes necesidad de armas espirituales. Entre enemigos andas; a diestra y a siniestra te combaten. Si pues no te vales del escudo de la paciencia a cada instante, no estarás mucho tiempo sin herida. Demás de esto, si no pones tu corazón fijo en Mí, con pura voluntad de sufrir por Mí todo cuanto viniere, no podrás pasar esta recia batalla, ni alcanzar la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper varonilmente con todo, y pelear con mucho esfuerzo contra lo que viniere. Porque al vencedor se da el maná, y al perezoso le aguarda mucha miseria.

2. Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás entonces la eterna bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo: no en los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios solo. Por amor de Dios debes padecer de buena gana todas las cosas adversas; como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias, murmuraciones, reprensiones, humillaciones, confusiones, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas prueban al nuevo soldado de Cristo; estas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo, y gloria infinita por la confusión pasajera.

3. ¿Piensas tener siempre consolaciones espirituales al sabor de tu paladar? Mis Santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsolaciones. Pero las sufrieron todas con paciencia y confiaron más en Dios que en sí; porque sabían que no son equivalentes todas las penas de esta vida, para merecer la gloria venidera. ¿Quieres hallar de pronto lo que muchos, después de copiosas lágrimas y trabajos, con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor, trabaja y esfuérzate varonilmente; no desconfíes, no huyas; mas ofrece el cuerpo y el alma por la gloria de Dios con gran constancia.

36.- Contra los vanos juicios de los hombres

Jesucristo:

1. Hijo, pon tu corazón fijamente en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa. Bueno es, y dichoso también padecer de esta suerte; y esto no es duro al corazón humilde que confía más en Dios que en sí mismo. Los más hablan demasiadamente, y por eso se les debe poco crédito. Y también satisfacer a todos no es posible. Aunque San Pablo trabajó en contentar a todos en el Señor, y fue para todos; sin embargo, en nada tuvo el ser juzgado del mundo.

2. Mucho hizo por la salud y edificación de los otros trabajando cuanto pudo y estaba de su parte; pero no se pudo librar de que le juzgasen y despreciasen alguna veces. Por eso lo encomendó todo a Dios, que le conoce todo, y con paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas y de los que piensan vanidades y mentiras, y las dicen como se les antoja. Y también respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunas almas débiles en verle callar.

3. ¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece. Teme a Dios, y no te espantes de los hombres. ¿Qué te puede hacer el hombre con palabras o injurias? Más bien se daña a sí mismo que a ti; y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios. Ten presente a Dios, y no contiendas con palabras de queja. Y si ahora quedas debajo, al parecer, y sufres la humillación que no mereciste, no te indignes por eso, ni por la impaciencia disminuyas tu victoria. Sino mírame a Mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria, y dar a cada uno según sus obras.

37.- Renuncia de si mismo

Jesucristo:

1. Hijo, déjate a ti y me hallarás a Mí. Vive sin voluntad ni amor propio, y ganarás siempre. Porque al punto que te renunciares sin reserva, se te dará mayor gracia.

El alma:

2. Señor, ¿cuántas veces me renunciaré, y en qué cosas me dejaré?

Jesucristo:

3. Siempre, y a cada hora, así en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo, sino que en todo te quiero hallar desnudo. De otro modo, ¿cómo podrás ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad interior y exteriormente? Cuando más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás y mucho más ganarás.

4. Algunos se renuncian, pero con alguna excepción no confían en Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de alguna tentación, se vuelven a sus comodidades, y por eso no aprovechan en la virtud. Estos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro ni a la gracia de mi suave familiaridad, si no se renuncian antes haciendo del todo cada día sacrificios de sí mismos, sin lo cual no están ni estarán en la unión con que se goza de mí.

5. Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate y gozarás de grande paz interior. Dalo todo por el todo: nada busques, nada exijas; está puramente y sin dudar en Mí, y me poseerás. Serás libre de corazón y no te ofuscarán las tinieblas. Encamina todos tus esfuerzos, deseos y oraciones al fin de despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti, y vivir para Mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas, y los cuidados superfluos. Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado.

38.- Del buen régimen en las cosas exteriores

Jesucristo:

1. Hijo, con diligencia debes mirar que en cualquier lugar y en toda ocupación exterior, estés muy dentro de ti, libre y señor de ti mismo; y que todas las cosas estén debajo de ti; y no tú debajo de ellas. Para que seas señor y director de tus obras, no siervo ni esclavo venal; sino más bien libre y verdadero israelita, que pasa a la suerte y libertad de los hijos de Dios. Los cuales desprecian las cosas presentes y atienden a las eternas. Miran lo transitorio con el ojo izquierdo, y con el derecho lo celestial. Y no los atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas; antes ellos los atraen más para servirse bien de ellas según están ordenadas por Dios, e instituidas por el supremo Artífice, que no hizo cosa en lo criado sin orden.

2. Si en cualquier acontecimiento estás firme, y no juzgas de él según la apariencia exterior, ni miras con la vista del sentido lo que oyes y ver; antes luego por cualquier causa entras a lo interior, como Moisés en el tabernáculo a pedir consejo al Señor, oirás algunas veces la respuesta divina y volverás instruido de muchas cosas presentes y venideras. Pues siempre recurrió Moisés al tabernáculo, para determinar las dudas y dificultades, y tomó el auxilio de la oración para librar de los peligros y maldades a los hombres. A este modo debes tú entrar en el secreto de tu corazón, pidiendo con eficacia el socorro divino. Por eso se lee, que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los Gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor, sino que creyendo fácilmente en las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.

39.- Que el hombre no sea importuno en los negocios

Jesucristo:

1. Hijo, encomiéndame siempre tus negocios, y yo los dispondré bien y oportunamente. Espera mi voluntad, y sentirás provecho.

El alma:

2. Señor, de muy buena gana te encomiendo todas las cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado. ¡Ojalá que no me ocupasen mucho los acontecimientos que me pueden venir, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad!

Jesucristo:

3. Hijo, muchas veces el hombre negocia con ahínco lo que desea; mas cuando ya lo alcanza, comienza a pensar de otro modo, porque las aflicciones no duran mucho cerca de una misma cosa; sino que nos llevan de una cosa a otra. Por lo cual no es poco dejarse a sí mismo, aun en las cosas pequeñas.

4. El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo; y el hombre negado a sí es muy libre y está seguro. Mas el enemigo antiguo y adversario de todos los buenos, no cesa de tentar; sino que de día y de noche pone graves asechanzas para precipitar, si pudiere, al incauto en el lazo del engaño. Velad y orad, dice el Señor, para que no entréis en tentación.

40.- Ningún bien tiene el hombre

El alma:

1. Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿cómo justamente podré contender contigo, si no hicieres lo que pido? Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo me hallo vacío, y camino siempre a la nada. Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por Ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.

2. Mas Tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces al día. Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora; porque Tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que a Ti solo se convierta y en Ti descanse mi corazón.

3. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea por alcanzar devoción o por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación.

4. Gracias sean dadas a Ti, de quien viene todo siempre que me sucede algún bien. Porque delante de Ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde, pues, me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Esto es vanísimo. Verdaderamente la gloria frívola es una verdadera peste y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a Ti: cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

5. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en Ti y no en sí; gozarse en tu nombre, y no en su propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por Ti. Sea alabado tu nombre, y no el mío: engrandecidas sean tus obras, y no las mías: bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres. Tú eres mi gloria; Tú la alegría de mi corazón. En Ti me gloriaré y ensalzaré todos los días: mas de mi parte no hay qué, sino de mis flaquezas.

6. Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria es vanidad y necedad. ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada: a Ti sola sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

41.- Del desprecio de toda honra temporal

Jesucristo:

1. Hijo, no te pese si vieres honrar y ensalzar a otros, y tú ser despreciado y abatido. Levanta tu corazón a Mí en el cielo, y no te entristecerá el desprecio humano en la tierra.

El alma:

2. Señor, en gran ceguedad estamos, y la vanidad presto nos engaña. Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna; por lo cual no tengo de qué quejarme justamente de Ti. Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra Ti, con razón se arman contra mí todas las criaturas. Justamente, pues, se me debe confusión y desprecio; y a Ti alabanza, honor y gloria. Y si no me dispusiere de modo que huelgue mucho ser de cualquiera criatura despreciado y abandonado, y ser tenido por nada, no podré estar interiormente pacificado y asegurado, ni recibir la luz espiritual, ni unirme a Ti perfectamente.

42.- Que nuestra paz no debe depender de los hombres

Jesucristo:

1. Hijo, si buscas la paz en el trato con alguno para tu entretenimiento y compañía, siempre te hallarás inconstante y embarazado. Pero si vas a buscar la verdad que siempre vive y permanece, no te entristecerás por el amigo que se fuere o se muriere. En Mí ha de estar el amor del amigo, y por Mí se debe amar cualquiera que en esta vida te parece bueno y muy amable. Sin Mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el amor en que yo no intervengo. Tan muerto debes estar a las aficiones de los amigos, que habías de desear (por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano. Tanto más se acerca el hombre a Dios, cuanto se desvía de todo gusto terreno. Y tanto más alto sube a Dios, cuánto más bajo desciende en sí, y se tiene por más vil.

2. El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde. Si te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor criado, yo entonces te llenaría de abundantes gracias. Cuando tú miras a las criaturas, apartas la vista del Criador. Aprende a vencerte en todo por el Criador, y entonces podrás llegar al conocimiento divino. Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira desordenadamente, nos estorba gozar del sumo bien, y nos daña.

43.- Contra la ciencia vana del mundo

Jesucristo:

1. Hijo, no te muevan los dichos agudos y limados de los hombres; porque no consiste el reino de Dios en palabras, sino en virtud. Mira mis palabras, que encienden los corazones, y alumbran los entendimientos, provocan a compunción y traen muchas consolaciones. Nunca leas cosas para mostrarte más letrado o sabio. Estudia en mortificar los vicios; porque más te aprovechará esto que saber muchas cuestiones dificultosas.

2. Cuando hubieres acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene venir a un solo principio. Yo soy el que enseño al hombre la ciencia, y doy más claro entendimiento a los pequeños que ningún hombre puede enseñar. Aquel a quien yo hablo, luego será sabio y aprovechará mucho en el espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades, y cuidan muy poco del camino de servirme a Mí! Tiempo vendrá cuando aparecerá el Maestro de los maestros, Cristo, Señor de los ángeles, a oír las lecciones de todos, esto es, a examinar la ciencia de cada uno. Y entonces escudriñará a Jerusalén con candelas, y serán descubiertos los secretos de las tinieblas, y callarán los argumentos de las lenguas.

3. Yo soy el que levanto en un instante al humilde entendimiento, para que entienda más razones de la verdad eterna, que si hubiese estudiado diez años en las Escuelas. Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de pareceres, sin fausto de honra, sin alteración de argumentos. Yo soy el que enseño a despreciar lo terreno y a aborrecer lo presente, buscar lo eterno; huir de las honras, sufrir los estorbos, poner toda la esperanza en Mí, y fuera de Mí no desear nada, y amarme ardientemente sobre todas las cosas.

4. Y así uno, amándome entrañablemente aprendió cosas divinas, y hablaba maravillas. Más aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas. Pero a unos hablo cosas comunes, a otros especiales. A unos me muestro dulcemente con señales y figuras, y a otros revelo misterios con mucha luz. Una cosa dicen los libros; mas no enseñan igualmente a todos: porque Yo soy doctor interior de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos, promovedor de las acciones, repartiendo a cada uno según juzgo ser digno.

44.- No se deben buscar las cosas exteriores

Jesucristo:

1. Hijo, en muchas cosas te conviene ser ignorante, y estimarte como muerto sobre la tierra, y a quien todo el mundo este crucificado. A muchas cosas te conviene también hacerte sordo, y pensar más lo que conviene para tu paz. Más útil es apartar los ojos de lo que no te agrada, y dejar a cada uno en su parecer, que ocuparte en porfías. Si estás bien con Dios y miras su juicio, fácilmente te darás por vencido.

El alma:

2. ¡Oh Señor, a qué hemos llegado! Lloramos los daños temporales, por una pequeña ganancia trabajamos y corremos; y el daño espiritual se pasa en olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria. Por lo que poco o nada vale, se mira mucho; y por lo que es muy necesario, se pasa con descuido, porque todo hombre se va a lo exterior, y se presto no vuelve en sí, con gusto se está envuelto en ello.

45.- No se debe creer a todos

El alma:

1. Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la seguridad del hombre. ¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo esperaba? Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en Ti, mi Dios. Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos sucedan. Flacos somos y mudables: presto somos engañados, y nos mudamos.

2. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad? Mas el que te busca a Ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por Ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al que en Ti espera. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, Tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de Ti no hay otro semejante.

3. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: ¡Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas. ¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros? Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente? Pues ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros? Pero somos hombres, y hombres flacos y frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles. Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a Ti? Eres la verdad, que no puede engañar ni ser engañada. El hombre, al contrario, es falaz, flaco y resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que con muy gran dificultad se debe creer lo que parece recto a la primera vista.

4. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres: que los amigos del hombre son los de su casa, y que no diésemos crédito al que nos dijese: A Cristo míralo aquí o míralo allí. He escarmentado en mí mismo: ¡ojalá sea para mi mayor cautela, y no para continuar con mi imprudencia! Cuidado, me dice uno, cuidado, reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se marchó. Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas. Pon en mi boca las palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas astutas. De lo que no puedo sufrir, me debo guardar mucho.

5. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza: descubrirse a pocos, buscarte siempre a Ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se acaben y perfecciones según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir la vana apariencia, y no codiciar las cosas visibles que causen admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que dan fervor y enmienda de vida! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que toda es malicia y tentación!

46.- De la confianza que debemos tener en Dios

Jesucristo:

1. Hijo, está firme y espera en Mí. ¿Qué son las palabras sino palabras? Vuelan por el aire, mas no mellan una piedra. Si estás culpado, determina enmendarte. Si no hallas en ti culpa, llévalo con gusto por Dios. Muy poco es el que sufras alguna vez siquiera malas palabras, ya que aún no puedes tolerar grandes golpes. Y ¿por qué tan pequeñas cosas te llegan al corazón, sino porque aún eres carnal, y miras mucho más a los hombres de lo que conviene? Porque temes ser despreciado, por esto no quieres ser reprendido de tus faltas, y buscas la sombra de las excusas.

2. Considérate mejor, y conocerás que aún vive en ti, el amor del mundo, y el deseo vano de agradar a los hombres. Porque en huir de ser abatido y confundido por tus defectos, se muestra hoy claro que no eres humilde verdadero, ni estás del todo muerto al mundo, ni el mundo está a ti crucificado. Mas oye mis palabras y no cuidarás de cuantas te dijeren los hombres. Dime: si se diere contra ti todo cuanto maliciosamente se pudiera fingir, ¿qué te dañaría, si lo dejases pasar y lo despreciases enteramente? Por ventura, ¿te podrías arrancar un cabello?

3. Mas el que no está dentro de su corazón, ni me tiene a Mí delante de sus ojos, presto se mueve por una palabra de menosprecio; pero el que confía en Mí, y no desea su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres. Porque Yo soy el Juez y conozco todos los secretos; Yo sé cómo pasan las cosas; Yo conozco muy bien al que hace la injuria, y también al que la sufre. De Mí sale esta palabra; permitiéndolo Yo acaece esto, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Yo juzgo al culpable y al inocente; pero quise probar primero al uno y al otro con juicio secreto.

4. El testimonio de los hombres muchas veces engaña: mi juicio es verdadero, firme, y no se revoca. Muchas veces está escondido, y pocos lo penetran en todo: pero nunca yerra, ni puede errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto. A Mí, pues, habéis de recurrir en cualquier juicio y no confiar en el propio saber. Porque el justo no se turbará por cosas que Dios envíe sobre él; y si algún juicio fuere dicho contra él injustamente, no se inquietará por ello. Ni se ensalzará vanamente, si otros le defendieren sin razón. Porque sabe que Yo soy quien escudriño los corazones y los pensamientos, y que no juzgo según el exterior y apariencia humana. Antes muchas veces se halla a mis ojos culpable el que al juicio humano parece digno de alabanza.

El alma:

5. Señor Dios, justo juez, fuerte y paciente, que conoces la flaqueza y maldad de los hombres, sé Tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia. Tú sabes lo que yo no sé: por eso me debo humillar en cualquier reprensión y llevarla con mansedumbre. Perdóname también, Señor piadoso, todas las veces que no lo hice así, y dame gracia de mayor sufrimiento para otra vez. Porque mejor me está tu misericordia copiosa para alcanzar perdón, que mi presumida justificación para defender lo oculto de mi conciencia. Y aunque ella nada me acuse, no por esto me puedo tener por justo; porque quitada tu misericordia, no será justificado en tu acatamiento ningún viviente.

47.- Todas las cosas pasadas se deben padecer

Jesucristo:

1. Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por Mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; mas mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que viniere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores. Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora cuando cesará todo trabajo e inquietud. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.

2. Atiende a tu negocio, trabaja fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo adverso; la vida eterna digna es de esta y de otras mayores peleas. Vendrá la paz un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de día y noche como en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y descanso seguro. No dirás entonces: ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? Ni clamarás: ¡Ay de mí que se ha dilatado mi destierro! Porque la muerte estará destruida, y la salud vendrá sin defecto; ninguna congoja habrá ya, sino bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa.

3. ¡Oh! ¡Si vieses las coronas eternas de los Santos en el cielo, y de cuánta gloria gozan ahora los que eran en este mundo despreciados, y tenidos por indignos de vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a todos, que mandar a uno solo. Y no codiciarías los días placenteros de esta vida: sino antes te alegrarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima ganancia ser tenido por nada entre los hombres.

4. ¡Oh! Si gustases aquestas cosas, y las rumiases profundamente en tu corazón, ¿cómo te atreverías a quejarte ni una sola vez? ¿No te parece que son de sufrir todas las cosas trabajosas por la vida eterna? No es cosa de poco momento ganar o perder el reino de Dios. Levanta, pues, tu rostro al cielo: mírame a Mí, y conmigo a todos los Santos, los cuales tuvieron graves combates en este siglo; ahora se regocijan, y están consolados y seguros; ahora descansan en paz, y permanecerán conmigo sin fin en el reino de mi Padre.

48.- Del día de la eternidad

El alma:

1. ¡Oh bienaventurada mansión de la ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no obscurece la noche, sino que siempre le alumbra la pura verdad, día siempre alegre, siempre seguro, y siempre sin mudanza! ¡Oh, si ya amaneciese este día, y desapareciesen todas estas cosas temporales! Alumbra por cierto a los Santos con una perpetua claridad, mas no así a los que están en esta peregrinación sino de lejos, y como en figura.

2. Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre sea aquel día; los desterrados hijos de Eva gimen de ver que éste sea tan amargo y lleno de tedio. Los días de este mundo son pocos y malos, llenos de dolores y angustias, donde el hombre se ve manchado con muchos pecados; enredado en muchas pasiones, angustiado de muchos temores, ocupado con muchos cuidados, distraído con muchas curiosidades, complicado en muchas vanidades, envuelto en muchos errores, quebrantado con muchos trabajos; las tentaciones lo acosan, los placeres lo afeminan, la pobreza le atormenta.

3. ¡Oh, cuándo se acabarán todos estos males! ¡Cuándo me veré libre de la servidumbre de los vicios! ¡Cuándo me acordaré, Señor, de Ti solo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en Ti! ¡Cuándo estaré sin ningún impedimento en verdadera libertad, y sin ninguna molestia de alma y cuerpo! ¡Cuándo tendré firme paz, paz imperturbable y segura; paz por dentro y por fuera; paz del todo permanente! ¡Oh buen Jesús! ¡Cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu reino! ¡Cuándo me serás todo en todas las cosas! ¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual preparaste desde la eternidad para tus escogidos! Me han dejado acá, pobre y desterrado en tierra de enemigos, donde hay continuas peleas y grandes calamidades.

4. Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a Ti suspira todo mi deseo. Todo el placer del mundo es para mí pesada carga. Deseo gozarte íntimamente; mas no puedo conseguirlo. Deseo estar unido con las cosas celestiales; pero me abaten las temporales y las pasiones no mortificadas. Con el espíritu quiero elevarme sobre todas las cosas; pero la carne me violenta a estar debajo de ellas. Así yo, hombre infeliz, peleo conmigo, y me soy enfadoso a mí mismo, viendo que el espíritu busca lo de arriba, y la carne lo de abajo.

5. ¡Oh Señor, cuanto padezco cuando revuelvo en mi pensamiento las cosas celestiales, y luego se me ofrece un tropel de cosas del mundo! Dios mío, no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo. Resplandezca un rayo de tu claridad, y destruya estas tinieblas; envía tus saetas, y contúrbense todas las asechanzas del enemigo. Recoge todos mis sentidos en Ti; hazme olvidar todas las cosas mundanas, otórgame desechar y apartar de mí aun las sombras de los vicios. Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna. Ven, suavidad celestial, y huya de tu presencia toda torpeza.

6. Perdóname también y mírame con misericordia todas cuantas veces pienso en la oración alguna cosa fuera de Ti. Pues confieso ingenuamente que acostumbro a estar muy distraído. De modo que muchas veces no estoy allí donde se halla mi cuerpo en pie o sentado, sino más bien allá donde me lleva mi pensamiento. Allí estoy donde está mi pensamiento; allí está mi pensamiento a menudo donde está lo que amo. Al punto me ocurre lo que naturalmente deleita o agrada por la costumbre.

7. Por lo cual, Tú, Verdad eterna, dijiste: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Si amo al cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con sus prosperidades, y me entristezco con sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces pienso en las cosas carnales. Si amo el espíritu, recréome en pensar cosas espirituales. Porque de todas las cosas que amo, hablo y oigo con gusto, y lleno conmigo a mi casa las ideas de ellas. Pero bienaventurado aquel por tu amor da repudio a todo lo criado; que hace fuerza a su natural, y crucifica los apetitos carnales con el fervor del espíritu, para que, serena su conciencia, te ofrezca oración pura, y sea digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las cosas terrenas.

49.- Deseo de la vida eterna

Jesucristo:

1. Hijo, cuando sientes en ti algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo, para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana bondad que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino por sólo el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes por llegarte a Mí de todo corazón, y servirme con ardiente voluntad.

2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo. Así los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales; mas aún no están libres del amor carnal. Y por eso no obran sólo por la honra de Dios puramente, aun en lo que con tan gran deseo me piden. Tal suele ser algunas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad. Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.

3. Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para Mí aceptable y honroso; por que, si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada. Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemido. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún resta otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas gozar del sumo bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy: espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios.

4. Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo, y te vuelvas un varón constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres, y dejar lo que quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se hará. Lo que dicen otros, será oído; lo que dices tú, será reputado por nada. Pedirán otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás.

5. Otros serán grandes en boca d los hombres; de ti no se hará cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil. Por esto se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco si lo sufrieres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y menos útil lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.

6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás todo lo que quisieres, y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin miedo de perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna contraria o propicia. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te embarazará, nada se te opondrá; sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.

7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos, y no cuides de mirar quién lo dijo, o quién lo mandó. Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior, inferior, o igual, el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con sincera voluntad. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto, y aquel en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegre ni en esto ni en aquello, sino en el desprecio de ti mismo, y en sola mí voluntad y honra. Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado en ti.

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