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Humanismo cristiano y pp

EN los nuevos estatutos del PP no figurará la mención al humanismo cristiano, que hasta ahora se contaba -siquiera nominalmente- entre las fuentes inspiradoras de su ideario. Dicha mención se travestirá de "humanismo de tradición occidental", que queda más laico y a la vez más difuso; aunque, ya puestos a diluirse, no entiendo por qué los chiquilicuatres responsables del circunloquio no han propuesto un sintagma más abarcador y sincrético, por ejemplo "humanismo de tradición planetaria", para incorporar al mejunje un poco de pachanga multiculturalista, al estilo del Fórum de Barcelona o la Semana del Extremo Oriente de El Corte Inglés. Unas gotitas de filosofía hindú por aquí, unas consejas de Confucio por allá, un discursito inaugural del Dalai Lama en el próximo congreso del partido y una ceremonia multiétnica en la clausura -alumbrada con velas que huelan a almizcle- habrían otorgado a la facción opositora un marchamo (iba a escribir "halo", menos mal que mi detector de términos confesionales e inconvenientes me lo ha advertido) de modernitis laica que te cagas. Pero los chiquilicuatres que se han sacado de la manga de su trajecito de Cortefiel la expresión "humanismo de tradición occidental" han introducido, quizá sin pretenderlo, un tufillo que apesta a "choque de civilizaciones". Decididamente, la facción opositora, tan pusilánime y blandita, tan propensa al eufemismo y a cogérsela con papel de fumar, empieza a dar un poco de alipori. Mientras estuvo en el poder, defendió que el bodrio constitucional de la Unión Europea incluyese un reconocimiento explícito las raíces cristianas del continente. Pero ahora resulta que lo que pretendían imponer al prójimo no lo desean en la propia casa; uno no sabe si reaccionar con lástima, repugnancia o mera hilaridad. El desalojo del poder ha amilanado a nuestra facción opositora, que ahora muestra ese aspecto arrugadito y encogidín de los prepucios observantes del sexto mandamiento (vaya, esta vez mi detector no ha funcionado) y se esfuerza por negar o siquiera disfrazar su filiación, en un esfuerzo desnortado y mendicante por captar nuevas simpatías. Este patetismo zascandil de quien reniega de sus rasgos de identidad por acercarse a identidades ajenas suele saldarse siempre con el fracaso; pues se defrauda a los fieles y, a cambio, sólo se consigue recaudar la guasa y el escarnio de los reticentes. Por lo demás, la facción opositora debiera recordar que fue precisamente su apartamiento de los principios del humanismo cristiano cuando la guerra de Irak lo que le acarreó la perdición. Además de flojos, no escarmientan.

Esta supresión del humanismo cristiano como filosofía inspiradora de la derecha podría interpretarse como una irrisoria operación de cirugía estética o ejercicio desesperado de camuflaje. Pero también podría significar un ascenso de esa derecha ultraliberal, sin más dios que el dinero, que amenaza con imponer su hegemonía. En cierta ocasión, un parlamentario del PP (cuyo nombre omitiré, para que no lo emplumen sus propios conmilitones) me dijo que sólo una derecha de inspiración cristiana podría hacer frente a la izquierda en su propio terreno, que es el de la justicia social: pues, a fin de cuentas, el socialismo es una herejía del cristianismo que prescinde de Dios pero enarbola la bandera de los pobres; una derecha sin inspiración cristiana acabará entregada a los demiurgos de la macroeconomía, para quienes los hombres sólo son una tortilla de números. El humanismo cristiano rectifica esa tendencia y pone rostro a los hombres; cuando la derecha extirpa su inspiración fecunda, deviene inhumana.

Así que los votantes cristianos tendremos que elegir entre herejes y apóstatas. Los primeros, al menos, carecen de complejos.

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