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Todo moderno y muy siglo xix

EL presidente del Gobierno ha anunciado la elaboración de "leyes modernas y laicas" para acabar con "tanta imposición de moral y actitudes carcas". Y lo ha hecho el 23 de agosto de 2004. La fecha no es irrelevante. Suponemos que el vocablo "moderno" no significa aquí otra cosa que "progresista", es decir, más bien nada. Porque si se le confiere su sentido originario, la cosa puede ser inquietante, ya que no todos los productos de la Modernidad son buenos o inocuos. El socialismo es moderno; pero también el capitalismo. La democracia liberal es moderna; pero también el comunismo y el fascismo. Por lo demás, "laico", según el Diccionario de la Real Academia, posee dos acepciones. La primera significa "que no tiene órdenes clericales"; la segunda, "independiente de cualquier organización o confesión religiosa". Como quiera que es cosa extravagante y absurda una ley que haya recibido las órdenes clericales, debemos, al menos por exclusión, ceñirnos a la segunda acepción. Las leyes que promoverá el Gobierno serán independientes de cualquier confesión. Cosa tan constitucional como pertinente. Sólo que no conviene llevarla hasta el extremo de que si alguna confesión religiosa, como es habitual, proscribe el robo y el homicidio, las leyes los permitan para subrayar su independencia de lo clerical. Que también cabe el exceso de lo bueno. La unión de lo moderno y lo laico viene muy al caso, sobre todo si se recuerda, lo que es mucho más que una anécdota, que Descartes, el padre de la Modernidad, de la de verdad, no de la de los modernos a la violeta, peregrinó al santuario de Nuestra Señora de Loreto para agradecer el descubrimiento del método que revolucionó el pensar y creó la filosofía moderna. Lo de la "imposición de moral" ya es más complicado, pues no parece que los proyectos de ley que se nos anuncian carezcan de sentido moral, que sean amorales, sino más bien que responden a una determinada concepción de la moral, acaso mayoritaria. Pero entonces, se tratará de imponer una moral frente a otras, no de suprimir toda imposición moral.

En realidad, todo esto tiene un aroma rancio, vetusto, algo cutre, más cercano al de cuarto cerrado de enfermo que al de campo abierto. Suena a años sesenta, pero más bien del siglo XIX. Un espadón liberal del ochocientos bien podría blandir la modernidad y el laicismo, pero hoy suena a vieja retórica, a una superada España galdosiana. Y creíamos que España había consumado la transición, la democratización y la modernización, y escalado a las primeras posiciones del mundo en desarrollo y bienestar. A lo que habían contribuido, creíamos, incluso los Gobiernos socialistas. Pues resulta que no, que todo está por hacer. El uso del vocablo "carca" no hace sino confirmar la impresión de añeja decrepitud, de pereza intelectual, pues es sinónimo de "carcunda", y carcunda era la designación que recibían los absolutistas en las luchas políticas portuguesas de comienzos del siglo XIX. Como vemos, el lenguaje del futuro: moderno, laico, carca. Casi propio de Martínez de la Rosa. No en vano el socialismo surgió en el siglo XIX, y uno siempre vuelve a sus orígenes.

Ortega y Gasset escribió un ensayo titulado "Nada moderno y muy siglo XX", con el que quería explicar tanto su pretensión de superar la Modernidad como su idea de que ésa era la tarea del siglo XX. Ser del nuevo siglo era dejar de ser moderno, precisamente por haberlo sido ya. Hoy existen progresistas que nos exhortan a emigrar dos siglos atrás. Son todo modernos y muy siglo XIX.

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