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Violencia Doméstica

Publicaba ayer ABC unas cifras sobreviolencia doméstica chocantes y perturbadoras. Los países másavanzados de Europa -Bélgica, Austria, Finlandia, Dinamarca, ReinoUnido y Alemania- encabezaban la lista de asesinatos de mujeres enel ámbito familiar; en cambio, países de sangre caliente comoGrecia o Italia ni siquiera aparecían entre los trece primeros deeste ranking infame, mientras España comparecía en el décimo. Laelocuencia gélida de los números nos obliga a desmontar algunostópicos sustentados por la pereza intelectual o la correcciónpolítica. Siempre se había considerado que los paísesmediterráneos, más encastillados en su machismo y, por lo tanto,más reacios a impulsar la promoción social de la mujer, eran elsemillero de esta forma rampante de brutalidad; la caracterizaciónun tanto caricaturesca del varón meridional -celoso, posesivo,calenturiento- y el mayor arraigo que en estas regiones posee lareligión -legitimadora, según desea el tópico, del sometimiento dela mujer- completaban un diagnóstico tan epidérmico como mendaz.Los números refutan estas pamplinas. Resulta que los países dondelas mujeres tienen más boletos en esta rifa macabra son aquéllosque nos vendían como espejos en los que debíamos contemplarnos.

A un amigo alemán que acaba de visitarmele sorprendía que los conductores españoles se pusieran como chupade domine en mitad de un atasco, por un quítame allá esas pajas,sin llegar a las manos. «En mi país -reflexionó-, nos tragamos labilis por temor a infringir la ley y luego la descargamos en casa».Esta anécdota le sirvió a mi amigo para entonar una loa a la«espontaneidad de los mediterráneos», que favorecía efusiones queen su tierra eran consideradas impúdicas, inconvenientes o inclusopunibles. La disciplina del sentimiento puede ser, en su justamedida, un lubricante de la civilidad; su represión sistemática,sin embargo, degenera en escuela de peligrosas desviaciones quesuelen desaguarse en el ámbito privado. Cuando la realidad te niegaciertos desahogos inocuos, acabas creándote una realidad secreta enque dichos desahogos, convenientemente fermentados, se haceninicuos.

Pero para explicar este fenómeno de laviolencia doméstica debemos detenernos a analizar la naturaleza delas relaciones de pareja. Aunque los partidarios de la sociologíaidílica las pinten como «relaciones de igualdad», lo cierto es quesiempre han sido relaciones de dominio. La interacción humana se haregido desde la noche de los tiempos por el afán de sometimiento:los pueblos desean sojuzgar a sus vecinos, las facciones políticasanhelan imponerse sobre las facciones adversas y reducirlas a lamudez, los individuos -hombres y mujeres- se emparejan paradisputarse más o menos soterradamente una supremacía. Durantesiglos, mientras la mujer acató con resignación o docilidad lasupremacía del hombre, la violencia doméstica no existiólegalmente; y, aunque existió en la práctica -cuando la mujer serebelaba contra ese designio, o sin rebelarse el hombre lerecordaba con sangre la letra de ese pacto secular e ignominioso-,no causaba escándalo social. La promoción de la mujer ha subvertidolos fundamentos de esa relación de dominio; pero el hombre sigueposeyendo la fuerza bruta, que ejercitará con mayor y másdesesperado encono. Así, se consuma esa aparente paradoja quecertifican las estadísticas: allí donde la mujer ha alcanzadomayores cotas de reconocimiento a sus reivindicaciones (los paísesmás avanzados), es donde corre mayor peligro de ser asesinada porsu marido, novio o amante.

Resulta desgarrador llegar a estasconclusiones; pero son verdades empíricas que no conviene disimularcon los paños calientes de la demagogia.

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