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El nacionalismo en España

La debilidad congénita del nacionalismo español constituye la causa principal de que aquí parezcan mucho más fuertes los nacionalismos particularistas, disgregadores, que en otras naciones, —casi todas, Alemania, Francia, Inglaterra... — en las que las características particulares de algunas de sus regiones, provincias, partes o «Estados federados» son mucho más acentuadas que en España. No sólo por las abundantes diferencias lingüísticas, sino por la etnia, la religión, haber tenido regímenes políticos propios — «históricas» hasta hace relativamente poco tiempo en algunos casos — , etcétera. Pero en ninguna de ellas se ha cometido la insensatez — o la demagogia — de considerarlas autonomías cuasi estatales como en España y de consagrar en la Constitución, a su vez sacralizada con fiesta de guardar y todo, el término nacionalidades.

La lógica de la política, hay que repetirlo una y otra vez, es la retórica; por lo que, como «in politicis» no se trata de hacer demostraciones sino de convencer, las palabras tienen también una lógica, y muy poderosa; se podría decir que la política es cosa de palabras; es por lo que degenera muy fácilmente en palabrería. Gorbachov sólo quería reorganizar el comunismo para que sobreviviese; pero al introducir en el lenguaje político para conseguir el apoyo de la opinión las palabras «perestroika» (reestructuración) y «glasnost» (transparencia), éstas arrastraron con su lógica al régimen, al llevar la gente lo de la reestructuración y lo de la transparencia lo más lejos posible del existente. Lo mismo ocurre con la constitucionalización de la palabra nacionalidad, pues las palabras significan lo que significan —y ésta ya significa de suyo algo muy preciso — pero además, en política, en cuanto operan como conceptos, siempre están preñadas de historicidad; y, desde 1848 el principio de las nacionalidades justifica o sirve de pretexto, allí donde hay una minoría u oligarquía audaz, para exigir que a la nacionalidad corresponda un Estado. El independentismo, justificado o no, tiene su lógica particular.

Como la Constitución seguramente no la leen más ciudadanos que los que están interesados por alguna razón práctica, no está demás recordar que no acaba ahí la cosa, aunque ya es bastante: según su artículo 143, pueden constituirse en Comunidad Autónoma «las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica». O sea, si se comprende bien, se está diciendo previsoramente que España no es una realidad sino un proyecto de futuro: que España está por hacer. ¿Se tratará de una aplicación de la idea orteguiana, tal vez mal digerida, de la nación como un proyecto en común?

Los equívocos y ambigüedades constitucionales ayudan a explicarse el disculpable estado de confusión permanente del Sr. Zapatero y sus amigos. Pero resulta muy difícil entender la imprudencia de introducir la palabra nacionalidad en el texto constitucional. Tanto más cuanto, según este último aunque no se diga expresamente así, el lazo de unión, tal como se ha sugerido parece ser, el Estado, un aparato, una máquina —«el Estado español» al que hacen siempre alusión los separatistas en lugar de referirse a España, sustitución que se ha introducido en el lenguaje periodístico — , no la nación misma, cuya soberanía reside, se afirma constitucionalmente, en el pueblo español. Pues, aunque se diga en el preámbulo de la Constitución que es la nación española, que por cierto, si se trata del pueblo, este último no fue convocado que se sepa, o salvo error u omisión, para elegir alguna asamblea constituyente según es sólito en estos casos, la que proclama su voluntad de etcétera, la nación española, el pueblo, no pinta nada en estas cosas, pues son las nacionalidades o provincias históricas etcétera, las que deben decidir si son autónomas, una especie de pre o para Estados. Lo que parece significar que la nación española, aunque sea una «indisoluble unidad» se excluye generosamente de opinar sobre qué son naciones dentro de ellas, aspecto reservado al oportunismo político.

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