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Felipe el hermoso y Aznar el soso

Tenía los labios sensuales, los ojos interesantes y el pelo generoso. Venía de Suresnes con el socialismo democrático y encarnaba el mestizaje de la pana y el paño fino. Sus fotos más cimarronas lo mostraban en patillas, pero en los mítines lucía cazadoras de ante. Felipe era la huerta hecha ciudad, el obrero hecho ejecutivo, era el milagro. Había un mundo entre Felipe González y José María Aznar. El proletario sevillano arrollaba al pijo madrileño en talentos naturales. Bastaba oírlo diez minutos para creer cuanto decía. Su carisma era envolvente y se multiplicaba en televisión. El acento andaluz, lejos de envilecerlo, lo laureaba con cercanía popular. Era un hombre atractivo y las mujeres querían un hijo suyo. A su lado, el castellano era pequeñajo y feo, todo bigote. En verano lucía unas desafortunadas bermudas y costaba entenderlo al hablar. Las palabras se le escurrían por las comisuras de la boca, por entre los dientes, en un tono distante e ineficaz. En la tribuna parlamentaria era flojo y prolijo y se le escapaban gallos incontrolados del gaznate. Repetía gestos y frases. Pero pasó el tiempo y al de la presidencia le crecieron los enanos. Había prometido trabajo, honradez y pacifismo y dio paro, comisiones y OTAN. El Ave, las filesas, los gales salpicaban a los asombrados españoles y Felipe se aferraba a la poltrona. De repente, la finura devino en maquiavelismo; la lucha antiterrorista en crueldad asesina; la liberalidad en latrocinio. Y en la Moncloa, cada vez más lejana, el emperador se entregaba al cultivo del bonsai. Enfrente, el pequeño enemigo permanecía. Váyase, señor González, venga y dale que te pego. Acumulaba pruebas, hilaba el discurso, imponía orden en el partido. Aznar acabó ganando las elecciones. Trabajosamente. Y empezó a hacer las cuentas y los deberes, como él decía. Se reían de su bigote, de sus gestos. Le importaba tres narices. Negociaba salarios y pensiones con los sindicatos, saneaba la seguridad social, eliminaba el déficit. Perseguía a ETA y a los GAL. Descubría la corrupción. Cambiaba la concepción cultural, familiar y educativa. De la visión de partido pasaba a otra poliédrica, donde el sujeto era la sociedad, no el Estado. El "pequeño Hitler" que saludó la oposición se convirtió en un Churchill bastante más interesante que Felipe. La Historia tiene a veces cosas así. Evidentemente, ni creció, ni se hizo más guapo. De hecho, a mi juicio, no ha dejado de cometer equivocaciones y se metió en una guerra injusta y peligrosa que aún no ha terminado. Pero tengo para mí que hasta eso lo hizo por lo que él consideraba el interés común, no el propio. Muchos españoles piensan que José Mª Aznar deja el poder en el momento justo. Sin haberse aferrado a la poltrona. Sin haberse hecho rico. Habiendo servido a su patria. Es el ejemplo del hombre mediano que se hace grande a costa de un esfuerzo grande. Qué quieren, resulta que prefiero el soso al hermoso.

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