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El caníbal nos desafía

El tribunal de Kassel afronta un problema judicial sin precedentes con el caso de Armin Meiwes, que en 2001 mató y se comió a Bernd Jürgen. No sólo porque la legislación alemana no contempla el canibalismo, sino porque el difunto quería morir devorado, como certifican su testamento y el vídeo en que ambos grabaron todo el proceso. Meiwes, un técnico informático de 42 años, había «colgado» un anuncio en Internet buscando «joven de entre 18 y 30 años, bien formado, para sacrificarlo». A la solicitud respondieron cinco varones, ninguno inculto ni marginado; un maestro, un cocinero, un empleado de hotel, un estudiante y un ingeniero. Todos acabaron echándose atrás excepto este último, que resultó ser Bernd Jürgen, de 43 años. Meiwes y Jürgen compraron gran cantidad de barbitúricos en una farmacia y comenzaron después el sangriento rito en casa del primero, en Rotemburgo. Mantuvieron primero relaciones homosexuales y, después de poner en marcha la cámara (las pruebas serán emitidas durante la vista), Meiwes cortó con un cuchillo de cocina el pene de su compañero, que frieron y comieron juntos. Diez horas después, cuando Jürgen se desvaneció desangrado, Meiwes lo troceó y metió en el congelador. Durante los dos años que tardó en ser descubierto y detenido, comió unos 20 kilos de la carne y enterró los huesos y el cráneo en su jardín. Los psiquiatras forenses han dictaminado categóricamente que Armin Meiwes no está loco, que distingue perfectamente entre el bien y el mal y que disfrutó haciendo lo que hizo. De hecho, ha declarado esta semana en el juicio que «lamenta lo que hizo» y aconseja a los otros 800 antropófagos que la policía alemana tiene localizados en Internet, que se pongan en tratamiento para evitar poner en práctica sus fantasías. Si me he molestado en describirles el repugnante caso es porque creo que la cultura dominante está generando monstruos sin precentes y que se encuentra inerme frente a ellos. En efecto, Meiwes afronta los cargos de asesinato por motivación sexual y profanación de cadáver, pero no hay forma de tipificar, por ejemplo, el hecho de que amputase el miembro viril de su compañero, lo guisase y lo compartiese con él. Además, su abogado arguye que sólo le corresponden cinco años de cárcel por provocar la muerte de una persona que pedía morir, y llevarlo a cabo ni más ni menos que del modo exacto en que se lo pedía. El relativismo moderno, que incluye la convicción de que dos pueden hacer cuanto quieran, siempre y cuando no perjudiquen a terceros, tiene en el caso Meiwes un interesante y dramático desafío. En definitiva, y si los criterios morales sobran, Armin y Bernd no han hecho sino cumplir lo que ambos describieron como el gran deseo de su vida «desde que éramos pequeños».

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=2235 el 2005-03-10 00:25:46